Resumen
          
          El propósito de este trabajo, en su aspecto 
            medular, es analizar y valorar la narrativa de Adolfo Couve desde 
            su opción de realismo descriptivo, en un contexto discursivo 
            en el cual, identidad, realismo y modernización, convergen 
            y divergen, influyen y explican ciertos cánones estéticos 
            superados, vigentes y emergentes en América Latina. 
          ¿Es Couve un escritor condenado a ser leído 
            como premoderno?, ¿cómo se concibe la identidad a través 
            de sus personajes? son, entre otras, preguntas que pretendo responder. 
            
          Abstract 
          The purpose of this paper is to contribute to the 
            appreciation of Adolfo Couve's narrative through an analysis of his 
            choice of descriptive realism in which identity, realism and modernization 
            sometimes come together and other times deviate from each other, influencing 
            and explaining certain aesthetic patterns that have either been outgrown, 
            are still relevant or are beginning to emerge in Latinamerica. 
          Is Couve a writer that is doomed to be considered 
            pre-modern? How is the concept of identity conceived through his characters? 
            These are some of the questions, intended to be dealt with. 
           
          1. Introducción 
          
          
El 
            propósito de este trabajo es presentar, al lector interesado 
            en la narrativa chilena, a un autor bastante convencional en sus técnicas 
            y recursos escriturales, pero que supera sus propias opciones teóricas 
            en la atmósfera de sus cuentos y novelas. Además, introducir 
            y poner sobre la mesa crítica a un escritor omitido, deliberada 
            o inconscientemente, por los estudiosos que tienen la posibilidad 
            de relevar a los valores de la literatura y de contribuir en la difusión 
            frente a los iniciados, sean estudiantes o seguidores de los buenos 
            espacios novelescos. 
          No es fácil interpretar la narrativa de Couve. Su estilo 
            hurga en el lenguaje y en la sintaxis hasta agotar la paciencia de 
            sus propias correcciones; su narrativa es una forma particular de 
            poesía, una operación fronteriza entre la síntesis 
            que huye de la retórica y la intención de desbordar 
            los límites de la experiencia, que el mismo narrador, a través 
            de la forma de presentar y «esfumar» a sus personajes, 
            pretende rescatar, enfrentando, desde el fondo de la memoria, a la 
            bajeza y a la grandeza humana. Para Couve, como para los mejores 
            poetas, el verso no solo está en el origen, sino en la restauración 
            y misterioso desarrollo de la presencia del hombre en contextos sociales 
            radicalmente insatisfactorios. 
          Pienso que Adolfo Couve (1940 - 1998) es uno de los escritores 
            chilenos más significativos y originales en la narrativa de 
            los últimos cuarenta años del siglo XX. Su prosa es 
            única y difícilmente clasificable en las tendencias 
            tradicionales de la literatura hispanoamericana y nacional. Como es 
            natural, en un país de negaciones y exclusiones como Chile, 
            no figura en los índices de popularidad editorial y el periodismo 
            cultural tampoco lo ha asumido como un fenómeno estético 
            e ideológico para completar y analizar la evolución 
            de la literatura nacional.
            
          
          
            2. Un artista 
            de dos talentos 
          Couve pertenecía a la especie de artistas solitarios, marginales 
            y excéntricos, alejados de la parafernalia social de la calle, 
            de los pasillos y de los salones del arte. El escritor Jorge Edwards 
            lo califica como «el escritor de la penumbra, aquellos que se 
            permitan salir a la luz y enseguida replegarse». En treinta 
            años publica doce obras, algunas cercanas al microcuento o 
            a la miniatura narrativa como producto incesante de la síntesis 
            formal y precisión verbal. Su idea era crear «objetos 
            verbales» más que discursos retóricos. Su obra 
            publicada no alcanza a las novecientas páginas; su calificación 
            de «artista de dos talentos» se debe a que cultivaba la 
            pintura, la cual va abandonando paulatinamente para dedicar gran parte 
            de su tiempo a la literatura, antes de decidir su muerte. 
          Entre sus obras más destacadas, se pueden nombrar: Alamiro 
            (1965) ; En los desórdenes de junio (1974 ); La lección 
            de pintura (1979) ; Balneario ( 1993) ; La comedia del 
            arte (1995); Cuando pienso en mi falta de cabeza, la 
            segunda comedia (póstuma, 2000) , etc. 
          Couve, inicialmente fue un pintor de notoriedad; estudió en 
            la Escuela de Bellas Artes, prosiguiendo su formación plástica 
            en el Art Student's League de Nueva York y en la Ecole National de 
            Beaux Arts de París. Expuso en los museos de Bellas Artes y 
            de Arte Contemporáneo de Santiago y en el Museo de Chicago. 
            Fue docente de estética en la Universidad de Chile y consideraba 
            que el pintor realista no copia la realidad, sino que la traduce con 
            una actitud mística, absolutamente consciente de la muerte 
            y con una fuerte necesidad de aferrarse a lo que ve. Esta misma consideración 
            profundiza en su narrativa y, desde su lenguaje, trata de contar, 
            saber del mundo y de sus circunstancias. 
          El día de su muerte, el mayordomo lo encontró vestido 
            con la ropa que utilizaba para los eventos en los cuales debía 
            asistir tanto en Chile como en sus estadías en el extranjero. 
            Tal vez interrogantes no resueltas, además de su opción 
            final y voluntaria para proseguir en la búsqueda del sentido 
            de la vida, para terminar con la ansiedad de vivir en un eterno peregrinaje, 
            del cual ni la literatura ni la pintura consiguieron librarlo, le 
            obnubilaron la mirada que finalmente lo llevó al camino de 
            la decepción. En una oportunidad, le declara la la periodista 
            Cecilia Valdés, «Que la edad es terrible; una realidad 
            en que la juventud se va, y a mí me importa envejecer. Creo 
            que el estado de ánimo que rige al hombre es que va morir y 
            la melancolía no es otra cosa que ello» (Diario «El 
            Mercurio», E. 27, 6-9-1995). 
           
