CUENTO
     

 

 

 

La botella de caña continuación

Por Francisco Coloane

......El caballo fue el primero en percibir el trote que se acercaba; paró las orejas y las movió como dos pájaros asustados. Luego él también sintió el amortiguado trapalón de los cascos de los caballos sobre la pampa; fue un golpear sordo que llegó a repercutirle extrañamente en el corazón. La honda helada surgió de nuevo, y lo hizo temblar. De pronto le pareció que el atacado iba a ser él, y sin poderse contener dio vuelta la cabeza para mirar. Un hombre grande, entrado en años, con el rítmico trote inglés, avanzaba sobre un caballo negro empapado de sudor y espuma; a su lado trotaba un alazán tostado, de relevo. Notó una corpulencia armónica entre el hombre y sus bestias, y por un momento se acobardó ante la vigorosa presencia del que llegaba.
...... Ya encima, los trotones se detuvieron de golpe en una sofrenada, a la izquierda de él. A pesar de que había dejado un lugar para que pasara a su derecha, el comprador de oro se ladeó prudentemente hacia el otro lado.
...... Le pareció más un vagabundo de las huellas que un comerciante de oro. Boina vasca, pañuelo negro al cuello, amplio blusón de cuero, pantalones bombachos y botas de potro por cuyas cañas cortas se asomaban burdas medias de lana blanca. Esta vestimenta, vieja, raida y arrugada, armonizaba con el rostro medio barbudo, largo y cansado; sin embargo, en una rapida ojeada percibió un brillo penetrante en los ojos y un mirar soslayado que delataban una energía oculta o domeñada, que podía movilizar vigorosamente, cual un resorte, toda esa corpulencia desmadejada en un instante.
...... -¡Buenas tardes! dijo, poniéndose al tranco de la otra cabalgadura.
...... -¡Buenas! -le contestó.
...... -¿A San Sebastián?
...... -¡No, para China Creek!
...... El acento con que se entrecruzó este diálogo no lo olvidaría jamás, pues le extrañó hasta el sonido de su propia voz. Sintió que lo miraba de arriba abajo buscándole la vista; pero él no se la dio, y así siguieron, silenciosos, uno al lado del otro, al tranco de sus cabalgaduras, amortiguado por el césped del pasto coirón.
...... De pronto, con cierta cautelosa lentitud, deslizó su mano hacia el bolsillo de atrás. Se dio cuenta de que el comprador de oro percibió el movimiento con el rabillo del ojo , y, a su vez, con una rapidez y naturalidad asombrosas, introdujo también su mano izquierda por la abertura del blusón de cuero. Ambos movimientos fueron hechos casi al unísono. Pero él sacó de su bolsillo de atrás la cantimplora de caña... y se la ofreció desatornillándola.
...... -¡No bebo, gracias! -contestóle, sacando a su turno lentamente, un gran pañuelo rojo con el que se sonó ruidosamente las narices.
...... Quedaron un rato en suspenso. El trago de caña le hizo recuperar la calma perdida por aquel instante de emoción; mas no bien se hubo repuesto, el comprador, sin perderle de vista un momento, espoleó su cabalgadura y apartándose en un rápido esguince hacia la izquierda, le gritó:
...... -¡Hasta la vista!
...... -¡Hasta la vista! -le contestó; pero al mismo tiempo, un golpe de angustia violento cogió todo su ser y vio el cuerpo de su víctima, sus ropas, su cara, sus cabellos mismos, en un tono oscuro, como el boquete de un abismo, cual el imán de un vértigo que lo atraía desesperadamente, y sin poderse contener, casi sin mover la mano que afirmaba en la cintura, sacó el revólver que llevaba entre el cinto y el vientre y disparó casi a quemarropa, alcanzando a su víctima en pleno esguince.
...... Con el envión que llevaba, el cuerpo del comprador de oro se ladeó a la izquierda y cayó pesadamente al suelo, mientras sus caballos disparaban despavoridos por el campo.
...... Detuvo su caballo. Cerró los ojos para no ver a su víctima en el suelo, y se hundió en una especie de sopor, del cual fue saliendo con un profundo suspiro de alivio, cual si acabara de traspasar el umbral de un abismo o determinar la jornada más agotadora de su vida.
...... Volvió a abrirlos cuando el caballo quiso encabritarse a la vista del cadáver, y se desmontó, ya más serenado.
