Miguel Ángel Zapata y la pupila escrutadora de Un pino me habla de la lluvia. Por Cristián Gómez-Olivares. The University of Iowa




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Miguel Ángel Zapata y la pupila escrutadora de
Un pino me habla de la lluvia

Cristián Gómez-Olivares
The University of Iowa

 

Miguel Ángel Zapata es un poeta que no tiene que demostrarle nada a nadie. Ni siquiera a sí mismo. Cómo, si no, podría escribir un verso como éste: “El domingo pasado leía con esmero a Francis Ponge”. Hay aquí, a partir de esta línea y otras que abundan en este libro, un tono de comunión con el entorno que hace tan particular a este conjunto y, por extensión, a su autor. Porque ese tono no es nuevo en Zapata. En libros anteriores (Lumbre de la letra (1997), El cielo que me escribe (2002), Cuervos (2003)), habíamos encontrado una disposición del hablante que buscaba una suerte de integración con el medio que lo rodea, una poesía que persigue el júbilo y lo encuentra en su reunión con la “naturaleza” (ya explicaremos las comillas), a diferencia de muchos otros poetas recientes que con mayor o menor razón han representado la amplia carga de negatividad de la que somos testigos hoy por hoy.

La escritura de Zapata ha sido definida por Oscar Hahn como un diario de la vida leve, valiéndose de una cita que ilustra a cabalidad lo que esta poesía significa. Un acercamiento amoroso hacia el Otro, un solazarse con lo que de magnífico (todavía) nos ofrece el mundo. Poesía pública a su manera, estos textos no abordan ninguna contingencia identificable a primera vista por el lector. Sin embargo, Zapata no pierde en ningún minuto el contacto con el mundo ni con la realidad, lo que pasa es que simplemente se ocupa de una realidad privada, tal vez escrita con minúscula y de seguro muy distante de aquellas que figuran en las agendas académicas del primer y del tercer mundo.

En una entrevista recogida en este libro, Zapata cita como un corolario a tener en cuenta aquella frase de Borges según la cual poema que no emociona no es poema. Su opción por comunicarse, por no olvidar que al fin y al cabo escribir poesía presupone lectores (lectores que no siempre fueron camarilla, lectores que no siempre fueron especializados como parece ocurrir hoy en día) y que el circuito comunicativo se cierra con ellos, implica que las estrategias discursivas de este volumen no se bastan por sí mismas, no son autosuficientes y, por ende, que todo desdén por la claridad no tiene cabida aquí.

Sin embargo, como muy bien se ocupa de aclarar David Cortés Cabán(¹), la intensidad de esta poesía no proviene sólo de la novedad de las imágenes que hay en ella, sino antes bien esa novedad y esa intensidad son producto de “que lo nombrado no se limite solamente a lo que refleja la mirada sino a lo que el sujeto poético siente o intuye en ese lenguaje que intensifica siempre nuevas imágenes. Es en este lenguaje – pienso – que se funda el sentido profundo de esta poesía. No sólo en la pupila escrutadora del cuervo, ni aun en esa ventana que contempla el imaginario donde resplandece siempre la novedad”. Nada en estos poemas es, creemos, previo a estos poemas. Por eso no podemos sino estar de acuerdo con Cortés Cabán cuando señala la preeminencia del lenguaje en estos poemas, esa conjunción que en ellos se da para reunir, como suele ocurrir en la poesía de Zapata, elementos en apariencia disímiles pero que al interior de estos textos cobran vida nueva en el desplazamiento de sus contextos. Desplazamientos que incluyen espacios diversos y reconocibles y que dan cuenta de una esencial diversidad en estos poemas:
                       
                        Hay ganas de volver no sólo al país sino al poema, a la madre,
                        al jardín de todos los buenos tiempos. Después es necesario ausentarse,
                        desaparecer. Y después ausentarse otra vez, huir del cielo y de las
                        hojas amarillas que sintieron tus viejos zapatos negros (35).

