LO ÚNICO QUE FAGESTROM NECESITA para ser medianamente feliz es a la mujer imposible en su cuarto. Si
pasa un día sin verla, los pájaros parecen burlarse de
él. Cuando mira por los ventanales de los restaurantes, cree verla con algún desconocido riendo y bebiendo vodka.
También supone que todas las llamadas telefónicas
que hacen sus amigos en su presencia, son llamadas
para ella, y que todos –sus amigos y ella–, escondidos
tras el teléfono, hablan del deterioro que él está viviendo a causa de su ausencia. Y esto es muy raro,
porque sus amigos no conocen a la mujer imposible.
Aquellos días, él los denomina los días enfermos.
Así de simple: los días enfermos, como hay días calurosos o días fríos. Los días enfermos no dependen de
si hace frío o calor, son días enfermos libres de cualquier diagnóstico climático.
Fagestrom intuye que está mal. Que si la mujer
imposible le causa desconfianza, debe dejarla y olvidarla como se olvidan las relaciones del verano, que
aceptamos sabiendo que desaparecerán con la primera brisa que mueva las hojas secas del patio.
–No necesito a nadie... ni siquiera a ti– le dijo la
mujer imposible cuando salió del café.
Afuera, llovían gusanos.
UNA MAÑANA DE NIEBLA, la mujer imposible sorprendió a Fagestrom con un pájaro muerto entre sus
manos.
Este pájaro tal vez sea yo.
Ella tomó el pájaro y lo puso junto a su pecho.
–El calor de lo que siento por ti lo hará despertar–
dijo la mujer.
Pero el pájaro no despertó. Lo enterraron en el
jardín.
–Cuando mires esa tumbita piensa en mí.
–Tal vez sea yo –volvió a decir Fagestrom.
–No seas tan fúnebre –respondió la mujer imposible y comenzó a regar el jardín, dando saltitos de alegría cada vez que descubría un caracol subiendo por
la manguera. Fagestrom no encontraba novedoso que
los caracoles se subieran por la manguera. Sí, en cambio, le provocaba una gran alegría descubrir que ella
adoraba regar las plantas.
–Es hermoso regar las plantas –dijo la mujer imposible–, pero por nada del mundo tendría una en
mi casa o en el patio de mi casa.
–¿Por qué?
–Porque tendría que cuidarla todos los días y no
puedo cuidar algo todos los días... Algunas cosas pueden morir a mi lado –remató.
–Pensé que lo estabas disfrutando...
–Sólo lo hago por ti, porque tú adoras este jardín.
–¿Y tú no?
–A mí me da lo mismo. Si fuera por mí, pavimentaría y pondría una mesa de billar.
La mujer sacudió sus zapatos en la terraza y, después de revelar un gesto de desagrado, como si se
sintiera profundamente contaminada por la tierra,
se largó, pasando a llevar con el pie las margaritas
que crecían a la orilla de la escalera.
AQUEL DÍA, FAGESTROM se levantó decidido a regar la
tumba del pájaro. Tal vez, pensó, de tanto regar, el
pájaro se llenará de nubes y podrá volar otra vez, y
de esta manera llegará a la ventana de la mujer imposible para avisarle que él está vivo, que puede hacer con él lo que se le venga en gana, que sólo está
esperando viajar hacia los árboles de su cabeza con
un hacha en forma de flecha.
Pero el pájaro no despierta. Está enterrado tan hondo como una imagen en el espejo. Fagestrom la llama. Le cuenta estas cosas sobre el pájaro y la mujer
le dice que es tierno, pero que la ternura puede dejarnos vulnerables en este mundo. Él responde que
tiene razón y que en verdad el maldito pájaro esta
más muerto que la mierda. La mujer imposible cuelga
el teléfono.
Cada vez que ocurrían estos episodios,
Fagestrom se sentía profundamente frustrado, porque comprendía que la mujer imposible siempre
llevaba la contra en las conversaciones y que él estaba cansado de tener que ceder, aunque tuviese
la razón. Pero olvidaba pronto estas rencillas, porque un hombre profundamente enamorado puede ver flores en el horror, un libro de poemas en
un periódico del año pasado, una taza de café humeante en un entierro, un universo plagado de estrellas en una cortina rota.
Un hombre profundamente enamorado puede ver
vida en un solo angustioso de trompeta.
EL VERANO ERA LA TEMPORADA perfecta para viajar con
la mujer imposible al campo y, bajo los árboles, darse el abrazo que sus cuerpos pedían.
–Podríamos viajar un día al campo.
–Quién sabe...
Aquel quién sabe permitía a Fagestrom vivir como
si todos los árboles del bosque lo protegieran del frío.
Pasó todo el verano viendo cómo partían los buses
hacia el interior. Pudo imaginar a los jóvenes atiborrando los buses con jolgorio y cantos de libertad y a él, de la
mano con la mujer imposible, tarareando los mismos
cantos que los jóvenes. Pudo imaginarse bañándose desnudos en la poza, escribiendo en el agua, leyendo poemas a viva voz frente a la fogata, para deleite del silencio.
