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ISLA DEL REY

Poemario de Clemente Riedemann / Ilustraciones de Ricardo Mendoza Rademacher
El Kultrún, Valdivia, 2002, 76 páginas


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INVITACIÓN A ISLA DEL REY
Floridor Pérez

Hace veinte años, Clemente Riedemann invitaba a Karra Maw'n, tras cuyo nombre —tan "exótico" como casi todo lo autóctono pueda resultar a cualquier chileno— había una geografía física y humana perfectamente reconocible. Ahora, en cambio, un nombre tan familiar a mi adolescencia, me exige atender a todo indicio verbal para orientarme en los paisajes anímicos de Isla del Rey pintados con tonos radiantes o sombríos, pero de trazo siempre firme. En materia de estilo, para describirlo debo apelar a la llamada prosa poética mejor cultivada por nuestros poetas —Pedro Prado, digamos, Efraín Barquero— aunque tal vez un poco más cercana al verso o versículo en la expresión formal de sus imágenes: el almacigo en que reposan tus padres; no tenía esperanzas, ni eñaba desesperado; el cuerpo del otro como una casa vacía; las tragedias del pasado te hacen hoñezar; tus ojos reúnen en la playa cuanto el mar ha disuelto en la memoria; ardor en las verijas que no saben qué hacer en su capullo... Siendo así, no es de extrañar que el texto renueve la vigencia de la fábula, género que tan bien se avino siempre al cruce de prosa y verso. Eso sí, a la moraleja, estas fábulas prefieren la reflexión irónicamente desencantada, como ese niño que recuerda una partida de caza con su padre: "¡Oh, no quieras ser pájaro nunca! -me decía". En Isla del Rey se descubren al menos dos narradores protagónicos, y aventuro que uno, el masculino, mira hacia el pasado —a la memoria— y otro, el femenino, apunta al futuro —a la herencia—. Aunque más exacto sería hablar de lo masculino y lo femenino. Deseo compartir mi sorpresa por este viaje de regreso a los territorios fundacionales de la poesía de Clemente Riedemann. Y mi complacencia porque viaje, vehículo verbal y puerto de arribo, sean tan otros y tan los mismos. Evolución y permanencia. Ahora ya no es el territorio, es un mapa afectivo para que las nuevas generaciones de lectores vuelvan a la tierra en que fueron semilla. O en que lo fue el autor. Y para que los viejos —ojalá no envejecidos— mantengamos en alto, inclaudicable, un sentido de pertenencia.

 

 


 

 

Clemente Riedemann, mediados de los 80.

 

 

 

 


ISLA DEL REY. Clemente Riedemann.
Editorial CEPAC, Centro de Publicaciones Académicas Universidad de Los Lagos, Puerto Montt. 1997.

Por Mario Contreras Vega
Publicado en El Llanquihue, 6 de enero 1997


Hablar de Clemente Riedernann, poeta, es hablar —evidentemente— de una voz mayor en la poesía de nuestro tiempo. Anteriores textos de Riedemann, escasamente considerados por la crítica, nos dan cuenta de un autor tensionado al máximo en el ejercicio de su arte, lo poético, sobre todo lo poético-testimonial que es tanto más difícil en cuanto involucra muchas veces lo privado, que por lo mismo, en muchos otros, está revestido de escaso valor lírico.

Riedemann, sin embargo, sabe de qué se trata y cómo se trata el verbo. Por lo demás, se nutre adecuadamente de la mejor mesa poética: Teillier, Rojas, Lihn, Cardenal, de pronto algunos latinos o ingleses están resueltamente incrustados en su obra: Shelley, por ejemplo o Keats.

Su poesía suena entonces, aunque brumosa, contingente, con sabor a clásico, toda vez que detrás de sus palabras están los valores de la
universalidad, de lo permanente, los mismos que desde los chinos en adelante seguirnos repitiendo:

—"Al amanecer, vienen por la avenida / los hombres barbados", nos dice. Y ya ello se lo hemos oído antes a Terencio o al Padre Las Casas, a Cardenal y a la Rosabetty. Luego, después de describirnos una faena de marcaje de vacunos en el campo:

—"Y oyendo bramar a las vencidas, salido el corazón por la chaqueta / comprendes quienes dominan en la tierra".

Poesía ésta plena de epicidad, de tragedia (tragedia menor pero tragedia al fin), de lucidez y de apertura la de este Clemente, la de este poeta que gracias a Dios aün sueña, aunque claro, sus sueños se hayan —hace rato— sólo quedado en tierra.





 

pequeña selección

 

LA VIAJERA

Al levantar los párpados, pensaste:
'Es como si resucitara'. Bajo la ducha, brotó el orín como un oro indeseable y cantaste algunas líneas con gesto automático. Olvidada de ti, contemplaste tu rostro en el espejo: vago y aterido, pero todavía radiante. Oíste, entonces, hervir el agua de la tetera.
Esparciste la mermelada sobre el pan y -entre los sorbos al té- anudaste una cinta alrededor de tu cuello. Todo estaba hecho y echado a perder: 'No dejaré de luchar, sólo que he de hacerlo en otra parte'.
Acomodaste la mochila sobre tus espaldas y echaste la triste mirada que se da a los objetos entre los cuales se ha padecido y que sin embargo enternecen.
Ya en la cumbre de la colina, en un vértice de la silenciosa vastedad, miraste a las gallinas escarbando en la tierra oscura; los perros echados junto a la puerta de la casa; los niños correteando en torno del castaño; el hombre picando leña con un hacha; la anciana pelando ajos en pie junto a la mesa: 'Otra cosa, otra cosa buscamos'.
Estudiando la densidad y la propulsión de la neblina, descendiste -al fin- hacia los muelles. Junto a los escaños, pitó una lancha cuatro veces: 'esta es la música que más duele'. Chapoteó la tagua entre las totoras de la orilla. Partió la nave y al cabo se internó en la masa gris del río. 'Bien, aquí vamos y a quién le importa'. En el andén -demasiado tarde- la mano de un hombre haciéndote señas.

 



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Poemario de Clemente Riedemann / Ilustraciones de Ricardo Mendoza Rademacher.
El Kultrún, Valdivia, 2002, 76 páginas.
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