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La Señorita Lara, soledad y fatalidad en el espacio urbano

Anahí Troncoso Araya
Estudiante Magíster en Literatura, Universidad de Chile
Becaria CONICYT
anahi.magdalena@gmail.com

 


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Resumen:
El propósito de esta investigación es analizar la obra póstuma La señorita Lara (2001) de Carlos Droguett, tanto desde el proyecto poético del autor, como desde la temática de la soledad y la idea de cronotopo que aborda esta breve novela.

La propuesta es atender a la temática de la soledad como una problemática transversal en los personajes de esta obra (y transversal a la obra de Droguett), la cual se presenta como cuestionamiento existencial y como sino irremediable. Al mismo tiempo, se pretende desarrollar la idea de cronotopo en la novela, atendiendo la relevancia que éste tiene para la configuración y proyección de los personajes principales: Carlos y María Inés Lara.

En este sentido, podremos observar que tanto la temporalidad caótica como el espacio urbano de la época, son capaces de representar el sentir de Carlos y la identidad de María Inés Lara. La escritura funciona como catarsis del recuerdo para Carlos y el tiempo representado en la novela es tan intenso como sus escritos. Asimismo, el espacio urbano funciona como expresión de la imagen que Carlos recuerda de la señorita Lara, estableciendo en más de una ocasión una relación indisoluble entre el espacio y la identidad de esta mujer.

La Señorita Lara, soledad y fatalidad en el espacio urbano

Al hablar de Carlos Droguett, muchos críticos lo sitúan dentro de la Generación del 38’. Sin intenciones de traer las discusiones generacionales o de enfrascar la literatura de Droguett en aspectos delimitados por una corriente, es interesante considerar este dato. La amplia discusión sobre esta generación ha logrado establecer ciertos criterios comunes, como por ejemplo, la idea de que existe una nueva forma de escribir que rompe con el criollismo anterior, manifestándose principalmente en que la Generación del 38’ [1] deja de ver la realidad de manera determinista y no toma los elementos de ésta por ser “pintorescos” o por aportar cierto “exotismo”, sino más bien, concibe la realidad como base de creación y la desarrolla comprometiéndose con ella para transformarla, dando cuenta, en más de una ocasión, del violento e injusto sistema en el que vivimos.

Asimismo, otra importante característica de esta generación es la conciencia creadora y estética que tienen los escritores, la cual plasman en sus personajes y novelas. Para Droguett, el cuestionamiento sobre la escritura será un tema que le obsesionará y en La señorita Lara, podremos verlo constantemente.

Ahora bien, pertenecer o no a esta u otra generación nunca fue un tema relevante para Droguett, fue un crítico de la organización generacional ya que, para él, la fecha de nacimiento no puede convertirse en una determinante estética o creativa. Droguett “niega haber colaborado con su generación (...) porque no cree en las escuelas literarias y le repugna convertir el acto creativo en concursos de popularidad” (Lomelí, 25). La conciencia creadora de Droguett le impide limitarse y adherirse a lo que una corriente o grupo popular realice. Más aún, verá el compromiso social de tal forma que reprochará la escritura panfletaria, planteando que la historia social y política, la historia de la sangre “nadie nunca la quiso recoger, sólo hicieron gestos con ella, gestos de panfleto que insulta, gestos de sentido político, gestos de novelón entregado” (Droguett, Los asesinados… 12). Su escritura irá más allá de esta idea generacional, ya que cuenta con un proyecto literario que trasciende la idea de pertenencia a un grupo, estableciendo una propuesta libre, novedosa y profundamente comprometida, en la que recoger la sangre será una tarea principal.