El poeta tiene dos deberes esenciales, decía Neruda: partir y regresar. Zapata ha partido y regresado de su Lima natal (aunque haya nacido, en rigor, en Piura), pero sin hacerse partícipe del mote casi obligatorio de una “Lima, la horrible” que Salazar Bondy acuñara en otras circunstancias que no son, en cambio, compartidas por Zapata:
                       
                        Cada ciudad tiene su horror y fascinación pero no todo es horroroso
                        ni fascinante. No estoy de acuerdo con los que siempre llaman a Lima
                        “la horrible”, en todo caso, no sé a qué se refieren. Para mí los atardeceres
                        en Barranco o las vistas de Chorrillos son incomparables con cualquier
                        ciudad del mundo. (…) Los barrios “criollos” como Breña, La Victoria,
                        o el Rímac son entrañables para mí. A los que no les gusta la música
                        criolla de corazón nunca sabrán a qué me refiero (76-77).

Si Lima es vista con ojos permanentemente nuevos (porque lo importante es notar que no es Lima lo que se nos muestra, sino una Lima que responde a esa mezcla de una subjetividad social tamizada por una subjetividad individual, cuya síntesis aquí llamamos “el punto de vista” de Zapata), también lo es esa “naturaleza” que en un principio señalábamos entrecomillada a la espera de una definición esperamos más acabada.

El amplio abanico de animales, espacios geográficos y plantas que tienen su lugar en este libro merecen mención aparte. Su sola aparición implica leer Un pino me habla de la lluvia como si se tratara de un muestrario de las cosas del mundo, un catálogo salido tal vez de la imaginación de un observador despreocupado pero detallista, atento a los matices del paisaje pero no necesariamente a su reproducción turística: caminar por Buenos Aires -nos dice el poeta- no es ir de compras en busca de la mejor casaca de cuero para el invierno.

Quisiera entonces hacer aquí no una cruzada pero sí una apuesta por la que me parece es la única forma de entender esta relación con lo natural y con el paisaje no como un retorno a lo adánico, sino como una recreación mediada, o como dice Francine Masiello,
                 
                  No se trata de entonces de una ingenuidad lírica que exalte el referente
                  mimético ni una fe ciega en la transparencia representacional del lenguaje
                  en tanto capaz de describir con plena objetividad el paisaje del entorno (59).

La presencia, por tanto, de rosas y cuervos no basta por sí misma. El muestrario del mundo del que habláramos más arriba es índice de todo ello pero también de otra cosa. No es casual que las ventanas sean un motivo recurrente en este último libro de Zapata, como ya antes lo habían sido en otras de sus publicaciones. Su ubicación como umbral, como separación y unión de dos esferas que se comunican a través de ellas, no implica necesariamente un adentro y un afuera. Las ventanas de Zapata pueden estar en el mar o en medio de la calle, cumpliendo finalidades antes de comunicación que de encierro con las cortinas cerradas.  Aquí el mar y los árboles tienen ventanas que son puertas inaugurales, pero es en el poema “La ventana”, no incluido en este volumen(²),donde mejor se define esa entidad de la ventana, esa que se construye en medio de la calle para que el hablante, según su propia confesión, no se sienta tan solo. Incluso el aparente absurdo es resuelto con una paradoja: ve más el que mira una ventana cerrada que el que observa a través de una ventana abierta. De ahí que el hablante decida cerrar sus ventanas y salir al mundo. No se mira el mundo pasar por la ventana, sino que ésta es parte consustancial con el mundo.

De Certeau señalaba con certeza que “practicar el espacio equivale a ser otro o desplazarse hacia lo otro en un lugar” (110); los espacios en Un pino me habla de la lluvia son, a la luz de esta cita, siempre una otredad, siempre nuevos, si se quiere. Las ganas de volver a la madre y al jardín de todos los buenos tiempos se tamizan, entonces, al volver a un espacio natal que ya no es el mismo, ni tampoco es el mismo el que vuelve. Los lagos de Norteamérica se confunden con las playas de Barranco. Aunque probablemente no estaba pensando específicamente en Zapata, cuando José Antonio Mazzotti en su Poéticas del flujo (2002) plantea que

(...) la propia noción de "identidad nacional" será objeto de reflexión al convertirse las experiencias y los viajes imaginarios de cada autor en síntomas visibles de una traslación transmutadora de la subjetividad local. Los poetas del 80, más internacionalizados (al menos en referencias) que la mayoría de autores de las décadas anteriores y en algunos casos más explícitos en su autorrebuscamiento microrregional (según su procedencia provinciana), mantienen una relación de cuestionamiento y por momentos de burla con la "patria" macrorregional. Tal actitud, en la era de los postnacionalismos, le otorga a esta poesía un registro de tensión y desencanto que nos revela a un sujeto escindido y, por ello, descentrado (15).

