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La poesía de Carlos Germán Belli
Híbrido textual deliberado

Por Grínor Rojo
Artes y Letras de El Mercurio, domingo 26 de marzo de 2006



Busco lo que han publicado las editoriales chilenas de la obra del poeta peruano Carlos Germán Belli, el nuevo Premio Pablo Neruda, y lo que encuentro más a mano son dos libros de LOM: En las hospitalarias estrofas, un inédito de 2002, y Lo inapagable. Antología de poesía amorosa, de 2004. Por cierto, Carlos Germán Belli está lejos de ser un recién llegado al ejercicio poético. Ni siquiera entre nosotros, en este país que, como bromeaba Roberto Bolaño, es una isla corredor, se puede decir que sea un completo desconocido. Adivino que en el otorgamiento del Premio Neruda más de algo habrán tenido que ver los grandes poderes persuasivos del profesor Pedro Lastra, sumo conocedor de la poesía peruana (y, en general, latinoamericana) y, por supuesto, para bien.

Obra

Belli, que nació en el 27, publicó su primer libro, titulado inconspicuamente Poemas, en 1958. De ahí en adelante, ha desarrollado una obra cuya repercusión se extiende hoy día más allá de las fronteras de su país, recogida en antologías múltiples y en la que descuellan libros como ¡Oh Hada Cibernética!, del 62, El pie sobre el cuello, del 64, Sextinas y otros poemas, del 70, En el restante tiempo terrenal, del 88, y Acción de gracias, del 92. La crítica ha procurado definirle una trayectoria que va desde el poeta funcionario, deprimido y a disgusto consigo mismo, con el mundo y con el cosmos en sus primeros libros, hasta el poeta al que los años de servicio cumplidos han dejado por fin en libertad en los ochenta, a partir de En el restante tiempo terrenal, cuando se produce en su escritura una suerte de reencajonamiento tranquilo e inclusive humorístico. De ser ello así, los libros que circulan en Chile forman parte de la última etapa. El Belli que aparece en ellos es un poeta que exhibe una poesía de amor menos fogosa que tímida y autoflagelante ("En qué punto del firmamento o suelo habitas..." o "Un asno soy ahora y miro a yegua,/ bocado del caballo y no del asno...") y que en el inédito del 2002 le canta al hogar ("Júbilo en casa"), a los antepasados y a la familia ("Al arqueólogo Carlos Belli [1857-1926]" y "El abuelo dice la pura verdad"), a la alegría satisfecha por haber formado parte de la competencia aunque ello fuese sin haber logrado jamás el premio ("El hablante contento") y a la esperanza (el largo poema "¡Salve, Spes!"). En general, si se la mira en su conjunto, es la suya una escritura atractiva, que colecciona y reformula tópicos poéticos y antipoéticos, tradicionales y contemporáneos, conocidos algunos y otros más bien sorprendentes (poetizar el "bolo alimenticio", como hace Belli en un volumen del 79, no deja de ser peculiar).

Pero leer a Carlos Germán Belli de ese modo es, para incurrir en una paráfrasis de otro bardo eminente de América Latina, como resignarse a saborear las peras del olmo.

Lo que interesa en Belli verdaderamente es lo que éste hace con la forma poética, cómo produce eso que él mismo ha descrito como su "híbrido textual deliberado" y que determina que no falten los críticos y aun sus propios colegas (nuestro Óscar Hahn, por ejemplo) que lo piensan como un postmoderno avant la lettre. Tómense, por ejemplo, estos versos de "A Filis", en la poesía amorosa: "Si juntos no nacimos en el agua/ juntos sí nos enlazarán los fuegos/ de las redes de eléctricos mil hilos/ conectados al cabo de las cuerdas,/ que nos sostienen a ambos en el aire,/ como al planeta las celestes cintas". Está ahí la armonía pitagórica y neoplatónica de la música de las esferas, pasada por el cedazo de la erótica de Petrarca y Garcilaso y por la de las materias fundamentales que le gustaban a Bachelard, el agua, el fuego y el aire, hasta desembocar en el vanguardismo marinettista y telefónico de los "mil hilos", por un lado, y, por el otro, en un postvanguardismo ligado a la música rock y a su instrumento favorito, la guitarra eléctrica, que aquí picanea, eleva y suspende a los amantes "como al planeta las celestes cintas". No sé yo de cuándo puede ser este poema, a qué libro pertenece, pero es como para que las "hibrideces" postmodernas se mueran de envidia. Más todavía si se tiene en consideración que los versos citados y el poema todo al cual ellos pertenecen y, ¿por qué no decirlo?, la poesía completa de Carlos Germán Belli se afirma sobre un conocimiento a fondo (su "textual deliberado"), pero también muy idiosincrático de los clásicos españoles de los siglos XVI y XVII (él dice que de Francisco Medrano, pero yo creo que también hay otros).

Con todo, una cosa es que a Belli le gusten sus clásicos y otra que él se porte bien con ellos. Para ser más preciso: la relación que Belli tiene con Petrarca y los poetas españoles del quinientos y el seiscientos es compleja y juega con, e incluso combina, sentimientos diversos: sobre todo en los comienzos da muestras de admiración y emulación serias (el casi "plagio"), de la vanidad del intento más tarde (que podría equipararse a la vanidad de Pierre Menard reescribiendo el Quijote), de la traición algo más tarde (la parodia satírica) y, más tarde todavía, también del resignarse a la derrota ("chambón de chambones resignado..."), aunque no sin la sospecha que el significado último del texto propio bien pudiera consistir en su convertirse en el registro del esfuerzo imposible de reproducir el texto ajeno.


Salvavidas

Poemas como "Remordimientos por el mal uso de la gaya ciencia, que es el arte de la poesía", "Confiando en ti, hospitalario folio", "Remordimientos por el uso inoportuno de las asonancias, que es la igualdad de los sonidos vocálicos en las terminaciones de las palabras" y el ya mencionado "El hablante contento" coinciden todos en lo que dicen estos versos del primero de ellos: "y dar fe de estas fallas pertinaces/ resulta ineludible confesión,/ de tripas corazón haciendo aquí,/ que pizca del sonido/ ya no se puede en su preciso punto/ restaurarlo cuan armoniosamente/ según las áureas letras milenarias".

Pero los folios, las estrofas, las armonías aliterantes, los heptasílabos y los endecasílabos a la manera de las baladas y sextinas del poeta del Canzonieri y de los sonetos de los españoles, siguen siendo una tentación demasiado grande y, finalmente, también una especie de salvavidas en medio de la lata marea de los días.

Así lo declaran los últimos versos de "El hablante contento": "Escúchame, Canción, que si aterrado muera entre mil yerros,/ hoy contento estoy por lo escrito ayer".


 

 

 


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