De esta manera, el compromiso de Carlos Droguett con la historia no es populista, superficial ni meramente estético. Se interesa en rescatar aquello que la historia o la misma literatura ha dejado atrás, acallado por el relato oficial o por las grandes obras del canon. La propuesta es rescatar la historia de Chile, centrándose en la sangre que corre con y por la violencia de los seres humanos, esa sangre que habita todo nuestro país y que configura “lo nuestro verdadero” (Droguett, 11). En este sentido, no es que Droguett quiera hacer un recuerdo historiográfico de la violencia de nuestro país, sino que su denuncia le permite crear a través de la historia, transformar su presente, remover el silencio. Por lo tanto, lo importante será “poner la verdad, poner la pasión, poner amor en lo que se escribe” (Fernández, 1971) para desarrollar así una obra que de cuenta de esta sangre, una obra que trabaje la memoria (Jelin, 2002) y permita reconstruir nuestra identidad, considerando que sólo recogiendo nuestra sangre derramada, podremos transformar nuestra historia y reconfigurarnos como sociedad. Es por esto que Droguett escribe, por esto Droguett recoge, ya que “la sangre fué siempre firme cimiento para duraderos edificios, la sangre es precioso suelo que fructifica construcciones” (Droguett, 15) y sólo a partir de ella podemos recrearnos como país y como sujetos.

La obra La señorita Lara también se inscribe en esta escritura de la sangre, sin embargo, su punto de partida no será un gran suceso histórico, sino más bien se trata de una historia más particular, en la cual la violencia se despliega de manera íntima. Los personajes de esta obra pueden ser entendidos como el resultado de toda esa violencia histórica: María Inés Lara, Albónico, Padilla, hasta el mismo Carlos, son personajes con falencias y dolores que se vinculan fuertemente con la historia de un país constantemente abatido, con una sociedad que ve sus bases comunitarias en constante tensión. De esta manera, la violencia, la soledad y la destrucción serán temas que marcarán sus vidas e historias.

Otro elemento significativo será el escenario utilizado en esta historia: la ciudad de Santiago de Chile, aproximadamente en los años 30’. El espacio urbano representado adquiere gran importancia, ya que este presentará una nueva forma de violencia, distinta, por ejemplo, a la vivida en los años de la Colonia, que emanará una nueva sangre.

Ante esto, el cronotopo (Bajtin, 1938) que se presenta en esta novela cuenta con más de una particularidad. En primer lugar, debemos considerar que el espacio en el cual se ubica la novela corresponde a esta urbe que comienza a dar cuenta del impacto y el avance de la modernidad, que es Santiago de Chile en los años 30 y, al mismo tiempo, es necesario considerar que la temporalidad en esta obra es difusa. La narración de la novela, hecha a través del personaje masculino principal Carlos, fluye por el método de “corriente de la consciencia”, presentándonos una historia que varía en tiempos y espacios, sin seguir una línea cronológico-causal, permitiéndonos adentrarnos con dificultad a la vida de este joven estudiante y su historia con María Inés Lara. El tiempo y el espacio son convulsionados, al igual que la fugaz relación entre los protagonistas. La escritura del recuerdo de esta relación, que se caracteriza por la pasión y la destrucción, será una especie de catarsis para Carlos. De esta manera, vemos que para él, desde el primer momento que se topa con María Inés, la temporalidad se verá alterada:

Cuando aquella noche de mi primera jornada de clases, me enfrenté al gran patio y la divisé sola paseando bajo las nubes cargadas de lluvia, o tal vez de un poco de brisa primaveral (...) sí, cuando la divisé caminando pausado como una profesora en espera de su desgracia, quizás como una empleada de ferrocarril o de telégrafo por cuyos oídos pasan ruidos de trenes y de telegramas (Droguett, La señorita… 7)

Esta observación que cautiva a Carlos da cuenta de un tiempo indefinido (“bajo las nubes cargadas de lluvia, o tal vez de un poco de brisa primaveral”) y de un interés y atracción profunda, ya que la mirada de Carlos se enfocará sólo en ella en ese gran patio.

Al mismo tiempo, esta primera descripción que Carlos realiza de María Inés nos presenta dos características significativas. Por un lado, esta mujer no se describe como una delicada dama, sino más bien se representa como una mujer trabajadora, podría ser una profesora o una empleada de ferrocarriles. En este sentido, la modernidad se vería reflejada en su apariencia. Por otro lado, esta mujer pareciera estar a la “espera de su desgracia”, carácter fatal que se anuncia en las primeras páginas de la breve novela.

