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Adolfo Couve
 

COUVE
Conversación Inédita

A dos años del suicidio de Adolfo Couve, aparece su novela póstuma, Cuando pienso en mi falta de cabeza. Oportunamente, la periodista Claudia Donoso acaba de encontrar entre sus cajones las cintas rezagadas de esta conversación inédita con el escritor.



 

... Conocí a Couve en 1993, cuando publicó Balneario. Le hice una entrevista y nos fuimos haciendo amigos. No soy la única a quién leía pasajes enteros de sus escritos por teléfono -aparato del que era adicto- y eso incluye relatos extraordinarios que después desaparecían porque él los consideraba insuficientes o equivocados y los quemaba.

... Me tocó estar especialmente cerca de Couve mientras escribía La comedia del arte (1995) para la cual me encargó un prólogo que él mismo se encargó de ir soplándome, juego al que me presté gustosa pues era una fiesta compartir sus fábulaciones. Hablamos mucho durante esa época: su necesidad de ser escuchado era imperiosa y yo le hacía caso en todo porque era un ser encantador. "Hagamos hogar", decía a la hora del té, y partíamos a la esquina a comprar paltas y nos instalábamos luego a ver la teleserie del momento. Couve era entretenido, increíblemente divertido, de una comicidad que se columpiaba entre lo liviano y lo macabro y poseía el don de la memoria prodigiosa. Insomne, obligaba a los demás a mantenerse despiertos hasta la madrugada a punta de comentarios inquisitivos, fabulosos pelambres, historias vividas y elucubraciones. Era bastante médium, entonces, cuando se daba cuenta de que había abusado de la atención de su interlocutor, se daba a la tarea de retribuirle y se ponía a adivinarle el pensamiento, a inquirir sobre amores pasados y hacía preguntas que daban pie para que él otro también se pusiera a contar su vida.

... A las 7 de la mañana estaba despierto. Se comía una manzana y decía "One apple a day keeps the doctor away", y empezaba la risa de nuevo. Carlos Ormeño, su ayudante durante más de una década -a él está dedicado su libro póstumo-, le sacaba entonces la funda a la jaula del loro y cumplía con el rito de trasladar el plumífero al patio. Lo que seguía era la caminata matinal con el Moro, su perro negro, por la Playa Chica: seis vueltas matemáticas de ida y de vuelta: "Hay que cumplirle a la cuerpa", decía y seguía la chacota.

... Cuando se publicó La comedia del arte Couve, a diferencia de otras ocasiones, lo pasó bien. Fue celebrado por la crítica y además su libro tuvo bastante éxito de ventas; semana a semana apareció en los primeros lugares del ranking. Estaba feliz: "Yo siempre creí que me gustaba ser anónimo pero ahora me doy cuenta que ser rey de Inglaterra es bien entretenido también", bromeó por esos días.

... A diferencia de otras oportunidades -y tal como le había sucedido en el caso de El pasaje ( 1979 )-, La comedia... no lo castigó con el coletazo de una posterior catástrofe síquica, pero esa amenaza estaba siempre rondándolo: "Los artistas son, en el fondo, muy poca cosa, gente muy impresionable y muy hueca porque son propensos a ser volteados por fuerzas frente a las cuales no tienen defensas", decía y una de sus obsesiones persistentes era el paso del tiempo cuya flecha se le devolvío en contra. La vejez le producía horror.

... Terminó el manuscrito de Cuando pienso en mi falta de cabeza ( La segunda comedia) poco antes de suicidarse, el 11 de marzo de 1998. Dos años después, y coincidiendo con esta fecha aniversario, Planeta la publica.

... Un año después de la muerte de este artista, el más artista de todos los artistas que me ha tocado conocer, encontré en uno de mis cajones una cinta grabada que decía "Couve, por transcribir". Era una conversación de la que yo no tenía recuerdo, lo que hizo que escucharla equivaliera a una visita inesperada, aunque nada de casual, cuya intención hubiera sido la de acompañar -de acuerdo a antiguos pactos- la aparición del libro con que se despidió del mundo. Opté por no escamotear el carácter íntimo de esta interlocución.

