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Borges: los ensayos y la crítica literaria

Por Carla Cordua
Publicado en Academia Chilena N° 76 (2003-2004)


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Muchas de las opiniones de Borges sobre las exigencias estéticas de la literatura le han sido atribuidas, luego, como si el escritor las hubiera sustentado como teorías capaces de dar cuenta del mundo y de las cosas prosaicas que lo pueblan. La primacía de los sueños sobre la realidad, por ejemplo, expresa la convicción del escritor que para efectos literarios, tanto poéticos como narrativos, los sueños son una fuente más inspiradora que la vigilia y la conciencia habitual de las situaciones cotidianas de la vida común. Es claro que lo son, pero sólo para efectos artísticos. Además, lo son, sin duda, para el autor que rechaza el realismo como manera literaria y favorece, en cambio, el modo fantástico como máximamente estimulador de la imaginación del lector. Se trata, dice el Borges de las narraciones, de entretener, de sorprender, de sugerir lo desconocido, de promover los más oscuros terrores que arranquen a las personas de sus hábitos mentales arraigados. Se trata, en la poesía, por otra parte, de conmover, de concertar las emociones mediante ritmos musicales que no importa que no signifiquen nada mientras cumplan con la función de armonizar el alma del que escucha y prestarle una intensidad inaudita.

Cuando Borges sostiene que descree de la realidad habla como autor de sus cuentos fantásticos. No enuncia una doctrina escéptica de aplicación universal.

Cuando le niega realidad al tiempo, declarándolo no ser si una ilusión subjetiva, sus afirmaciones sirven a la construcción de argumentos en los que necesita que dos acontecimientos simultáneos puedan ser combinados luego en el cuento de manera inverosímil para justificar coincidencias que le prestan un carácter mágico a los sucesos narrados. Lo mismo vale para su negación de la identidad personal: un hombre es todos los hombres y éstos, a su vez no son si no uno y el mismo, que muere muchas veces y renace como si fuera otros, no siéndolo.

Borges profesa una idea de arte que lo inclina, cuando actúa como artista, a favor de una afirmación de la irrealidad, de lo fantástico, de lo mágico y de lo falso, y a separarse de lo real, de la verdad, de lo cognoscible y comprensible.

Dice, por ejemplo: "Mejor que sea falso, es decir, que sea literario". Y también: "Son mejores aquellas fantasías puras que no buscan justificación o moralidad y parecen no tener otro fondo que un oscuro terror". El mundo es declarado infinito, indescifrable e inexplicable para que los efectos de la fantasía no se ven enturbiados o debilitados por las funciones prosaicas de la información y la transmisión de conocimientos. La voluntad de darles a los símbolos un carácter ambiguo cumple la función de hacerlos más sugerentes.

Borges dice de la literatura "La obra que perdura es siempre capaz de una infinita y plástica ambigüedad, es todo para todos, como el Apóstol; es un espejo que declara los rasgos del lector y es también un mapa del mundo. Ello debe ocurrir, además, de un modo evanescente y modesto, casi a despecho del autor; éste debe aparecer ignorante de todo simbolismo". Así es como la obra adquiere la calidad de una serié de apariencias inexplicables pero sorprendentes, que estimulan y divierten a sus lectores. El artista narrará lo inverosímil pero, pretendiendo que en ese caso, es la obra de la necesidad del destino. Este modo artístico contratara frontalmente con los supuestos y las convicciones vigentes en la obra crítica y erudita del mismo autor. Borges nunca explicó que a partir de sus convicciones sobre la naturaleza del arte literario era imposible desempeñarse como crítico y que la prosa exigía de él —y de ensayística cualquier otro autor— ese respecto a la realidad que él decía no tener.


LOS ENSAYOS Y LA CRITICA LITERARIA
"Toda la palabra presupone una experiencia compartida".

