CARLOS CERDA
 
 


HISTORIA DEL FÜHRER

de Primer Tiempo

 

..El Führer de esta historia es una figura imaginaria.
Lo único real es nuestro miedo.

.......... -¡Viene el Führer! El anuncio recorre las filas como una descarga eléctrica, silencia de golpe el murmullo, impone un orden instantáneo, arrasa con las últimas risas del recreo. En el patio norte del medio pupilaje hay ahora un silencio de muerte, una rigidez marcial envuelta en la neblina espesa. Frente a las salas del primer piso, los cursos inferiores; arriba, donde el silencio es más tenso pues los corredores con piso de tabla pueden hacer un ruido indeseado, los más grandes. El Führer camina hacia el centro del patio como si los cursos no existieran. Para él ese silencio es tan natural como la neblina; es su propio elemento. Tiene las manos tomadas en la espalda y avanza mirando el suelo. Su abrigo marengo, cruzado, tiene algo militar. Todos siguen sólo de reojo el camino idéntico del Führer, pues la orden es formar las filas guardando la distancia -un brazo extendido- y mirando la nuca del compañero.
.......... También los inspectores tienen miedo. Se nota en la forma como miran a los alumnos, en una especie de complicidad que en ese momento los une. El Führer se detiene en el centro del patio, su mirada recorre las filas lentamente, husmea, busca, y los alumnos saben que una enorme ruleta se ha puesto en movimiento, que alguien va a ser llamado y todos tratan entonces de que su silencio sea el más perfecto, el más absoluto, todos tratan de simular que no existen, sueñan con ser transparentes.
.......... -Ese jovencito ahí arriba -la voz del Führer debería sonar cómica a causa de las mil imitaciones que de ella se escuchan todo el día, pero allí no hay lugar para la risa. Todos los que están formados arriba se sienten señalados por el dedo del Führer, durante un segundo los alientos quedan en suspenso y cuando un inspector se acerca a un alumno colorín y pecoso del quinto año, lo toma del brazo para separarlo de la fila y le indica que camine hacia la escalera, que baje, que se acerque al Führer, hay una recuperación simultánea del ánimo, un resuello gigantesco, un suspiro de alivio que no se escucha pero se adivina, se presiente, se delata en lo que ahora por fin son sonrisas contenidas, miradas de complicidad, ojos sin miedo.
.......... El alumno camina hacia el centro del patio. Una bufanda verde enrollada en el cuello acentúa la palidez de su semblante. Cuando está frente al Führer baja la cabeza, espera, presiente la guillotina, el filo helado de la hoja penetrando su cuello. El Führer estira un brazo con lentitud, en un gesto que puede parecer cariñoso; toma la punta de la bufanda, la desenrolla con la misma lentitud, deja el cuello del alumno al descubierto, la camisa blanca sin la corbata. Dobla cuidadosamente la bufanda, se la entrega, el alumno la toma con miedo, el Führer levanta ahora la cabeza del muchacho tomándolo de la barbilla y entonces la cachetada resuena como un latigazo, la sienten todos en su cara porque se multiplica, la sangre sube a las sienes, la rabia se instala donde antes estuvo el miedo. El alumno vuelve a su puesto de la fila, la cara roja de vergüenza, de ira; la cara roja con una mancha más roja aún en la mejilla izquierda.
.......... -Desde mañana, los que no cumplan con el uniforme serán suspendidos.
.......... La voz del Führer es gangosa, sesea, parece una imitación de su imitación. La orden es clara, perentoria. El Führer gira sobre sus talones y se dirige a su oficina mirando el suelo, como si paseara por un parque, como si buscara conchitas en la playa, como si la cachetada, el miedo y la amenaza fueran su rutina, su personal manera de aburrirse.
