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ENTREVISTA A CRISTIAN GEISSE:
«Soy un pésimo poeta» «Creo que la poesía es un laboratorio del lenguaje, que extiende sus posibilidades,
que produce descubrimientos, nuevas técnicas, que nos permite ir más allá.»


Publicado en Revista La Horca, 15 de septiembre de 2017


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Hablamos con Cristian Geisse, el autor de El duende y un montón de otros relatos. Le preguntamos sobre él, su relación con la lectura y los libros que recomienda.


¿Hace cuánto incursionas en la escritura y por qué?
—De chico tuve un tío que hacía rimas picantes durante los almuerzos. Yo intentaba hacerlas y me salía pésimo. Nunca he tenido mucho talento. De todas formas me las di de poeta siendo muy niño. Me pedían a cada rato poemas para los actos del colegio y para un sinfín de otras cosas, y yo me prestaba encantado para hacer el ridículo. En algún momento me di cuenta y me sentí asqueado. Renuncié completamente, sin mayores aspavientos. Recaí como a los 14 años. Quise ser poeta y genio. Qué idiota. Siempre he querido ser artista, por alguna oscura razón. También me encantaba dibujar. Una vez le conté a mi mamá que quería ser dibujante de comics y se indignó ¡¿Te quieres morir de hambre?! me dijo. Yo la mandé a la punta del cerro. Después, cuando se dio cuenta de que escribía de nuevo, me regaló una máquina de escribir. Hasta hoy ese gesto me desconcierta. Creo que fue la Gabriela Mistral quien engañosamente le hizo creer que uno se puede ganar la vida y ser respetado con una actividad así.

—¿Qué haces actualmente?
—El ridículo. He llegado al convencimiento casi total de que no se puede vivir de la escritura. De que incluso no conviene. Que hay que hacer alguna otra cosa. En estos momentos trabajo de profesor, lo que me da cierta dignidad material. Pero siento que quizás estoy vendiendo el alma. Tiempo Tiempo Tiempo. Ser profesor chupa tiempo de forma grosera. Las planificaciones diarias, las tablas de especificaciones, las rumas de pruebas. No tengo ningún plan real para sostenerme de otra forma. Me he convertido en un verdadero inútil. Quizás debiera ponerme en una situación que me obligue a aprender algo nuevo. Igual me porto como un cobarde. Actualmente junto plata con la esperanza de algún día comprar mi libertad. Pero veo que ese día se aleja y aleja. Supongo que pronto todo va a reventar. Ahora, si me preguntas qué estoy escribiendo ¿era esa la pregunta? Varias cosas. Estuve seco por mucho rato. Pero me hice trampas y he conseguido meterme en proyectos que bailan solos. Me gusta así. Creo que van bien encaminados, no me angustian y va a ser fácil avanzar en ellos. Pero pasé mucho tiempo sin que la Máquina de Mardones fuese para ningún lado. Y ésa es una extraña forma de horror.

—¿Qué es lo último que has leído?
—Leí hace poco De qué hablo cuando hablo de correr, de Murakami. Antes había leído Tokio Blues. No me impresionó mucho. Pero ese sobre correr me habló directamente. Yo me tiraba las partes porque una vez corrí una maratón. Este gallo ha corrido más de 25. Después corrió una ultramaratón, 100 kilómetros en 11 horas. Ahora es triatleta. Me saco el sombrero. Dice además que todo lo que ha aprendido de escribir lo aprendió de correr. Hay que tener al menos una pizca de talento. Concentración. Constancia. Adquirir fuerza de base. Todo lo que dice me hace sentido. Acabo de terminar, Espera a la primavera, Bandini, y ahora estoy en Ask the dust. Disfruto cada página. Es mi tipo de gente. Me llena en el gusto. También estoy releyendo robert smithson & robert smith de Mario Verdugo. Hay que leerlo en voz alta. Se entra en trance. Hay algo grande, importante en su proyecto.

