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Entrevista a Julio Espinosa Guerra:
La teoría, al igual que el diccionario, siempre va a la saga de la creación poética,
que es creación de lenguaje.

Por David Bustos
Publicado en Letras de Chile. cl




Tras casi cuatro años en Madrid, el poeta Julio Espinosa obtiene el Premio de poesía Villa Leganés, un premio que no está
dentro de los más importantes, pero que significa de alguna manera, publicar en un país como España, que es de un tiempo a
esta parte, un tanto reticente a las frescas y enrarecidas pulsiones poéticas de América Latina. Letras de Chile quiso saber más del
poeta radicado en España.


- Julio, antes que todo quisiera preguntarte por el premio Villa de Leganés ¿En qué momento llega? ¿Y qué reales alcances tiene en España?
- Llega en un buen momento, cuando ya estoy incorporándome a la actividad poética madrileña. Al llegar sólo conocía a dos poetas. Hoy ya dirijo un taller, colaboro en revistas y organizo lecturas de poesía; además me hayan incorporado en una antología madrileña, que junto a este premio y la antología que Raúl Zurita termina en Chile, me ayudan a romper el silencio que acarreo desde 1999. Es indudable que al venirme, deseaba publicar en España; ahora que la posibilidad se dio, sólo depende del libro. Eso, respondiendo a tu segunda pregunta, porque, la verdad, es que el “Villa de Leganés” es un premio mediano en difusión. Poniendo un ejemplo, antes de que comenzara a publicarlo Visor, el premio Rafael Alberti no era de los más importantes. Ahora lo es, pero solamente porque la editorial que lo lleva también es grande. Acá hay concursos que dan mucho dinero al ganador, pero los edita la imprenta del ayuntamiento. Al final, tu libro se queda durmiendo el sueño de los justos. El “Villa de Leganés” ha sido publicado hasta ahora por Huerga y Fierro, una editorial mediana, donde también han aparecido poetas como Walcott o Teillier y Rosamel del Valle, y eso para mí es algo. De ahí al alcance que el libro pueda tener, bueno, es relativo.

- Tengo entendido que en España hay dos o tres movimientos poéticos visibles. Uno de ellos es la poesía de la experiencia. ¿Cuál es tu percepción acerca de esta poesía?
- Esencialmente yo no comparto su perspectiva de lo que es poesía y lo que se debe hacer cuando se escribe; eso, más allá de que uno u otro poeta pueda haber hecho algo interesante. Pienso que la poesía intenta decir aquello que no tiene nombre, que no se ha nombrado previamente o que de tanto nombrarlo ha llegado a pasar inadvertido, y lo intenta hacer con un ordenamiento, con un uso de las estructuras morfosintácticas y de los signos igual de novedoso. En cambio, la poesía de la experiencia insiste en decir lo que se puede decir y ya se ha dicho. No hay búsqueda de lenguaje ni de significancia. Todas son cosas que están ahí, en lo que el racionalismo ha llamado “la realidad”. Además, esa forma de pensar, que viene a señalar que hay que ponerle “facilito” el poema al lector, tiene un mensaje que es terrible, porque en el fondo te está diciendo “como son imbéciles, les vamos a hablar en fácil, para que entiendan” y yo no pienso que la poesía se tenga que “entender” - volvemos al racionalismo más peregrino - ni que se trate de hablar en fácil o difícil, es más, yo no pienso que el lector sea imbécil; si así fuese, no escribiría.

- La influencia de la poesía latinoamericana en España data de Darío en adelante. ¿Sigue siendo así o vislumbras cierto ombliguismo en los poetas españoles?
- Hoy en día no hay un influjo real de la poesía latinoamericana. Quizá algo en los poetas más recientes, pero aún con lecturas muy precarias. Hay que tener en cuenta que acá las vanguardias se acabaron con Franco y Franco fue mucho tiempo. Lo mejor de Larrea y de Cernuda, por ejemplo, se da fuera de España y esa parte de sus obras es poco leída y si leída, poco reconocida. Tampoco existió el proceso latinoamericano, los beats llegaron tardísimo, la poesía concreta brasileña no se lee. Lo que te decía: hay poetas jóvenes que me recuerdan a un Rodrigo Lira incipiente; otros, a Juan Luis Martínez y otros hacen cosas parecidas a las de Haroldo, pero sin haberlos leído nunca y creyendo, todos ellos - y eso es lo peor -, que son los primeros en hacerlo. En cuanto a los poetas de más edad, parece que sólo existiera España. Les cuesta mucho aceptar que la mejor poesía en español no se escribe en la península. Claro, hay excepciones: Gamoneda, Mestre, Suñén y otro puñado que, además, no ocupa portadas de periódicos ni púlpitos académicos. El o los grupos que marcan las tendencias a seguir difunden a aquellos poetas que siguen una estética similar a la suya; el resto interesa poco. Acá a los grupos que se reparten el poder no les conviene que se sepa de otro tipo de poesía, porque podrían perder su estatus. Ya lo dijo Foucault: toda relación es una relación de poder y la de la poesía latinoamericana con la española no es la excepción.

