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Cecilia Valdés de Cirilo Villaverde: pretexto narrativo del siglo XIX para una
poética antiesclavista en América Latina

Por Carlos Hernández Tello

 


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I. Cecilia Valdés: hito literario cúlmine de tres siglos de historia esclavista

¡Dulce Cuba! En tu seno se miran
en el grado más alto y profundo,
las bellezas del físico mundo,
los borrones del mundo moral.
José María Heredia.

La novela Cecilia Valdés o La Loma del Ángel (1882) narra una serie de acontecimientos ocurridos en un marco temporal fijo y claro: desde 1812, año de nacimiento de la hija natural de Don Cándido Gamboa, Cecilia Valdés, hasta 1831, año en el que José Dolores Pimienta asesina a Leonardo Gamboa y Cecilia Valdés es acusada de cómplice en dicho asesinato. Si bien es cierto que, luego del nacimiento de la protagonista, hay un salto temporal de varios años hasta llegar a 1830, es sólo durante este año y 1831 que se narran las secuencias de hechos concernientes al problema de la esclavitud que aborda la novela. Aunque la obra sólo desarrolla este problema en un marco limitado de tiempo, éste debe ser entendido como el momento cúlmine de un largo y complejo proceso de colonización y esclavitud que se remonta a la llegada del sujeto conquistador a tierras de lo que posteriormente será denominada América. Según lo expone Murillo Garnica en su trabajo “Las relaciones interraciales y sociales en la Cuba de Cecilia Valdés” (2008), para entender el problema suscitado en la novela de Villaverde es necesario retroceder al punto de partida de la historia oficial que se conoce de Cuba, específicamente, al 28 de octubre de 1492, fecha en que el conquistador español pone su primer pie en territorio cubano. En relación a la población aborigen que habitaba la isla para esa fecha, Murillo Garnica señala que “se sabe que estuvo compuesta por tres pueblos: los guanahatabeyes, pescadores y recolectores y dedicados al trabajo de confecciones con concha; los tahínos dedicados a la alfarería y a la agricultura y los siboneyes que desarrollaron una cultura intermedia” (Murillo Garnica 11). Como ya es bien sabido, las ocupaciones de estas tierras no se realizaron por la vía pacífica. Tras la llegada de los conquistadores, y debido a las luchas constantes y a las enfermedades traídas por aquéllos, la población aborigen, hacia finales del siglo XVII, era prácticamente inexistente [1]. Es en este contexto que se inicia el proceso de esclavitud y el tráfico de hombres africanos al continente americano:

Al principio de la colonización, los españoles recurrieron a la esclavitud indígena para conseguir la mano de obra que necesitaban para labrar las tierras o trabajar en las minas, pero pronto ésta empezó a escasear y tuvieron que hacer uso de la mano de obra negra. Se juntaron diversos factores, por un lado, está la Iglesia, la que gracias a la labor del Padre Bartolomé de Las Casas en defensa de los aborígenes, prohibió la esclavitud india; por el otro, los mismos indígenas empezaban a diezmarse debido al mal trato que sufrieron y a las mismas enfermedades que les contagiaron los españoles y contra las cuales no tenían defensa alguna. A su vez, la necesidad de mano de obra barata iba en aumento. Así, a partir de 1513, empezaron a llegar a Cuba los primeros esclavos africanos. Dando lugar a un tráfico que duraría hasta finales del siglo XIX, cuando en 1886 es legalmente abolida (Mahmoud Amin 106).

Por su ubicación estratégica, a partir de 1519 Cuba se convirtió en el lugar de reabastecimiento de las flotas de regreso a España, lo cual motivó un establecimiento permanente del conquistador en la isla. Con la instauración de la industria azucarera y tabaquera, la economía cubana se consolidó a nivel mundial. Mahmoud Amin aporta copiosos datos al respecto:

La presencia del esclavo negro, en Cuba, data entonces desde los siglos XVI y XVII, pero será durante los siglos XVIII y XIX, cuando la mano de obra negra pasa a ser imprescindible para el sostenimiento del sistema económico del país. Particularmente tras la rebelión de los esclavos haitianos, a finales del siglo XVIII. A consecuencia de lo cual, Cuba vive un auge económico sin precedentes y el control del mercado azucarero mundial pasa de Haití a Cuba, convirtiéndose así en el mayor productor y exportador de azúcar del mundo. Posteriormente, con la ocupación de la isla por los ingleses de 1763 a 1764, los comerciantes cubanos también empiezan a introducirse en las colonias inglesas del Nuevo Mundo. Situación económica que significa el aumento de la mano de obra esclava. Así, en 1830, llegan a la isla unos 14 mil esclavos. Lo que, por otro lado, produce un descomunal cambio a nivel demográfico. Si en 1774, había unos 39 mil esclavos negros, para 1841 la cifra asciende a casi 450 mil, llegando a representar el 43.3% de la población cubana, la cual superaba el millón de habitantes, de los cuales el 58% eran negros y mulatos, tanto esclavos como libres. Lo que agudiza el problema de la esclavitud y provoca el aumento de las rebeliones, las cuales a su vez son duramente reprimidas. De lo dicho, podemos constatar que el desarrollo de la industria azucarera tuvo un peso económico decisivo: fue el primer culpable del mantenimiento del sistema de la esclavitud por tan largo periodo (107).