...... Los ojos del comprador de oro habían quedado medio vueltos, como si hubieran sido detenidos en el comienzo de un vuelo.
...... La conmoción lo agotó; pero después del vértigo tan intenso cayó en una especie de laxitud, en medio de la cual, más sensible que nunca, fue percibiendo lentamente ese algo helado que le venía desde adentro. Se estremeció, miró al cielo y le pareció ver en él una inmensa trizadura, azul y blanca, como la que había en los descuajados ojos de Bevan.
...... Del cielo volvió su mirada a la yerta del cadáver, y sin darse cuenta de lo que iba a hacer, se acercó, lo tomó, lo alzó como un fardo, y al ir a colocarlo sobre la montura de su caballo, éste dio un salto y huyó desbocado campo afuera, dejándole el cadáver en los brazos.
...... Estático, se quedó con él a cuestas; pero pesaba tanto, que para sostenerlo cerró los ojos haciendo un esfuerzo; esfuerzo que se fue transformando en un dolor; dolor que se diluyó en un desconsuelo infantil, sintiéndose inmensamente solo en medio de un mundo descorazonado y hostil. Cuando los abrió, el pasto de la pampa tenía un color brillante, enhiesto y rojo, como una sána de fuego que le quemara los ojos. Miró a su alrededor, desolado, y como a cien metros vio un grupo de matas negras. Quiso correr hasta ellas para ocultar el cadáver; quiso huir en la direcció en que había partido el caballo; pero no pudo, dio sólo unos cuantos pasos vacilantes, y para no caer, se sentó sobre el pasto. Tembloroso, desatornilló la cantimplora y bebió el resto de la caña. Luego, más repuesto, se levantó siempre obsesionado por la idea de esconder el cadáver, y no encontrando dónde, lo poseyó un nuevo furor, otro abismo y otro vértigo, y, sacando de la entrebota un cuchillo descuerador, despedazó a su víctima como si fuera una res.
...... En el turbal que quedaba detrás de unas matas negras, levantó varios champones y fue ocultando los trozos envueltos en las ropas. Cuando vio que sobre la turba no quedaba más que la cabeza, lo asaltó de súbito un pensamiento que lo enloqueció de espanto: ¡El oro! ¡No se había acordado de él!
...... Miró. Sobre la turba pardusca no quedaba más que la cabeza de Bevan, mirando con sus ojos descuajados. No pudo volver atrás. Ya no daba más, el turbal entero empezó a temblar bajo sus pies; las matas negras, removidas por el viento, parecían huir despavoridas, como si fueran seres ; la pampa aceró su fuego, y la trizadura azul y blanca se hendió más en el cielo. Tomó la cabeza entre sus manos para enterrarla, pero no halló dónde; todo huía, todo temblaba; la trizadura que veía en los ojos cadavericos y en la comba del cielo empezó a trizar también los suyos. Parpadeó, y las trizaduras aumentaron; mil agujillas de trizaduras de luz traspasaron su vista, le cerraron todo el horizonte, y entonces, como una bestia enceguecida, corrió detrás de las matas negras que huín, alcanzó a tirar la cabeza en medio de ellas, y siguió corriendo hasta caer de bruces sobre la pampa, trizado él también por el espanto.
...... -¿Qué tiene? ¡Está temblando! - interrumpe el joven zorrero al ver que su compañero de huella tirita, mientras gruesas gotas de sudor le resbalan por la sien.
...... -¡Oh!... -exclama sobresaltado, y, como reponiéndose de un susto, se abre en su cara por primera vez una sonrisa, helada, como la de los muertos empalados, dejando salir la misma voz estragada-. ¡La caña..., la caña para el frío me dio más frío!...
...... -Si quiere, queda un poco todavía -le dice el zorrero, sacando la botella y pasándosela.
...... La descorcha, bebe y la devuelve.
...... "¡Pero a éste lo mato como a un chulengo, de un rebencazo!", piensa, sacudiéndose en la montura, mientras la caña recorre el cuerpo con la misma y antigua onda maléfica.
...... -¿Le pasó el frío? -dice el joven, tratando de entablar conversación.
...... -Ahora sí.
...... -Esta es mi última zorreada. De aquí me voy al norte, a casarme.
...... -¿Ha hecho plata?
...... -Si, regular.
