...
            Conocí a Couve en 1993, cuando publicó Balneario.
            Le hice una entrevista y nos fuimos haciendo amigos. No soy la única
            a quién leía pasajes enteros de sus escritos por teléfono
            -aparato del que era adicto- y eso incluye relatos extraordinarios
            que después desaparecían porque él los consideraba
            insuficientes o equivocados y los quemaba.
          ...
            Me tocó estar especialmente cerca de Couve mientras escribía
            La comedia del arte (1995) para la cual me encargó un prólogo
            que él mismo se encargó de ir soplándome, juego
            al que me presté gustosa pues era una fiesta compartir sus
            fábulaciones. Hablamos mucho durante esa época: su necesidad
            de ser escuchado era imperiosa y yo le hacía caso en todo porque
            era un ser encantador. "Hagamos hogar", decía a la
            hora del té, y partíamos a la esquina a comprar paltas
            y nos instalábamos luego a ver la teleserie del momento. Couve
            era entretenido, increíblemente divertido, de una comicidad
            que se columpiaba entre lo liviano y lo macabro y poseía el
            don de la memoria prodigiosa. Insomne, obligaba a los demás
            a mantenerse despiertos hasta la madrugada a punta de comentarios
            inquisitivos, fabulosos pelambres, historias vividas y elucubraciones.
            Era bastante médium, entonces, cuando se daba cuenta de que
            había abusado de la atención de su interlocutor, se
            daba a la tarea de retribuirle y se ponía a adivinarle el pensamiento,
            a inquirir sobre amores pasados y hacía preguntas que daban
            pie para que él otro también se pusiera a contar su
            vida.
          ...
            A las 7 de la mañana estaba despierto. Se comía una
            manzana y decía "One apple a day keeps the doctor away",
            y empezaba la risa de nuevo. Carlos Ormeño, su ayudante durante
            más de una década -a él está dedicado
            su libro póstumo-, le sacaba entonces la funda a la jaula del
            loro y cumplía con el rito de trasladar el plumífero
            al patio. Lo que seguía era la caminata matinal con el Moro,
            su perro negro, por la Playa Chica: seis vueltas matemáticas
            de ida y de vuelta: "Hay que cumplirle a la cuerpa", decía
            y seguía la chacota.
          ...
            Cuando se publicó La comedia del arte Couve, a diferencia
            de otras ocasiones, lo pasó bien. Fue celebrado por la crítica
            y además su libro tuvo bastante éxito de ventas; semana
            a semana apareció en los primeros lugares del ranking. Estaba
            feliz: "Yo siempre creí que me gustaba ser anónimo
            pero ahora me doy cuenta que ser rey de Inglaterra es bien entretenido
            también", bromeó por esos días.
          ...
            A
            diferencia de otras oportunidades -y tal como le había sucedido
            en el caso de El pasaje ( 1979 )-, La comedia... no
            lo castigó con el coletazo de una posterior catástrofe
            síquica, pero esa amenaza estaba siempre rondándolo:
            "Los artistas son, en el fondo, muy poca cosa, gente muy impresionable
            y muy hueca porque son propensos a ser volteados por fuerzas frente
            a las cuales no tienen defensas", decía y una de sus obsesiones
            persistentes era el paso del tiempo cuya flecha se le devolvío
            en contra. La vejez le producía horror.
          ...
            Terminó
            el manuscrito de Cuando pienso en mi falta de cabeza ( La segunda
            comedia) poco antes de suicidarse, el 11 de marzo de 1998. Dos años
            después, y coincidiendo con esta fecha aniversario, Planeta
            la publica.
          ...
            Un año después de la muerte de este artista, el más
            artista de todos los artistas que me ha tocado conocer, encontré
            en uno de mis cajones una cinta grabada que decía "Couve,
            por transcribir". Era una conversación de la que yo no
            tenía recuerdo, lo que hizo que escucharla equivaliera a una
            visita inesperada, aunque nada de casual, cuya intención hubiera
            sido la de acompañar -de acuerdo a antiguos pactos- la aparición
            del libro con que se despidió del mundo. Opté por no
            escamotear el carácter íntimo de esta interlocución.
          ... Es
            Couve quien empieza la conversación: "Tú te ríes
            cuando yo digo que no hay nada mejor que una película en blanco
            y negro pero lo digo, porque ¿qué es lo que lo hace
            feliz a uno?: arrancarse de la mamá y de la casa para irse
            por el barrio con los amigos cochinos y con la tía que toma
            trago, ¿a qué?: a las matinés vacías de
            los teatros donde no hay nadie y dan tres películas rotativas
            y donde hacen pipí de la galería para abajo.