Resulta significativo que sea precisamente en 1830, año en el que se desarrolla mayormente el argumento de Cecilia Valdés,  en el que hayan llegado alrededor de 14.000 esclavos a Cuba, pues hay indicios en el texto que dan cuenta de este tráfico masivo de esclavos a la isla. Uno de dichos indicios es la secuencia de hechos en la que participan D. Cándido Gamboa y una serie de mercaderes amigos que se dedican a la trata de esclavos, que para la época en la que se desarrolla la novela estaba prohibida. Hacia el final de la primera parte el narrador se encarga de entregar algunos datos que irán configurando poco a poco la identidad esclavista de D. Cándido Gamboa: “Era él hombre de negocios más bien que de sociedad. Con escasa o ninguna cultura, había venido todavía joven a Cuba de las serranías de Ronda, y hecho caudal a fuerza de industria y de economía, especialmente de la buena fortuna que le había soplado en la riesgosa trata de esclavos de la costa de África” (Villaverde 170). Posteriormente se señalan sus intenciones comerciales que involucran naturalmente a D. Cándido Gamboa con otros sujetos que han desarrollado también el negocio de la trata, como D. Pedro Blanco. Pero el problema sigue siendo el de la prohibición: “Pero persiguen tanto los ingleses la trata, que se pierden más expediciones que se salvan…” (187). Aun así, la expedición del bergantín Veloz se realiza y trae, a pesar de todas las vicisitudes, un cargamento de esclavos a costas cubanas: “El número fijo no se sabe todavía. Las escotillas están clavadas, y dice el Capitán Carricarte que, aunque embarcó sobre 500, con el largo viaje y la atroz caza que le han dado los ingleses, se le han muerto algunos y tenido que echar al agua… muchos, vamos, la broza por fortuna” (267). De todas formas, D. Cándido Gamboa encuentra la forma de hacer efectivo el tráfico, pues, como ya ha sido señalado, él era un hombre de negocios que había logrado su caudal económico en gran medida gracias a la trata: “Rosa, ¿no comprendes que si vestimos de limpio los bultos pueden pasar por ladinos, venidos de… de Puerto Rico, de cualquier parte, menos de África? ¿Estás? No todo se ha de decir. Estos son secretos… Porque… hecha la ley, hecha la trampa” (280). D. Cándido Gamboa es el sujeto primario, dentro de la secuencia narrativa de Cecilia Valdés, que establece el sistema de esclavitud y de plantación en La Habana. Venido directamente de España, Gamboa se enlaza con Doña Rosa Sandoval en matrimonio y establecen una sociedad económica en la que el comercio y tráfico de esclavos va a ser el eje fundamental del patrimonio económico de la familia. Como es de esperarse, este sistema económico de plantación requiere de una mano de obra no salariada que permita llevar a la práctica el proyecto. El tráfico ilegal de esclavos, contradictoriamente en la novela perseguido y fiscalizado por navíos ingleses, resulta para Gamboa y su esposa el elemento básico y esencial sobre el cual el funcionamiento económico de la familia se sustenta. De ahí derivarán, por ejemplo, los malos tratos, los castigos y humillaciones a los esclavos negros que eran de su posesión. Por ello no es de extrañar que Mahmoud Amin señale asertivamente que “el desarrollo de la industria azucarera tuvo un peso económico decisivo: fue el primer culpable del mantenimiento del sistema de la esclavitud por tan largo periodo”. De esto se desprende un elemento no menos importante. La evolución demográfica producida por la trata y la economía de plantación tuvo repercusiones sociales verdaderamente significativas. En Cecilia Valdés, a excepción de la familia Gamboa, de los grupos familiares cercanos a ella, de los bailes de clase alta  y de los comerciantes descritos en algunos pasajes, todo el andamiaje humano fluctúa entre sujetos negros y mulatos; más aún, si se toma en cuenta el hecho de que los mulatos eran considerados, y se consideraban a sí mismos por su origen negro, como individuos inferiores en relación a la prosapia superior del blanco. De lo que se deduce que ser negro o mulato, ante la percepción y evaluación de un blanco, es, según se expone en la obra, prácticamente lo mismo. Esta evolución demográfica naturalmente influyó, y así se expresa en Cecilia Valdés, en la estructuración de la sociedad cubana del siglo XIX.

Por otra parte, es preciso observar que, a diferencia de la mayoría de los países de la América continental, Cuba para los años en los que fluyen los acontecimientos de Cecilia Valdés sigue siendo junto a Puerto Rico y otras islas del Mar Caribe, una colonia europea. En el complejo entramado literario el narrador se encarga de informar al lector de la situación política y social en la que fluyen los acontecimientos, haciendo notar que todos los episodios están necesaria y obligadamente entrelazados a esa situación:

El sistema constitucional que había regido en Cuba, la primera vez de 1808 a 1813, la segunda de 1821 a 1823, nada le había enseñado a la generación de 1830. Para ella había pasado como un sueño, como cosas del otro mundo o de otro país. La libertad de imprenta, la milicia nacional, el ejercicio frecuente del derecho del sufragio, las reuniones populares, las agitaciones y propaganda de los más exaltados, los conciliábulos de las sociedades masónicas, las cátedras de Derecho y de Economía política, las lecciones de Constitución del Padre Varela. Después de cada uno de esos dos breves periodos había pasado sobre Cuba la ola del despotismo metropolitano y borrado hasta las ideas y los principios sembrados con tanto afán por ilustres maestros y eminentes patriotas. Habían desaparecido los periódicos libres, los folletos y los pocos libros publicados en las dos épocas memorables de los cuales, si existía uno que otro ejemplar era en  manos del bibliógrafo, que tenía doble empeño en ocultarle (165).  