          3. Una perspectiva 
            inconclusa 
          En el prólogo a El Picadero (1974) , el mismo Couve 
            declara: «cuando comencé a escribir (...) no me importaron 
            las vanguardias locales ni las modas; quería alcanzar una prosa 
            depurada, convincente, clara, distante, impersonal, unos renglones 
            donde tuviera que corregir y corregir, aprender a hacer bien la tarea, 
            leerlos en voz alta, castigar el contenido y el lenguaje, intentar 
            ese engranaje que da como resultado, más que un libro, un verdadero 
            objeto» (pág. 8, Op.cit). Su estilo casi no permite separar 
            o distinguir ficción de realidad; la identidad está 
            siempre justificada en otros referentes, en otros lugares y personas 
            anticipadas en el tiempo, recuerdos, sueños, herencias, dolores 
            y fracasos por afectos no correspondidos. En El parque (1976) 
            es casi patético el motivo sobre la configuración de 
            una identidad por las influencias que imponen modos de ser ajenos 
            a los individuos hasta conseguir su destrucción. Sofía 
            uno de los personajes, chilena, debe metamorfosearse en alemana para 
            congraciarse con su esposo que viene exiliándose desde Alemania 
            como partidario de Hitler. 
          Couve cierra su círculo narrativo en la novela póstuma 
            Cuando pienso en mi falta de cabeza, la segunda comedia . En 
            esta obra predominan los motivos sobre la posibilidad del desquiciamiento, 
            la fragilidad de las órdenes, la extrañeza de lo cotidiano, 
            el asomo de lo macabro. La investigadora Adriana Valdés, a 
            propósito de su última novela, ha señalado a 
            partir de la factura psicosocial del protagonista: «adentro 
            del capuchón no había absolutamente nada, solo tinieblas. 
            La cabeza de cera, la falta de cabeza, el capuchón vacío 
            y en el segundo episodio, el miedo de tener el cuerpo de otro, la 
            falta de disfraces y luego una máscara igual a la propia cera. 
            Todas estas son variaciones ornamentales en torno a una misma angustia, 
            la pérdida del rostro, la de la desindentidad» (prólogo, 
            página 21) 
          
            4. Localización 
            del realismo couveano ¿una hipótesis? 
          El realismo de Couve hay que situarlo en oposición a las coordenadas 
            del «realismo maravilloso o mágico» de Gabriel 
            García Márquez, a partir del modelo realizado a 
            través de la novela Cien años de soledad (1967), 
            en el cual «Macondo», más que un lugar del mundo, 
            es un estado anímico y el texto se concibe como «una 
            representación cifrada de la realidad, una especie de adivinanza 
            del mundo» (Márquez, 1982 en entrevista a Plinio Apuleyo 
            en «El Olor de la Guayaba»); también en oposición 
            de la incipiente propuesta de Luis Sepúlveda con la 
            publicación de El Viejo que leía novelas de amor 
            (1989), desde la cual, su presentador de la edición chilena, 
            trata de superar la concepción del realismo precedente al referirse 
            a «la magia de la realidad» como un hecho que transportaría, 
            a los latinoamericanos, más allá de la ilusión 
            y de la imaginación; y finalmente en oposición al «realismo 
            virtual» acuñado por los escritores Alberto Fouguet 
            y Sergio Gómez, en el prologo de la antología de 
            cuentos Mc Ondo (1996) , quienes afirman que «el gran 
            tema de la identidad latinoamericana (¿ quiénes somos?) 
            pareció dejar paso al tema de la identidad personal (¿quién 
            soy?), y agregan que la realidad es individual y privada, una marca 
            registrada, y Mc Ondo sería ya un chiste, una sátira, 
            una talla» (Editorial Mondadori, pág. 15, 1996). Couve, 
            por el contrario, centra la proyección de los personajes en 
            sus conductas como producto de su alineación y cierta fatalidad 
            de destino. 
          Couve no se plantea el problema de la identidad desde un estado de 
            ánimo, de un lugar mítico o desde una simulación 
            de la realidad; por el contrario, lo hace desde un personaje genérico, 
            una especie de palíndrome denominado «Camondo», 
            uno de los protagonistas de la galería de personajes que integra 
            su Comedia del arte en las versiones temáticas de sus 
            últimas novelas. El narrador se esfuerza por debatir simbólicamente 
            el conflicto existencial de un artista (pintor) que es anulado por 
            la técnica de la fotografía como representación 
            de la modernidad que niega y resta alcances de vuelo de la imaginación 
            y que simultáneamente sustituye la estética por imágenes 
            mecánicos que demostrarían el fracaso del arte (de amar) 
            latinoamericano. Al rechazar las imágenes «macondianas» 
            en latinoamericana, «las suyas son imágenes del deseo 
            frustrado, de la caducidad de las expectativas, de su propia sonrisa 
            irónica, de antemano insatisfecha, la sonrisa que contiene 
            dolo» (A. Valdés, 2000). 
            