...... "Éste se entrega solo, como un cordero", piensa para sus adentros, templado ya hasta los huesos por el trago de caña. -¡Hace cinco años yo pasaba también por esye mismo lugar para irme al norte y perdí toda mi plata!
...... -¿Cómo?
...... -No sé. La traía en oro puro.
...... -¿Y no la encontró?
...... -¡No la busqué! ¡Había que volver para atrás y no pude!
...... El cazador de zorros se lo quedó mirando, sin comprender.
...... -¡Buena cosa, dicen que la Tierra del Fuego tiene maleficio! ¡Siempre le pasa algo al que se quiere ir!
...... -¡De aquí creo que no sale nadie! -dijo, mirando de reojo el cuello de su vítima y pensando que era como el de un guanaquito que estaba al alcance de su mano. "¡Bah... -continuó pensando-, esta vez sí que no me falla! ¡El que se va a ir de aquí voy a ser yo y no él! ¡La primera vez nomás cuesta; después es más fácil, y ya no se me pondrá la carne de gallina!"
...... El silencio vuelve a pesar entre los hombres, y no hay más ruido que el monotono fru-fru de los cascos de los caballos en la nieve.
...... "¡Ahora, ahora es el momento de despachar a este pobre diablo de un rebencazo en la nuca!", piensa, mientras la caña ha aflojado y la olvidada onda helada vuelve a surgir de su interior; pero esta vez más leve; como más lento y sereno es también el nuevo vértigo que empieza a cogerlo y no le parece tan grande el umbral del abismo que va a traspasar.
...... Con un vistazo de reojo mide la distancia. Da vuelta el rebenque, lo toma por la lonja, y afirma la cacha sobre la montura, disimuladamente. Ajeno a todo, el zorrero sólo parece pensar en el monótono crujido de los cascos en la nieve.
...... "¡A éste no hay nada que hacerle, la misma nieve se encargará de cubrirlo!", se dice, dispuesto ya a descargar el golpe.
...... Contiene levemente las riendas para que su cabalgadura atrase el paso y...
...... Al ir a dar el rebencazo, el zorrero se vuelve, sonriente, sus ojos parpadean, y entre ese parpadeo él ve, idénticos, patéticos, los ojos de Bevan, la honda trizadura del cielo, la mirada trizada de la cabeza tronchada sobre la tumba; las mil trizaduras que como agujillas vuelven a empañarle la vista y, enceguecido, en vez de dar el rebencazo sobre la nuca de su víctima, lo descarga sobre el anca de su caballo, entierra la espuela en uno de los ijares y la bestia da un brinco de costado, resbalándose sobre la nieve. Con otra espoleada, el corcel logra levantarse y se estabiliza sobre sus patas traseras.
...... -¡Loco el pingo! ¿Qué le pasa? -exclama el zorrero sorprendido.
...... -¡Es malo y espantadizo este chuzo! -contesta, volviendo a retomar la huella.
...... Vuelve a reinar el silencio, solo, pesado, vivo, y a escucharse el crujido de los cascos en la nieve; pero poco a poco un leve rumor comienza también a acompasar al crujido: es el viento del oeste que empieza a soplar sobre la estepa fueguina.
...... El zorrero se arrebuja en su poncho de loneta blanca. El otro levanta el cuello de su chaquetón de cuero negro. En la distancia, como una brizna caída en medio de esa inmensidad, empieza a asomar una tranquera. Es la hora del atardecer. El silbido del viento aumenta. El zorrero se encoge y de su mente se espanta el blanco delantal de Elvira, como la espuma de una ola o el ala de una gavioata arrastrada por el viento. El otro levanta su cara de palo como un buey al que le han quitado un yugo y la pone contra las ráfagas. Y ese fuerte viento del oeste, que todas las tardes sale a limpiar el rostro de la Tierra del Fuego, orea también esta vez a esa dura faz, y barre de esa mente el último vestigio de alcohol y de crimen.
...... Han traspasado la tranquera. Los caminos se bifurcan de nuevo. Los dos hombres se miran por última vez y se dicen:
...... -¡Adiós!
...... -¡Adiós!
...... Dos jinetes, como dos puntos negros, empiezan a separarse y a horadar de nuevo la soledad y la blancura de la llanura nevada.
...... Junto a la tranquera queda una botella de caña, vacía. Es el único rastro que a veces deja el paso del hombre por esa lejana región.

 

 

 

 

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