.......... Se inicia la tercera hora de la mañana.Cada año una promoción dejaba el viejo liceo y otra llegaba. Los que se iban habían ocupado en los últimos tres años las salas del segundo piso del patio de la fuente. Los nuevos llegaban al patio de la paulonia e instalaban su respeto asustadizo en las salas del primer piso. Se salía directamente de las clases a la pichanga. Las columnas que sostenían los corredores del segundo piso eran los arcos de la cancha improvisada. Arcos múltiples para partidos simultáneos que se jugaban de norte a sur y de este a oeste en un hormigueo vertiginoso, en una confusión de carreras y de gritos, atentos todos al ir y venir de una docena de pelotas, en ese carnaval relámpago que era la pichanga del recreo. Los mayores, los habitantes del segundo piso, sentían la atracción de un hormigueo distinto: construían con una pasión diferente un milagro semejante, otra forma de multiplicación del espacio. En baños calculados para no más de cincuenta alumnos se concentraban doscientos, tal vez más; se apretujaban como en una micro repleta, cuerpo contra cuerpo, las cabezas dirigidas hacia el techo, lanzando el humo hacia arriba, hacia ese cielo incierto, nebuloso, o hacia los zapatos, hasta que la gran humareda los envolvía a todos y entonces una tos aquí, una tos allá, y un grito ahogado llega desde el corredor, ¡El Führer!, y vamos apagando las colillas, tirándolas a los urinarios, metiéndolas en los bolsillos, vamos callándonos, vamos tratando de no temblar.
.......... La historia del Führer (más exacto sería decir su leyenda) nació tal vez en esos baños. Se fue transmitiendo como un murmullo, pasó de la voz en sordina de los que egresaban a los oídos ansiosos de los que ascendían de las pichangas al fumadero. Se tejió, como todas las leyendas, de fantasía y de objetividad, de cosas vistas y otras oídas, porque yo lo vi, porque el Paja lo vio, porque Carmona dice que el Paja le dijo que lo vio, y si no lo vio se lo contaron; a veces dice que se lo contaron y a veces dice que lo vio, o tal vez el que lo cuenta no recuerda ya si el Paja dijo que lo vio o dijo que se lo contaron, y Carmona y Faúndez y el Sabio que no lo vieron, que lo escucharon de los que se fueron, que a su vez también lo recibieron como una herencia de los que ya habían partido.
.......... Dicen que antes no era así, dicen que fue siempre así, cuentan que al comienzo era un huevón que ni hablaba, que llegó manso como una gallina, dicen que sí, que llegó como un pobre huevón, pero siempre con ese terno negro, con otro terno negro, porque fue hace mucho tiempo, ¿cuánto tiempo? Dicen que era el inspector más joven, contradicen que es una huevada pos huevón, si todos los inspectores son jóvenes; pero, dicen, es que Peralta era estudiante de Medicina, y contestan entre pitada y pitada que claro pos huevón, dónde está lo tremendo, si todos los inspectores son estudiantes, vienen de provincia, están terminando la Universidad, si trabajan como inspectores reciben una pieza y unos pesos, pero dicen que Peralta era distinto. Dicen que Peralta no llegó como estudiante, dicen que Peralta había sido estudiante pero cuando llegó al Instituto ya no era, dicen.