Estas modificaciones o cambios en el panorama político social, como afirma el narrador, no se perciben concretamente en los acontecimientos relatados en la novela, en el sentido de luchas de los personajes con un objetivo independentista. Al parecer Villaverde, en su afán de intelectual antiesclavista y conciente además del problema político cubano de fondo, necesita manifestar la inacción que existía en la isla frente al problema colonial. Por ello no es extraño que haya, dispersas a lo largo de la novela, algunas digresiones e intromisiones respecto del problema político subyacente: el sistema esclavista, la economía de plantación, las diferencias de clase y raza son la consecuencia directa del sistema de opresión colonial español:

Sujeta a la previa censura, había enmudecido la prensa en toda la Isla desde 1824, no mereciendo ese nombre los poquísimos periódicos que después se publicaban en una que otra población grande de la misma. El estado de sitio en que desde entonces quedó avasallado el país, no consentía la discusión de las cuestiones que más podían interesar al pueblo. Delito grave era tratar de política en público y en privado; hasta el uso de ciertos nombres de personas y aun de cosas estaba estrictamente prohibido. Los sucesos pasados, pues, así dentro como fuera de Cuba, los conatos de revolución en ésta, las resultas de la tremenda lucha por la libertad e independencia en el Continente, todo esto quedó sepultado en el misterio y en el olvido para la generalidad de los cubanos. La historia, además, que todo lo recoge y guarda para la ocasión oportuna, aún no se había escrito (165). 

Como consecuencia a este panorama histórico, en la novela se señala que los jóvenes que promovieron las causas independentistas se encontraban en el exilio o habían muerto en este destierro. Tras esta experiencia de fracaso, a los que se hallaban con vida en el extranjero se les entibiaron las tentativas de emancipación política y se dedicaron a una vida pacífica y oscura, alejada de todo conflicto, o bien, consagrados a la reparación que había producido en su salud lo anteriormente descrito. Por ende, ya había dejado de ser una preocupación para los que habían retornado a Cuba la propaganda de las ideas, opiniones y proyectos políticos esgrimidos durante los años en que la eventualidad de una patria libre fue una posibilidad concreta. Esta situación política y social se encuentra oculta en el acontecer de los hechos de Cecilia Valdés. No se detectan episodios al respecto desarrollados por los personajes que conforman el marco argumental de la novela. El lector se entera de los hechos históricos subyacentes a la historia cubana gracias a las intervenciones del narrador al momento de relatar los acontecimientos relacionados a las vidas de los personajes. Sin embargo, insistimos, la narración de este marco histórico parece tener una función informativa para poner en conocimiento al lector de que los sucesos acaecidos, por ejemplo, desde 1824, constituyen sólo una pequeña porción del sistema colonial imperante no sólo en Cuba, sino en toda América durante siglos, y que el sistema de esclavitud rigurosamente descrito en la obra es la gran secuela o resultado de dicho sistema colonial. Según se señala en la novela, hacia los años en que ocurren los hechos relacionados a los personajes de la obra (D. Cándido Gamboa, Leonardo Gamboa, Cecilia Valdés, José Dolores Pimienta, Isabel Ilincheta, entre muchos otros), el recuerdo de sujetos como Aponte y su conspiración en 1812, por ejemplo, era ya prácticamente inexistente. Incluso el narrador ya señala, con un gran sentido crítico y de anticipación, la intervención en Cuba y la mayoría de los países de América Latina del imperialismo norteamericano:

Como rumor no más había corrido que el gobierno de Washington se había opuesto a la invasión de Cuba y Puerto Rico por las tropas de México y de Colombia, y que de esas resultas habían ahorcado allá por Puerto Príncipe, en 1826, como emisarios de los insurgentes, a Sánchez y a Agüero. Pero a tal punto habían llegado el olvido y la indiferencia, que en los mismos días a que nos referimos en las anteriores páginas, se seguía causa de infidencia a los cómplices de la conjuración llamada Águila Negra, muchos de los cuales estaban presos en el cuartel de Dragones, en el de las Milicias de color, en el castillo de la Punta y en otras partes, y no se echaban de ver síntomas de descontento, siquiera de interés en el pueblo (167).

