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      Vicuña | Jorge Polanco Salinas | Autores | 
  
  
  
            
    
   
  La 
    poética del detritus de Cecilia Vicuña
      Revista 
        "La piedra de la locura", núm. 6, 2005.
    
    Jorge 
      Polanco Salinas
      
Cecilia Vicuña 
es una poeta oculta. Conseguir en librerías un poemario suyo es casi imposible. 
El conocimiento que se tiene de su obra acontece por la gracia de las revistas, 
el préstamo de libros o la asistencia a exposiciones que ha realizado en 
Chile, puesto que lleva años radicada en Nueva York. Menciono exposiciones 
debido a que su poesía no tiene como único elemento la palabra. 
Si bien no podría demarcarse sólo como una poesía visual, 
en el sentido de hacer del poema un significante construido de acuerdo a una imagen, 
su poética está entrelazada con las intervenciones y las acciones 
de arte. Pues tal vez su palabra no está hecha tanto para el canto sino 
para el evento poético. De hecho, en sus inicios comenzó siendo 
conocida más como pintora que como poeta, y hasta ahora no se ha desligado 
de ninguno de estos dos supuestos "campos".
Según Peter 
Szondi, la complejidad actual de definir lo que es la poesía —tal como 
lo hizo Aristóteles a través de los géneros literarios- proviene 
de Hegel y el primer romanticismo
 