.......... Dicen que vino del norte, cuentan que del sur, en todo caso de provincia, todos saben que vino de provincia a estudiar Medicina a Santiago. Que era pobre, dicen; que era pobre como rata, agregan otros, que por eso tal vez siempre se metió dentro de un terno negro, porque duran, porque son sufridos, porque las manchas no se notan, al menos de lejos no se notan, y descubren motivos, el terno negro tiene una razón de ser contradictoria, porque otros dicen que tal vez lo recibió de un pariente que usó el luto por poco tiempo. Entonces se imaginan al Führer (cuando aún no era el Führer) sentado en el tren nocturno, arrinconado con su flamante terno negro en un carro de tercera, mirando su imagen de riguroso luto en el reflejo de la ventanilla, pensando quién sabe qué, amaneciendo en Santiago, bajando del tren, envuelto en esa otra humareda de las locomotoras a carbón, esa humareda que está al comienzo de su historia y que se continúa en esta de los pitillos prohibidos, porque la vida del Führer se va construyendo a lo largo de interminables humaredas, de recreos sucesivos, con perpetuidad de orines y de humo y una imperceptible renovación de voces; dicen que llegó a Santiago pobre como rata, dijo una voz un día, ¿hace cuánto tiempo? Dicen que llegó pobre, repiten otras voces, y cuentan que estudiaba Medicina, que era un alumno brillante, que era uno de los mejores alumnos que habían pasado por la Facultad, que estudiaba día y noche, que tenía fama, y entonces otras voces discuten, porque si fuera cierto huevón, cómo se explica lo de la puta que lo cagó al huevón, que lo hizo mierda, pero por eso pos huevón, porque no era avispado, porque no se había culiado nunca a una mina se agarró de la primera, cagó en el primer polvo, se jodió. Dicen que estudiaba día y noche. Dicen que no conocía mujer. Dicen que una noche lo llevaron a putas, dicen que lo llevaron casi a la fuerza, dicen que después de una comida del curso, a empujones dicen que lo llevaron y que no puede ser, contradicen, que es imposible pos huevón, que eso que estai diciendo es una mansa huevá, que a ningún huevón lo llevan a la fuerza, a empujones; curado tiene que haber sido, aunque de todas maneras, dicen, tiene que haber querido, dicen, tiene que haber tenido una tremenda piedra, y además, discuten, a nadie se le para por obligación, a empujones no le parai la pichula a nadie, no vis, huevón, y dicen que así empezó la historia del Führer.
.......... La historia de Peralta pudo haber empezado en la estación de un pueblo del sur, puede ser la historia de un joven pobre metido en un terno negro, metido en un vagón de tercera, metido en el sueño de ser estudiante en Santiago. Peralta pudo haber sido un médico brillante, dicen. Entonces Peralta hubiera sido siempre Peralta, el doctor Peralta, el profesor, el decano Peralta, nunca el Führer. Por eso, concluyen, la historia del Führer comenzó en una casa de putas, en Maipú, dicen unos, en Tocornal, dicen, en los Callejones, en San Camilo, en alguna parte, en alguna pieza hedionda a encierro, a semen, Peralta se sacó los pantalones, Peralta se sacó a Peralta. Se sacó la historia del estudiante pobre que era alumno brillante. Porque cuando se volvió a poner los pantalones, dicen, ya no era Peralta. Era y no era. La transformación había empezado. El no lo sabía, pero había empezado.
.......... En los baños se teje la historia de Peralta, del Führer, con la vulgaridad de la imaginación colectiva. Es una historia de radioteatro, de película mexicana vista en la cimarra. Es una historia oscura y opaca como el humo. Dicen que ahí cagó. Que se agarró de la puta, que se enamoró hasta las patas. Dicen que comenzó a visitarla todos los días.
