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José Angel Cuevas

1973: La memoria y el ángel


por Ximena Duarte
periodista




Cuando una lee lentamente y sin resguardo, "1973" de José Ángel Cuevas, queda la sensación de haber sentido un fragmento de tiempo, de haber recorrido con él noches y días sin reposo, sin amparo.

Leer 1973 por estos días, ya pasado este septiembre fetiche de los 30 años, me hace retroceder en la memoria reciente y no reciente de este país tantas veces maltratado, pero muchas más veces desmemoriado.

La realidad de una persona, como la de un pueblo, se construye en lo cotidiano en una continua dialéctica entre pasado, presente y futuro. Nadie puede hablar de su realidad si no recuerda constantemente los detalles que la construyeron, tampoco si deja de proyectarse hacia el futuro. No hay realidad sin un ejercicio permanente de la memoria que no sólo evoque hechos sino que además, los traiga de regreso.

Las personas nos construimos recordando nuestro lugar de origen, las sutilezas del entorno, a veces, el aroma de la madre en un somero roce, el color de su vestido...

¿Qué sucede entonces cuando la memoria de un pueblo está fragmentada? ¿Cuándo los recuerdos posibles de asir parecen historias lejanas? ¿Cuándo tememos ver más allá de los fragmentos?

Surge un José Ángel para enrostrarnos en un "nunca olviden a los señores: A. Edwards/ Jarpa /Frei /Juan de Dios Carmona / Nixon / Kissinger /Contreras Sepúlveda / Laureani /Cevallos//Guzmán Errázuriz /Bardón /Pablo Rodríguez /Barahona, Brady / Benavides / Fernández, Madariaga /El Troglo /Marchenko /José Piñera / De Castro / Ponce Lerou / El fiscal Torres / Pérez de Arce / Silvia Pinto / Fuentes Morrison / Otero Echeverría / Chico Duran / González Alfaro, Bombal / Iturriaga Neumann / Cuadra, Büchi / y por supuesto Pinochet entre tantos / tantos otros".

Si no los recordáramos ¿cuál sería el concepto que de nosotros mismos tendríamos? ¿Cuál el de nuestra historia? Estaríamos buscando extraviados, como locos, un lugar que no existe.

Tenemos que recordar por todos los medios y sobre todo a través de la poesía, porque la historia del abuso se repite siempre en nuestras tierras, es ya casi un aporte genético. Vino a quedarse en la memoria rota de los esclavos negros, los desarraigados de la costa africana, los del río Senegal y la Angola portuguesa. Reyes de Yoruba de Oyó, de Dahomey, de Benin y Congo. Los esclavos que, a principios de nuestra nueva historia, morían de hambre, violencia y melancolía: "invocan los tambores los viejos dioses, que vuelan hasta esta tierra de exilio, respondiendo las voces de sus hijos perdidos, se meten en ellos y les hacen el amor y arrancándoles música y aullidos les devuelven, intacta, la vida rota", contaba Galeano en sus Memorias del Fuego, como contaron hace un tanto, no tanto, los cientos que estuvieron lejos, y los muchos, como dice José Ángel, que se quedaron.

Leer 1973 por estas noches, es devolverle la presencia al rito, es retornar hacia los días más aciagos, traerlos al presente, integrarlos. La memoria entonces, no se reduce al hecho de evocar personas o cosas, sino que además, es un arreglo mágico por el cual lo deseado regresa construyendo una realidad mítica, que es al mismo tiempo la de cada persona, y la de un grupo, un país. "Todos tenemos dos cabezas y dos memorias. Una cabeza de barro que será polvo, y otra por siempre invulnerable a los mordiscos del tiempo y de la pasión. Una memoria que la muerte mata, brújula que acaba con el viaje, y otra memoria, la memoria colectiva, que vivirá mientras viva la aventura humana en el mundo" dice otra vez Galeano.

Si después de tanta agua bajo el puente, queremos preguntarnos por lo que somos, tendremos que recordar algunas cosas y, necesariamente apuntar hacia lo que seremos. De esta manera los tiempos se reconcilian porque el futuro no es sino el síntoma de la edad recordada, el cumplimiento de aquella; encuentro entre la nostalgia - de lo que éramos- y la esperanza -de lo que queremos ser- "la rueda del tiempo, al girar, permite a la sociedad la recuperación de las estructuras psíquicas sepultadas o reprimidas para reintegrarlas en un presente que es también un pasado. No sólo es el regreso de los antiguos y de la antigüedad: es la posibilidad que cada individuo tiene de recobrar su porción viva de pasado", señala Octavio Paz en sus "Conjunciones y disjunciones".

La perspectiva de José Ángel Cuevas viene a completar esta versión de realidad que tenemos, viene a poner muchos puntos sobre las íes, a plantearnos la historia poética de los que se quedaron el Chile, los y las que no regresaron con grados académicos, ni puestos en el gobierno, aquellos que no pertenecieron nunca a la wiskerda. Aquellos que más tarde se quedaron mirando el cielo, como alelados, sin plata ni reconocimiento. Una generación pasmada: "Un gran saludo a mi generación en Titho Tello/ Salido recién del hospital siquiátrico de Santiago / dueño de un alto índice de alcohol / en todo el cuerpo / sin neuronas casi / repitiendo a borbotones la línea del / comité central / derrotado y demolido / Titho lleva un pedazo de Soviet en su / hígado/ y mucho de clase obrera en restaurantes / y sucuchos de expendio sin patente / sin dientes ni zapatos / se ha inmolado como un mártir / que creyó toda esa posibilidad de vivir / y tener su poco de poder/ Nadie lo toma en cuenta / ni le hace caso / le dicen Borrachoff / en el barrio cuando pasa ".

José Ángel Cuevas viene, por sobre todo, a regalarnos humanamente, honestamente, su versión de poeta, hombre de la calle, profesor de filosofía, militante, clandestino, revisionista, videasta, guionista, muchacho de fines de los sesenta, veterano de los setenta y voceador de los días buenos y de los malos días.

 

 

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José Angel Cuevas: 1973: La memoria y el ángel.
por Ximena Duarte. (periodista)
Presentación del libro
Academia de Humanismo Cristiano.
Santiago de Chile.
Diciembre de 2003.