El 
        reciente suicidio por ahorcamiento del escritor y pintor Adolfo Couve en 
        la madrugada del 11 de marzo de 1998, mismo día y litoral en que, unas 
        horas más tarde, el ex Comandante en Jefe del Ejercito de Chile 
        ingresaba a la cámara alta como Senador Vitalicio, nos pone de boca 
        frente a un vasto panorama de cuestiones ominosas y devastadoras, frente 
        al cual, sabemos poco y nada. El consiguiente temor pánico, siempre 
        incontrarrestable, de algo mayor, definitivo, final, absolutamente 
        grave, completamente misterioso, enteramente comprometedor, nos hace 
        relativizar con urgencia y hasta el infinito las nociones infra y 
        extra-culturales contenidas en lo políticamente correcto.
        Quedan 
        en este ejercicio reubicadas las palabras sueltas anacrónico, 
        decimonónico, apolítico, realista, flaubertiano, impresionista, 
        romántico, idealista trascendental, que todos le achacamos, alguna 
        vez y en espacios restringidos, a este artista literalmente fuera de 
        serie. Como una piedra lanzada desde la pieza oscura he recibido y 
        quedado con el encargo en la frente -también en el corazón- de editar la 
        última novela de Adolfo Couve, cuyas correcciones finales y ordenamiento 
        de capítulos me fueron explicados y argumentados extensamente por el 
        mismo Couve en febrero de este año. Deberé decidir cuestiones menores y 
        mayores; entre estas últimas, nada menos que su título: Cuando pienso 
        en mi falta de cabeza o La segunda comedia. Espero que mi 
        trabajo no sufra de lo primero ni caiga en o segundo.
        GONZALO DIAZ 
         
        en 
        Revista de Crítica Cultural
Nº 16 Junio de 
      1998