.......... Dicen que se dedicó a buscar plata para poder visitarla. Cuentan que hacía clases particulares de biología y química, que al comienzo eran unas pocas horas, pero que después ya ocupaba casi todo su tiempo en eso. Dicen que hasta vendió sus libros. El Testut en una librería de viejo de San Diego, aquí cerca; porque cuentan que un día un alumno, de esto hace ya mucho, vio en los anaqueles un Manual de Anatomía y en la primera página estaba el nombre de Peralta. Pero nadie cree. Todos creen que Peralta vendió sus libros. Nadie cree que un estudiante haya encontrado un libro de Peralta en San Diego. El hecho es que Peralta cambió de la noche a la mañana. Tal vez no cambió tanto. Tal vez lo que hizo fue cambiar una pasión por otra. Dedicó a la prostituta la misma concentrada entrega que a los estudios de Medicina. Dicen que así fue como fracasó en los exámenes del tercer año. Y aunque estaba repitiendo, al año siguiente fracasó de nuevo, dicen, y claro, tenía que ser, si al pobre visitar a la prostituta, al final vivía no sólo en la pieza del prostíbulo sino en el salón, dicen, no sólo en la cama, dicen, sino en la mesa, no sólo afilando, dicen, sino chupando. Parece que Bañados conocía bien la historia, aunque no la contó nunca en el fumadero. La refirió sólo una vez, para amenizar una comida de ex alumnos. Conocía la historia, dicen, porque el padre, senador liberal por una circunscripción sureña, era amigo del padre de Peralta. Y la historia de Peralta ya había llegado a oídos de sus padres, que algo advirtieron cuando las cartas, regulares como la aplicación de Peralta en un comienzo, empezaron a espaciarse, dejaron de referir éxitos o empezaron a insinuarlos de una manera evasiva, mentirosa, según cuenta Bañados que el padre de Peralta le contó al suyo, y luego cartas pidiendo dinero y luego un par de viajes desesperados para rogarlo, para exigirlo, para sacarlo de donde ya no había. Y entonces, dice Bañados (dijo hace algunos años, dice alguien ahora), el padre de Peralta supo por intermedio de mi padre de la vida caótica de su hijo y le pidió -a un senador se le puede pedir cualquier cosa- que se ocupara del asunto, que usara sus influencias, que le buscara un puesto a Peralta, donde fuera, en un Ministerio si era posible o como secretario en la Cámara o en la Municipalidad de Santiago, una peguita como inspector en algún colegio. Porque a esa altura, cuentan, ya a Peralta se lo veía raras veces en la Escuela. Aparecía para encarnar el recuerdo que había de él, de su aplicación, de su seriedad, y a medida que el mismo recuerdo se esfumó, la presencia de Peralta en las aulas de Medicina se fue haciendo no sólo escasa, sino imperceptible, innecesaria y el mismo Peralta decidió un día hacerse humo. Así es que, dicen, el senador cumplió su promesa y un día, hace de esto varios años, cuenta un estudiante que conoció la historia por boca de alguien que la escuchó directamente de Bañados, Peralta dejó una pensión que no podía ya pagar y con algunos libros y una maleta llegó a instalarse en uno de los sucuchos de los inspectores.
.......... Así llegó al Instituto. En esa pieza vivió veinte años. Salió de ahí cuando demolieron el viejo edificio. Pero el Peralta del edificio viejo, dicen ahora, ese era el Führer. El viejo alcohólico que sacude las oficinas de la Rectoría y atiende la antesala es el escombro de otra demolición. Del Führer le quedan sólo el apodo y la leyenda. Hasta el bigotito negro, cuidadosa imitación del hitleriano, encaneció, se puso amarillo y ralo, fue vencido por el tiempo y la nicotina. Dicen (dicen antes de la demolición del colegio y del Führer) los estudiantes que conocieron al verdadero Führer, lo que escuchó Mario Faúndez, en el baño, lo que le contaron a Faúndez en el Indianápolis, a Garcés en otra comida en El Parrón, lo que se contó y se dijo, dicen, cuentan, es que Peralta, antes de ser el Führer, llegó al Instituto por mediación del senador Bañados, se instaló en una de las piezas del segundo piso (la tercera puerta contando desde el pasillo que lleva al laboratorio de Física) y paseó algún tiempo