- ¿Poetas como Teillier o Enrique Lihn son frutos saboreados por el común de los poetas españoles o de Chile sólo se conoce Neruda y ahora un poco Gonzalo Rojas?
- A Lihn casi no se le conoce. Sólo aquellos que están relacionados de alguna manera con Chile lo han leído y logran “entenderlo”, porque acá es muy importante “entender” la poesía. Además muchas veces opinan desde el desconocimiento. Pero el grupo que sí lo ha leído, lo disfruta. Lo malo es que hay cero difusión. Con Teillier la cosa es un poco distinta. Hace dos años Huerga & Fierro publicó una antología y fue recibida con beneplácito, por decirlo de algún modo. Pero es que a Teillier lo “comprenden” y parece inofensivo. A pesar de eso, la desmemoria, el olvido, es fuerte: considero que no hay un interés real por la poesía chilena. Se lee mucho más la argentina y la mexicana. También es cierto que España está mucho más ligada a esos países y que, por lo menos México, tiene un centro cultural que constantemente difunde a sus creadores vivos, cosa que no ocurre con Chile. También incide en este hecho la heterogeneidad de poéticas que hay en nuestro país, cuestión que los desconcierta un poco, ya que ellos se han fabricado una norma rígida que no acepta la multiplicidad de miradas que nosotros tenemos. Hablando un poco de Neruda y Rojas, acá al que se conoce es Neruda. Con lo del Cervantes, Rojas se ha difundido un poco más, pero sólo un poco. Y Parra, bueno, de oídas. Hay otro hecho curioso: los poetas que han sobrepasado los cuarenta años se interesan más por los dos primeros; a los más jóvenes les entusiasma Parra, eso sí, más con su (anti)poesía que con los artefactos, porque acá tienen a Joan Brossa que varios años antes había hecho lo mismo, y mejor.

- Tengo la sensación de que con la narrativa pasa algo muy distinto. Tenemos el ejemplo de Roberto Bolaño y también de Rodrigo Fresán. ¿La explicación pasa necesariamente por el mercado? ¿O es que realmente la narrativa logra borrar los límites de lo latinoamericano para convertirse en algo más universal?
- Pienso que se trata del mercado. Poesía leen cincuenta mil personas; narrativa, cinco millones. Además la poesía la controlan - obviando a los editores - los mismos poetas; mientras que la narrativa la controlan las agentes literarias. Por ejemplo, si Volpi no hubiese tenido una agente, no llega a publicar su última novela, que hasta ha salido en bolsillo, aunque la crítica la ha vapuleado. En el mercado novelístico no interesa si perteneces o no a un grupo; lo importante es que vendas. Lo difícil es entrar, pero si con tu primera novela vendes tres mil ejemplares, ya tienes asegurado tu próximo libro. Además en narrativa puedes ser un desconocido y “darle el palo al gato”. En poesía, especialmente con la latinoamericana que acá se publica, eso es imposible; ningún editor se arriesgará si no tiene asegurada una venta de por lo menos 500 ejemplares, a no ser que la edición esté financiada desde afuera, por eso el éxito de los concursos. En poesía el riesgo es casi inexistente a la hora de editar; los costes suelen estar cubiertos. En narrativa siempre vale la pena arriesgarse, siempre existe la posibilidad de que alguien se fije en el trabajo de un desconocido.