          --Eso
            es porque ahí está lo prohibido.
            --¿Pero por qué tiene uno que ir a hacer esa odisea
            en la tarde y no hacer las tareas? Porque hacer las tareas es encontrarse
            con la muerte y eso uno no lo soporta no más. Tú me
            dices que yo no me quiero. No es que no me quiera. Yo no soporto no
            más. Yo no soportaba. Mi bolsón estaba siempre cerrado
            con los libros adentro. No porque fuera choro, sino porque era tan
            grande la angustia que me producía lo que tenía que
            hacer, lo que había que hacer...
          --Que
            no veías cómo escaparte...
            --Es que yo tenía que buscar una manera...Yo estaba en el mundo
            por mi mamá, sin haberlo yo pedido y como, si eso no bastara,
            tenía que cumplir y cumplir con una serie de cosas en una vida
            que yo no había pedido y eso eran las reglas, cachuchazos y
            un padre tremendo.
          --¿Era
            muy estricto?
            --Mi papá era... Era tan obediente mi papá. Era heroico:
            corría a pagar las cuentas antes de que llegaran. Era una gracia
            que tenía él. A mí me daba angustia la misa,
            entonces dejaba la misa para la tarde. Iba para cumplir y por el interrogatorio
            de mi papá. Todas las noches del domingo, yo estaba en cama,
            en mi pieza, y él decía: "Adolfo, venga para acá:
            ¿fue a misa?". "Sí". "¿Y
            a qué hora?". Ahí empezaba a sonar yo: "En
            la tarde", contestaba. "¡Ah, como las señoras",
            decía él. "¿Y de que se trataba el Evangelio
            hoy día?", seguía.
          --Quería
            que fueras un niño pío y ordenado.
            --¡Ah no! Mi papá no podía creer como era yo.
            Mi papá sufrió mucho conmigo. Entonces yo, para no equivocarme,
            mentía. Era lo más mentiroso que te puedas imaginar.
            Fui verdadero después. Cierto: un día me propuse no
            mentir más porque yo era lo más mentiroso que te puedas
            imaginar: para poder sobrevivir. Entonces qué pasa: que cuando
            llegaba del colegio en la tarde, lo que yo buscaba era la posibilidad
            de no estar en la vida y eso era largarme a la vereda. Yo salía
            para afuera y me iba donde unos amigos en la esquina donde la vieja
            que tomaba trago y a la casa de la otra que era separada y trabajaba
            en la Lan. Todo un grupo de gente margianl que no me correspondía,
            pero yo desde chico tuve que estar en una vida que no fuera la vida.
          --Que
            no fuera la que te había tocado a tí.
            --Era la única manera de sentirme bien porque ahí estaba
            lo terrible, lo horrible, pero también era la chacota, la guarida
            porque ahí yo estaba escondido de la vida en la vida, y eso
            me daba alegría. Entonces para mí tenían que
            ser: lugares escondidos, lugares pasados de moda, lo más escondido.
            ¿Qué es lo más escondido? Un rotativo. Colarse
            a un rotativo en el cine Alameda a las 3 de la tarde y verse tres
            películas al hilo.
          --Que
            eran en blanco y negro. ¿Como cuáles?
            --O´Cangaceiro (tararea la melodía ). Yo siempre
            creía que esa música daba suerte, es de las pocas supersticiones
            que tengo. A los 12 años yo estaba incrustado en el cine Alameda
            viendo O´Cangaceiro, con esa canción: una película
            brasileña vieja, pasada de moda que se cortaba a cada rato
            entonces, pjjjjjjjj: se prendía la luz, pero era una luz de
            mentira porque afuera había un sol tremendo, entonces era una
            ampolleta horrible con una luz que seguía siendo de otra vida.
            Así fue como desde chiquitito me acostumbré a vivir
            en contra de los demás. Pero no por pose: porque no soportaba
            esta vida que me producía angustia porque eran las notas, las
            operaciones, todo lo horrible estaba ahí.
          --Y
            todo lo fantástico, por supuesto, en otra parte.
            --Ahora, parece que mis amigos de la calle, por ser de clase media
            baja, no esperaban mucho de la vida. Ya tenían un ala rota
            pero no sé si estaban en el mismo cuento que yo. A lo mejor
            ellos estaban tratando de salir de eso para meterse en mi vida y yo,
            no era que quisiera meterme en la de ellos, sino acompañarme,
            descansar, porque ahí estaba el fracaso más a la vista.
