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TORDO, Diego Alfaro Palma, 2015

Por Carlos Cociña

 


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En 1992, cuando Diego Alfaro Palma tenía unos 8 años, el conjunto musical Congreso grabó Pichanga, con música de Tilo González y textos de Nicanor Parra. El disco "Pichanga - Profecías a Falta de Ecuaciones" está dedicado a los niños, por un encargo de la UNICEF y RADDA. En esa versión, la canción “Días atrás un árbol me preguntó” la interpreta Ramón Aguilera.
El poema dice:

Días atrás un árbol me preguntó
qué pasará con los señores pájaros
Hace tiempo que no los oigo cantar

Y yo le contesté
no se preocupe
que los pájaros cantautores
andan en gira artística por ahí

Para que se deje de preguntas estúpidas
Sabe mejor que nadie
que en este país
ya no quedan pájaros
ni mariposas
ni chanchitos de tierra.

Ahora la pregunta puede ser diferente, porqué los pájaros están volviendo, porqué por ejemplo en Santiago, reaparecen gorriones, cotorras y esos pequeños de color azul muy oscuro, que parecen predecir la lluvia.

Hace algunas semanas aparecieron por acá, desde Madrid, Cuervos y Urracas de Juan Soros, y hoy Tordo de Alfaro Palma, desde Buenos Aires. Este redesplazamiento hace necesario ver con atención cuál es su vuelo, y seguir a Jaime Pinos, que será uno de los anfitriones en Valparaíso, cuando dice: “Este libro es el relato de cómo es posible encontrar, aún en la oscuridad de estos días, breves momentos de belleza. La belleza es el brillo de lo que es verdadero, dijo alguna vez Joseph Beuys. Aprender a ver ese brillo. A escuchar el trino de los pájaros en medio del estruendo de la guerra. Como el tordo, aprender a cantar con verdad. Porque la literatura, como escribió Enrique Lihn, no debe engañar.”

Ese brillo radiante ya viene desde los “paseantes” de 2010 y luego pasó por Limache en 2013.

Ahora inicia el sobrevuelo y se posa en la tierra con un bestiario cuyo primer ejemplar es la ballena, la caza de la misma, pero paradójicamente, en este mismo momento varan en el sur de Chile, y la cultura del niño “percibe, sin embargo, a cada respiración, la presencia del gigante caído.” (Tomas Tranströmer en el epígrafe). Sin embargo el “Ballenero” con el arpón sabe que “el terror va por derecho propio”.

Sin embargo este bestiario, estos animales no son sólo biológicos, son espacios, ciudades, madrigueras, episodios históricos relevantes y episodios históricos cotidianos, irrelevantes en el conjunto más amplio, pero sorprendentemente determinantes en una fracción de la vida personal, donde dolor y alegría se separan en una fracción de momentos. Y el espacio donde ocurren está separado por también una fracción de distancia, como la que tiene un mapa, que en el poema es territorio, donde una esquina se está en Boston, y la vereda de enfrente es Limache, Sarajevo o Dheli. Por eso es posible que la escritura pueda afirmar que: “Hay veinte maneras/ de sorprender a un tordo en un bar/ botando su sueldo miserable/ en bolsitas de alpiste y cañas de aguardiente/ aleteando entre nubes de humo/ desaparecen en los jardines de la noche/ silban algo triste al aire y tornean/ como un bus fuera de recorrido”. Los personajes, a más bien la imagen de ellos sacralizada en palabras transcritas, pueden en el mismo lugar y tiempo, el lugar de la escritura decodificada en la lectura, convivir como parte del cotidiano, de sus cosas, vistas con el velo del momento en que emergen. Ese tejido permite ser la tonina que percibe que “más terrible aún/ sería volver a ese lugar/ sin reconocer las señas/ de quien has llegado a ser/ cuántos mares bogaste/ para desovar estas orillas”.

Lo rural es terrible en la terrible urbe, y no hay posibilidad de escapar a ella, sino con un atisbo que permite afirmar que las cosas, los otros animales y el uno animal son el momento de estar, son una claraboya que se puede llamar Ennio Moltedo, observado desde la línea del horizonte marítimo, en una rivera que no tiene contraparte, pues “la vida es tan frágil como este estado en que se escribe”.

Esta posición se despliega con mayor intensidad en la segunda parte de Tordo, libro y ave que son capaces de migrar de norte a sur y a la inversa, pues desde la escritura se puede estar en el centro de los puntos cardinales, y por lo mismo en todos ellos, transformados en la rosa de los vientos, en los buenos aires de Montreal, Praga, o los que barren las hojas de Uganda, que puede ser un territorio marítimo, un Sri Lanka de hojas verdes.

Sin embargo el tordo se queda en Montreal, en su mapa rural, donde pueden estar marcadas araucarias, y la disposición del cementerio de Punta Arenas. Reprobado en la asignatura de geografía cuando niño es posible hacer el sobrevuelo y posarse en los pastos de cualquier lugar que se haga aparecer en la escritura. Pero en ese lugar emergen, se destraban las vivencias terribles que no ocurren ni son descritas en la escritura, sino en el orden de las familias, citadinas, rurales y volátiles.





 

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