su presencia enlutada por los corredores. Se entretuvo, como todos, mirando desde las barandas las pichangas múltiples de los recreos, en un comienzo hizo la vista gorda con la humareda que venía de los urinarios, y de a poco fue reconcentrando su fracaso en un silencio empecinado, se encerró con su derrota en el sucucho en que apenas había lugar para una cama, un ropero y una mesa pequeña (un pupitre dado de baja). Casi no salía a la calle, eludió la amistad de sus colegas, permanecía los fines de semana en los mismos patios desiertos, vivía en el viejo edificio como un perro en su casucha. Por eso lo fue conociendo palmo a palmo, dicen. Descubrió escondrijos, rincones propicios para jugar a los dados, pasillos adecuados para zanjar desafíos, esquinas hasta ese momento sólo exploradas por estudiantes. Lo que no se sabe, dicen, lo que los de entonces no saben, es cómo el Führer llegó a ser Inspector Jefe, cómo llegó a tener la autoridad que los hacía temblar. Y por eso especulan, la razón es muy clara, dijo alguien un día, los demás inspectores eran estudiantes de la Universidad, cuando terminaban sus estudios se iban, incluso los que estudiaban en el Pedagógico y seguían luego en el Instituto como profesores, dejaban el sucucho, arrendaban casa, se casaban, tenían familia. El Führer, en cambio, seguía cumpliendo su función de inspector. Los otros cambiaban; como los estudiantes, unos se iban y llegaban nuevos. El Führer era una permanencia que con el tiempo se fue haciendo natural, necesaria. Es normal, dicen, que después de algunos años fuera el inspector con más experiencia, el mayor, el con más autoridad. ¿Quién otro podía entonces ser el jefe de los inspectores? Sin embargo, saben que la autoridad del Führer no dependía sólo de su cargo. Presienten que hay algo más, comparan, el Inspector General está por sobre el Führer, pero no tiene autoridad. E incluso el Rector, comentan, tiene menos autoridad que el Führer. Ellos tienen más poder de decisión e incluso es probable que el Führer tenga frente a ellos una actitud sumisa. Pero para los estudiantes la autoridad es el Führer. Su presencia impone el silencio como si fuera una aparición. Su mirada es una amenaza, la posibilidad de un castigo futuro por una falta que aún no se ha cometido. Está siempre ahí, recorriendo los patios, mirando, husmeando, buscando, vigilando. El Führer está en el externado, dicen los del medio pupilaje y entonces se sienten más libres, se pueden gritar los goles, se puede dar un empujón, pelear, se puede jugar a las cartas en el escondrijo, se puede fumar tranquilo en los baños; es como una fiesta, como un calducho. ¡Achi! ¡Achi! ¡Viene el Führer!, se escucha en las filas cuando ha terminado el recreo, y parece que no volara una mosca en todo el patio. El Führer es la autoridad. No el Rector. No el Inspector General. El Führer. Es a él a quien le tenemos miedo, dicen.Un miércoles por la noche, tomando cervezas en el Indianápolis, Mario escuchó una historia que al día siguiente contó en los baños como si fuera la Biblia misma, el capítulo final de una novela de suspenso, la última chupada del pucho. La historia se la contó Morales, un estudiante de Castellano que trabajaba como inspector en el medio pupilaje y que asistía los miércoles a las sesiones de la Academia de Letras.
.......... Ese miércoles habían escuchado cuentos de Skármeta, de Grínor Rojo y poemas de Manuel Silva. La discusión había sido interesante, estaban excitados, como de costumbre decidieron continuar la discusión tomándose unas Pílsener. Cuando al cabo de dos horas el grupo pagó y se dispuso a partir, Morales le pidió a Mario que lo acompañara un momento, lo invitaba a tomar algo más, sólo media hora.
.......... Morales encargó las últimas cervezas, cuatro para no tener que pedir de nuevo, y le contó de una novela en la que trabajaba hacía seis meses, en las noches, cuando su compañero de pieza (un inspector que estudiaba Derecho) se quedaba dormido. Hablaron un rato largo de la novela. Mario miraba ya el reloj con aire preocupado, cuando surgió en la conversación el tema del Führer.