          
          
            5. Los argumentos novelescos que construyen una identidad 
          Couve, en una oportunidad, declaró: «todos somos inmigrantes. 
            Nos sentimos un poco arrendatarios de América» (Revista 
            de libros, Diario «El Mercurio», 2-2-89, pagina 20 ). 
            El personaje Camondo en La comedia del Arte representa su visión 
            europeizante, visión que permea la idiosincrasia y entrega 
            los elementos identitarios de los latinoamericanos. Es, además, 
            la representación del artista fallido, el cual se sumerge en 
            un proceso de autoafirmación como hombre-artista, proceso no 
            exento de dudas ni consideraciones, impedido de ir tras su cabeza 
            a enfrentar dioses y demonios para lograr su cometido. Para Couve 
            la narrativa es un arte temporal, pues implica sucesión y movimiento. 
            En la narrativa el lector está obligado a internarse en un 
            proceso, cuyo derrotero es casi siempre superado por su propia capacidad 
            de asimilación e imaginación; en cambio, en la pintura, 
            arte eminentemente espacial, asume una perspectiva más «geográfica» 
            y de menos temporalidad. En las novelas más extensas de Couve, 
            la identidad surge en espacios como expresión de sentimientos. 
            Su prolepsis, es decir, los tiempos del relato, del recuerdo, de la 
            (des)realización por cuestiones ajenas a la voluntad individual, 
            la sensación de la finitud que saca a los sujetos de escena 
            (de la vida) en la medida que transcurren las desavenencias, los alejamientos, 
            las despedidas y los olvidos. Los reencuentros, los intentos por reconstruir 
            las emociones perdidas, generan una sensación de extrañeza, 
            desde la cual la identidad se desplaza hacia espacios vacíos 
            y abandonados. 
          Los símbolos son aquellos imaginarios que representan algo 
            más que su significado inmediato y obvio. Tienen un aspecto 
            inconsciente que nunca está definido con precisión y 
            completamente explicado. Explorar los símbolos en la narrativa 
            de Couve es intentar reconstruir, con las herramientas de su realismo 
            descriptivo, la necesidad de expresar lo que solo se adivina o se 
            siente. 
          En una de sus primeros relatos, En los desórdenes de junio, 
            los personajes están situados en la encrucijada de la apariencia 
            y de la realidad. El hombre está distante de la figura que 
            le toca representar en la historia; se siente como un trágico 
            de pantomimas. Preguntarse por la identidad es tratar de saber dónde 
            termina el disfraz y donde comienza el rostro. Son catorce cuentos 
            enmarcados en la historia de la revolución francesa y en sus 
            efectos para la modernidad. Varios textos carecen de mensajes claros; 
            son como alegorías entre pedazos de espejos triturados por 
            la incomprensión de los procesos históricos; sus finales 
            son ambiguos; los motivos dominantes, son anticipatorios de los enigmas 
            que no logra descifrar el hombre común. La identidad popular, 
            la de los adherentes que necesitan del culto de la personalidad para 
            dar cuenta de su existencia, se desconciertan y se pierden entre sus 
            interrogantes no resueltas y en medio de la muchedumbre que los reúne 
            en la soledad. En el cuento intitulado «El Ministro Blumer», 
            la figura del político o del mandatario aparece al revés 
            de lo habitual; Blumer es bueno, transparente, trabajador, humilde 
            y muy alejado de la corrupción; en cambio, en El Picadero, 
            el realismo y la identidad se asocian a la inmoralidad. El crítico 
            Martín Cerda afirma que en esta obra se encuentran todos los 
            gestos crepusculares de la modernidad, el mundo ya desacralizado tocando 
            fondo en personajes oligárquicos, cuyas relaciones les provocan 
            pánico en vez de amor; nihilismo y pensamiento sin consuelo, 
            mundo fragmentado, degradación, sueños y frustraciones; 
            el naufragio desde la nostalgia por la tristeza del mundo, la fugacidad 
            del tiempo y la disolución de las pasiones en la vanidad y 
            en los gestos inútiles de una familia, cuya identidad no se 
            construyó con referentes sólidos. Los satisfactores, 
            los anhelos, siempre están en otra parte y muy distantes; el 
            amor, en los amantes y fuera del matrimonio; el hijo, en la distancia 
            afectiva de los padres; los vínculos parentales, en la frialdad 
            y en la indiferencia. 
          En «El tren de Cuerda», la identidad, en cambio, 
            se consolida a través de los efectos, y cuando estos dejan 
            de cultivarse, se desmorona la imagen de sí mismo que poseen 
            los personajes y se diluyen en la naturaleza y en las cosas. Esta 
            novela hace referencia explícita a la zona central de Chile 
            hacia la cordillera de la costa. La presencia del ferrocarril es la 
            encarnación del progreso que corta el patio de la casa en dos 
            mundos, el de la identidad y el de la modernización, el del 
            pasado bucólico y agreste frente al futuro mecánico 
            y mercantil. 
          En la novela El Pasaje, su protagonista Rogelio, es un niño 
            que descubre en sí mismo la vergüenza de su madre prostituta 
            en una barriada regulada por el despotismo, la usura y el contrabando. 
            El leitmotiv es la pena en todas sus expresiones afectivas 
            y sociales; la pena por la forma de vida miserable; la pena por la 
            muerte de la madre ancestral que será la marca emocional que 
            hará que todo permanezca igual y continúe a la deriva 