Las prosas no fantásticas de Borges, esto es, los ensayos, las reseñas de libros, la crítica literaria, las conferencias, los prólogos, las entrevistas y las conversaciones grabadas que fueron impresas luego, nos devuelven al mundo real; atrás quedan los territorios mágicos en que las noches son unánimes y las cosas entran en improbables conjunciones para colaborar con coincidencias inverosímiles. En buena medida desaparecen acá los sueños, el asombro de los espejos y los homicidios previsibles y sin consecuencias. El Universo de las imaginaciones podrá ser incomprensible, pero los autores que Borges conoce, los libros que lee y fielmente describe de manera instructiva para sus lectores, no lo son. El Borges ensayista habla de lo que sabe y conoce bien. Aunque también asombrosos, los vastos conocimientos literarios del escritor, sus idiomas, sus comparaciones de tradiciones diversas en la poesía y en las letras en general, pertenecen al mundo efectivo que habitamos y compartimos. A pesar de que dice "el mundo, desgraciadamente, es real" (Marco, 19; cf 32), Borges se expresa acerca de las letras extranjeras y, ocasionalmente, también sobre las propias, de manera directa, pedagógica y sencilla. En el medio de la obra prosaica todo es claro, unívoco, y el propósito de la escritura es abiertamente comunicativo, nada artimañoso. Lo que resulta es un discurso cuidadosamente detallado, rico, con la espesura y el carácter inagotable de lo real. Esto no es compatible con la siguiente declaración de Borges sobre sus hábitos: "Cuando escribo intento ser leal a los sueños y no a las circunstancias. Evidentemente, en mis relatos (la gente me dice que debo hablar de ellos) hay circunstancias verdaderas, pero, por alguna razón he creído que esas circunstancias deben siempre contarse con cierta dosis de mentira. No hay placer en tomar una historia como sucedió realmente" (APoética, 138-139).

En contraste con los ensayos, sentimos que las ficciones, señaladas por una extrema condensación de argumentos, por la avara información sobre las situaciones, el carácter esquemático de los personajes, certifican la relativa pobreza de la facultad humana de imaginar. Siendo Borges una persona extraordinariamente dotada de fantasía, no puede, sin embargo, torcerle la manera de ser a la imaginación como tal, que, al independizarse de las cosas como son, se priva de la observación y de la experiencia, que son las verdaderas fuentes de la presencia efectiva tanto de los contenidos literarios como de la diversidad del mundo. En los ensayos, Borges argumenta convincentemente y explaya su amplio y profundo saber literario; es fácil dejarse informar y persuadir por él. Siendo un escritor que rechaza adornar la prosa mediante recursos obvios y manidos, alguien que evita el énfasis injustificado y prefiere valerse de las palabras de todos los días en vez de las raras, o de las términos técnicos, su escritura es, sin embargo, notoriamente retórica, en el mejor sentido de la palabra. En los escritos prosaicos a los que nos referimos ahora, está lejos de deponer todos los recursos desarrollados mediante ejercicios de la fantasía y la versificación.

Resulta perfectamente comprensible, por otra parte, que, aunque moderados, los 'atroces', los 'mágicos' y los disgustos, transformados en cosas que 'no han regocijado con exceso a ciertas personas', emerjan ahora, un poquito fuera de contexto, a propósito de cuestiones perfectamente prosaicas. En este terreno, endeudado, en el caso de Borges, con el estudio, con el saber y con la experiencia repetida y madura de los temas a menudo revisitados, aparecen los fueros de la diferencia entre la verdad y el error. Y su importancia. Una cosa son los gustos personales del autor, otra sus prácticas como escritor. Es obvio que, después de haber llegado a ser famoso, a Borges le gustaba su papel de hombre ultraprivado. Dice, por ejemplo: "Recuerdo que Helena Udaondo me dijo que vendría Chesterton, que ella iba a recibirlo en su casa y que iba a invitarme. Yo me sentí triste, porque pensé: '¡Qué lástima que Chesterton, a quien yo veo como un hombre mágico, esté aquí en Buenos Aires, conozca a personas que yo conozco y forme parte de esta vida nuestra! ¡Ojalá que no venga!'. Y efectivamente, no vino y se mantuvo en su condición mágica de un hombre que vivía en un Londres mágico"[1]. Es, tal vez, acertado que el hacedor, esto es el poeta, como lo mentaban los griegos, practique la indiferencia sobre lo que separa a lo real de lo irreal que Borges le atribuye: "En los mercados populosos o al pie de una montaña de cumbre incierta, en la que bien podía haber santas, había escuchado complicadas historias, que recibió como recibía la realidad, sin indagar si eran verdaderas o falsas" (0C II, 159). Pero esa indiferencia no puede ser recomendada a todos para toda circunstancia. Los asuntos de los ensayos, estrechamente ligados con el escrutinio critico, con la ponderación de opiniones ajenas, requieren una cuidadosa discriminación entre lo que se deja, responsablemente, aseverar y lo que precisa ser negado.