—¿Qué significa ser un poeta o un escritor en el 2017?
—Chucha. Ahí sí que te las mandaste. Se me ocurren varias cosas. Me gustaría decir que ser un poeta en este año, es lo mismo que ser poeta cuando éramos cazadores recolectores. Es cantar en medio de la tribu, las cosas de la tribu, junto con la tribu, frente a la tribu, saltando en la noche mirando al fuego. Música que produce visiones. Pero en una de esas no. No es falsa modestia: soy un pésimo poeta. Me falta y ya no sé si me queda tiempo para llegar. Pero creo que la poesía es un laboratorio del lenguaje. Que extiende sus posibilidades, que produce descubrimientos, nuevas técnicas, que nos permite ir más allá, que es capaz de cambiar las formas en las que vemos la realidad. También pienso que los físicos teóricos son un tipo particular de poetas. Por ahí va la cosa.

—¿Quiénes son los escritores (as) que menos te gustan?
—Me es difícil contestar esta pregunta. Prefiero concentrarme en las cosas que me gustan. Soy fácil y cochino. Me gusta casi todo. Pero tengo predilecciones intensas y no me concentro mucho en lo que se aleja de mí. A veces soy muy condescendiente y perdonador. También burdo. La mayoría del tiempo no me gusto yo. Y me he equivocado. No me entraba Lihn, solo el Diario de muerte, que leí siendo muy joven. Ahora lo considero un artista de alto nivel en casi todo lo que hizo. Pensándolo un poco, creo que no me gustan los escritores que hacen política facilista, sin profundidad, de compromisos pampos y falseques. Cuando se les nota el interés, el cálculo, la superficialidad, siento algo raro, malo.

—¿Cuál es el disco que siempre vuelves a escuchar?
A love supreme, de John Coltrane. No soy muy aficionado al jazz. Tuve por un tiempo la impresión de que era música elitista y para mijitines, de hueones creídos. Pero no. Discos como este pegan duro y son de verdad. Son fieros y bellos. No me canso nunca de él. Tampoco de la Nina Simone. Igual hay que dosificar. Un tema puede perder su poder si lo repites demasiado. Afortunadamente no me ha pasado con A love supreme ni con Nina Simone. Tienen en mí una fuerza extraña y poderosa.

—¿Cuáles son los libros que de alguna manera te formaron como escritor?
—Tengo que decir que en muchos casos se me hace difícil hablar de libros particulares, quizás me resulte mejor mencionar grupos de libros o de autores. Por supuesto lo que me pides es muy difícil, y estoy seguro de que apenas enviada la lista, me voy a arrepentir. La ordenación es hasta cierto punto cronológica, porque dentro de lo difícil me pareció lo más fácil.

Papelucho.

Leí Papelucho siendo muy niño y me reí a carcajadas. Yo entiendo lo que dice Fuguet cuando habla de su tono, de su ritmo, de su uso del lenguaje. Hay que tomar en cuenta que él, posiblemente, sea más gringo que chileno. Y Papelucho tiene ese hechizo. Ya más grande me di cuenta de que no se salvan todos los de la colección, que hay lecturas posibles que lo dejan mal, como un niño cuico, paternalista, representante de una clase conservadora. Sea como sea, abrió una puerta para mí. Hasta el día de hoy llego a la literatura infantil cada cierto tiempo buscando aire fresco. Saber hablar a las bestias que son los niños, es un don, y hay que aprender de él.

La Biblia.

Tengo una formación católica. Dejé de creer durante la adolescencia, pero seguí leyendo mucho la Biblia. Ya no lo veo como un libro sagrado, pero me llenó de imágenes míticas que vuelven a mí a cada rato. Hace poco leí lo que escribe Auerbach sobre el episodio de Abraham y eso de las acciones elevadas protagonizadas por personajes del pueblo. Y lo de los silencios y las posibilidades interpretativas. Ese Dios violento del Antiguo Testamento es un personaje formidable, tan humano. La lucha con el ángel, la zarza ardiendo, el carro de fuego, la teja y las llagas, el vientre de la ballena, el agua en vino, la higuera que se seca a golpe de palabra, ¿por qué me has abandonado?, el infierno incombustible, la prostituta de Babilonia. Mi libro favorito desde hace mucho es el Eclesiastés. Todo es vanidad, todo es ilusión, todos es querer atrapar el viento. Todavía creo mucho en ese libro.