            y la sombra de un padre aventurero, irresponsable y desconocido. Es 
            la huerfanía que impide la reconciliación consigo mismo 
            y con los demás. Sin duda, a mi modo de ver, esta novela es 
            la más lograda y representativa del realismo sustentado por 
            Couve; se podría afirmar que debe leerse como un reportaje 
            cinematográfico, cuyas fuentes se encuentran en los pobres 
            de cualquier parte del mundo, donde la gran ciudad arrasa con los 
            individuos, transformándolos en cifras de su propia negación.
          En la novela La lección de pintura (difundida por el 
            Ministerio de Educación para lectura de adolescentes), su protagonista, 
            el niño Augusto, es parido detrás de la puerta por su 
            madre avergonzada; jamás sabe quién es su padre y simbólicamente 
            nunca habla durante todo el desarrollo de la novela. Es la identidad 
            de la bastardía y de quienes valoran los talentos artísticos 
            en medio de un imaginario cultural demasiado rústico, empobrecido 
            e impelido por una precaria subsistencia; en «El cumpleaños 
            del señor Balande», el tipo de familia es opuesta 
            a la del protagonista de La lección de pintura; constituye 
            la presencia desdeñosa de un narrador maldito y con mentalidad 
            de coleccionista. Para Adriana Valdés, esta «es una novela 
            contrahecha, una novela enana», con una gran densidad de matices. 
            La identidad se conforma al interior de una típica familia 
            burguesa arribista, superficial, banal, cosificada por objetos y por 
            opciones que transforman la vida y la realidad en miniaturas que sustituyen 
            la falta de afectividad y la dimensión natural de las cosas.
          La comedia del arte y Cuando pienso en mi falta de cabeza 
            , son novelas que están precedidas, en el orden de publicación, 
            por Balneario, antología de cuentos y fragmentos de 
            escrituras concebidos en diferentes tiempos y construidas en trece 
            textos disímiles y de gran fuerza metonímica; Balneario 
            y El pasaje son los modelos más consecuentes del realismo 
            descriptivo. Angélica, el personaje protagonista, viuda, apuesta 
            su identidad en la imagen de su esposo fallecido; su realidad, personal 
            y social, se reduce a la añoranza de un amor desaparecido en 
            un tiempo de felicidad y satisfacción sexual. En La comedia 
            del arte , además de lo ya denotado, se plantea la tesis 
            de que el arte (pictórico) es un intento fallido para salvar 
            y darle sentido al oficio del artista y de su justificación 
            por trabajar en la búsqueda de la belleza como la única 
            verdad irrefutable. Fotografía y pintura se enfrentan denonadamente 
            frente al desnudo de una modelo que enfría y paraliza la vida 
            y las pensiones. Frente a la naturaleza, es muy difícil captar 
            la plenitud: erotismo, ensueño, amor e infidelidad, son las 
            conductas y valores que desequilibran la personalidad de muchos de 
            sus personajes. Para el narrador, las técnicas son trampas, 
            lo cual exige estar volviendo a los orígenes y a la recuperación 
            del sentido común. En la novela Cuando pienso en mi falta 
            de cabeza, la segunda comedia , la identidad es un sueño 
            y una pesadilla; los referentes identitarios se reducen a una fantasmagoría 
            con claros indicios de elementos biográficos y religiosos. 
            Al parecer, el origen y la motivación de está ultima 
            Comedia es la soledad frente al mundo, el cual no responde 
            a sus interrogantes vitales. Lo grotesco aparece como la antípoda 
            de lo sublime, aquello que no se puede desentrañar al otro 
            lado de las máscaras. Esta «falta de cabeza» es 
            una forma de conjurar la locura y la muerte, de desplazar la desesperación 
            y el suicidio hacia otra temporalidad. En el texto, hay dos capítulos 
            sobresalientes para sellar la sensación de expulsión 
            y atracción en el dinamismo vital de los personajes, uno es 
            «La cabeza mala (VI)» de la sección «Cuarteto 
            menor»; y el otro «El demonio hila fino», de la 
            sección «El camino de Santiago». La identidad es 
            como un juego de espejos montados por una fina ironía. El protagonista, 
            Enrique, le roba el espejo a Marieta; en ese movimiento, se refleja 
            la imagen de ella, aquella que se le había desnudado en una 
            calle. Es un relato mágico (que en cierto sentido contradice 
            y pone en duda la consecuencia con la noción de realismo descriptivo). 
            Las figuras que se han mirado o retratado en un espejo (la vida, los 
            otros, la memoria, la vanidad, la confirmación de la presencia, 
            etc.), reaparecen después en ausencia de las figuras que se 
            han parado frente a ese espejo en otro tiempo circunstancia. Toda 
            identidad se torna evanescente. Surge la pregunta ¿qué 
            es y qué representa la imagen que aflora, por sí sola, 
            en el espejo? ¿ Es un negativo, un positivo, una fotografía 
            fantasmal que se borra con la ausencia y el olvido; una pintura que 
            se «despierta»? ¿Esto es la identidad? ¿Reconocerse 
            en aquellas situaciones y personas que nunca satisfacen a las expectativas 
            de quién es cada cual y quiénes somos en la relación 
            con el otro? Sabemos que sin alteridad no hay identidad; sin rostros, 
            no hay presencias ni diferencias, pero en este relato «Cabeza 
            mala (VI)», se narra una situación fantasmagórica 
            frente a un espejo 'anormal' que termina siendo destruido a pedradas: 
          