En otro sentido, y respecto a las labores de los criollos y peninsulares emigrados a Cuba, el narrador establece una invectiva en cuanto a su labor como sujetos entorpecedores del proceso de independencia, agregando además su accionar reprobable en dicho proceso, tachándolos de cobardes y egoístas. Éstos, según observa el narrador, “sólo se ocuparon de falsear el carácter de los sucesos, calificando de injustos, de perversos y de innobles los motivos de los sacrificios patrióticos de los revolucionarios, amenguando sus hazañas, convirtiendo en ferocidad hasta sus actos de justicia y de meras represalias” (168). Estas líneas resultan fundamentales para comprender el accionar de los blancos respecto de los negros esclavizados descritos en Cecilia Valdés. Naturalmente, el criollo y el español emigrado a Cuba son los individuos que promueven la trata de esclavos en el país o, al menos, participan directamente de sus beneficios económicos. Ejemplos de ellos son D. Cándido Gamboa, su esposa Doña Rosa Sandoval, Leonardo Gamboa, Isabel Ilincheta, D. Pedro Blanco, entre otros, quienes se han visto favorecidos directamente por esta conformación de la estructura social y económica de la Cuba colonial. A pesar de que Isabel y Leonardo actúan en base a sus sensaciones amorosas juveniles, no se puede obviar la conciencia de Isabel, al menos su conmiseración respecto del sistema esclavista y así lo hace notar a sus cercanos. Sin embargo, su conmiseración frente al trato de los negros no pasa de eso: sigue siendo una beneficiada del sistema, y una prueba de esto es que ella es quien se encarga de los negocios de la familia, función que le fue directamente asignada por su padre. En cuanto a Leonardo, sus prioridades fluctúan entre la conquista de mujeres de su edad y los petitorios de dinero a su madre, quien le financia todas sus conductas libertinas.  Por ello no resulta extraño que el narrador denuncie la actitud de los criollos y españoles emigrados y las condene por antipatriotas: “Para esos renegados el republicano o patriota era un insurgente, esto es, un sedicioso, enemigo de Dios y del rey; el corsario, un pirata o musulmán, como llamaba el pueblo a los argelinos que hasta fines del siglo pasado infestaban las costas del Mediterráneo” (168). Frente al desinterés generalizado por parte de la juventud de la Cuba colonial expresada en las páginas de Cecilia Valdés, durante los años 1830 y 1831, surgen las figuras de Leonardo Gamboa, Diego Meneses y Pancho Solfa, personajes que en el presente de la novela se encuentran estudiando la carrera de leyes y que, en términos de lo descrito por el narrador en las líneas seleccionadas anteriormente, vendrían a representar al sujeto blanco criollo heredero del sistema colonial, absolutamente desinteresado e indiferente de promover un movimiento independentista, pues esto, sin lugar a dudas, iría en detrimento de los intereses económicos de sus respectivas familias. Debido a ello, la diatriba del narrador se orienta a manifestar al “lector habanero” la situación actual de Cuba y a estimular, a lo menos, al cuestionamiento de quienes se enfrentan a este discurso literario:

El lector habanero, conocedor de la juventud de la época que procuramos describir, nos creerá fácilmente si le decimos que [Leonardo] Gamboa no se cuidaba de la política, y por más que le ocurriese alguna vez que Cuba gemía esclava, no le pasaba por la mente siquiera entonces, que él o algún otro cubano debía poner los medios para libertarla. Como criollo que empezaba a entrar en el roce de las gentes mayores y a estudiar jurisprudencia, sí se había formado idea de un estado mejor de sociedad y de un gobierno menos militar y opresivo para su patria. Sin embargo, aunque hijo de padre español que, siendo rico y del comercio visitaban con preferencia paisanos suyos, ya sentía odios hacia éstos, mucho más hacia los militares, en cuyos hombros, a todas luces, descansaba la complicada fábrica colonial de Cuba (168).

En definitiva, es en este amplio marco histórico que se inserta el relato narrado en Cecilia Valdés. Por estos motivos, la novela de Villaverde debe ser comprendida como un hito literario cúlmine, en el sentido de que ésta es el producto no sólo del sistema colonial imperante y de la esclavitud que azota a la Cuba del siglo XIX, sino como un suceso narrativo que acarrea más de tres siglos de historia de conquista, genocidio y esclavitud.

II. Colonialidad del poder: representación de los ejes coloniales en Cecilia Valdés

La producción de un discurso crítico sobre la novela Cecilia Valdés de Cirilo Villaverde surge de la necesidad cultural de establecer o dilucidar un elemento fundamental que constituyó un hito en la historia americana: el sistema esclavista, derivado directamente de los procesos de conquista y colonización instaurados en este continente por las metrópolis europeas, como aclarábamos en el apartado anterior. Es en este campo esencial, cuyo desenlace fue la diversidad cultural que es patrimonio del actual continente latinoamericano, que resulta menester sistematizar el problema de la esclavitud en la novela de Villaverde, entendiéndola como un proyecto narrativo del siglo XIX, en el que la idea de pretexto anecdótico se presta para fijar las manifestaciones en que el sistema esclavista se presentó no sólo en Cuba, sino también en todos los países que fueron víctimas de la castración cultural, del genocidio y del tráfico de seres humanos para luego ser transplantados violentamente en espacios geográficos totalmente ajenos. De este modo, el hombre europeo pudo solventar el sistema económico capitalista, que es la forma en que dicho sujeto ha entendido la modernidad y el progreso humano. En este sentido, Cecilia Valdés constituiría un enunciado literario en el que quedarían representados los modos de dominación colonial como práctica extrapolable a todo el ámbito americano. Tres son los ejes de dominación colonial propuestos por Aníbal Quijano en su trabajo “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina” (2000). El primero de ellos es el eje de raza, expresado esencialmente por las estratificaciones de clases sociales en la novela (blancos, negros, mulatos, criollos, cimarrones, etc.). El segundo lo constituye el eje eurocéntrico, en el sentido de la “evangelización” a la que es sometido el esclavo negro, la asimilación de un lenguaje ajeno, la adaptación social de las costumbres de las metrópolis europeas y la invalidez de las producciones culturales y de conocimiento del sujeto negro esclavizado. Y finalmente, el eje económico capitalista, en el sentido del funcionamiento del sistema de plantación y sus consecuencias directas en el individuo africano transplantado en las colonias.