Trilce.

Hubo un tiempo en que quise desesperadamente ser poeta. Huidobro era mi ídolo máximo. Una vez llegué a la librería de Arturo Volantines en La Serena buscando El ciudadano del Olvido o cualquiera de sus libros menos conocidos. Tomó el Trilce y me dijo, llévate éste, es mejor que Huidobro. Me dieron ganas de agarrarlo a chuchadas. Era un libro feísimo de la editorial Losada. En la noche, solo en mi pieza, lo abrí. Apenas puedo describir lo que me pasó. Me voló la cabeza es una expresión aproximada, pero fue mucho más. Fue una revelación. Sentí que me comunicaba directa y profundamente con alguien, aunque no entendía lo que estaba diciendo. La poesía iba más allá de las palabras. Era música. Una música violenta. Pocos libros de poesía han provocado lo mismo en mí.

Así habló Zaratustra.

A Nietzsche también llegué gracias a Huidobro y al prólogo que Óscar Hahn hizo para Altazor. Tenía como 17 años y en ese tiempo leía todo muy mal. Pero Borges me había advertido que era fácil malinterpretarlo. Entendí claramente que era un autor peligroso, pero de una intensidad honda, que llenó mi adolescencia de ciertos moldes que aún perduran en mí. Ahora lo entiendo más como un poeta y un artista que un filósofo. Un artista adolescente. Así habló Zaratustra es una prueba contundente de esto: “Quien escribe con sangre y en forma de sentencias, ése no quiere ser leído, ése quiere ser aprendido de memoria”. El otro día leí un libro de Kenzaburo Oé, donde el narrador –que es él mismo- se da cuenta de que le queda poco tiempo de vida y siente la necesidad de releer a sus escritores favoritos. Él relee a Malcom Lowry y a Blake. Pienso que de tener la oportunidad de hacer algo así, yo releería a Nietzsche.

Pedro Páramo.

Cuando lo leí por primera vez no entendí nada. Las voces murmuraban en mi cabeza. El silencio, la oscuridad ¿Todos están muertos? Todos estaban muertos. Los malos también se enamoran, también sufren. Tanto dolor. Dolor para siempre. Aprendí que la disposición de fragmentos debe ser un arte minucioso. Que los vacíos están llenos de significado. También que se puede inventar una forma de hacer hablar a los personajes, un idioma que es poesía y artificio, pero que es natural y auténtico. Es un libro que nos queda grande a todos, una de las joyas más valiosas que han surgido de Latinoamérica.

Los demonios / Los poseídos / Los endemoniados.

Dostoievsky fue uno de los grandes héroes de mi juventud. Me devoré la mayoría de sus libros demasiado pronto. Me parece que siempre hay algo de pechoño en él, pero también inteligencia y honestidad suicida. Cuando leí que Tolstoi consideraba su estilo tosco y su prosa descuidada, creo que me gustó más y entendí las posibilidades que tienen los escritores que no son estilistas, pero se atreven a bucear en el espíritu humano abiertamente. Releí hace un par de años Los endemoniados y creo que me gustó menos que la primera vez, pero entendí que Dostoievsky se había metido a las patas de los caballos, que vivía su tiempo con intensidad y valentía, que era verdaderamente capaz de desarrollar discursos reales, vivos e independientes en sus personajes. Y el final. Por la chucha, el final.

Las aventuras del Salustio y el Trúbico.