Cuando, en este mismo texto, Mazzotti señala los cambios introducidos por las heterotopías, en la medida en que estas proponen una simultaneidad de niveles (y, por ende, de lecturas), una red de relaciones que singularizan un espacio y lo hacen irreductible a otro, estamos ya de lleno en un análisis de los múltiples espacios que Zapata utiliza (no quiero decir: retrata) como un modo subrepticio de ejercer una particular crítica sobre otras poéticas afincadas ya sea en representaciones de un espacio unívoco y/o en estricta consonancia con agendas marcadas por las preocupaciones de la Academia. Y eso que Zapata, aun cuando en sus propios términos, también pertenece a ella. Ya sea una clínica de Huntington, ya sea Buenos Aires, Lima o Saranac Lake, ninguno de estos espacios explica en su totalidad la lógica del libro, sino que en su permanente fuga hacia otros lugares (cfr. “Una puerta”, pp. 16-17), logran desplazar el arraigo del sujeto del habla, en una perspectiva transterritorial que es, en sí misma, una crítica de los espacios de representación con los que el hablante tiene que lidiar, una expresión por definición disconforme que -tras la apariencia de una dicción meramente celebratoria- deja trazos evidentes de la necesidad de reformular esos espacios, una re-ordenación de los mismos que puede asumir las características de un habitar armónico (en el poema que le da título al libro dice: “La bicicleta de mi hijo rueda con el universo. (…) Las ruedas de la bicicleta mueven el mundo”) o bien la des-composición de lo urbano en “Ciudades”, con esa ciudad rodeada alternativamente de montañas, bosques y mar. O, también, la impertinencia predicativa de frases como la siguiente: “Algunas veces llevé rosas a los cementerios donde la muerte se confundía con la hermosura de la hierba”, verso cercano a su conocido poema “Los muslos sobre la grama”: belleza y fin, muerte y vida como capítulos intercambiables de una novela para armar.

Puede que, a partir de lo hasta aquí dicho, Miguel Ángel Zapata con este último libro, no sea sólo un poeta peruano galardonado y uno de los poetas más originales latinoamericanos que vive en USA, sino puede que tal vez se lo lea como una voz decididamente crítica, con un mundo que si bien difiere de otros por su anhelo de hacer de la vida una aventura gozosa, también, por esta misma empresa, se comprenda ese afán de cambiar la vida que subyace a ella.

 

 

NOTAS

(¹) Cortés Cabán, David. “El lenguaje poético de Miguel Ángel Zapata: una ventana abierta al esplendor”, en
http://haroldalva.blogspot.com

(²) “La ventana” sí está incluido en poemarios previos como El cielo que me escribe (2002) y Cuervos (2003).

 

BIBLIOGRAFÍA

- Certeau, Michel de. The practice of everyday life. 1974. S. Rendall, tr. Berkeley: University of California Press, 1988.

- Masiello, Francine. “La naturaleza de la poesía”, en Revista de Crítica Literaria Latinoamericana 58 (2003): 57-77.  

- Mazzotti, José Antonio. Poéticas del flujo: migración y violencia verbales en el Perú de los 80. Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú, 2002.

- Zapata, Miguel Ángel. Un pino me habla de la lluvia. Lima: Ediciones El Nocedal, 2007
--------------------------. El cielo que me escribe. México: Ediciones El Tucán de Virginia, 2002.
--------------------------. Cuervos. Puebla: Dirección General de Edición, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla- Lunarena, 2003.
--------------------------. Lumbre de la letra. Lima: Santo Oficio, 1997.

 

 

 

 

 

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