...................................................Gran 
        pintor y gran escritor según él mismo se considera, Adolfo Couve está 
        libre de la falsa modestia, pero no de la mala suerte de haber nacido 
        con dos talentos. Para colmo, ambos igualmente apremiantes. Doce libros 
        publicados -muy valorados por los entendidos, pero poco leídos- y otro 
        más ad-portas, revelan en forma elocuente que las letras son su 
        obsesión. Pero también los pinceles empujan lo suyo y pese a su 
        reclusión en Cartagena, hasta allá lo persiguen los compradores de sus 
        cuadros. Impredecible, a menudo el se niega a venderlos, porque quisiera 
        reunirlos para una exposición. La última la hizo en 1986.
        .......... "El arte es un 
        medir del conocimiento", dice, y como su intención no es llegar al museo 
        sino entender el proceso de creación y así morir tranquilo, prefiere su 
        vida de ermitaño, con la austeridad de quien desdeñó haber podido ser 
        inmensamente rico, como lo fueron muchos de sus antepasados.
        .......... Con la pintura y la 
        literatura disputándole la inspiración, él trata de atender a ambas y 
        cree haber encontrado la solución.
        .......... --Yo les pregunto 
        -desafía- ¿qué es mejor, describir mí jardín o pintar mi jardín? El 
        dilema sigue en pie, pero así nació mi libro recién concluido: La 
        comedia del arte (Planeta, 1995), la historia de un pintor, su amante y 
        el fotógrafo que se la levanta. El triángulo puede parecer trivial a 
        primera vista, pero ahí está todo. Incluído el hecho de que la 
        fotografía, junto con el cine, arrinconó a la pintura, la cual ha debido 
        remitirse a su síntesis. Napoleón tuvo que hacer pintar su coronación, 
        porque entonces no había fotógrafo que la inmortalizara.
        .......... --Pero usted no 
        se siente pintor arrinconado...
.......... 
        --No, porque soy precisamente de los que van a la sínteisis. 
        La literatura me enseñó a concentrarme, a la economía de medios para 
        contar y ambientar. La literatura es mi fe. Opto por el camino duro. 
        Todos escribimos mal, las palabras son una moneda burda debido al 
        desgaste diario. Hay que trabajar mucho para volverlas monedas de oro. Y 
        todo ello en beneficio de la pintura, que es mi deber 
        cumplido.
        .......... --O sea, usted 
        es, cosa rara, un artista satisfecho con su quehacer.
.......... --No del todo. Si bien soy un pintor que 
        hasta ama visualmente, y un escritor que ama atmosféricamente, así de 
        intenso en ambos quehaceres, y grande en ambos, me duele no haber 
        llegado a poeta. Hasta nombre tengo de poeta. No habría tenido que 
        buscar seudónimo como Neftalí Reyes y Lucila Godoy Alcayaga. Pero me 
        faltó el talento. Envidio a Ezra Pound, a Elliot, a Rubén Darío... Todos 
        somos envidiosos, es claro. También envidio a los que lo hacen mal y les 
        va bien, y que mejor no nombro, porque son escritores, más bien, 
        escritoras, muy leídas.
        .......... --Y usted 
        no.
.......... --Hasta cierto punto. 
        La lección de pintura, El tren de cuerda, son lectura escolar. 
        Esas lecturas me recompensan más que el Premio Nobel. Las cosas son 
        relativas. Antes soñaba comprar una pieza en París para devolver a los 
        grandes -Balzac, Flaubert, Stendhal- lo que ellos me dieron. Ya no vale 
        la pena. Estoy conectado al mundo con el cable. Si quiero saber si 
        mañana que voy a dar mi clase a la universidad debo llevar paraguas, 
        pongo el Tiempo en España o en Nueva York, donde jamás se equivocan, 
        mientras aquí no le apuntan jamás.
......... Ingresado a la cincuentena, con su facha 
        y cara de niño irreverente pese a la barba
blanca, Couve confiesa que 
        la soledad empieza a acompañarlo. "Ya pasó lo peor", agrega. 
        
         
         
        
en Revista Paula Nº 711 Septiembre de 
        1995
Fotografía: Carolina Vargas 
        
        