Los procesos independentistas de lo que hoy conocemos como Latinoamérica, desarrollados en un gran porcentaje entre los años 1810 y 1825 según el país del que se trate, llegaron tardíamente a geografías como Cuba, Puerto Rico (1898 en ambos casos) y otros países del Caribe insular (muchos de ellos bien avanzado el siglo XX). Sin embargo, dichos procesos de independencia sólo implicaron para los países en cuestión un cambio de administración político-gubernamental, pues el poder recayó en aquellos sujetos representantes de una aristocracia criolla, españoles nacidos en América, franceses o ingleses, lo que implicó que se mantuviera en las nacientes repúblicas independientes un sistema colonial distinto, ya no dependiente de las metrópolis europeas, sino de dichos sujetos descendientes de europeos que mantuvieron los patrones de dominación colonial aplicados de una manera “no violenta”. En este sentido, la independencia de los países americanos, la cual implicó un desligamiento a nivel político, no fue tal a nivel cultural e intelectual [2]. En este marco, la permanencia y perennidad de las formas coloniales de dominación tras la independencia es lo que Aníbal Quijano ha denominado como colonialidad del poder. Según Quijano, esta idea se manifiesta en los países americanos a través de los ejes de raza, eurocentrismo y capitalismo. Sin embargo, a pesar de que en Cuba los procesos de independencia se desarrollaron bastante más tarde que en los países sudamericanos y México, por una parte, y del caribe continental, por otra, los ejes coloniales se manifestaron violentamente en el ámbito cubano, no como una forma más sofisticada de colonialidad, sino como el colonialismo mismo. Así, el lector puede evidenciar la forma en que los ejes de la colonialidad del poder esbozados por Quijano adquieren una presencia notable en la realidad histórica cubana del siglo XIX y, por extensión, en la novela de Villaverde.

Quijano plantea conceptualmente el primer eje como “la codificación de las diferencias entre conquistadores y conquistados en la idea de raza, es decir, una supuesta diferente estructura biológica que ubicaba a los unos en situación natural de inferioridad respecto de los otros. Esa idea fue asumida por los conquistadores como el principal elemento constitutivo, fundante, de las relaciones de dominación que la conquista imponía” (Quijano 1). Y unas líneas más adelante aseverará:

La idea de raza, en su sentido moderno, no tiene historia conocida antes de América. Quizás se originó como referencia a las diferencias fenotípicas entre conquistadores y conquistados, pero lo que importa es que muy pronto fue construida como referencia a supuestas estructuras biológicas diferenciales entre esos grupos. La formación de relaciones sociales fundadas en dicha idea, produjo en América identidades sociales históricamente nuevas: indios, negros y mestizos y redefinió otras. Así términos como español y portugués, más tarde europeo, que hasta entonces indicaban solamente procedencia geográfica o país de origen, desde entonces cobraron también, en referencia a las nuevas identidades, una connotación racial. Y en la medida en que las relaciones sociales que estaban configurándose eran relaciones de dominación, tales identidades fueron asociadas a las jerarquías, lugares y roles sociales correspondientes, como constitutivas de ellas y, en consecuencia, al patrón de dominación colonial que se imponía. En otros términos, raza e identidad racial fueron establecidas como instrumentos de clasificación social básica de la población (1-2).

La novela Cecilia Valdés, en la que los sujetos representados implican el amplio abanico cultural y étnico del mestizaje, se ve estructurada socialmente por las diferencias raciales de los personajes. Así, existen lugares adecuados para blancos, negros, mestizos, negros curros, saltatrás, etc. Al blanco (español o criollo) le es destinada la vida en las grandes casas, salones de baile, el centro de la ciudad; por otro lado, al negro le es muy difícil o prácticamente imposible el acceso a esos lugares, a menos que sea como esclavo. Para el individuo no blanco los espacios están determinados directamente por su color de piel y su condición social y racial. De este modo, los gentilicios aplicados tanto a europeos como a no europeos adquieren inmediatamente una connotación racial y, por lo tanto, rigen “la clasificación social básica de la población” de la novela. El ejemplo más notable en la estructura global de la obra es el problema del vínculo amoroso entre dos personas de diferentes razas y situaciones jerárquicas de rol en la sociedad. Recuérdese el vínculo extramarital entre D. Cándido Gamboa y la madre de Cecilia, o bien, la relación incestuosa entre ésta misma y Leonardo.