Lo leí por primera vez en Concepción. Antes me lo había recomendado mi mejor amigo, diciendo: “¿Has leído a ese escritor de los congrios?” “¿Cuáles congrios?” “Esos de los maestros chasquillas que tienen que cambiarle el color a unos pescados y después pintan un mural encima de ellos y los personajes de los cuadros cobran vida” “¿¡Qué!? ¡Pásame ese libro AHORA!”. Es un libro lleno de pifias. Es posible que tenga muchos errores, pero  el golpe de inspiración sostenida y el delirio grotesco que es capaz de alcanzar su imaginación, fueron una lección importante: simplemente no hay límites. Además me abrió la puerta a la tradición carnavalesca: el Satiricón, el Asno de oro, Gargantúa y Pantagruel, El Buscón, Cándido y toda esa ralea. Alcalde es mi maestro, tanto en términos de lo que hay que hacer, como de lo que no hay que hacer. ¿Qué es lo que hay que hacer? Ser de verdad, enamorarse, trabajar mucho, dejarse llevar. ¿Qué es lo que no hay que hacer? Atarantarse, desesperarse, cegarse, aislarse, hundirse.

Las enseñanzas de Don Juan.

Hay un límite entre la ficción y lo real, entre la literatura y la vida, entre la alucinación y la realidad. Ese límite puede franquearse, puede hacerse desaparecer. La primera vez que supe de este libro, vivía en Valdivia en una pensión. Nos juntábamos con unos obreros que andaban de paso, ampliando un Banco Estado. Tomábamos con todos ellos, excepto con uno. Era más joven y era distinto. Pelo chuzo, barba incipiente. “A ese le gusta leer, no tomar” decían sus colegas. Era una persona introvertida y silenciosa. Lo poco que conversamos, me permitió darme cuenta de que estaba profundamente obsesionado con Castaneda. Ahora entiendo que era un aprendiz de brujo. Siempre me he preguntado qué habrá sido de él. Quizás sí sea un brujo.  A veces creo que yo debiese convertirme en brujo.

El Ulises.

Me parece uno de los más radiantes fracasos de la literatura universal. Y un monumento a la experimentación. Dejé un solo capítulo sin leer, ese donde Dedalus predica sobre Shakespeare. Igual me está esperando. El libro está tan lleno de sutilezas y groserías, de finezas y descuidos. Es tan atrevido e inteligente. El resultado se inclina claramente hacia el haber más que hacia el debe. Tanta poesía. Esa poesía se pierde en la traducción. Joyce era medio ciego, por lo tanto era músico. Pongan un video del Finnegans Wake, donde se lo escucha leer. Joyce canta. Se va al porcino, pero cantando. El capítulo XV simplemente me dejó la boca abierta. Además siempre he pensado que Joyce se proyecta y divide en dos de mis favoritos: Faulkner y Nabokov, que son sus hijos. Uno es el provinciano, el otro el cosmopolita; uno el asalvajado, el otro el intelectual. Joyce fue todo eso. El que se arriesga, gana. De todas formas hay que fracasar, hay que fracasar cada vez mejor, como dice otro de sus mejores discípulos.

Anibal Jara, el hombre más moderado del mundo.

Mario Verdugo es uno de los escritores que más admiro y –dentro de ese grupo- de los pocos que conozco personalmente. Aníbal Jara me parece una obra maestra. Como La novela terrígena, como Apología de la droga. Lo que cambia todo es que hasta cierto punto he conocido la cocinería de algunos de esos libros, lo que me parece un inmenso privilegio. Considero a Aníbal Jara una micro novela. El poder del fragmento. El poder de la disociación. El poder del ritmo. El poder de la hipnosis. This is not a novel, dice David Markson, pero sí es una novela. Mario Verdugo puede decir que Aníbal in not a novel, pero sí lo es. ¿Y por qué no? Mario Verdugo es absolutamente post moderno. robert smithson & robert smith, que acaba de salir, es una nueva prueba de eso.

 


 



 

 

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«Soy un pésimo poeta» «Creo que la poesía es un laboratorio del lenguaje, que extiende sus posibilidades,
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