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CARLOS CERDA, NARRADOR
CHILE Y EL EXILIO: DOS MITADES DE SILENCIO


Por Manuel Alcides Jofré
Publicado en revista Apsi: N°140, 3 a 9 de abril de 1984


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Hasta 1973, Carlos Cerda fue profesor de filosofía en la Universidad de Chile, y en la Universidad Técnica del Estado. Públicamente, formó parte de A esta hora se improvisa, y fue electo como regidor comunista a la Municipalidad de Santiago. En diez años en Alemania Democrática se transformó en profesor de literatura. y en un joven narrador y dramaturgo de la literatura chilena en el exilio. Preparando su regreso definitivo, piensa que la gran novela chilena del período aún está por escribirse, el retorno aún no ha empezado, los radioteatros son importantes, y que vivimos en un país de mellizos.


¿Qué ha pasado con Carlos Cerda de 1973 en adelante? ¿Cuál ha sido su trayectoria en el exilio?
—Mi exilio se inició en 1973, en Colombia, y al cabo de unos meses me trasladé a Europa, a trabajar enseñando español en la Universidad de Leipzig. Desde 1977 he estado en la Universidad de Humboldt de Berlín, haciendo clases de literatura y español, lugar donde también realicé mi doctorado en literatura con una disertación sobre la obra de José Donoso.

También me he preocupado de otra cosa que es para mi mucho más importante: escribir. Después de publicar un libro de reportaje político sobre Chile, estrené en Rostock una obra de teatro, La noche del soldado, en 1975. Posteriormente, he publicado cuentos en Estados Unidos, Europa y América Latina, y algunos de ellos han sido traducidos a una decena de lenguas. En 1976 publiqué un libro de cinco cuentos, titulado Encuentros con el tiempo, y dos años más tarde una novela breve, Pan de pascua. También he escrito guiones de cine.

De manera similar a Skármeta ha trabajado también el radioteatro, ¿no es cierto?
—Si, he incursionado en este campo que para los chilenos resulta siempre muy vinculado a una de las formas más divulgadas de la subcultura. En Europa, el radioteatro, y yo preferiría llamarlo cuento para la radio, es un género literario que tiene tanta dignidad como cualquier otro. Con Omar Saavedra, escritor chileno amigo, escribimos en 1979 el radioteatro, de una hora de duración, Un reloj en la lluvia, y dos años más tarde Un tulipán, una piedra, una espada. Ambas obras fueron premiadas en la RDA. Esta última pieza, representando luego a la República Federal de Alemania, ganó en 1983 el concurso de la Unión Europea de Radiodifusoras, siendo transmitida por las radios de los catorce países que la integran. Este radioteatro se refiere a Chile y al problema de los desaparecidos.

Posteriormente, escribí Calanda o acerca de algunas regularidades en el desarrollo de los fenómenos políticos. Calanda es un país imaginario de América Latina. La gente que vive aquí no puede pensar lo que quiere, ni decir lo que piensa, y entonces les sale una segunda cabeza, que habla y piensa por ellos, y se va transformando en una segunda persona, un segundo cuerpo, generando un país doble, un país de hermanos mellizos.

¿Que opinión tiene de la situación política en Chile?
—Creo que el sostenimiento de la dictadura obedece ya no tanto a su fuerza propia sino a la debilidad que en el campo opositor produce un fenómeno de dispersión, que fue bastante agudo y que tiende a superarse en el presente. He visto una real voluntad de emprender acciones comunes, unitarias, con vistas a que se obtenga a la brevedad posible una salida democrática a la situación chilena.

¿Cuál es su experiencia del exilio chileno?
—En las discusiones de la izquierda chilena exiliada influyen mucho las polémicas nacionales, que se llevan a cabo en cada uno de los países donde vive la emigración chilena. Eso tiene ventajas y desventajas. La diáspora ha sido un factor de erosión política dentro del exilio. Pero la izquierda chilena repartida por el mundo ha visto realidades y experiencias políticas muy distintas, lo cual nos ha dado a todos, como colectivo, una visión tremendamente rica, compleja y completa. No hay que temer que esa visión tenga visos contradictorios, porque es parte del enriquecimiento del proceso político chileno.