La obra nos presenta una relación amorosa entre María Inés Lara y Carlos, en donde ella ejercerá un importante rol de seducción. Sin embargo, este carácter seductor no sólo se representará en esta relación, sino que también se presentará entre María Inés y Albónico, un personaje perturbado y del cual tenemos poca información. Hay, por lo tanto, ciertas características que podrían hacernos pensar en la representación de una femme fatale, ya que la seducción se vincula constantemente con un aspecto destructivo. Sin embargo, María Inés Lara será mucho más que eso.

La seducción de Lara es una búsqueda por satisfacer su propio desamparo. Cuando María Inés se acuesta con Carlos y llega Albónico, se produce una escena patética en la que ella los humilla a ambos y, al mismo tiempo, se plantea a sí misma como objeto contradictorio: “de oc o de oil es mi lengua querida, adorada, deseada, odiada al mismo tiempo por ti y por Albónico” (Droguett, 39). La misma atracción que desencadena en estos hombres provocará el rechazo de ellos. Ella transitará en la contradicción y se caracterizará por la violencia. De esta manera, en La señorita Lara “se aprende de la sangre derramada desde una perspectiva psicológica” (Smith, 8), ya que aquí habrá un rescate de la sangre personal e íntimo. Entonces, la violencia se canalizará en este relato amoroso/tormentoso, producto de una conciencia existencial que superará a los personajes.

Esta problemática existencial y personal se dará en un contexto urbano, coherente con el hecho de que la ciudad conlleva nuevas formas de ver al sujeto y su existencia. Por esto, entendemos que

la formación o aprendizaje del sujeto, la realización o des-realización de la consciencia, pasan a ser, en el espacio-tiempo urbano, categorías que adquieren un nuevo sentido, un significado profundo que la crisis o cuestionamiento de la Modernidad sacan a luz (Cisternas)

La ciudad genera un nuevo estilo de vida, el crecimiento demográfico significó estar siempre rodeado por otro, sin embargo, la masa humana sólo trajo más soledad. Así, la existencia de masas es entendida como una no-existencia, en donde el hombre o la mujer pueden vivir bajo el anonimato, lo cual les entrega una mayor libertad y, al mismo tiempo, una mayor soledad.

Pero esta soledad se aborda de diferentes formas. En La señorita Lara, los personajes se relacionan a partir de esta soledad, ya que Carlos y María Inés compartían “Una soledad relativa, por lo demás, la soledad provisoria y detenida de los veinte años” (Droguett, 5), y eso es lo primero que los reúne. Esta misma soledad es la que, además, los configura como seres marginales, ya que en la intención de abstraerse de la masa para así poder convertirse en seres autónomos, en seres existentes, se aíslan socialmente. En un segundo nivel, Padilla y Albónico también se presentan como seres marginales y desolados, pero su marginalidad se vislumbra en su estrecha relación con el vino y las cantinas. Estos cuatro personajes cuentan con características diametralmente distintas, sin embargo, la soledad es la carga que todos llevan, son personajes en crisis. Carlos ve a Padilla, después de que éste realiza su exaltado cuestionamiento existencial, como un hombre “enteramente solo en el mundo, enteramente abandonado en su ropa vieja” (17). El cuestionamiento del sentido de la vida adquiere un nuevo matiz en la ciudad, resaltando la angustia de la soledad:

la calle Bandera estaba silenciosa, con sus cantidades de bancos comerciales cerrados, con las oficinas de sus compañías de seguro apagadas, con los letreros de los abogados, de los dentistas, de los médicos, de los corredores de frutos del país y de animales de raza para regar las nobles tierras de Melipilla, estaba adormecida, anestesiada la calle Bandera (49)

la ciudad expresa esta aflicción que Carlos siente mientras camina por Santiago en horas de la noche. Es una ciudad, una calle llena de tiendas u oficinas, pero esos espacios no tienen vida. En ese mismo deambular, Carlos expresa:

me sentía enfermo, me sentía hastiado, me sentía de cincuenta y ocho años y siete días, nacido en la madrugada de un mes de octubre friolento y caluroso, pesado en ese barrio de la plazuela de San Isidro que había transitado durante todos estos largos años de mi adolescencia (50)

el ambiente, el calor, el frío, todo se conjuga con este sentir enfermizo de Carlos. De cierta forma, Carlos lee en la ciudad su propio sentir, sus espacios comunes se transforman rápidamente en lugares insoportables, provocando que, finalmente, el espacio sea otra forma de construir la soledad.