... Es Couve quien empieza la conversación: "Tú te ríes cuando yo digo que no hay nada mejor que una película en blanco y negro pero lo digo, porque ¿qué es lo que lo hace feliz a uno?: arrancarse de la mamá y de la casa para irse por el barrio con los amigos cochinos y con la tía que toma trago, ¿a qué?: a las matinés vacías de los teatros donde no hay nadie y dan tres películas rotativas y donde hacen pipí de la galería para abajo.

--Eso es porque ahí está lo prohibido.
--¿Pero por qué tiene uno que ir a hacer esa odisea en la tarde y no hacer las tareas? Porque hacer las tareas es encontrarse con la muerte y eso uno no lo soporta no más. Tú me dices que yo no me quiero. No es que no me quiera. Yo no soporto no más. Yo no soportaba. Mi bolsón estaba siempre cerrado con los libros adentro. No porque fuera choro, sino porque era tan grande la angustia que me producía lo que tenía que hacer, lo que había que hacer...

--Que no veías cómo escaparte...
--Es que yo tenía que buscar una manera...Yo estaba en el mundo por mi mamá, sin haberlo yo pedido y como, si eso no bastara, tenía que cumplir y cumplir con una serie de cosas en una vida que yo no había pedido y eso eran las reglas, cachuchazos y un padre tremendo.

--¿Era muy estricto?
--Mi papá era... Era tan obediente mi papá. Era heroico: corría a pagar las cuentas antes de que llegaran. Era una gracia que tenía él. A mí me daba angustia la misa, entonces dejaba la misa para la tarde. Iba para cumplir y por el interrogatorio de mi papá. Todas las noches del domingo, yo estaba en cama, en mi pieza, y él decía: "Adolfo, venga para acá: ¿fue a misa?". "Sí". "¿Y a qué hora?". Ahí empezaba a sonar yo: "En la tarde", contestaba. "¡Ah, como las señoras", decía él. "¿Y de que se trataba el Evangelio hoy día?", seguía.

--Quería que fueras un niño pío y ordenado.
--¡Ah no! Mi papá no podía creer como era yo. Mi papá sufrió mucho conmigo. Entonces yo, para no equivocarme, mentía. Era lo más mentiroso que te puedas imaginar. Fui verdadero después. Cierto: un día me propuse no mentir más porque yo era lo más mentiroso que te puedas imaginar: para poder sobrevivir. Entonces qué pasa: que cuando llegaba del colegio en la tarde, lo que yo buscaba era la posibilidad de no estar en la vida y eso era largarme a la vereda. Yo salía para afuera y me iba donde unos amigos en la esquina donde la vieja que tomaba trago y a la casa de la otra que era separada y trabajaba en la Lan. Todo un grupo de gente margianl que no me correspondía, pero yo desde chico tuve que estar en una vida que no fuera la vida.

--Que no fuera la que te había tocado a tí.
--Era la única manera de sentirme bien porque ahí estaba lo terrible, lo horrible, pero también era la chacota, la guarida porque ahí yo estaba escondido de la vida en la vida, y eso me daba alegría. Entonces para mí tenían que ser: lugares escondidos, lugares pasados de moda, lo más escondido. ¿Qué es lo más escondido? Un rotativo. Colarse a un rotativo en el cine Alameda a las 3 de la tarde y verse tres películas al hilo.

--Que eran en blanco y negro. ¿Como cuáles?
--O´Cangaceiro (tararea la melodía ). Yo siempre creía que esa música daba suerte, es de las pocas supersticiones que tengo. A los 12 años yo estaba incrustado en el cine Alameda viendo O´Cangaceiro, con esa canción: una película brasileña vieja, pasada de moda que se cortaba a cada rato entonces, pjjjjjjjj: se prendía la luz, pero era una luz de mentira porque afuera había un sol tremendo, entonces era una ampolleta horrible con una luz que seguía siendo de otra vida. Así fue como desde chiquitito me acostumbré a vivir en contra de los demás. Pero no por pose: porque no soportaba esta vida que me producía angustia porque eran las notas, las operaciones, todo lo horrible estaba ahí.

--Y todo lo fantástico, por supuesto, en otra parte.
--Ahora, parece que mis amigos de la calle, por ser de clase media baja, no esperaban mucho de la vida. Ya tenían un ala rota pero no sé si estaban en el mismo cuento que yo. A lo mejor ellos estaban tratando de salir de eso para meterse en mi vida y yo, no era que quisiera meterme en la de ellos, sino acompañarme, descansar, porque ahí estaba el fracaso más a la vista.