¿Cuál es su visión de la literatura chilena en el exilio?
—Hay que distinguir previamente entre literatura del exilio y literatura escrita en el exilio. Las mejores novelas alemanas sobre el exilio y la guerra fueron escritas después de la guerra y terminado el exilio. La buena literatura requiere de mucho tiempo. Sin embargo, junto a lo autores conocidos, una gran cantidad de jóvenes están iniciando su obra, que es tremendamente auspiciosa. Pese a todo, es probable que no se haya escrito aún la gran novela chilena del exilio ni la gran novela chilena de la dictadura. Se van a escribir algún día, cuando se pueda evaluar el exilio en la casa de uno, mirando ese mundo de afuera desde la esquina que nos resulta más familiar.

¿Tenia acceso a la literatura chilena escrita en el interior?
—Muy poco y eso era el drama. Nos habría gustado muchísimo leer lo que se escribía en Chile, pero era muy difícil conseguir este material fuera. Del mismo modo, lo que se ha escrito en el exilio es desconocido aquí en Chile. Hay que hacer algo para superar esta escisión. Alguien dijo que nos habían dividido en dos mitades de silencio. Aunque no haya habido silencio ni fuera ni dentro, el hecho de que estas dos mitades no hayan podido escucharse, aunque hubiesen estado hablando a gritos, muestra que tal vez más que silencio, una sordera obligada es lo que nos ha impedido hablarnos y oírnos.

¿Qué puede hacer la literatura chilena en la crisis que vive hoy el país?
—Yo he hecho un esfuerzo por conocer la literatura alemana, que es tan rica como la latinoamericana. La obra de Böll, Grass, Wolf, está emparentada con la literatura latinoamericana de hoy al tener como referente una experiencia histórica semejante. La literatura alemana de postguerra ha sido denominada literatura de ajuste de cuentas.

Su problemática central ha sido la responsabilidad de todos en la tragedia de todos; la actitud moral de cada uno durante los doce años de dominación nazi en Europa. Una literatura de rendición de cuentas toma conciencia de la gravedad de un hecho histórico, de una experiencia colectiva. La reflexión del escritor debe estimular la reflexión de todo un pueblo. Me parece que no es otra la tarea que tenemos hoy los escritores chilenos. Esta literatura de ajuste de cuentas exige del escritor una visión más rica del conjunto social y de los procesos históricos. No se trata del mero juicio moral de un artista que pontifica culpando a un pueblo o a una generación. Lo que se intenta es evidenciar los mecanismos que han conducido a la tragedia colectiva.

¿Y hay obras que asuman esta actitud de revisión histórica?
—Si, pienso que esto se nota en algunas importantes novelas de los últimos años. Casa de campo, por ejemplo, de Donoso, presenta un mundo social más rico, más completo que su novelística anterior. Hay que considerar, además, que muchos escritores chilenos están hoy enfrentados a un dilema muy serio. Es muy difícil escribir fuera de Chile si queremos escribir sobre nosotros mismos. Pero también es muy difícil escribir en Chile, puesto que no existen las condiciones mínimas que requiere el concentrado y largo proceso de creación de una obra literaria.

¿Qué le parece el tratamiento que se le ha dado al problema de los exiliados?
—Las entrevistas publicadas en Chile, donde se dialoga con los que han vuelto, pueden crear la imagen de que el exilio estaría terminando. Pero para resolver el problema del exilio no basta con abrir las puertas, y lo que pasa es que ni siquiera se han abierto. Muy pocos han sido autorizados y muchos no tienen las condiciones materiales mínimas para volver. Ha seguido operando el mismo criterio inhumano que impide la reunificación de la familia y del país, y aunque todos pudieran volver, habría que dar además otros pasos para hacer efectiva nuestra reincorporación plena a la sociedad de la cual fuimos tan violentamente excluidos.

 

 

 



 

 

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Por Manuel Alcides Jofré.
Publicado en revista Apsi: N°140, 3 a 9 de abril de 1984