Sin embargo, en la novela se presentaría una salida para Carlos ante esta soledad. Se establecerá la escritura como única forma de contrarrestar la soledad, escritura que se convertirá en su más preciada e íntima compañía:

¿Era verdad que no se hacía presente con palabras? ¿Qué tenía yo fuera de eso? Ellas eran toda mi compañía, mis motivos para estar vivo, mis motivos para querer seguir vivo dentro de los próximos cincuenta años, hasta ser periodista como la señorita Lara quería ser profesora de francés y para ser lo uno y lo otro necesitábamos palabras (23)

Las palabras y la escritura son la única vía de escape ante la angustiante soledad. Carlos realiza un verdadero manifiesto al expresar que su única razón para vivir son las palabras, serán su obsesión (al igual que Carlos, el autor) y a través de ellas podrá expresar el mundo, recordar la historia.

Desde otra vereda, sin embargo, se encuentra María Inés. La soledad también la agobia y acosa, sin embargo, para ella no habrá manera de contrarrestarla, no hay palabras que la salven. Quienes la rodean sólo agudizan esta soledad, llevándola finalmente a obsesionarse por el suicidio. Sin embargo, la desgracia de su entorno le hará sentido en algún momento, reafirmándose a sí misma que ella sí podrá salir de esa angustia:

 [Padilla] ha dejado bien dibujada la historia de su soledad (…) finalmente, él no se suicidará si no lo obligamos a ello, si no lo empujamos, y qué fácil sería empujarlo y obtener ese resultado, pero me gustan, Carlos, esas historias depresivas que levantan el ánimo, le estoy agradecida pues me siento entusiasmada aunque no se note; sí, estoy segura de la vida (21-22).

Después de oír la desalentadora clase de Padilla, María Inés Lara se siente animada, ya que para ella Padilla no tiene el coraje para realizar el acto suicida. Ve que en ellos, además, está el poder de empujarlo hacia el abismo, estableciendo que el acto suicida y la simple decisión de cometerlo, se constituya como una salida que sólo algunos –pocos- serían capaces de tomar. Estaría en ella, por lo tanto, la decisión.

Por otro lado, la señorita Lara será descrita por Carlos, en más de una ocasión, como una extensión del espacio urbano:

Me sonreí sin mirarla, sintiendo su olor de ciudad, de calles abiertas, de jardines. Has estado en el cerro Santa Lucía o has caminado por el Parque Forestal, le dije, te trajiste algunas formas de perfume y hasta creo que estás de color verde, pero no en tus manos (27)

Carlos ve en ella esta ciudad, sus cerros, parques, sus olores e incluso sus colores. Considerando que esta descripción que realiza Carlos es de uno de sus primeros encuentros, el relacionarla con espacios abiertos, agradables y naturales tiene sentido en cuanto esta relación aún no se ha transformado en dolor. Sin embargo, el rasgo de esta fatalidad se presenta como un pequeño guiño, cuando Carlos nota que esos colores, que esos perfumes, no se transmiten a sus manos. Las manos serán la parte del cuerpo que no puede unirse a esta imagen armoniosa que Carlos describe inicialmente. Elemento fundamental si consideramos que la mano, simbólicamente es según Schneider, "manifestación corporal del estado interior del ser humano, puesto que indica la actitud del espíritu cuando éste no se manifiesta por la vía acústica (gesto)” (Cit. en Pérez-Rioja, 286), en este sentido, las manos de la señorita Lara dejan entrever un “estado interior” alterado, el cual no puede (ni podrá) estabilizarse. Esta no será la primera ni última vez que Carlos hablará de las manos de María Inés, en las primeras páginas de esta historia señala que “ella tenía las manos ásperas, como si fueran de tejido áspero, de tierra, de madera, como si no fueran, y al mirarlas lo eran, las jóvenes manos de una muchachita de diecisiete” (Droguett, 10), sus manos no concuerdan con su imagen de mujer joven, no concuerdan con la representación de una delicada muchachita, son manos que se vinculan con un interior desequilibrado y que nunca han podido ocultar ese interior.