--¿Te parecía que eso era más creíble, más real?
--Era más intenso y ellos no tenían ninguna posibilidad de exigirme nada porque los padres de ellos ya estaban fracasados, entonces ellos no me iban a decir ¿fuiste a misa? No. Ellos eran el descrédito, lo que me iba a pasar a mí si no hacía caso adentro de mi casa, y yo no tenía cómo sacarme un 7 cuando chico porque todo a lo que yo aspiraba era un descrédito.

--Y eso no se valoraba en tu casa.
--Ni en mi casa ni en ninguna parte, a pesar de que ir a ver O´Cangaceiro implicaba todo un trabajo adentro de ese teatro a oscuras, porque yo estaba aprendiendo algo, estaba reflexionando y algún día iba a estar devolviendo. Entonces a esa tarea que estaba haciendo yo adentro del teatro, en vez de estar estudiando la reproducción de las algas, no le ponían nota en ninguna parte. Todo mi trabajo durante toda mi vida ha sido descalificado. Así es que cuando a mí me califican bien yo me sonrojo. Soy el primer sorprendido cuando encuentran buenas mis cosas porque nunca esperé que algún día iban a entender que yo también estaba trabajando al revés.

--Porque está esa posibilidad de aprender de otras maneras.
--Es aprender en otro colegio, que no eso que dicen de "la universidad de la vida", pero es cierto también... Porque la gente que ha estado obligada a la calle... Es muy difícil que a mí me roben o que a mí me asalten. Es muy difícil. El mismo Carlitos me dice que yo hablo como la gente de su población. Se admira cómo yo puedo defenderme con la misma habilidad que los niños del block. Si yo no robo o no mato. Pero yo podría robar bastante bien porque yo estoy en esa ley. Estoy hablando de una cosa más dura y más íntima. Yo tenía la desgracia además de que mi papá había estado en el San Ignacio y los hijos de los compañeros de mi papá eran compañeros míos...

--Te sentías entonces vigilado y puesto a prueba por los hijos de sus amigos...
--Agrégale que mi papá fue el alumno más brillante del colegio de pé a pa: fue cónsul de Roma, tenía un cartucho de cemento lleno de medallas apolilladas que me daba vuelta a los pies de la cama cada vez que me quería decir algo y yo veía este cerro de polillas que eran un honor para él. Bueno. Y hubo un semestre en que yo me saqué todos los premios y fuí cónsul, no de Roma, sino de Cartago.

--Te pusieron medallas a tí también. ¿Qué sentiste?
--Premio en todo me saqué y yo sentí el horror de eso. Después de esa cuestión repetí curso porque eso no era lo mío. El éxito no era lo mío. Me sentaba siempre atrás y me echaban todo el tiempo para afuera. Porque yo quería aprovechar de reírme. ¿Por qué? Porque yo sabía que la risa era una cosa muy importante. Entonces reírse con ganas, pero con verdaderas ganas... ¿Dónde se puede reír con ganas uno?

--Cuando te sientas en la fila de atrás.
--En la fila de atrás, claro, y durante una clase que es la antítesis de la burla, porque uno está comprimido y es muy artificial tener niños sentados escuchando sandeces - que ni siquiera son tan comprobadas tampoco-, en completo silencio. Entonces esa situación de opresión hace que cualquier detalle, cualquiera cosa por nimia que sea...

--Pincha el globo
--Pincha el globo y se arma la grande, la chacota en cadena. eso quiere decir que a la intensidad de esa concentración le corresponde una intensidad de igual jerarquía que es la risa, la broma, la chacota. En clases la tentación de risa es enorme, porque no hay libertad para reírse y no se puede desaprovechar ese goce casi sexual de la risa que vas a tener en ese momento. Entonces lo primero que uno hace cuando entra a clases es sentarse atrás, para poder repetir de nuevo esa experiencia. Y yo la he repetido tantas veces que me echan para afuera de todas partes ( risas ). Pero yo no lo hacía con el afán de burlarme, sino con el afán de sentir de nuevo la risa, sentir la intensidad de esa alegría.

 

 

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