          
          «Había colocado el espejo de Marieta sobre el lavatorio, 
            así es que debió quitarle el vaho con que el agua caliente 
            lo empañara, restregándolo con una toalla. 
            «Entonces creyó morir: la luna biselada mostraba el dormitorio 
            de su antigua dueña, el lecho en desorden, sus cortinajes, 
            la ventana que daba al jardín. 
            Al fondo, sobre una consola, un casco de diosa reluciente; los ojetillos 
            de una visera, muy expresivos, miraban de frente con una intensidad 
            inusual. 
            «Volvió el hombre a restregarlo con el paño y 
            otra vez como queriendo borrar ese reflejo porfiado, equivocado de 
            lugar, pero fue inútil. Su rostro no se reproducía, 
            así es que con la barba de jabón intacta, descolgó 
            el espejo y lo cambió de sitio. Siempre el dormitorio de Marieta 
            reaparecía» (página 69, op. cit).
          En el contexto de «El demonio hila fino» se presentan 
            algunas situaciones premonitorias de la muerte de alguien, conjugadas 
            con un transfondo religioso de sensibilidad teológica subyacente 
            y oculta: 
          
          «(...) Los grandes espejos del foyer no reflejaron mi persona, 
            las estatuas y alegorías de mármol movían los 
            labios. Perdí nuevamente el sentido y al despertar me encontré 
            en medio de la plaza Cuncumén. 
            No tuve el valor de ingresar al templo y comprobar si realmente me 
            encontraba de espaldas bajo el altar mayor. 
            «(...)Si en lugar de una linterna, el párraco hubiese 
            llevado una palmatoria, de seguro que ese templo hubiese ardido como 
            yesca por los cuatro costados» 
            «Lo cierto es que desde que vi la cabeza tras el vidrio, tuve 
            serías dudas de que fuese la mía; pero así y 
            todo insistí en ello por el inmenso deseo que tenía 
            de encontrarla. ¿Sugestioné al cura con mi vehemencia? 
            
            ¡Y eso que la duda no era su fuerte! 
            «-¡Me duele tanto la cabeza! 
            «-Pónte dos rodajas de papas en las sienes y una hebra 
            de lana alrededor de la muñeca» (págs. 84 y 86, 
            op. cit.) 
          En una ponencia leída por Couve en Valdivia en agosto de 1992, 
            participando en el congreso de escritores Juntémonos en 
            Chile, refiriéndose al «oficio del escritor en la 
            sociedad contemporánea», citando a muchos y escogidos 
            escritores de su preferencia, Couve llega a la conclusión de 
            que la buena prosa es un lenguaje castigado y que la prosa contemporánea 
            es producto del romanticismo, movimiento gestado en el país 
            galo durante la revolución, el imperio y las monarquías 
            constitucionales, del sufrimiento del «mal del siglo», 
            la desilusión de una generación que nació después 
            de una epopeya expansionista: «Nace la novela exacta, pero trunca, 
            el castigo de ambas partes, forma a fondo, hacen posible el todo, 
            y este todo apunta a la belleza, la única posibilitadora del 
            conocimiento» (Couve, 1992). 
          