Pudo imaginarse haciendo el amor mientras las cenizas
iluminaban el último pedazo de tierra antes de que fuera
devorado por la oscuridad del universo.
Y despertó.
La tarde de ese mismo día, la mujer imposible lo
llamó para avisarle que se iba del país todo el verano.
Y que no se olvidara de regar la tumba del pájaro.
AL REGRESAR DE SU VIAJE por el extranjero, la mujer
imposible le dijo que si lograba que el pájaro saliera
volando de su tumba, ella viviría con él y regaría todos los días el jardín tomada de su mano, como si fuese su hija, o su madre, o su mujer, o lo que quisiera
que fuese.
Fagestrom aceptó y esa noche se quedó dormido
en la banca, con la manguera abierta sobre la tumba
del pájaro. El agua en sus pies lo despertó. Se sintió
confundido. Revivir un pájaro no era cosa fácil, aunque tampoco imposible, pero la mujer quería además
que fuese el mismo pájaro el que llegara a su ventana
para decirle que Fagestrom lo había logrado.
–Tú puedes– le dijo la mujer.
Fagestrom quiso llorar.
Y lloró.
Lloró sobre la tumba del pájaro. Aunque los pájaros no reviven con lágrimas, porque los pájaros no
lloran. No saben de tristeza, sólo de ambición. Más
alto, más alto, más alto, sin encontrar jamás la rama
perfecta. A no ser que sea una rama tirada en el suelo.
Un estorbo en el camino.
Como las lágrimas en una fiesta.
Como los pájaros en una noche silenciosa.
POR LA MAÑANA, LA MUJER IMPOSIBLE apareció en el jardín y al ver a Fagestrom regando la tumba del pájaro, le dijo que no gastara tanto tiempo en la misión,
que también se dedicara a hacer otras cosas. Viajar,
por ejemplo; si él le anunciaba que se iba de paseo
por un año, ella estaría feliz de que así fuese.
–Debo regar todos los días y durante todo el día,
para que este pájaro pueda volar y tenerte –le dijo
Fagestrom.
–El pájaro, cuando quiera vivir... vivirá.
La mujer imposible no sonaba muy convencida
de sus palabras ni de lo que quería decir con sus palabras. Se marchó al trabajo con un gesto de indiferencia atroz.
Aquella noche, Fagestrom la llamó por teléfono y
le dijo que la cuenta del agua le saldría muy cara. Ella
preguntó si le estaba pidiendo ayuda monetaria y él
dijo que no, que sólo estaba comentando que la cuenta del agua saldría muy cara, nada más. La mujer
dijo que si quería dinero que se lo pidiera, pero que
aún así era extraño que ella misma tuviese que pagar
por la herramienta para abrir la llave de su corazón.
Fagestrom repitió que no se trataba de eso y que vendería la colección de libros de poesía que le había
regalado su abuela, ya que él nunca leía porque la
poesía lo atemorizaba. La poesía es lúcida, decía, y él
estaba loco.
–Tú no estás loco –replicó la mujer.
–Loco por tenerte –dijo Fagestrom.
–Entonces, si estás loco por mí, sigue regando la
tumba del pájaro y cuelga el teléfono.
Fagestrom se despidió deseándole felices sueños.
La mujer imposible no le deseó nada.
Vuela pajarito,
vuela
vuela
aunque sea un poquito
ASÍ CANTABA FAGESTROM. Pero el pájaro, por más
agua que recibía en su tumba, seguía acurrucado
en el fondo de la tierra, conversando con algún gusano incrustado en su ojo. Las vueltas de la vida.
Antes, él, pájaro libre y sostenedor de su nido, arrancaba los gusanos de la tierra para llevarlos a la boca
de sus crías y ahora, esos mismos gusanos se le metían por los ojos, sacando hasta el último resto de su
carnecita.
–Gusanos culiaos– pensaba el pájaro, a pesar de
estar muerto, porque los pájaros son los únicos que
siguen pensando después de muertos, pensando en
la forma de volver a extender sus alas. Si no fuese así,
no serían verdaderos pájaros.
El pájaro sabía también que Fagestrom regaba todos los días su tumba para que él reviviera, pero no
encontraba la forma de avisarle que no sacaba nada
con echarle agua al asunto, si lo primero que debía
hacer era desenterrarlo para que pudiera ver la luz.
El pájaro deseaba –no podía ser de otra manera-
abandonar de una buena vez a esos gusanos que hacían lo que querían con él entre las sombras. Incluso
algunos se le habían metido por el culo.
POR LAS NOCHES, el pájaro soñaba con Fagestrom.
–Desentiérrame –susurraba, rogando que
Fagestrom escuchara bien. No fuese a ocurrir que
Fagestrom escuchara mal y, en vez de desentiérrame entendiera entiérrame.
El pájaro respetaba su capacidad de ver la belleza
en la mujer imposible, pero también lo encontraba
un idiota que no sabía meter un clavo sin golpearse
los dedos. Y capaz que también fuese un poco sordo.