          --¿Te
            parecía que eso era más creíble, más real?
            --Era más intenso y ellos no tenían ninguna posibilidad
            de exigirme nada porque los padres de ellos ya estaban fracasados,
            entonces ellos no me iban a decir ¿fuiste a misa? No. Ellos
            eran el descrédito, lo que me iba a pasar a mí si no
            hacía caso adentro de mi casa, y yo no tenía cómo
            sacarme un 7 cuando chico porque todo a lo que yo aspiraba era un
            descrédito.
          --Y
            eso no se valoraba en tu casa.
            --Ni en mi casa ni en ninguna parte, a pesar de que ir a ver O´Cangaceiro
            implicaba todo un trabajo adentro de ese teatro a oscuras, porque
            yo estaba aprendiendo algo, estaba reflexionando y algún día
            iba a estar devolviendo. Entonces a esa tarea que estaba haciendo
            yo adentro del teatro, en vez de estar estudiando la reproducción
            de las algas, no le ponían nota en ninguna parte. Todo mi trabajo
            durante toda mi vida ha sido descalificado. Así es que cuando
            a mí me califican bien yo me sonrojo. Soy el primer sorprendido
            cuando encuentran buenas mis cosas porque nunca esperé que
            algún día iban a entender que yo también estaba
            trabajando al revés.
          --Porque
            está esa posibilidad de aprender de otras maneras.
            --Es aprender en otro colegio, que no eso que dicen de "la universidad
            de la vida", pero es cierto también... Porque la gente
            que ha estado obligada a la calle... Es muy difícil que a mí
            me roben o que a mí me asalten. Es muy difícil. El mismo
            Carlitos me dice que yo hablo como la gente de su población.
            Se admira cómo yo puedo defenderme con la misma habilidad que
            los niños del block. Si yo no robo o no mato. Pero yo podría
            robar bastante bien porque yo estoy en esa ley. Estoy hablando de
            una cosa más dura y más íntima. Yo tenía
            la desgracia además de que mi papá había estado
            en el San Ignacio y los hijos de los compañeros de mi papá
            eran compañeros míos...
          --Te
            sentías entonces vigilado y puesto a prueba por los hijos de
            sus amigos...
            --Agrégale que mi papá fue el alumno más brillante
            del colegio de pé a pa: fue cónsul de Roma, tenía
            un cartucho de cemento lleno de medallas apolilladas que me daba vuelta
            a los pies de la cama cada vez que me quería decir algo y yo
            veía este cerro de polillas que eran un honor para él.
            Bueno. Y hubo un semestre en que yo me saqué todos los premios
            y fuí cónsul, no de Roma, sino de Cartago. 
          --Te
            pusieron medallas a tí también. ¿Qué sentiste?
            --Premio en todo me saqué y yo sentí el horror de eso.
            Después de esa cuestión repetí curso porque eso
            no era lo mío. El éxito no era lo mío. Me sentaba
            siempre atrás y me echaban todo el tiempo para afuera. Porque
            yo quería aprovechar de reírme. ¿Por qué?
            Porque yo sabía que la risa era una cosa muy importante. Entonces
            reírse con ganas, pero con verdaderas ganas... ¿Dónde
            se puede reír con ganas uno?
          --Cuando
            te sientas en la fila de atrás.
            --En
            la fila de atrás, claro, y durante una clase que es la antítesis
            de la burla, porque uno está comprimido y es muy artificial
            tener niños sentados escuchando sandeces - que ni siquiera
            son tan comprobadas tampoco-, en completo silencio. Entonces esa situación
            de opresión hace que cualquier detalle, cualquiera cosa por
            nimia que sea...
            
          --Pincha
            el globo
            --Pincha el globo y se arma la grande, la chacota en cadena. eso quiere
            decir que a la intensidad de esa concentración le corresponde
            una intensidad de igual jerarquía que es la risa, la broma,
            la chacota. En clases la tentación de risa es enorme, porque
            no hay libertad para reírse y no se puede desaprovechar ese
            goce casi sexual de la risa que vas a tener en ese momento. Entonces
            lo primero que uno hace cuando entra a clases es sentarse atrás,
            para poder repetir de nuevo esa experiencia. Y yo la he repetido tantas
            veces que me echan para afuera de todas partes ( risas ). Pero yo
            no lo hacía con el afán de burlarme, sino con el afán
            de sentir de nuevo la risa, sentir la intensidad de esa alegría.
           
           
          continúa
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