Otro problema importante planteado en la novela es el de los cánones de belleza determinados por la idea de raza: mientras más blanco es el individuo más bello es. Así, Cecilia Valdés, como personaje cuya genealogía ha sido manipulada en función del blanqueamiento, es considerada una mujer hermosa por su color de piel. A propósito de este problema asevera seña Josefa, abuela de la protagonista: “Aunque me esté mal el decirlo, es lo más lindo en verbo de mujer que se ha visto en el mundo. Nadie diría que tiene de color ni un tantico. Parece blanca” (Villaverde 339). En base a un tópico similar, la problemática del blanqueamiento asume bríos que van más allá del mero ascenso, pues también los personajes se cuestionan las consecuencias de un retroceso racial. En este tono se desarrolla la discusión entre Nemesia y Cecilia. Cuando la primera plantea a la segunda la disyuntiva sobre la preferencia de Cecilia entre un blanco y un pardo, ésta responde: “No lo niego, mucho sí me gustan más los blancos que los pardos. Se me caería la cara de vergüenza si me casara y tuviera un hijo saltoatrás [3]” (375). En consecuencia, la estructuración de las clases sociales a partir de la idea de raza en Cecilia Valdés es un elemento capital al momento de estructurar o sistematizar el problema colonial en la obra de Villaverde.

Respecto al segundo eje desarrollado por Quijano en su propuesta, el eurocentrismo, este autor observa:

Ese resultado de la historia del poder colonial tuvo dos implicaciones decisivas. La primera es obvia: todos aquellos pueblos fueron despojados de sus propias y singulares identidades históricas. La segunda es, quizás, menos obvia, pero no es menos decisiva: su nueva identidad racial, colonial y negativa, implicaba el despojo de su lugar en la historia de la producción cultural de la humanidad. En adelante no eran sino razas inferiores, capaces sólo de producir culturas inferiores. Implicaba también su reubicación en el nuevo tiempo histórico constituido con América primero y con Europa después: en adelante eran el pasado. En otros términos, el patrón de poder fundado en la colonialidad implicaba también un patrón cognitivo, una nueva perspectiva de conocimiento dentro de la cual lo no-europeo era el pasado y de ese modo inferior, siempre primitivo (Quijano 12).

Situados ante este problema, ¿qué indicios deja la huella eurocéntrica en Cecilia Valdés? Un primer momento es la adaptación de la religiosidad del conquistado. Numerosas son las referencias en la novela en las que los esclavos negros se muestran como sujetos que han asumido el cristianismo como religión verdadera, al punto que la experimentan en su vida cotidiana de forma tal que ven en el sufrimiento de Cristo el propio sufrimiento. Este es el caso de la abuela de Cecilia Valdés, seña Josefa, quien percibe su propia vida como el via crucis al cual sólo le falta la culminación de la crucifixión. En este sentido Quijano tiene razón, pues la cultura dejada en África pasó a formar parte del pasado: su religiosidad, el tambor, sus prácticas culturales, dejaron ya de ser una manifestación cotidiana y constante y se convirtieron, como es el caso del mencionado instrumento de percusión, en un privilegio que el amo blanco les concede a sus esclavos sólo en la fiesta de Navidad.  La “evangelización” que realiza el europeo al esclavo “salvaje” es, de este modo, el problema mayor que subyace en estos ejemplos.

Una segunda forma de manifestación del eurocentrismo es la que se evidencia a través de la asimilación de la lengua del colonizador. Al respecto Frantz Fanon nos aclara: “Hablar es ser capaz de emplear una cierta sintaxis, poseer la morfología de tal o cual lengua, pero es sobre todo asumir una cultura, soportar el peso de una civilización” (Fanon 106). Y ya pensando en el ámbito de las Antillas francesas, lo cual es aplicable también al contexto cubano del siglo XIX: “el negro antillano será tanto o más blanco, es decir, se acercará tanto más al verdadero hombre en cuanto haya hecho suya la lengua francesa[4]. No ignoramos que ésa es una de las actitudes del hombre frente al ser. Un hombre que posee la lengua posee, en consecuencia, el mundo expresado e implicado en ese lenguaje” (Ibíd.). La novela Cecilia Valdés expresa, según la permanencia del africano en tierras americanas, el problema del negro y el lenguaje en términos de Fanon. Observemos un caso. Una mujer que se dedica al comercio ambulante llega a la casa de seña Josefa a ofrecer sus productos y lo hace de la siguiente forma:

Labana etá perdía, niña. Toos son mataos y ladronisio. Ahora mismito han desplumao un cristián alantre mi sojo. Lo abayunca entre un pardo con jierre po atrá y un moreno po alantre, arrimao al cañón damasquina de Sant Terese. De día crara, niño, lo quitan la reló y la dinere. Yo no queriba mirá. Pasa batante gente. Yo conose le moreno; é le sijo de mi marío. ¡Ah! Me da mieo. Entoavía me tiembla la pecho (Villaverde 326).