¿Sordo de qué? ¿De tanto clavar en las tablas? No
creía. ¿De tanto escuchar el canto de los pájaros en
su árbol? Tampoco. Sordo de tonto no más, qué se le
iba a hacer.
En el sueño, el pájaro arribaba a su cabeza y le
daba picotazos.
–¿Qué haces, pájaro? Tú estabas enterrado.
–Estoy aquí para decirte que mañana me desentierres.
–Pero si ya estás afuera; anda a la casa de la mujer,
dile que has revivido y tráela hasta mi puerta.
–Estás soñando, Fagestrom, no seas...
–Me importa un pino si estoy soñando o no, te he
regado todos los días para que salgas de la tumba, y
ahora que estás aquí, no voy a dejar que te rebeles.
–Es un sueño...
Cuando Fagestrom se abalanzó a agarrarlo con sus
dos manos, tropezó y dio un salto en la cama. Despertó sudando. Corrió hasta la tumba del pájaro. Sacó
la pala y empezó a cavar. Si alguien hubiese visto la
escena escondido tras las persianas, habría pensado
que preparaba la fosa para algún cadáver, pero sus
vecinos dormían tratando de olvidar la noche. Cuando alcanzó al pájaro, lo tomó entre sus manos. Gran
parte de su cuerpecito había sido devorado.
Aún así, lo llevó dentro de la casa. Le pegó dos
alas de cartón y un artefacto eléctrico para que a la
orden remota de un control pudiese volar.
Y el pájaro voló. Con el control remoto lo podía
mover hacia distintas direcciones, como un juguete.
Pero había algo que no funcionaba. Los ojos del pájaro seguían cerrados. Nadie creería que un pájaro
pudiese surcar los cielos con los ojos cerrados.
Fagestrom mantuvo abiertos los párpados con un
palo de fósforo entre sus concavidades, pero el pájaro ya no tenía ojos. Introdujo dos perlas de fantasía
en esos agujeros. Las pintó azules. Un pájaro de ojos
azules debía ser irresistible para cualquier mujer,
aunque en verdad las mujeres prefieran a los ciegos.
AQUELLA NOCHE FAGESTROM no pudo conciliar el sueño. Despertó tres veces con el terror cavando dentro
su pecho.
Al día siguiente envió al pájaro, siempre manejándolo desde el control remoto, hasta la ventana de la
casa de la mujer imposible. Y se quedó esperando, con
la tumba abierta y el agua cortada, a que ella apareciera en la puerta de su jardín, con sus maletas, sus libros, sus cuadros, su hervidor eléctrico tal vez, y se
instalara en casa. En la casa de Fagestrom, el único hombre que ha revivido un pájaro de la tumba, pensaba, y
buscaba ideas para un futuro titular de periódico.
(El terror volvió a cavar dentro de su pecho.)
Después de un tiempo prudente para su ansiedad, hizo volver al pájaro, pero éste regresó solo, sin
la mujer. Tal vez no lo ha visto, pensó. Entonces lo
envió de nuevo. Entre sus patas puso un mensaje
escrito que decía lo he logrado. Esperó y al hacer volver al pájaro por segunda vez, vio que el mensaje ya
no estaba entre sus patas. La mujer lo había leído y
no había venido.
(El terror seguía cavando dentro de su pecho.)
¿Habría descubierto la mujer imposible que el pájaro seguía muerto y su vida sólo era un milagro de
la tecnología? ¿Y si lo había visto, pero justo en ese
momento estaba con otro hombre? ¿Y si juntos, la
mujer imposible y otro hombre, habían leído el mensaje, para después largarse a reír y hacer el amor?
(El terror cavó aún más hondo dentro de su pecho.)
Decidió enviarlo por última vez hasta la ventana
de la mujer imposible, con un nuevo mensaje, que
en el fondo era el mismo pero escrito en otro papel.
Al traer de vuelta al pájaro, descubrió que le habían arrancado la cabeza. Sólo batía sus alas , sin dolor, porque estaba muerto.
Con el terror cavando dentro de su pecho, decidió
ir él mismo hasta la casa de la mujer imposible, con el
pájaro decapitado en la mano. Antes de salir, escupió
dentro de la tumba abierta en la mitad de su patio.
Al llegar, notó algo extraño. Las ventanas no estaban cubiertas con cortinas. Asomó su pescuezo y los
muebles habían desaparecido. Todo había desaparecido. La mujer imposible ya no habitaba la casa. Entonces, si ella no estaba allí, ¿quién había descabezado al pájaro?, ¿quién había arrebatado el mensaje de
sus patas?
Alguien se asomó a la ventana de arriba. Era un
hombre con una expresión de tristeza, como la de
los niños al entrar a un cementerio. Entre sus manos,
aprisionaba la cabeza del pájaro.
–¿Tú también? –le dijo el hombre.
–¿Yo también qué? –respondió Fagestrom.
–Tú también... –repitió el hombre, como entregando una certeza, y cerró la ventana, no sin antes
lanzar la cabeza del pájaro tan lejos como se lo permitieron sus fuerzas.