Borges dice sus verdades, que son más que meras convicciones personales, sobre Lugones y Martínez Estrada, dos argentinos a los que respeta y critica, a la vez y, también sobre el arte en general: "Lugones. (...) crítico más adicto a la intimidación que a la persuasión, ha simplificado hasta lo monstruoso nuestros debates literarios. Ha postulado una diferencia moral entre el recurso de marcar las pausas con rimas, y el de omitir ese artificio. Ha decretado luz a quienes ejercen la rima, sombra y perdición a los otros. Peor aún: ha impuesto esa ilusoria simplificación a sus contenedores, quorum pars parva fui. Éstos, lejos de repudiar ese maniqueísmo auditivo, lo han adoptado con fervor, invirtiéndolo. Niegan el dogma de la justificación por la rima y aun por el asonante, para instaurar el de la justificación por el caos. De ahí la conveniencia de repetir, en nuestro Buenos Aires, que el hecho de rimar o de no rimar, no agota, acaso, la definición de un poeta" (0C IV, 72). "Como todo poeta inteligente, Ezequiel Martínez Estrada es un buen prosista -verdad cuya recíproca es falsa y que no atañe a los misteriosos poetas que pueden prescindir de la inteligencia" (Textos rec 73). "Es una insípida y notoria verdad que el arte no debe estar al servicio de la política. Hablar de arte social es como hablar de geometría vegetariana u de artillería liberal o de repostería endecasílaba" (textos rec 343).

Lo que encontramos en los escritos de Borges, en cambio, es una reflexión sobre el contraste tajante entre realidad y fantasía, entre ficción e información, entre imaginación individual creativa y vida social compartida, entre lo cotidiano y lo mágico, entre el sueño y la vigilia, entre imaginación y verdad. Borges vive toda su vida y compone sus obras tolerando sin protesta la idea de que su persona, su existencia y su mente están repartidas en términos de tal oposición o contrariedad. Como todo el mundo, tiene que pasar cotidianamente de uno al otro lado de la división, y de vuelta. Incluso como autor va y viene entre ellas; en cuanto escritor de poemas y cuentos, concibe sus propias obras como disimulados artificios para entretener a sus lectores, representándoles diversas formas de irrealidad. En cuanto ensayista y conocedor de autores y libros, escribe, para informar e instruir, sobre lo que sabe y piensa. Dice, sin embargo: "Desde el punto de vista de la razón (de la mera razón que no debe entrometerse en las artes) el ferviente pasaje que he traducido es indefendible" (0C II, 60; cf. 76). Demasiadas cosas quedan fuera de esta razón racionalista que obliga a Borges a separar al arte e incluso a la inteligencia crítica, de ella.

En muchas lenguas varias personas, en épocas diferentes, han cuestionado esta visión esquizofrénica de la vida y el pensamiento humano. Sus argumentos son claros e irrefutables. Dicen, por ejemplo, que los sueños y sus contenidos pertenecen a la vigilia como una variante peculiar de la misma; por eso podemos contarlos y comentarlos cuando estamos despiertos y reconocerlos como lo que son, esto es, sueños. También, que la imaginación no contraría a la inteligencia de la realidad, sino que, más bien, la sirve, anticipándose a ella en cierta direcciones, lo que nos permite, digamos, prever el sentido de las cosas y ciertos caracteres generales de la experiencia. Pero no es lo mismo aceptar que hay una diferencia entre realidad y fantasía, que dejarse cegar por esa diferencia para las relaciones que tienen entre sí. No hay ninguna justificación para postular una contrariedad y exclusión mutua entre ellas. Ya que si hacemos esto último, resulta que el arte es, en verdad, invención gratuita, injustificable arbitrariedad, falsedad. Cosa errónea a todas luces. ¿No lo sabía Borges? ¿Cómo puede ser? ¿Es la suya una concepción fatal, algo que se hereda con la lengua y que por esa razón funciona por sí sola y resulta difícil de considerar objetivamente?

