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Del Ganges Al Tajo

CARLOS GERMÁN BELLI
Revista de Libros de El Mercurio, sábado 6 de septiembre de 2003.



He aquí el Ganges de repente, aunque esté circulando al otro lado del mundo, a lo largo de tres mil kilómetros, desde los Himalayas hasta el golfo de Bengala. Es lo más natural que haya quedado para siempre en la memoria de quien lo conoció en una visita ocasional. Pero en estos días se le divisa en circunstancias curiosas cuando va discurriendo delante inesperadamente, merced a algunos escritores del Siglo de Oro, a los que suelo leer y releer. Así, en la remembranza de quien lo vio realmente; así, en el perfecto arte verbal de mis viejos amigos.

Lo que recordamos puede ser bueno o malo, según el caso; responde fielmente a los giros alternativos de la rueda de la fortuna. Sin embargo, por lo que observa cuando alguien navega un corto tramo al brillar la aurora frente a Benarés, el recuerdo resulta por encima de estos sentimientos contrarios, como que aparece más allá de toda razón. Es el río sagrado por antonomasia —aunque igualmente opera como vía comercial—; y, en consecuencia, está entonces ligado a la ultratumba, porque a través de sus aguas se va a los confines de lo invisible. Aquí, de cara al sol de la aurora rosada, oramos a viva voz; aquí, lavamos nuestros cuerpos o la ropa que nos cubre; aquí, en fin, arrojan nuestras cenizas que han quedado como restos entrañables en los crematorios vecinos, o también los cadáveres aferrados a su carne y sus huesos.

Los escritores del siglo XVI viajaban poco o no lo hacían; resignadamente se figuraban los lugares desconocidos gracias a los mitos universales, o leyendo los tratados de historia y geografía de entonces. Todo esto era el granero en que cebaban su imaginación hasta conformar un patrimonio propio de regiones incógnitas. Particularmente, en las églogas que escribían, en cuyos pasajes amenos iban v venían deidades, ninfas y pastores, al lado del Tajo, Ebro o Genil; y donde también vemos pasar justamente el Ganges, porque constituye uno de los remotos ríos preferidos. "Del Tajo al Ganges" —no en una égloga sino en un canción—, en efecto, es la frase que leemos de improviso, como un toque máximo de fantasía. El renacentista habita a orillas del Tajo, quizás en Toledo; imperceptiblemente se convierte en un viajero imaginario que llega a los antípodas.

Enseguida osaremos enmendarle un poquito la plana al admirable escritor; reorientaremos las perspectivas geográficas para decirlo en sentido opuesto. "Del Ganges al Tajo", lo escribimos así bajo el resorte de un afán inmediato, como es el traer a colación unas cuantas voces nacidas precisamente en la India, que es patria del Ganges, y que han terminado en el español, sin darnos cuenta del recorrido planetario que han hecho hasta llegar a nosotros. Es un puñado de palabras de origen sánscrito o indio, que suenan en los alrededores a diario.

Principalmente, una que equivale al cordón umbilical, porque vincula a dos mundos lejanos entre sí. Es la palabra indio, que de fijo Colón empleó por primera vez para referirse a aquellos hombres y mujeres desnudos, sorprendidos y atemorizados, con quienes él se encontró en Guanahaní; igualmente tan sorprendido y atemorizado como aquellos, los llamaba así porque pensaba que había llegado al Asia. Además, un trío de vocablos que con frecuencia se usa en las horas de tribulación: jungla, para expresar una visión urbana terrible; paria, que de esta manera nos autocalificamos al sentirnos en la más ínfima de las condiciones; avatar, cuyo sentido ampliado alude a vicisitudes y alteraciones. Pero hay otra voz, de la cual tal vez tuvieron noticia nuestros antiguos místicos, como es nirvana, para señalar la dicha suprema que alcanza el individuo al incorporarse en la esencia divina.

Por cierto, usamos más palabras de origen sánscrito o indio; aunque hoy me limito a éstas, por las que estoy contento conociendo de dónde vienen y escuchándolas entre nosotros. Vuelvo al punto de partida de ellas, que es el reino de la Madre Ganges -le dicen así al río sagrado- con el fin de aproximarnos aproximamos al nirvana, aún con la respiración terrena y los ojos corporales abiertos. No lo merezco, evidentemente; pero sé desde hace mucho tiempo que a quien vela todo se le revela.

 

 


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Carlos Germán Belli: Del Ganges al Tajo.
Revista de Libros de El Mercurio,
sábado 6 de septiembre de 2003.