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Presentación del libro Felices escrituras. Poetas chilenos y chilenas pensando una provincia.
Claudio Guerrero y Cristian Cruz (eds.), San Felipe: Ediciones Casa de Barro, 2022.


Por Marcia Martínez Carvajal


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La provincia no se piensa.
En la provincia se vive.
Se saben los ruidos y el silencio.
Se sabe cuándo nortea y cuándo el sur pica la mar.
Se camina.
Se viaja horas para estudiar, para ir a la biblioteca.
Se conversa con otras provincias y se aborrece la ciudad.

Cuando Claudio me invitó a presentar este libro, acepté gustosa y encantada pensando en esa Marcia que entró a estudiar Pedagogía en Español en la Universidad de Concepción por allá por el 2000. La que leyó con fruición a Enrique Lihn, a Jorge Teillier, a Eduardo Anguita. Pensando en la Marcia poeta que se jubiló el día en que una lectura poética en vez de leer sus textos cantó Feeling Good de Nina Simone.

También acepté porque soy una ferviente defensora del cliché de la provincia, como se señala en la presentación del libro. Esto en varios niveles que van desde lo artístico a lo intelectual, pasando por saber qué es echar un zorrito o qué es una salida de cancha. Creo que haber nacido, crecido, estudiado y trabajado en provincia toda mi vida, me da altos privilegios que vengo a ostentar. Hoy me puse esta chalina que mi madre hizo a mano con retazos que traía mi padre de la fábrica Bellavista Oveja Tomé antes de que yo naciera. Esta es también mi poesía, esta es también mi feliz escritura.

No quisiera entrar en la disputa centro-periferia, pues otras y otros han resuelto y revuelto esos dilemas con más visión que yo en libros fundamentales para una perspectiva decolonial. Y otras y otros han producido, en palabras o en escenas, evidencias contundentes de la emancipación del exotismo de la alteridad. Desde ese lugar, entonces, me di a la tarea de leer esta antología, empezando por los textos poéticos, terrenos que había abandonado hace años, por extravagantes razones.

Felices escrituras se sitúa en una geografía poética que se me hizo difícil, desacostumbrada ya a estas lides. Sucede que, como dije, abandoné la poesía o más bien mi poesía se trasladó a otros espacios; sucede que mi poesía está en el teatro, que esas eran las palabras que me convocaban, y leer este libro se me hizo cada vez más difícil. La poesía me pareció rara, comenzar a leer fue distanciarme. No me hallé. Pero seguí porque me dije: debe estar por ahí eso que para mí también fue una feliz escritura.

Me topé con palabras que delineaban un soy (Ricardo Herrera), con recados casi mistralianos, pero sin mapas ni brújulas (Rosabetty Muñoz), sin sueños de una noche americana (Miguel Eduardo Bórquez) que nos decían que es necesario que dejemos la ciudad (Camilo Muró), conjuraciones a que descifremos el acertijo de nuestra burbuja de cristal (Verónica Zondek). Me topé con la pérdida y la perdición (Américo Reyes), y cactáceas de flor blanca que tiemblan con las locomotoras (Diego Alfaro); me topé con la casa materna que se divisa a distancia (Chirimoyano), con una luz que se apodera de la cima y la abandona, todas las tardes, una y otra vez (Cristián Cruz). Y me pregunté sobre el placer de escribir en la mano de alguien (Carmen Avendaño); por los guantes perdidos y los zapatos sin pares (Antonia Torres); por lo que es vivir en este país y aprender a leer entre las mentiras (Jaime Pinos) y entre la violencia llamada Chile (Fanny Campos); me pregunté por hacer el esfuerzo de sonreír para que me recuerden más joven (Claudio Guerrero). Me fue revelado que no es verdad que vivimos, que no es verdad que duramos (Santiago Barcaza), que del barro venimos y que es el muro del silencio (Felipe Moncada); me fue revelado el secreto del agua (Carlos Hernández), y que el olvido acabó por imponerse (Sergio Mansilla). Me acompañó la lluvia, mucha lluvia; lluvia, incendios y sílabas (Yenny Paredes); llovizna de abril, el mes del miedo (Ismael Gavilán), yo aquí bajo la lluvia (Marco López). Y encontré mi bosque, mi cauce y mi nombre (Alejandra González Celis).

Como poco a poco fui acordándome de lo que era leer poesía, tuve un favorito y una favorita. Sé que esto no se hace y es muy feo. Espero que sepan disculpar esta predilección: los textos de Nelson Paredes construyen una memoria muy parecida al olvido, un lugar fugaz en donde la poesía esconde cosas a la vez que intenta salvar lo que se pueda. Por su parte, los textos de Paola Cantero los vi puestos en escena, los vi en colores, los dije en mi mente como monólogos; vi los pajaritos, los árboles, las alcachofas, las pepitas de oro. Mi lectura se desordenó como se descontrola la voz del poema “A los ocho años”. Durante 7 páginas —¿es esa una medida de tiempo?— estuve en Rahue.

Quisiera dar las gracias a Felices escrituras por devolverme a una ruta que ya no recorría y recordar esta superficie en la que también se vive. Celebro y admiro a quienes aquí reflexionan sobre su ejercicio escritural y provincial, su mirada situada y sus textos poéticos; y a Claudio Guerrero y Cristian Cruz por no flaquear en esta empresa que es editar un amplio volumen de voces e imágenes de estos extensos y diversos territorios.

Para finalizar, voy a apropiarme de las palabras que este libro me regaló. Coincido con lo que alguien le dijo a Paola Cantero, quien en su ensayo señala “que los/las provincianas en la ciudad, siempre estamos buscando el camino de vuelta al bosque o al mar. Que tenemos la visión larga y la mecha corta. Que tenemos el secreto deseo de ser los encargados de la biblioteca del pueblo y que este anhelo nos persigue en la gran urbe como mala resaca. Como malo es negar a los muertos”. Porque provinciana fue también Gabriela Mistral, y cuando María Monvel le preguntó “–Gabriela, ¿no se queda usted en Santiago?”, ella respondió (me la imagino casi gritando) “–Jamás. Esta es una ciudad pretenciosa. Me voy a Elqui, mi tierra natal, a criar cabras. La Serena no me gusta. Allí la gente se pone toda tonta. En las aldeas es otra cosa” (cit. en Salinas, 2019, p. 9).

Me despido y felicito a quienes insisten en la palabra y que hicieron posible la publicación de este libro. Les deseo los más curiosos lectores y las más libres lectoras.



 

 



 

 

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