alemán. Esta dificultad consiste en una vuelta a unir arte y poesía 
a la estricta noción griega de Poiesis: creación que trae 
a luz una obra. En este rumbo podemos incluir a Cecilia Vicuña. Su trabajo 
carece de una definición genérica. El espacio poético que 
crea posee la figura de un estambre; tejido sobre otro tejido que responde a la 
experiencia de una comunión terrestre, mientras la poesía es una 
forma de hacer hablar la tierra, de tejer entre silencios las palabras que se 
escuchan en la fluidez del río, la claridad del sol o la presencia del 
cielo. Pues "la tierra es un telar / y el sol teje / la noche y el día"; 
el poeta es el escucha de estos signos patentes, de este tejido fundamental, que 
nada tiene que ver con el tejido del texto —tópico usual después 
de Barthes- donde la única trama de la palabra la constituye su propio 
significante. El tejido de Cecilia Vicuña guarda otra dimensión: 
es similar a las trazas frágiles de un sentido que se escabulle, y que 
el poeta — al modo heideggeriano- rearma en su escucha del ser, en la fusión 
con los elementos obnubilados por la ciudad.
El poeta que se observa en 
Cecilia Vicuña es una especie de panteísta o de San Francisco, que 
desea unirse a la totalidad de lo existente. De ahí proviene su arte del 
detritus, que entre los desechos halla los hilos que se extienden en la naturaleza 
(seria mejor decir Physis, en el sentido griego de lo viviente) y que el 
hombre deja de lado. "¿Una pluma? —declara- soy una pluma. ¿Un 
pedazo de estambre? Soy un pedazo de estambre ¿Un animal? Soy un animal"(1). 
La poeta está en comunión con el todo, y la imagen que unifica esa 
ligazón es el hilo, que sirve de unión y también -con el 
mito de Ariadna- de sentido. El hilo y la lana que, además, están 
presentes en la cultura andina, a la cual Cecilia Vicuña se siente perteneciente 
incluso con la advertencia de su propio nombre.
En el trabajo de Vicuña 
con los residuos hay una búsqueda fundamental. Pues se podría pensar 
que este proceder de sus acciones poéticas responde a una moda. Sin embargo, 
su poética lleva años en esta manera de trabajar, y la razón 
quizás proviene de que ella no está en la ruta de lo nuevo (implícito 
en el término avante-garde ), sino, por lo contrario, de lo ancestral, 
de la integración a una totalidad. Por eso la relevancia de la incorporación 
del detritus, de lo eliminado, de lo que se deja como basura, en la medida que 
su arte es un amor por lo fugaz, por lo que perdura solo un instante y luego perece. 
La belleza -como afirma Benjamín- es también la insuficiencia que 
se hace acontecimiento. Y el poeta es quien desea hacer de la fugacidad el recuerdo 
de un evento, re-cordar las cuerdas que se tienden a lo largo del espacio 
vital y terrestre de la poesía.
II
En 
este umbral se comprende asimismo su libro Precario/ Precarious, constituido 
por seis "metáforas espaciales", que "comenzaron como una 
forma de comunión con el sol y el agua"(2). 
Los poemas están escritos a partir de acciones poéticas realizadas 
en Chile y Colombia. Ellas se efectuaron entre 1966 y 1981, y el poema "Entrando", 
con el cual comienza el libro, data de 1983. Este texto poético es inusual, 
debido a que es el resultado de las intervenciones que Cecilia Vicuña plasmó 
durante aquellos años. La escritura no puede separarse de la acción 
poética que la precede. La poeta denominó a la comunión entre 
escritura y performances "metáforas espaciales", puesto que "llevan 
más allá" (metapherein) el espacio de contemplación 
de lo poético. Dicha unión se plantea en el libro como una zona 
sagrada (Contemplar viene del latín cum-templum: el lugar de lo 
sagrado), un acto de oración entre el tiempo y el espacio. "Precario 
es lo que se obtiene —señala el libro- por oración. Inseguro, apurado 
o escaso, (del latín "precarius", de "preces"; "plegaria".)" 
El tiempo de inscripción de los poemas es perecedero, por lo tanto la poesía 
no puede ser sino un testimonio espacial de un arte efímero (todo arte 
es pasajero, incluso la piedra se carcome), que intenta traer al recuerdo 
lo sagrado de una oración. Su poesía es un rito, una plegaria que 
trasciende la escritura misma, y que se extiende a un acto poético que 
está a la base de su poiesis. De ahí que la memoria dirigida 
al acto poético consumado plantea el problema de la esencia de la poesía. 
Dicho en forma de pregunta, ¿La poesía puede ser solamente palabra 
o puede haber asimismo una poesía anterior a la escritura?(3)
En 
este carácter difuso de la poética de Cecilia Vicuña radica 
la vitalidad y la fuerza de su obra. Pese a que el empleo de la palabra es tenue, 
como si solo fuera una explicación de los rituales poéticos efectuados, 
el mundo que crea se sustenta en este escapar y volver a la escritura, en la unión 
entre un poetizar que interviene en la vida y que también la resplandece 
en su frágil temporalidad. El gesto poético de la mirada a lo precario, 
le otorga a Cecilia Vicuña un carácter singular que consiste en 
que sus acciones están hechas como un acto de amor: Siempre me gustó 
recoger lo que estaba botado. Primero intenté atrapar la primavera, pero 
los pétalos se descomponían. Las hojas de los árboles en 
cambio resistían. Quise guardarlas antes de que las barrieran o quemaran, 
no por un afán de eternización, sino como un acto de amor. Esta 
integración de lo derrochado, de lo perecedero, de un vaso de leche derramado, 
de la reunión de hojas de otoño, de símbolos dibujados en 
una playa de Con Con, de las cuerdas tendidas como un telar en un río y 
después dejadas arrebatar por la corriente, son metáforas sutiles 
de una comprensión de la poesía como un poetizar(4), 
de un acontecimiento que se fusiona en un rito amoroso. Este hacer poesía 
recuerda la frase de Hólderlin de que no existe poeta que no tenga amor 
en su corazón. Hay un intento de una comunión sagrada en que se 
integren todos los elementos, y que en la palabra haya cabida para lo que no se 
considera habitualmente como poético, incluso para aquello que muchas veces 
se ignora en la instauración de la propia poesía, y que es el acto 
de Lo poético: La poesía habita / algunos lugares /donde 
los riscos /no necesitan /sino ser señalados / Para vivir: //dos o tres 
líneas /una marca / y el silencio / empieza a hablar
 

 
NOTAS
(1) Entrevista de Jean Isbell y Regina Harrison, The precarious. The art and Poetry 
od Cecilia Vicuña, University Press of New England, 1997, p. 48(2) Cita del texto de Lucy R. "Lippard, Spinning the common thread", ídem, 
p.8.
(3) El poeta Fernando Van de Wyngard 
plantea esta pregunta del siguiente modo: "¿es posible pensar una 
poesía no escritural (no textual)? ¿Es que hay un tipo de existencia 
poética que genera una escritura y, a su vez un oficio que genera una existencia 
poética? ¿Pueden haber existencias poéticas que nunca llegan 
a la escritura?". Cf. "De sitio y no lugar", en Citiedad, Aristóteles 
Siniestro, Santiago, 2000, p.35.
(4) Recuérdese 
que en su acepción arcaica, metáfora significa también transposición 
de un contexto a otro.