......... Yo conozco la historia del Führer porque vivimos un tiempo en la misma pensión, le dijo Morales. Y mucho de lo que se cuenta, al menos de lo que yo he oído, no tiene nada que ver con la realidad. Se ha tejido una leyenda y usted sabe que las leyendas cuentan lo que se quiere oír, no lo que ha pasado. Con mi madre arrendábamos una pieza en Catedral, al llegar a Matucana, en ese sector de la Quinta Normal en que la mayoría de las casas se subarriendan. Era una pieza grande que daba a la calle. Luego había una especie de living común, otras tres piezas y un pasillo que llevaba a la cocina y al baño. Al final del pasillo había también un cuartucho que se usaba para guardar carbón, escobas, paquetes con diarios viejos, botellas. Un día vimos que sacaban cuanta mugre había en ese cuarto y una semana después, Barraza, un gásfiter que vivía en la pensión, pintó la pieza y armó allí una cama, instaló un ropero viejo y esa noche contó mientras comíamos que al día siguiente llegaría un nuevo pensionista, un estudiante de Medicina.
.......... Peralta llegó sin que nadie lo notara y en la noche, cuando estábamos comiendo, apareció en el comedor, saludó, se sentó callado, comió y se fue a su cuarto. Recuerdo que esa noche nadie habló hasta la breve sobremesa.
......... Pienso que todos vieron en el silencio retraído de Peralta una actitud arrogante. Daba la impresión de que se aburría con nosotros y por eso prefería comer rápido y encerrarse en su pieza. A veces decía un par de palabras por cortesía, pero en general no hablaba con los pensionistas. Desde luego es mentira que usara siempre un terno negro. Al menos en ese tiempo no lo usaba.
.......... Tampoco es cierto que fuera un alumno tan brillante. Lo que es cierto es la historia con Mercedes. Pero Mercedes era su mujer.
.......... ¿Y es cierto que había sido prostituta, señor? ¿Es cierto que la conoció en Maipú?
.......... La conoció en Tocornal, no en Maipú. Se quedaba con ella. Comía con nosotros en la pensión y después salía. Al comienzo volvía tarde. Después ya casi dejamos de verlo. Es cierto que prácticamente se fue a vivir a Tocornal. Eso es cierto.
.......... ¿Entonces también es cierto que ella lo jodió? ¿Que por eso dejó de estudiar? ¿Que vivía para juntar plata?
,......... Lo cierto es que pidió autorización para hacer clases particulares en la pensión. Incluso, la dueña lo autorizó a hacer las clases en el comedor. Al comienzo hacía clases en las tardes, a la hora en que los pensionistas se encerraban en las piezas a oír el radioteatro. Después vimos que también recibía alumnos por las mañanas. Un día alguien le preguntó si ya no iba a la Universidad. El explicó que necesitaba hacer clases y que prepararía los exámenes consiguiéndose los apuntes. No es cierto que repitiera curso a causa de esto. Yo creo que estudió y aprobó los exámenes.
.......... ¿Pero por qué hacía esas clases? ¿La mujer le cobraba? ¿Hacía las clases para poder visitarla?
.......... No, Faúndez. Al comienzo, claro, le cobraba. Después era distinto. No es que le cobrara, Faúndez, ¿me entiende? Usted sabe que una asilada en esas casas debe entregar una cantidad de dinero a la regenta. El se procuraba ese dinero haciendo clases. Por eso empezó a hacer las clases de las tardes. Pero después, cuando empezó a traer alumnos por las mañanas, la historia era distinta. Parece un tango, Faúndez, pero es la pura verdad. Estas cosas pasan. Se enamoraron. El quería sacarla del prostíbulo. Es una vieja historia. Peralta juntaba dinero para comprar muebles, ahorraba para poder vivir luego con ella sin tener que dejar definitivamente los estudios. Un tiempo después habló con la dueña y consiguió que le arrendaran la otra pieza grande que daba a la calle, la que estaba frente a la nuestra. Y un día llegó con Mercedes.
.......... ¿Y cómo era, señor? ¿Se notaba lo que era?