            6. Proyección 
            de sus relatos y novelas 
          La importancia de Couve se verifica en su adscripción a la 
            escuela realista francesa que va entre dos napoleones e incluye a 
            escritores como Balzac, Stendhal, Flaubert, Maupassant, Merimée, 
            Michelet, Rénan, etc. ¿Es posible que a partir de esta 
            opción, teórica y práctica, un escritor de fines 
            de siglo XX, pueda hacer una lectura adecuada e innovadora, diferente 
            y disruptiva que dé cuentas de su tiempo, tan distante y distinto 
            al origen de la tendencia adoptada? ¿Por esto es un escritor 
            condenado a ser leído como premoderno? Lo interesante de su 
            narrativa reside en tomar distancia de las tendencias típicas 
            de la modernidad y de las vanguardias; con una gran economía 
            de recursos formales, hurgando en lo universal, apostando por la recuperación 
            de los espacios provincianos y un humor sutil e inteligente, en todos 
            sus cuentos y novelas recrea los conflictos e incorpora los factores 
            que intervienen en la conformación de la identidad de sujetos 
            que no tienen clara conciencia sobre cómo se hereda, se explican 
            las diferencias y qué elementos determinan el sentido de pertenencia 
            a una imaginario cultura determinado. En su tetralogía Cuarteto 
            de la infancia (1996) , la identidad se condiciona a la realidad 
            de un pueblo que camina a otros estadios de su desarrollo sin haber 
            consolidado y madurado en la etapa de su adolescencia. La búsqueda 
            del padre, el desarraigo de la casa materna (por la necesidad de ir 
            a educarse a otros lugares hasta abandonar las costumbres y las relaciones 
            ancestrales), el dilema del sentido de la vida a través de 
            la vocación artística y las rutinas de las familias 
            de agricultores y de campesinos empobrecidos o dependientes del inquilinaje 
            que han perdido su libertad, incluso al interior de sus propios hogares. 
          
          En la narrativa de Couve se plasma y se configura una visión 
            global de la sociedad chilena entre la década de los ' 60 a 
            la de los '90. A través de todos los componentes de su mundo 
            novelesco, la identidad alcanza una concreción simbólica 
            que involucra una sensación de incompletitud y de vacío. 
            El pasado es el primer ingrediente de la ironía; la vida, nada 
            más que «humo, fugacidad e ilusión». La 
            figura trata de representar a un Chile ya demasiado cansado y agotado 
            por las dictaduras, especialmente aquellas que actúan a través 
            de la censura, el miedo y la seudoeducación de los valores 
            cristianos traducidos en copia, repetición, tedio, dispersión 
            y fuga hacia un horizonte que no satisface sus propias interrogantes. 
            En efecto, estamos en presencia de un realismo transfigurador que 
            no permiteencasillamientos en las clasificaciones que hace, por ejemplo, 
            un estudioso como José Promis en su ensayo La novela 
            chilena del último siglo (1993 ), en el cual trata de responder 
            a la estructura general y a las características que han marcado 
            la evolución de la novela. En este ensayo se proponen cinco 
            líneas, dentro de las cuales la narrativa de Couve no calza 
            estrictamente en ninguna. Promis se pregunta sobre cuál es 
            la estructura general y las características que han marcado 
            la evolución de la novela durante el siglo XX. Propone cinco 
            agrupaciones que superan con creces los criterios orteguianos (de 
            las generaciones) aplicados por Cedomil Goic y que predominaron, por 
            mucho tiempo, en el ámbito de la crítica académica.El 
            naturalismo es el inicio; luego continúa con un proceso de 
            descristalización de la realidad histórica hasta llegar 
            a desacralizar esa misma realidad. Afirma que la novela chilena es 
            esencialmente crítica, identificada con los valores del cambio 
            y del progreso, contestataria y polémica de aquellos referentes 
            en los cuales, esta misma novelística, no se reconoce. El modelo 
            de Promis agrupa a toda la narrativa del siglo XX en cinco grandes 
            tendencias: Novela de la descristalización, de fundamento, 
            del acoso, del escepticismo y de la desacralización. 
          La narrativa de Couve está distante de la novela de la descristalización, 
            la cual, asimilada al naturalismo, pretende colaborar en la corrección 
            de los errores humanos y sociales. Es la novela como documento, en 
            la cual su narrador es una especie de observador científico, 
            condicionado por el medio y abre los cauces al mundonovismo, al telurismo 
            y al criollismo; ejemplos de ellas son Juana Lucero de Augusto 
            D'Halmar y El Roto de Joaquín Edwards Bello. 
            Couve, tampoco compagina estrictamente con la novela de fundamento, 
            la cual plantea la resignación, la perplejidad y la búsqueda 
            metafísica. Representantes de esta novela, en distintos momentos 
            de la historia, han sido Vicente Huidobro, María Luisa Bombal, 
            Juan Emar, etc. Hay cierta coincidencia, tal vez, en cuanto a un narrador 
            que suele perder el sentido de la omnisciencia naturalista y narra 
            historia transversales antes del momento de la enunciación, 
            distanciándose entre la narración y el tiempo de la 
            historia, como es el caso del conjunto de relatos breves Los desórdenes 
            de junio . 
          En literatura es difícil encontrar una obra cuya génesis 
            y originalidad sea única e inclasificable en tendencias que 
            presentes rasgos comunes a otras novelas. En Couve hay rasgos parecidos 
            a ciertas novelas de la generación de 1950-57, entre las cuales 
            se advierten rupturas definitivas con el naturalismo. Aquí 
            la realidad es una máscara, una especie de vacío en 
            el cual se sumergen las formas y percepciones equívocas de 
            la vida cotidiana, pero en Couve no hay un «narrador herido»; 
            por el contrario, se aprecia como «muy sano» y dominando 
            conscientemente el proceso de su escritura. Couve desarrolla y avanza 
            el relato a partir de la aparición paulatina de sus personajes, 
            los cuales se van esfumando y depositando y acumulando en la memoria 
            de los que van quedando o apareciendo en escena. Hay, por otra parte, 
            una clara coincidencia con el motivo de la nostalgia del paraíso 
            perdido; es la nostalgia por la infancia.
          Es probable que, en un estudio más acabado y con distinciones 
            más finas, se llegue a probar que la narrativa de Couve compagine 
            con una serie de elementos ideológicos y estéticos de 
            la novela del escepticismo, pero en Couve la realidad no se puede 
            asimilar totalmente a una máscara que conduzca a la pérdida 
            del sentido de la existencia. Ya hemos dicho que el narrador se afana 
            en la perfección formal y suele representarse a sí mismo 
            en el acto de su propia enunciación. Esta es una segunda hipótesis 
            que queda abierta a una futura investigación. 
           
