Adolfo Couve

 
 

 


Inquietante novela póstuma

Adolfo Couve: Cuando pienso en mi falta de cabeza


Ligando temas metafísicos con la materialidad de un cuerpo cercenado, Couve escribe desde un modo incierto, a ratos debilitado, sobreponíendose y alcanzando alturas extrañas

por Patricia Espinosa
en El Metropolitano, 19 de marzo 2000.


En 1998 Adolfo Couve se suicidó dejando inédito "Cuando pienso en mi falta de cabeza (la segunda comedia), que de un modo bastante ambiguo viene a completar su anterior libro La comedia del arte. Es y no es la segunda parte: Couve vuelve a pasar por ese primer texto, pero desde un punto de vista diferente, mucho más explosivo y pasional. Si anteriormente se exponía la disolución del oficio de pintor, la interdicción del clasicismo y la instalación de la fotografía como posibilidad ineludible de enfrentar el realismo, y si antes fue trágico, desencantado y cínico, hoy muestra una escritura que duele. Muy, pero muy romántico, gótico y también simbolista, a la vez que profundamente mundano. Hay una gravitante preocupación por la vida que corre e impone razones para vivirla. Camondo, el protagonista, vive en la desesperación de buscar su cabeza extraviada, como consecuencia de un castigo infligido por los dioses cuando les devolvió sus talentos artísticos. Pero Camondo demuestra que es posible no sólo desafiar a los dioses, sino, además, vivir sin el arte siempre y cuando se esté dispuesto a pagar con una existencia pesadillesca.

El universo que Couve revela es el de un ser que posee una oscura y clara voluntad de resistencia a caer en la trampa de confiar en su arte. Desde la parodia y la amarga burla, el autor aborda como principal temática la benjaminiana tesis en torno a la obra de arte expuesta a la reproducción técnica incesante. Cuando pienso en mi falta de cabeza realiza una larga travesía ligando temas metafísicos con la materialidad de un cuerpo cercenado. Couve escribe desde un modo incierto, a ratos debilitado, sobreponiéndose y alcanzando alturas extrañas. Va como suturando provisionalmente cada tramo. Haciendo añicos la disociación entre palabra, deseo y cuerpo. La lógica del realismo se evidencia como un artefacto agujereado. De tal modo, la ficción siempre aparece desnaturalizada por lo fantástico y lo paródico. La novela se presenta como una instrumentalización de lo llamado real en el intento de exponer un orden fisurado. El clasicismo y su simbólica serán un paradigma en constante proceso de devastación, y la modernidad a la cual se enfrenta el texto impone el descabezamiento del antiguo estado. Tal como le sucede a Camondo y su martirio, cuyo modelo expuesto es la figura de un santo, asesinado a golpes por una masa encolerizada. San Tarcisio muere ocultando una imagen sagrada entre sus ropas. Irónicamente, Tarcisio pasa a convertirse en figura de culto. Camondo, el traidor de los dioses, se convierte espectacularmente en el espectro del santo, siendo la muerte ya no una frontera o un gesto enaltecedor para los otros, sino un vulgarizado continuum.

Desde la concepción organicista de la sociedad, la cabeza opera como metáfora política del orden y las jerarquías. Es el poder central, principio de unidad esencial, el Órgano que alberga alma, razón, luminosidad, supremacía. La pérdida de la cabeza a la cual Couve alude incesantemente, debe leerse como una crítica a tales valores simbólicos. Camondo persigue su cabeza con desesperación, y el demonio o los mismos dioses lo provocan y hostigan para que vuelva a sus redes, es decir, a pintar, como precio para recuperarla. ¿Reside el talento en su cabeza? Pero Camondo no deja de sentir asco, rechazo por el don. Vive entre lo mágico y el terror, rodeado de espectros y máscaras dionisiacas, sin arrepentimiento, justificación ni búsqueda de causas primarias. Adolfo Couve se apropia de París, Roma y Florencia, es decir, del gran mundo, pero también de Cartagena y Cuncumén en un gesto que no demuestra nostalgia por la supuesta pérdida, sino más bien cierta autocomplacencia en la mezcla de los mundos. Según Julia Kristeva, "el suplemento retórico es el antídoto del suicidio. La llamada del suicidio, por el contrario, es una quiebra de escritura en el sentido en que ésta sería una carne que se ha hecho verbo". La vida de Adofo Couve es la de una moderna experiencia marginal que detiene la escritura, al modo de Camondo que detiene su pintura. Aunque, dicho con afán de reencantar las cosas, el quiebre que supone la muerte de Couve no impone detención alguna en la contiqua productividad de sus obras. Cuando pienso en mi falta de cabeza es una novela altamente inquietante, aún muy pegada al cuerpo de su autor y con la potencia de una dramática crítica al lugar del arte y del artista en el mundo actual.

 

 


 

 

 
 


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