De Borges en prosa hay que decir cosas tan excelentes que parece imposible atribuirle consecuencias absurdas a algunas de sus opiniones. Como crítico literario, no hay, en Español, otro tan refinado, a la vez generoso y exigente, inteligente y elegante, sincero e implacable. Solía burlarse desdeñosamente de los críticos, especialmente cuando era provocado por periodistas que sabían de antemano que recurriendo a esta tecla era fácil obtener un resultado populachero de alguien que no acostumbraba a transitar por esta vía.

En una entrevista con E. Calad y M.T. Rocha, interrogado sobre ciertas interpretaciones críticas de su obra, dice: "Escribo una historia; me parece más bien pobre; entonces viene la crítica general y la convierte es una historia muy rica. El crítico opera con connotaciones, explicaciones; dice que tal o cual escena es un símbolo de algo diferente (...) Pero cuando yo escribo, lo hago realmente en términos del cuento, especialmente en relación con el argumento y los caracteres, pero no pienso en ellos como siendo, digamos, símbolos del universo o significando la evolución de la humanidad, o mis ideas sobre la utopía". Pero, característico de Borges, inmediatamente se corrige y reconoce el derecho de los críticos como lectores. "Después de todo, supongo que un libro es lo que resulta de la lectura. Cuando un libro está cerrado no es más que una cosa entre las cosas (...). Pero cuando alguien lo está leyendo, entonces está ocurriendo algo, y ese suceso es ciertamente el libro y no los meros símbolos en la página, pues eso no es sino su impresión".[2]

Comentando a Cervantes expresa su convicción de que la crítica literaria sirve, de alguna manera, a la verdad, que aspira a dar con ella, que así es como alcanza su grado máximo. "Es verosímil que estas observaciones hayan sido enunciadas alguna vez, quizá muchas veces: la discusión de su novedad me interesa menos que la de su posible verdad" (OC II, 45; cf. 112). Además de la posibilidad de la verdad y la verosimilitud, le resulta aceptable la mezcla de la verdad con el error: "No me sorprendería que mi historia de la leyenda fuera legendaria, hecha de verdad sustancial y de errores accidentales". (OC II, 121; cf. 159). Como quiera que Borges pensara al respecto, nunca se estableció en una convicción firme acerca de la verdad. Estudiando el procedimiento literario de libros que tratan de libros, como el Quijote, o de dramas en los que se representa teatralmente el asesinato del rey dentro de la obra, como ocurre en Hamlet, o, también, la narración de la noche DCII de Las Mil y Una Noches, en la que el rey escucha, no un cuento que lo distraiga de sus propósitos, sino su propia historia, recuerda Borges una metáfora de Schopenhauer que sugiere un modo de encontrar la identidad de los contrarios, en este caso, la identidad de la vigilia y los sueños. Pero no sabemos si el maestro, al que Borges agradece haberle enseñado tantas cosas, logró persuadirlo con la siguiente metáfora: "Arturo Schopenhauer escribió que los sueños y la vigilia eran hojas de un mismo libro y que leerlas en orden era vivir, y hojearlas, soñar. Cuadros dentro de cuadros, libros que desdoblan otros libros, nos ayudan a intuir esa identidad" (OV IV, 435).

 

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Notas

[1] María Esther Vásques, Borges, sus días y su tiempo. Buenos Aires, Javier Vergara, 1984, 309; cf 310, 314.
[2] Citado en nota por María Luisa Bastos, "Literalidad y Trasposición: 'Las repercusiones incalculables de lo Verbal'", en Revista Iberoamericana, Nos 100 - 101, Julio - Diciembre de 1977, pp. 535 - 547. La traducción del inglés de la cita de Borges es mía.



 

 

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