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LA EDUCACIÓN SENTIMENTAL EN LAS CONSTELACIONES DE CHRISTIAN RODRÍGUEZ.

Claudio Andrés Maldonado



 

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CONSTELACIONES es el primer libro de cuentos de Christian Rodríguez Büchner  (Temuco, 1985) Estas seis piezas son protagonizadas por sujetos portadores de un cansancio malo, al decir de Peter Handke. Es decir, se mueven en un estiramiento que no logra transmitir al otro esa cuota de alivio, de reconocimiento por compartir las heridas de la tarea diaria del vivir en sociedad. Los personajes de Constelaciones se han intentado adaptar a los horarios, a los empleos mal pagados y sin sentido, al miedo a la pobreza y a las pautas rutinarias del amor de pareja. Pero en algún punto el resorte se ha vencido, y es ahí cuando nace el mundo narrativo y su conflicto existencial. Pues estos chilenos de clase media quieren dar el salto, encontrar un escape hacia una posible libertad. Más que por altos ideales del espíritu, es por escapar de la locura de quedarse y enloquecer en el mismo sitio donde partió todo. Los personajes terminan cruzando el límite de la racionalidad y de las pautas de la civilidad. Entrando en una descomposición sentimental que abre una brecha entre ellos y la realidad desechada.

 Es así, como en el cuento Tania, un estudiante de secundaria percibe que su inminente destino universitario no es un paso hacia adelante, tampoco un retroceso, ni siquiera un tranquilo estancamiento, pues luego dibuja en su futuro la dura cadena de ganarse el pan hasta el cajón final. En Puerto Saavedra, la generación joven, ochentera y de dictadura, es el espejo decadente de un veinteañero que deja la universidad y se convierte en una suerte de inspector de sanidad animal. En un pueblo donde el tiempo parece estancarse en la pobreza y el extravío. Los sueños y miserias, de los pocos profesionales que hacen patria en ese no lugar, son una lección de vida para este sujeto, que a su manera pretende desligarse de la memoria entendida como un mero mecanismo para llegar a la nostalgia. En esta línea se presenta Javier y la Virgen,  un profesor lisiado que explota ante la provocación de un alumno. El docente toma la decisión de escapar del simulacro  enseñanza-aprendizaje que poco a poco ha corroído los cimientos de su vocación. Es la búsqueda de los afectos perdidos lo que lo involucra con una niña de catorce años que no ha terminado la educación básica y que lo toma como su profesor particular. Es en Lluvia de Barro, donde se relata con mayor crudeza el pandemónium de una escolaridad sostenida en la reproducción de un simulacro que no quiere ocultar la verdad, pues este simulacro, manifiesta ante las narices de todos, que lo único cierto es que no hay verdad alguna. Los directivos, profesores y alumnos saben muy bien el papel a desempeñar en ese teatro. Un profesor abnegado encuentra pasta base en el estanque del baño de varones. La directora le aconseja mantener todo en silencio y detener el consumo con cds didácticos gentileza del CONACE. La certeza de este simulacro se  refleja en un escolar que simboliza la esperanza en este docente. Quizás el último trozo de resistencia ante un medio que lo termina escupiendo en su violencia mojigata. El escolar, la esperanza, el chico bueno termina recibiendo el castigo que los mini traficantes merecían. Pero ya se sabe, no hay verdad alguna. Un colega trastornado por la ira libera el sabor de una venganza. En  El Cielo y el Mar, un inspector de subvenciones escolares da cuenta de un momento de su vida, donde aparte de la rutina no hay nada más que un eterno ritual de liberación. Por cierto, un ritual siempre  saboteado por la realidad: quiero ser pobre, pero sin pobreza, quiero estar solo, pero rodeado por todos. El mundo, que por instantes deja atrás este sujeto, es un mundo que puede desplomarse, desaparecer con él. De ahí nace el miedo, el deseo de no tener metas finales, de sólo sufrir por lo que no se tiene y sin embargo morirse de abulia cuando se consigue. En el último cuento del libro, Esa Tierra Helada, el protagonista es el mismo estudiante castigado injustamente en  Lluvia de Barro. A pesar de una traumática vida escolar (amenazas de muerte por parte de sus compañeros y pérdidas de año por el cáncer de su padre) el personaje logra mantener la forma de sujeto incorruptible. Pareciendo ser el producto estrella de ese simulacro educativo sin verdad.  El personaje logra convertirse en un flamante técnico en turismo. Trabaja en un supermercado. Se tritura los dedos de una mano en un accidente y gana un juicio millonario. Es aquí donde el ideal políticamente correcto se quiebra y muestra el hastío de un sujeto ansioso por escapar. Decide gastar todo el dinero en viajar por el mundo con su hermana. Nuevamente estamos ante el ritual de la fuga, pero a diferencia del inspector de subvenciones, este “buen elemento” quema sus naves en el primer vuelo.  

En conclusión: En estas sicologías de la desilusión, que nos presenta Rodríguez, las acciones nos muestran un lenguaje que nace de la contemplación de una rutina que no muere, y que en un gesto instintivo de rebelión pretende quebrar con todo. Estos estallidos son sólo un gesto, quizás  una apariencia, o tal vez el verdadero despegue hacia una mejor vida. En estas constelaciones es la incertidumbre la que valida a estos trazos imaginarios, a estos jirones de vidas ancladas en una soledad destinada a ser una posible redención.



 

 

 

 

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Por Claudio Andrés Maldonado