          7. Conclusiones 
          Lo identitario y lo modernizador se articulan en la narrativa de 
            Couve a través de personajes representativos que no controlan 
            totalmente sus destinos, y son caracterizados por un narrador que 
            los envuelve en una ternura desbordante, dentro y fuera de sus propias 
            circunstancias y peripecias. Sus personajes suelen asumir y soportar 
            la realidad desde un curioso platonismo.
          Educado en Chile, Nueva York y París, la imagen del mundo 
            que representa Couve en sus obras, sin omitir la influencia de la 
            década de los '60, es una recomposición de tres perspectivas 
            que lo circunscriben en el devenir de un discurso que se diluye en 
            la negación de sí mismo ante la escasa sensibilidad 
            y pérdida del sentido de lo humano en las últimas décadas 
            del siglo XX. Couve muere suicidado, en triste coincidencia, en la 
            mañana del mismo día que en Chile se declaraba senador 
            vitalicio al ex dictador Pinochet. 
          La consecuencia de su realismo descriptivo sobrepasa las barreras 
            de las escrituras francesas del siglo XIX; se yuxtapone a la atmósfera 
            del realismo maravilloso de los '60 y no cae en la superficialidad 
            programática del realismo virtual que promueven aquellos que 
            no alcanzan a ver, en el neoliberalismo, un estadio mutante y decadente 
            de la cultura hegemónica, globalizante, desde el centro hacia 
            la periferia. 
          Compartiendo el juicio de Adriana Valdés, Couve no es un narrador 
            de vanguardias locales ni de modas emergentes determinadas por la 
            mediática: sus textos no se entenderían si el lector 
            no se sitúa en su contemporaneidad, lo cual, en cierto modo, 
            depende de qué concepto se tenga de lo «real», 
            no como simple representación, sino como una mirada compleja 
            respecto a un imaginario cultural en su dialéctica histórica 
            y en permanente recomposición de lugar. 
          En general, de la narrativa de Couve, se desprende, a mi modo de 
            interpretar, una paradoja, una utopía salvífica como 
            arte de contar y la decepción disolvente de la modernidad que 
            lo cuestiona y complica con los efectos negativos del paradigma del 
            progreso que ha regido en la modernidad. El hombre que creyó 
            que el arte estaba o debería estar al servicio de la expresión 
            de cada ser humano; que la política estaba al servicio de la 
            libertad y que la ciencia al servicio del bienestar.
          La identidad de sus personajes se conforma en la base de un territorio 
            superado por las emociones que se cruzan entre la enajenación 
            y «el olvido lleno de memoria». La modernidad es la representación 
            de la técnica que anula al artista y de ese modo la vida pierde 
            su sentido. La identidad es la alteridad, más la herencia cautiva 
            en la generación de las vástagos, quienes vienen a repetir 
            el ciclo del pecado original para el cual sus personajes no tienen 
            explicación. La identidad de cada uno está hecha por 
            y desde otro(s), en permanente movimiento y juego de espejos, lo cual 
            plantea un interesante desafío para un trabajo de mayor aliento 
            y que base su reflexión en el concepto de alteridad históricamente 
            situado. 
           