.......... Era... cómo decirle... Bueno, yo era un niño entonces. Me acuerdo que era una mujer paliducha, que salía muy poco de su pieza. Escuchaba radio todo el día, música, radioteatros, a veces venía a nuestra pieza y tomaba una taza de té con mi mamá. Yo no podría decirle cómo era. Lo que recuerdo es que sólo hablaba con mi madre. Peralta hacía clases, y yo creo que cuando ella se vino a la pensión, él dejó de ir a la Universidad. Consiguió también unas clases en un liceo nocturno. Arreglaron la pieza, compraron muebles baratos, cortinas, pidieron comer allí lo que ella cocinaba, porque a él no le gustaba compartir el comedor con los pensionistas.
.......... ¿Y usted cree que ella lo quería, señor?
.......... Sí, yo creo. ¿Y por qué se fregó el Führer, señor? ¿Cuándo? Ella lo dejó, ¿no es cierto?
.......... No. Faúndez. Ella no lo dejó. Ella vivía en su pieza, tranquila. Nunca nadie la visitó. A Peralta tampoco. Pero me acuerdo que empezamos a ver menos a Peralta. Como hacía clases en el nocturno volvía tarde. Los fines de semana no lo veíamos. Sabíamos que ella estaba ahí, pegada a la radio. Después de un tiempo escuchamos discusiones. Se gritaban. Ella no tanto, pero Peralta gritaba y luego oíamos que salía dando portazos. Andaba siempre avinagrado. Dicen que quiso volver a la Universidad, pero ya le habían cancelado la matrícula. Parece que fue creciendo en él una amargura tremenda. Se cansó de la mujer, ¿me entiende, Faúndez? Se hastió. Entraba a la pieza, iba derecho a la radio y se la apagaba. Estaba ahí diez minutos y salía dando un portazo. Otro portazo.
.......... Se apagaba la radio. Esto duró algunos meses. Un día pasó algo brutal, grotesco. Llegó a la casa una nueva pensionista. Buscaba entablar amistad con la gente, se metía a las piezas con el pretexto de pedir azúcar, de ofrecer una revista, para preguntar cualquier cosa. Una mañana entró en la pieza de Peralta. Peralta estaba solo.
.......... ¿Y usted es estudiante?, le preguntó. Peralta balbuceó una respuesta insegura, cualquier cosa. "Lo que me llama la atención es que su mamá sea tan joven", le dijo la mujer, Peralta no le contestó. No le dijo nada a la mujer, pero se lo contó a Mercedes y Mercedes se lo contó a mi madre. Peralta vivía amargado, frustrado. Una rabia infinita lo fue consumiendo. Se sentía cazado en una trampa. En esa época empezó a tomar. Un día no apareció más.
.......... La mujer se quedó en la pensión, dejó la pieza grande que ocupaba con Peralta y recibió la pieza pequeña, sin ventanas, que Peralta había ocupado en el comienzo. Un día vino Peralta a buscar sus cosas. Un par de libros, ropa, su maleta. Cuando entró en la pieza se encontró con otros pensionistas, un matrimonio de profesores jubilados. Tuvo que dar explicaciones. Preguntó por sus cosas. Le dijeron que ellos no sabían nada, que la dueña estaba de vacaciones con su hijo, que le preguntara a la empleada. Peralta fue a la cocina. Allí estaba Mercedes, de delantal, picando unas cebollas. Lo llevó a su pieza, le entregó sus libros, fue sacando en silencio sus cosas del ropero y preparó su maleta. Cuando estuvo lista, Peralta se sentó en un extremo de la cama y Mercedes en una silla que había junto a la mesa con el lavatorio y la jofaina grande, saltada.
