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Entrevista a Cecilia Vicuña

Por Elizabeth Neira
Publicado en revista Plebella, Bs. Aires, Argentina, N°4. Abril de 2005



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Cecilia Vicuña apenas pudo cantar su canto de avecita tierna, precolombina, ave agorera, frente a la gran cantidad de público que esperaba con expectación su anunciada performance el pasado 27 de noviembre en la Estación Alógena, en el marco del Festival Internacional de lecturas y performances de poesía organizadas para festejar los 10 años de la editorial tsé-tsé. Es que el humo de los incansables fumadores asiduos a los eventos literarios se le fue por las venas hacia las heridas que guarda su corazón, según sus propias palabras, heridas recientes provocadas por un 11 de septiembre, doblemente doloroso, el de Santiago de Chile allá por 1973 y el newyorkino donde la poeta vio caer del cielo multitudes, "parejas de la mano, grupos de amigos", recitó y que dejaron en su cuerpo la impronta de su terrible fin, ahora activado por efecto del tabaquismo de los presentes. "Soy asmática" dice ella como disculpándose, con esa voz tan suave que es como un hilo apenas visible. El mismo hilo que hila hábil al comenzar su puesta en escena, con el que va enredando o hermanando, tejiendo a su público que la deja hacer. La trama es también un motivo que aparece reiteradamente en su escritura y ya visiblemente dibujados como pequeños insectos o raras flores en su recién publicado poemario I Tú, editado por tsétsé, (pdf) donde estrena dibujos como tramas y telarañas que enredan palabras, letras, vocablos de una lengua y otra.

Es que Vicuña es una artista que supo dejar tempranamente su Chile natal sin jamás cortar el hilo materno con su cultura. Hoy es bilingüe, trilingüe, mapuche, chilena, blanca e india y por supuesto newyorkina. Se mueve con agilidad entre la vanguardia y el mundo arcaico así como se mueve de un país a otro, de un continente a otro promoviendo su arte.

Su visita a Buenos Aires forma parte de Sud Ame Risa, una gira latinoamericana que la llevó a ella, junto a Rothenberg y un equipo de documentalistas y colaboradores, primero a Chile, para seguir por tierra camino a Buenos Aires donde tuvo dos exitosas presentaciones, una en el Centro Cultural de España y otra en la Estación Alógena. El recorrido continuó por Uruguay y Brasil.

Con una formación de artista visual y un oficio de poeta con el que prefiere definir su quehacer. Vicuña ha sido pionera en integrar el imaginario indígena de una manera tan auténtica como vanguardista. Eso le ha valido el reconocimiento internacional y la ubicación de su obra en un territorio de ricas mixturas que escapa a las definiciones tradicionales acerca tanto de lo que son o deben ser la poesía y la performance.


¿Cómo te sientes con respecto a la poesía chilena, a tus pares? ¿te aleja mucho vivir fuera?
—No, no me siento marginada para nada. Tengo una relación muy fuerte con la comunidad poética chilena, tengo grandes amigos, Nicanor Parra, por ejemplo y también mantengo contacto con gente muy joven. Ahora si me hablas de una suerte de pertenencia al medio eso es otra cosa. Nadie pertenece realmente al medio artístico chileno porque éste —de características más bien coloniales— es muy excluyente.

¿De qué manera estableces contacto con el mundo indígena?
—Tengo muchos amigos indígenas, pero el mundo indígena en países como Chile no está encapsulado en las comunidades sino en todas partes. Lo que tu llamas cultura indígena es simplemente la vida del campo o la vida popular. Mi forma de entender lo indígena es adentro de la vida moderna, adentro de las ciudades, no como un mundo aparte. Sucede arriba de la locomoción colectiva, en los negocios, en el modo de ser de la gente por lo tanto no se trata de una suerte de conocimiento antropológico inaccesible. Es inaccesible solamente para el que no lo quiere ver, en tanto que hay gente que ha escogido no verlo, pero si escoges verlo ahí está.

¿Y lo encuentras siempre bajo una suerte de disfraz, de sincretismo?
—Lo encuentro transformado, contenido, tal vez travestido, pero ahí está.

En tu vida, ¿Cuándo se produce tu encuentro con este elemento que será tan determinante en tu obra?
—Siempre tuve una gran afinidad por la cultura popular, desde chica sentía una fascinación por ese mundo. Fascinación que parte por la lectura de los mitos populares, los cuentos, las leyendas que contaba la gente en el campo, en la casa, en la calle. Pero me hice consciente de lo que eso significaba más o menos como a mediados de los 60 cuando empieza una gran explosión de interés por lo indígena en toda América. Ahora esta revaloración la llevan adelante los intelectuales. La poesía ya lo había avizorado hace tiempo, poetas como Huidobro ya estaban interesados en lo indígena por la fusión. Mi generación lo toma en los 60, no todos, apenas un puñado de personas, pero forma parte de un continuo. Ahora es un gran movimiento, hay muchas personas en el mundo entero que están incorporando las lenguas, los usos, la cosmovisión. Cada vez que voy a Chile lo veo de manera muy potente.

Pero la discriminación sigue ocurriendo...
—Pero claro. Esta apreciación de lo indígena sucede en un sector sumamente pequeño de personas. Es un grupo estricto de artistas e intelectuales, pero el resto de la sociedad sigue todavía siendo muy discriminadora. Las escuelas, la educación y la cultura en general omiten el contacto.

En tu caso, el conocimiento y contacto con las lenguas primigenias, con el valor que estas culturas, eminentemente orales, le dan a la palabra, han sido determinantes en la conformación de tu poética.
—Claro, por supuesto. Se puede especular mucho. Pero yo creo más en la mezcla. Nosotros tenemos también una fuerte presencia de sangre andaluza y el universo andaluz tiene una fuerte influencia del mundo gitano que son culturas donde la palabra y la música tienen un valor extraordinario. A eso le puedes sumar el valor de la palabra en el mundo indígena y tienes una linda teoría de la fusión. Pero creo que en toda América sucede lo mismo, en Perú, en la cultura quechua la palabra tiene también un valor supremo, los guaraníes. No es una situación exclusiva de ningún país y de ninguna cultura. No me gusta la etiqueta de indigenista porque me parece muy limitante. El indigenismo fue un movimiento que ya no existe y que era idealizador y romántico. A mí me interesa conocer y comprender la contribución que cada grupo humano ha hecho, tomo de cada una lo mejor. También soy una estudiosa de oriente, de la cultura y la poesía, de la poesía y la cultura newyorkina. No por vivir en Nueva York estoy alejada de lo que me interesa porque como en todas partes del mundo existen grupos de personas que están en la misma búsqueda que uno, en definitiva lo que está pasando en el planeta entero es que la gente está comprendiendo que o uno vuelve a recuperar la memoria, las raices o simplemente no va a haber más mundo, ni más cultura. Entonces es indiferente si estas en la punta de un rascacielo o en un bosque en el sur, porque la urgencia es una urgencia del alma del ser y del conocimiento.



 



 

 

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