Asimismo, cuando Carlos y María Inés se acuesten por primera vez, la descripción que Carlos hace sobre la señorita Lara la pondrá nuevamente en relación con la ciudad:

cuando pegó el grito se tendió de espaldas y echó un poco de lágrimas y se quedó quieta, agarrada a mí, hundiéndome las uñas para trepar por ellas, la sentí transpirada, hundiéndose por los ojos, yéndose por la noche que pasaba ahí al lado afuera de la ventana, trepada en las victorias, en los taxis, en los autobuses, en el tranvía que iba dando vueltas y del que se bajaba chillando un borracho (34)

María Inés y la ciudad se funden. En primer lugar, su imagen se escapa por una ventana para transportarse a otro lugar, a otro tiempo: victorias, taxis, autobuses. En segundo lugar, la imagen del tranvía con el borracho, cierra una descripción en la que ya no se nos presenta una señorita Lara con perfume natural. En este momento la presencia, el cuerpo de María Inés provoca en Carlos la asociación con un borracho, con un marginado que busca la enajenación (o la compañía) a través del alcohol. Es una caída, en este momento Carlos no sólo es capaz de apreciar la inocencia de María Inés Lara, sino también la perdición que en ella se encuentra. Tanto la ciudad como los sujetos que la habitan se funden en la imagen que Carlos construye de la señorita Lara, haciendo nuevamente de la ciudad una proyección de su sentir.

Bajo esta misma línea, cuando Carlos relata el recuerdo del momento en que se llevan a María Inés de su casa después de su fallido intento de suicidio, la ciudad se vuelve a hacer presente como símil del sentir de los hablantes. Carlos recuerda:

antenoche, cuando estábamos los dos escuchando el ruido del tranvía Bellavista que daba la vuelta en dirección a la ciudad, el ruido de nuestros corazones que daba vueltas hacia nosotros para buscarnos y no encontrarnos, parecía que nuestra sangre, nuestro pulso, nuestras ansias, nuestros cansancios pasaban por la vereda de la calle hacia la oscuridad, hacia las luces del teatro Atenas en la esquina de la calle Maestranza (56-57)

Esta imagen intensa, en la cual el latir de los corazones se metaforiza en una especie de escape por la ciudad, refleja la fugacidad y pasión que tuvo la relación entre Carlos y María Inés, relación que aquí tiene su quiebre final, definitivo, ya que María Inés Lara intentó suicidarse. Esta será la última vez que Carlos verá, conscientemente, a la señorita Lara antes del desenlace de la novela.

Después de ese recuerdo final, Carlos nos presentará un nuevo presente, aquel que ya no comparte con la señorita Lara, en el cual él “era un desamparado, por eso había decidido casarme dentro de algunas semanas” (70). Decide aceptar la invitación de una vieja amiga de la universidad (que coincidentemente se llama Inés) y se embarca en un pequeño viaje:

Me bajé del autobús y caminé por la sombreada avenida del campo, la ciudad quedaba muy lejos, había ahí otros ruidos, silvestres, verdes, aireados, lleno de vientos y de nubes, era un barrio de grandes casas quintas a las cuales aún no llegaba la civilización, las calles (65)

Carlos llega a este espacio rural y es aquí donde se produce el último encuentro (y desencuentro) con la señorita Lara. Carlos entra a esta casa y ve a la empleada del hogar de su amiga, una mujer que tenía su “cuerpo algo inclinado, agachado en su trabajo, agachado en una probable enfermedad” (71) era un cuerpo en el cual Carlos repara de la siguiente forma:

me traía un cuerpo, un recuerdo que no me puso nervioso sino que sólo me hizo coincidir, la cabeza era la misma, el pelo, tapado coquetamente con un pañuelito de seda a cuadros, era el mismo, esa forma de cuello antiguamente orgulloso, ese modo un poco despectivo con el brazo que trapeaba y pulía la entrada manejaba su quehacer (71)

Carlos comienza a descifrar que ese cuerpo probablemente enfermo es el cuerpo de alguien que conoció. La nueva imagen de la señorita Lara es ahora lastimosa, sin embargo, aún quedan vestigios de su manera orgullosa y altanera de ser. El cuello torcido y su situación laboral dan cuenta de proyectos frustrados. No se transformó en profesora de francés, tampoco realizó sus viajes por el mundo. Ahora es la empleada de Inés y de sus sueños no se vislumbra nada.