.......... Era un gesto generoso de Peralta, un remedo de despedida. La ocasión para ensayar un rostro afligido, hacer un miserable teatro, disimular el júbilo que le producía sólo pensar que afuera había una calle interminable sin Mercedes, un sol tan distinto a esa ampolleta amarillenta de la que también se despedía, una pieza para él solo en el Instituto Nacional, en donde gracias al senador Bañados trabajaría como inspector, haría clases de Biología y Química cuando los profesores de esas asignaturas se enfermaran, tendría tiempo para pensar, para empezar de nuevo, para hacer por fin algo sensato con su vida. Por eso, porque le producía una alegría inmensa, una euforia que no conocía al saberse por fin libre de la trampa, es que se sentó en un extremo de la cama en que había dormido tantas noches, miró a la mujer, pensó "¡Pero Dios mío, qué vieja es!", y como no pudo sostener su mirada, una mirada dolorida, sin dejo de agresión, pero con un desgarramiento tan profundo en cada pupila que eso solo equivalía a una puñalada, a un insulto, a un grito, Peralta bajó la vista (esto facilitaba su comedia de hombre abrumado) y luego la dirigió a la mesa de cubierta descascarada en la que la jofaina de enlozado celeste y el lavatorio le recordaron innumerables jofainas y lavatorios repitiéndose en su casa del sur, en esa pieza, en el cuarto con olor a encierro, a polvos baratos, a perfume mezclado con un zumo agrio en que conoció a Mercedes, en la pieza que daba a la calle y en la que vivió once meses, en todas partes esa mesa sosteniendo un lavatorio y una jofaina, pensó, tal vez porque así evitaba pensar en Mercedes, mirarla siquiera; porque así podía controlar una risa que se empeñaba en aflorar, en traicionarlo. ¿Qué podía haber hecho toda una vida con una mujer mayor que él, notoriamente más vieja, al punto que una pensionista la confundió con su madre? ¿Qué podía hacer con una mujer aburrida, que se defendía de su aburrimiento mortal escuchando radio todo el día, vulgaridades, chachachás y comedias ridículas; una mujer que no sabía para qué estaba sobre la tierra, para qué vivía; una mujer que había dejado su fuerza, su antigua belleza y su entusiasmo en el prostíbulo; con una mujer que aceptaba su nueva vida sólo porque no la entendía, porque era incapaz de entender nada? ¿Qué tengo en común con esta mujer?, piensa Peralta mirando las mechas lacias de Mercedes, su palidez, sus pantorrillas blancas enflaquecidas, sus arrugas, mientras finge incomodidad, desazón, amargura incluso, mientras controla la carcajada que reventará en la calle y siente, junto a la inmensa felicidad de saberse libre, tal vez un dejo de tristeza ínfimo, quizás sólo un reflejo de la tristeza que ha enrojecido los ojos de Mercedes, que se ha instalado en su máscara deslavada en la que no es fácil distinguir qué lágrimas brotaron sin dolor de las cebollas y cuáles son el producto de esa mal disimulada alegría que presiente en la mueca teatrera de Peralta.
.......... Esta es la historia del Führer que yo conozco, dice el inspector Morales sirviéndose el resto de su cerveza. Es, mejor dicho, la historia de Peralta. Porque al Instituto llegó Peralta, un ex estudiante de medicina que trabajaría como inspector y que viviría en una de las piezas de medio pupilaje. Los que lo conocieron cuando recién llegó dicen que era retraído, poco amistoso, pero simpático cuando entraba en contacto. Algunos dicen incluso que se lo veía siempre contento. Y yo creo que así pudo ser al comienzo. Se me ocurre que tenía una expresión de complacencia que es común en los convalescientes de una enfermedad grave.c
..........
Peralta tiene que haberse sentido salvado. El Instituto era una casa grande, aunque su pieza era tan estrecha y oscura como el pequeño cuadro de la pensión.
.......... Era una casa grande, con gente, con vida. Y era un lugar en el que nadie conocía su historia. Como nadie la conocía, aquí se sintió libre. Pero se engañó. Se quiso sentir libre de sí mismo. Y el engaño duró un tiempo me imagino. En todo caso, mientras duró, Peralta fue Peralta, el pobre Peralta, el buen Peralta, que no salía, que se quedaba en el liceo los fines de semana, recorriendo los patios solitarios como un estudiante castigado. La historia del Führer comenzó mucho después, cuatro o cinco años después, pero esa es otra historia Faúndez, y yo no la conozco.

 

 

 
 

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