Este episodio, como muchos más a lo largo de la novela, da cuenta de un proceso de adaptación al espacio geográfico en el que los esclavos negros han sido transplantados. De acuerdo a la lógica de Cecilia Valdés, los esclavos siguen llegando a Cuba de manera clandestina (como lo señala el hecho de que Cándido Gamboa haga lo posible por el arribo del bergantín Veloz a tierras cubanas). La vendedora mencionada, de acuerdo al lenguaje empleado, da muestras de ser un sujeto con no mucho tiempo en la isla. Siguiendo esta lógica, la vendedora se acercará tanto más al “verdadero ser humano” mientras aprenda la lengua castellana, pero esto no será más que una reducción de distancias culturales, pues su inferioridad racial le impediría un acercamiento más cabal: seguirá siendo negra. En términos de Fanon, esta vendedora representaría un sujeto en tránsito. Al aprender la lengua del conquistador, su sintaxis, su gramática y su fonética, adquiere el peso de la civilización europea, que es el imaginario cultural en el que ella ha sido transplantada.

Dentro del ámbito de las manifestaciones culturales de blancos asimiladas por los esclavos negros, negros libertos, mulatos, negros curros etc., existe otro elemento dentro de lo que Quijano ha denominado eje eurocéntrico, el cual guarda directa relación con la concepción que tiene del negro el colonizador blanco, lo cual genera como consecuencia una invalidación de las producciones cognoscitivas del sujeto esclavo negro. Como se ha mencionado ya, la idea de raza puso al hombre conquistado en condición de inferioridad frente al Yo europeo dominador. Pero a esta idea de inferioridad se suma la de maldad. Para el blanco europeo o criollo, el color de la piel del africano está directamente ligado a un problema moral de negatividad, pues para él el hombre negro adquiere una connotación de malignidad asociada a sus rasgos fenotípicos. Así lo expresa D. Cándido Gamboa: “Me basta saber que los negros se le cayeron de las uñas al diablo” (472). Esta idea se funda naturalmente en todo un respaldo histórico que remite al siglo XVI, que es la etapa histórica en la que se inicia la esclavitud en Cuba. Al respecto observa Rina Cáceres:

Antes de la esclavitud, en Europa se manejaba el concepto de negritud como forma de expresar los más bajos valores. Ningún otro color, excepto el blanco, provocaba tanto impacto emocional (…). El Diccionario Oxford de Inglés del siglo XVI (…) en la definición de ‘negro’ incluye las siguientes características: ‘profundamente manchado de suciedad, tierroso, sucio, malo, […] que tiene propósitos obscuros o de muerte, maligno, perteneciente a la muerte o relacionado con ella, despreciable, desastroso, siniestro […], relacionado con la desgracia, la censura, el castigo, etc.’. El color negro se presentaba como signo de lo bajo y lo maligno, un signo de peligro y repulsión. Implícito en el concepto de negro estaba su contrario: el blanco. Ningún otro par de colores mostraba tan evidente oposición, ningún otro par era tan frecuentemente utilizado para denotar polaridad: el blanco y el negro connotaban, respectivamente, pureza y corrupción, virginidad y pecado, virtud y bajeza,  belleza y fealdad, bondad y maldad, Dios y el diablo” (Cáceres 14-15).

La definición de El Diccionario Oxford de Inglés aclara algunos aspectos que desarrolla Cecilia Valdés. Todo el trasfondo de la novela se centra en la superioridad de los blancos frente a los negros o cualquiera de sus derivaciones. Cecilia Valdés realiza hasta lo imposible para blanquear su sangre e ingresar a los circuitos sociales de los blancos; otro personaje es expulsado de un  salón de baile por un oficial de sastrería, porque él está en conocimiento de que el sujeto en cuestión es cocinero y esclavo; la relegación de los esclavos a los ingenios alejados de la ciudad, porque en ella residen los blancos civilizados y los esclavos negros aptos para las labores domésticas; y finalmente, la idea de D. Cándido de que los negros se le cayeron de las uñas al diablo es la forma más explícita del sentido negativo y de malignidad que se le asignaba al africano transplantado en América.

Por último, el tercer eje de dominación al que se ha referido Aníbal Quijano es el económico capitalista, sobre el cual señala: “…en el proceso de constitución histórica de América, todas las formas de control y de explotación del trabajo y de control de la producción-apropiación-distribución de productos, fueron articuladas alrededor de la relación capital-salario (…) y del mercado mundial. Quedaron incluidas la esclavitud, la servidumbre, la pequeña producción mercantil, la reciprocidad y el salario” (Quijano 2). Y más adelante añadirá:

La clasificación racial de la población y la temprana asociación de las nuevas identidades raciales de los colonizados con las formas de control no pagado, no asalariado, del trabajo, desarrolló entre los europeos o blancos la específica percepción de que el trabajo pagado era privilegio de los blancos. La inferioridad racial de los colonizados implicaba que no eran dignos del pago de salario (4).