          8. Bibliografía
          Obras escritas y publicadas de Adolfo Couve: 
          Alamiro , Ediciones Extremo Sur, Chile, 1965.
          En los desórdenes de junio, Editorial Zig-Zag, 
            Chile, 1968 
          El Picadero, epopeya familiar, Editorial Pomaire, 
            Chile, 1074 
          El tren de cuerda, (la segunda infancia), Ediciones 
            de Galería Época , Chile, 1976. 
          El parque, Ediciones de Galería Época, 
            Chile, 1976. 
          La lección de pintura (tercera infancia), Editorial 
            Arrayán, Chile, 1979. 
          La copia de yeso, Editorial Planeta, biblioteca Sur, 
            Chile, 1989. 
          El cumpleaños del señor Balande, Editorial 
            Universitaria, Chile, 1991. 
          Balneario, Editorial Planeta, biblioteca Sur, Chile, 
            1993. 
          La comedia del arte, Editorial Planeta, biblioteca 
            Sur, Chile, 1995. 
          El pasaje (cuarta infancia), Editorial Planeta, biblioteca 
            Sur, Chile 1997-8. 
          Cuando pienso en mi falta de cabeza, la segunda comedia, 
            Editorial Seix-Barral, Espa ña, 2000. 
          Cuarteto de la infancia, edición especial reunida, 
            Seix-Barral, España,1996 y contiene las no velas: El Picadero, 
            El tren de cuerda , La lección de pintura y El pasaje . 
          Ensayos y tesis revisadas (sobre el fenómeno narrativo 
            chileno): 
          1) Alonso, Nieves; Rodríguez, Mario, 1995: 
            La crítica literaria chilena. Chile, Concepción, Editorial 
            Aníbal Pinto. 
          2) Cortínez, Verónica, 2000: Albricia, 
            la novela chilena del fin de siglo, Chile, Editorial Cuarto Propio. 
            
          3) Cánovas, Rodrigo, 1986: Lihn, Zurita, Ictus 
            y Radrigán, literatura chilena y experiencia autoritaria, Chile, 
            editado por FLACSO. 
          4) Cánovas, Rodrigo, 1997: Novela chilena, 
            nuevas generaciones, lecturas escogidas, el abordaje de los huérfanos, 
            Chile, Ediciones PUC. 
          5) Fouguet, Alberto; Gómez, Sergio, 1996: «Presentación 
            del país de Mc Ondo», prólogo a la antología 
            Mc Ondo , Barcelona, Editorial Grijalbo. 
          6) Hagel, Jaime, 1999 Naturaleza de la obra narrativa 
            y «Alrededor del cuento». Ambos textos se encuentran en 
            Saber y contar, producción de textos narrativos, Santiago, 
            Ediciones PUC. 
          7) Mendoza, Plinio Apuleyo, 1982: El olor de la Guayaba. 
            Colombia, Editorial Oveja Negra. 
          8) Olivárez, Carlos, 1997: Nueva narrativa 
            Chilena, Chile, Editorial Lom. 
          9) Promis, José, 1993: La novela chilena del 
            último siglo (XX). Santiago, Editorial La Noria. 
          10) Piña, Juan Andrés, 1991: Conversaciones 
            con la narrativa chilena, Santiago, Editorial Los Andes. 
          11) Quezada, Jaime, 1997: Literatura chilena, apuntes 
            de un tiempo, 1975-1995. Edición del Ministerio de Educación. 
            
          12) Rojo, Grínor, 2001: Diez tesis sobre la 
            crítica, Santiago, Editorial Lom. 
          
            Referencias Críticas 
          1) « Juntémonos en Chile, Congreso internacional 
            de escritores», ponencias, 1994. 
          2) «El Picadero», crónica, Alone, 
            ´Diario» El Mercurio», 13-10-74, pág. 3. 
            
          3) «La vida mía se la he ofrecido al 
            arte», Ana Larraín, Diario « El Mercurio», 
            20-08-89. (Suplemento). 
          4) «La Soledad de un artista es espantosa» 
            Adolfo Couve. Diario « El Mercurio» de Valparaíso, 
            24-11-96. 
          5) «Couve, el autor en busca de la perfección 
            del lenguaje». A.G. Diario « La Época». 03-11-91, 
            pag. 32. 
          6) «Los relatos póstumos de Adolfo Couve», 
            Ignacio Valente. Diario « El Mercurio», Revista de Libros 
            N° 568, 25-03-2000. 
          7) «El final de un artista», Revista de 
            «El Sábado», Diario « El Mercurio», 
            N°11, 05-12-98. 
          8) «Autorretrato», Revista Paula, abril 
            1998. 
          9) «La muerte esta en mi obra, es mi gran problema», 
            Ignacio Valente. Diario « El Mercurio», 15-03-98, E4. 
            
          10) «Pintor de la soledad»; W. Sommer; 
            «Última entrevista a Couve», C, Warnken; «La 
            odisea literaria», I. Valente. Diario « El Mercurio», 
            19-04-98. 
          11) « Dilemas de la creación, entre los 
            talentos»; B. Berger. Revista de libros N° 487. Diario « 
            El Mercurio». 05-09-98. 
          12) «La posición de Couve, frente al 
            arte», entrevista de E. Aguirre. Diario « El Mercurio», 
            10-02-80.