El martes pasado el autor chileno se adjudicó 
            el Premio Literario más importante de Argentina con su novela 
            El Desierto. Desde Madrid, Franz define la obra ganadora del galardón 
            La Nación-Sudamericana como “una historia dura. De esas que 
            el temperamento light del Chile contemporáneo pasaría 
            gustosamente por alto”. 
          La vida de Carlos Franz (46), hijo de un diplomático 
            y de una actriz que declamaba a sus hijos en la cocina de la casa, 
            ha estado marcada por los viajes. Hace ya cinco años que salió 
            nuevamente de 
Chile, 
            primero rumbo a Berlín, luego Londres y ahora Madrid, donde 
            vive desde hace ocho meses.
          El Desierto, novela que acaba de ganar el premio más 
            importante de la industria cultural argentina (dotado con 60 mil pesos 
            trasandinos) fue escrita, corregida y reescrita, en movimiento permanente.
          Laura, la protagonista, es una mujer que luego de 20 años 
            regresa a su país para reencontrarse con los vestigios de su 
            pasado, “para despertar a los monstruos dormidos de su memoria”.
          -¿Crees que también ese es el gran problema de los 
            chilenos, negar sistemáticamente el pasado como una manera 
            de sanar las heridas?
            -Mi novela es una invención literaria. No tiene programa 
            ideológico, ni menos mensaje. Pero en ella es cierto que la 
            mayoría de los personajes prefieren por razones distintas, 
            mirar hacia el futuro, olvidar sus propios roles en la experiencia 
            traumática de esa dictadura ficticia. El quid del asunto es 
            que incluso quienes creen que no tienen nada que olvidar, no saben 
            que están negando algo. 
          -¿Te ayudó en este caso estar lejos de Chile?
            -Sí, aunque yo no sabía claramente que eso era lo 
            que estaba buscando cuando me fui. Me encontraba luchando con el embrión 
            de la historia, quería abordar las “esencias” de nuestro conflicto 
            histórico reciente. Y por cierto, me faltaba perspectiva. Fue 
            en Berlín y sobre todo viviendo en Londres, que logré 
            cierto distanciamiento creativo que solucionaba poco a poco algunos 
            nudos ciegos del argumento. Otros siguen ahí, ciegos. Son lo 
            que en la novela se llama “lo indecible”. 
            
          
          MIRARSE 
            EN EL ABISMO
          Integrante de los ya míticos talleres literarios de José 
            Donoso, Carlos Franz publicó su primera novela Santiago 
            Cero en 1990. Hubo que esperar seis años para volver a 
            leerlo en El Lugar donde Estuvo el Paraíso y otros cinco 
            para su ensayo La Muralla Enterrada. Esto habla de sus largos 
            procesos de escritura, de su oficio de escritor meticuloso que dedica 
            diez horas diarias a la redacción de sus ficciones y artículos 
            de opinión para diversos medios de España, América 
            Latina e Italia.
          Partidario de convencer y seducir a través de la palabra, 
            en estos momentos se encuentra en la fase final de una novela breve, 
            y avanzando un libro de cuentos. “Pero -aunque me apuren- yo no pienso 
            apurarme”, señala con su seriedad característica, quien 
            a principios de mayo vendrá a Chile a presentar El Desierto, 
            un libro que considera “exigente, en algún aspecto difícil. 
            Una historia dura. De esas que el temperamento light e “hiperventilado” 
            del Chile contemporáneo pasaría gustosamente por alto”.
          ¿Qué importancia le otorgas al premio La Nación-Sudamericana?
            -Yo espero que este premio ayude un poco a atraerle lectores al 
            libro. Lectores que piensen que si Carlos Fuentes, por ejemplo, creyó 
            que el texto valía la pena, es que algo bueno debe tener.
          -De hecho fue elegida por unanimidad y definida por Hugo Beccacece, 
            editor del suplemento Cultura de La Nación, como una novela 
            de “carácter universal”. ¿Qué componentes piensas 
            que la diferencian de la larga lista de novelas que tratan el tema 
            de la dictadura?
            -Difícil contestar tu pregunta sin ser inmodesto. Pero 
            yo creo que hay un cierto enfoque moral, metafísico sobre el 
            argumento, que busca deliberadamente escapar del puro realismo local 
            y proyectarse a lo universal. Por otra parte, la novela es antimaniquea, 
            e incluso políticamente incorrecta: los buenos llevan también 
            un malo dentro. La jueza jovencita que sale de Chile al exilio se 
            convierte en Alemania en una filósofa famosa. Desde esa capacidad 
            ella vuelve veinte años después sobre su pasado. Descubre 
            muchas cosas que ahora logra entender, pero lo más importante 
            son las cosas a las cuales logra asomarse sin entenderlas: aquello 
            sobre lo que no es posible hablar, o bien el abismo que se ve en ella 
            cuando se mira en el abismo.
          -Pampa Hundida, el pueblo donde transcurre la historia, ¿crees 
            que se podría agregar a la tradición de las ciudades 
            imaginarias como por ejemplo Santa María, de Juan Carlos Onetti 
            o Macondo, de Gabriel García Márquez? 
            - Qué más quisiera yo. Construir esa ciudad imaginaria 
            en el desierto fue lo que más trabajo me dio. Que fuera verosímil 
            y al mismo tiempo que fuera un símil. Últimamente he 
            estado escribiendo cuentos que ocurren allí mismo. Y descubro 
            que los personajes siguen habitándola y que sus historias se 
            podrían ramificar indefinidamente. ¿Quién sabe 
            qué ocurrirá?