Enfocados en este eje de la colonialidad del poder, el problema de la economía de plantación y de sus consecuencias para los esclavos negros está ampliamente desarrollado en la tercera parte de la novela, aunque ya hacia finales de la segunda parte se anuncia una reunión de dos familias en el ingenio La Tinaja: los Gamboa y los Ilincheta. Respecto de las consecuencias culturales, étnicas, organizacionales de los esclavos negros, las formas de asumir la nueva realidad a la que han sido arrojados y su nuevo código de funcionamiento frente a la sociedad esclavista del blanco, Pizarro señala:

La diversidad de los orígenes del proceso cultural a que venimos aludiendo se integra a un proceso común y unificador durante el proceso de la colonia, a partir de la forma que adopta la organización económica de la zona: el sistema de plantación. Es esta forma que asume el desarrollo económico de la región lo que posibilita, dentro de la incomunicación que existe entre las diferentes áreas de colonización, la construcción de un tipo de sociedad que genera formaciones culturales si no idénticas en sus contenidos, similares en su estructuración (…). La plantación organiza a la sociedad esclavista de un modo específico y así genera también su cultura. Esta sociedad esclava tiene modos de relación con el mundo y dentro de ella misma, genera resistencias, modos de acatamiento de la realidad, modos de evasión, modos de asumirla, identifica a sus enemigos y a sus amigos para establecer solidaridades, genera sus códigos, establece, en fin, todo un orden social, que es el orden cultural en donde se va gestando el proceso transcultural afroamericano, un orden que va generando su propio imaginario social (Pizarro 139).

El personaje que ejemplifica en la novela el eje económico capitalista es D. Cándido Gamboa, quien como patrón y dueño del ingenio La Tinaja, esboza una teoría documentada y extensa sobre la naturaleza de los esclavos negros que él ha promovido cazar en tierras africanas:

He observado de cerca sus índoles diversas y sé lo que digo. El trato más que otra cosa tiene que ver con la conducta de ciertos negros. Todos han nacido para la esclavitud, ésa es su condición natural; en su mismo país no son otra cosa que esclavos, o de unos pocos amos o del demonio. Los hay, no obstante, que necesitan rigor, mucho rigor, el látigo siempre encima para que trabajen; los hay que por las buenas se saca de ellos cuanto se quiere (Villaverde 447).

El juicio categórico de Gamboa no merece apelación, sólo el comentario de que para él, el esclavo africano no merece ser denominado una persona y su condición natural es la de servir de mano de obra al capital del amo, de lo que se desprende naturalmente que no eran por ningún motivo dignos de salario.

De esta forma, los modos de dominación colonial se hacen presentes en el entramado narrativo de Cecilia Valdés y se instalan además como problemática esencial del sujeto negro y esclavo, corroborando a su vez que este enunciado literario constituye un proyecto narrativo para una poética antiesclavista en América Latina.

 

 

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Notas

[1] Murillo Garnica observa también que para finales del siglo XVIII la población de Cuba era de 172.620 habitantes, de los cuales 31.847 eran negros libres y 44.333 constituían la población de esclavos negros que trabajaban en más de 500 ingenios. Del total de habitantes señalado en Cuba en ese entonces, 96.440 constituían la población de sujetos blancos.

[2] A propósito de este problema afirma Leopoldo Zea, quien acuñó el concepto de “emancipadores mentales”: “Desde la perspectiva de estos pensadores, las revoluciones de independencia llevadas a cabo en el continente sólo habían logrado una emancipación política, mas no una emancipación mental. En otras palabras: los pueblos emancipados a través de las armas seguían atados espiritualmente a las viejas costumbres de la Colonia; esto es, a la servidumbre y al vasallaje” (Diccionario de Filosofía Latinoamericana). 

[3] Respecto a la casta “saltoatrás” señalada por Cecilia, Jean Lamore observa en la nota 100 de la segunda parte de Cecilia Valdés de la edición Cátedra: “Pichardo (1836) recoge la palabra saltatrás: ‘la persona que por su nacimiento en vez de ir refinando su origen africano ya casi blanco, retrograda mezclándose con la raza negra’” (375).

[4] En el caso de Cecilia Valdés, al hacer propia la lengua castellana.

 

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Bibliografía

- Obras básicas

- Villaverde, Cirilo. Cecilia Valdés. Madrid: Cátedra, 2008.

- Obras de consulta

- Cáceres, Rina. Rutas de la esclavitud en África y América Latina. San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2001.

- Fanon, Frantz: “El negro y el lenguaje” en Literatura francófona: II. América. México: FCE, 1996.

- Mahmoud Amin, Gihane. “Sab y la novela antiesclavista en Cuba” (Texto extraído del sitio web
dspace.unav.es/dspace/bitstream/10171/14249/1/08_Mahmoud_Amin.pdf).

- Murillo Garnica, Jacqueline. “Las relaciones interraciales y sociales en la Cuba de Cecilia Valdés”. Tesis. Pontificia Universidad Javeriana, 2008.

- Pizarro, Ana. “La noción de literatura latinoamericana y del Caribe como problema historiográfico” en La Literatura latinoamericana como proceso. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1985.

- Quijano, Aníbal: “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”. Edgardo Lander [Compilador]. La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Buenos Aires: CLACSO, 2000.

- Zea, Leopoldo. “Emancipadores mentales”. Diccionario de Filosofía Latinoamericana. (Texto extraído del sitio web
http://www.cialc.unam.mx/pensamientoycultura/biblioteca%20virtual/diccionario/emancipadores_mentales.htm).



 


 

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"Cecilia Valdés" de Cirilo Villaverde: pretexto narrativo del
siglo XIX para una poética antiesclavista en América Latina.
Por Carlos Hernández Tello