El espacio ha cambiado y también lo ha hecho la señorita Lara. Esta nueva imagen abrirá múltiples cuestionamientos para Carlos, con los que cerrará este intenso relato:

y ¿Por qué entonces lo hizo? ¿Y por qué ahora no lo hizo? Oh, Dios, ¿Cómo ha podido soportar? (…) ¿Por qué entonces, cuando eras joven? ¿Por qué no ahora que ya no eres y que sabes que ya no eres? (77)

Carlos no puede comprender por qué María Inés Lara intentó suicidarse cuando tenía una vida, cuando contaba con proyectos futuros, pero ahora que su vida se redujo a esta quinta, sigue viviendo. La posible respuesta que podríamos darle a Carlos es que María Inés siempre estuvo huyendo, escapando de sí misma, siendo ese presente ni más ni menos que antes. Su cuello torcido, producto de su fallido intento de suicidio, representa el acto de autodestrucción más extremo posible, su mayor frustración, impidiéndole encontrar paz en ella misma. María Inés Lara ya no es la señorita Lara, es otra, es la mujer que tuvo el coraje, pero fracasó de todas maneras. No existe, por tanto, ninguna salida, no hay solución para su soledad, para su agobio.

De esta manera, esta otra María Inés, que no tiene posibilidades de ser, de equilibrarse, sólo puede vivir en este otro espacio, en el espacio no civilizado, porque ya no hay cuestionamiento, no hay agobio. No hay posibilidad de fusión entre la ciudad y ella, porque ella ya no es la misma de antes.

 

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[1] Considerando los análisis de Volodia Teitelboim, Francisco Lomelí, Grínor Rojo, entre otros, creo que esta denominación es pertinente (en vez de usar las denominaciones de Generación neocriollista o de 1940, como señala Ricardo Latcham, o la Generación de 1942 o neorrealista, según Cedomil Goic), fundamentalmente por lo que el año 1938 significó para la historia de Chile (triunfo del Frente Popular, expresión de la unión de la clase media y el mundo proletario), marcándose un referente histórico-político que impulsará una literatura comprometida socialmente, que ya no busca reproducir la realidad, sino escribir para transformarla.

 

Bibliografía

- Bajtín, Mijaíl. “El cronotopo”. Teoría de la novela: Antología de textos del siglo XX. Enric Sullà editor. Barcelona: Crítica, 2001.
- Cisternas, Cristián. Imagen de la ciudad en la literatura hispanoamericana y chilena contemporánea. Tesis Doctoral. Universidad de Chile. Santiago, 2006. http://www.cybertesis.cl/tesis/uchile/2006/cisternas_c/html/index-frames.html.
- Droguett, Carlos. La señorita Lara. Santiago: LOM, 2001.
___________________. “Explicación de esta sangre”. Los asesinados del seguro obrero, Santiago: Editorial Ercilla, 1940.
- Fernández Braso, Miguel. “Sincero y polémico: Carlos Droguett”. Entrevista. 10 de febrero de 1971. http://www2.mshs.univ-poitiers.fr/crla/contenidos/Droguett/IMAGES/BIAJ38_0001.jpg. Recuperado 06 de noviembre de 2013.
- Jelin, Elizabeth. Los trabajos de la memoria. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2002.
- Lomelí, Francisco. La novelística de Carlos Droguett. Poética de la obsesión y el martirio. Madrid: Playor, 1983.
- Pérez-Rioja, José Antonio. Diccionario de símbolos y mitos: las ciencias y las artes en su expresión figurada. Madrid: Tecnos, 1988.
- Smith, Marjorie. María Inés Lara: la femme fatale drogueciana. Tesis Licenciatura en Lengua y Literatura Hispánica. Universidad de Chile. Santiago, 2002.



 



 

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"La Señorita Lara", de Carlos Droguett, soledad y fatalidad en el espacio urbano.
Por Anahí Troncoso Araya