- ¿Con quién te quedas de los poetas chilenos: Raúl Zurita, Gonzalo Rojas, Óscar Hahn?
- Siempre he dicho que me quedo con poemas, no con poetas. Además los tres son excelentes, te gusten o no. Todos sabemos que Rojas es un cínico y un hipócrita de marca mayor, pero ha escrito grandes poemas. Que ahora esté gastado y se repita es un detalle menor. Se sabe que su mejor poesía sucede cuando se pone menos retórico, menos vacuo, y hace tiempo eso no ocurre. De Hahn me interesa la forma en que compatibiliza lo clásico y lo actual, la inmediatez. También es muy fiel a sí mismo, pero aún su poesía no es de la fórmula. Merece el Premio Nacional de Literatura, pero también lo merece Barquero, que es mayor y se nos puede morir antes. Y es que hay un par de premios recientes muy mal dados. Volviendo a Hahn, creo que de los tres es el poeta más parejo. Y eso para bien y para mal. En cuanto a Zurita, creo que ha aportado mucho a la poesía chilena actual. Áreas Verdes, Allá lejos, las playas y las cordilleras de Chile son poemas memorables. INRI a mí me gusta mucho. Y La vida nueva, aunque irregular, tiene otra serie de grandes poemas. Además considero que es un tipo valiente, porque hace y ha hecho cosas que sabe una parte de la sociedad y sus pares rechaza. Crear controversia siempre es bueno, más cuando defiendes tus ideales. Pasando a otra cosa, si me incluyes a estos tres, no sé por qué no me nombras a Parra. Mi padre me leía “La cueca larga” de pequeño y la disfrutaba mucho. Poemas y antipoemas, junto a su antología Obra Gruesa, y el Cristo del Elqui, son tremendos libros. Hay que celebrar los noventa años de Parra. Ya hemos tenido mucho Neruda, demasiado marketing.

- ¿Y de los españoles: Luis García Montero, Leopoldo Panero, Blanca Andreu?
- Como ya te dije antes, siempre me quedo con poemas y no con la obra total de los poetas. Y si hablamos de poetas españoles actuales, poner sólo tres en la palestra parece un poco injusto para nombres como Pere Gimferrer, Jenaro Talens, Olvido García Valdés y Julio Martínez Mesanza, entre otros muchos. Pero no te preocupes, no me escurriré. Desde el punto de vista creativo, de búsqueda, Panero es el que más me interesa, aunque al mismo tiempo muchas de sus cosas no me gustan. Últimamente saca libros como panes, cuatro, tres al año, y se repite. Pero eso no tapa su creación anterior, donde la escatología -porque Panero es un poeta escatológico- sólo es la forma de revelarse frente a lo instituido. Él es un poeta de los extremos y ese extremo incluye el lenguaje alterado que provoca la experiencia de la locura y las drogas. Panero es un tipo que sabe lo que busca y él mismo confiesa que su poesía más que testimonial es literaria y que su locura es la locura de la página. Y justamente es eso lo que lo hace interesante: es un poeta que se ha comido todas las vanguardias, a todos los malditos y después los ha defecado. Esa defecación, ese atentado a lo correcto es su poesía, tan malentendida y blasfemada por los porteros de la Academia, que son los poetas institucionalizados. Diferente pero similar es la obra de Blanca Andreu, que también me gusta, pero se aleja más de lo que persigo. Ella escribió un tremendo primer libro (De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall), que no ha podido superar en sus obras posteriores. Lo que más me interesa de su escritura es ese texto escondido que lo cruza entero, donde “caballo” no es “caballo”, sino “heroína”, dotándolo de una segunda lectura mucho más rica y con más posibilidades significativas y semánticas. Lo que menos comparto son esas alusiones etéreas de su poética (“muerte de los sueños”, “sueños de los sueños”, “fugaces cortesías”), reunión de palabras que dicen poco o nada. Aun con ello, es una poeta que no deja de sorprender. El caso de Luis García Montero es diferente, porque yo no puedo tener mucha objetividad con él (sabiendo que la “objetividad” no existe) porque lo conozco y me ha ayudado mucho. Tenemos poéticas muy diferentes, búsquedas diferentes, pero al mismo tiempo hay poemas suyos que me gustan bastante, como “Fotografías veladas de la lluvia” o “A Federico, con unas violetas”. Y como libro pienso que “Habitaciones separadas” es su mejor texto. Lo que menos me gusta es cuando se engancha a lo más cursi de la poesía amorosa y, la verdad, no sé si felicitarlo por asumir el riesgo o criticarlo por la falta de rigurosidad. Eso sí, Luis es mucho más que esa poesía por la que se le conoce y critica en Chile.

- Volviendo a tu poesía, en “La soledad del encuentro” vemos la muletilla de la muerte reiterada hasta el hartazgo. En tu nuevo libro aparece ese fantasma o ahora es otra cosa totalmente distinta la que te obsesiona.
- Primero, hablando de “La soledad del encuentro”, es cierto que esencialmente se habla de la muerte, pero no es lo único ni tampoco se toca solo el tema de la muerte física. Allí, en esos poemas también están los problemas del olvido y del lenguaje, que también se pueden entender como un tipo de muerte. En “Las metamorfosis de un animal sin paraíso” la muerte es un tema más de los muchos que se tocan. Pero en él hay una lectura profunda que hace el recorrido de la certeza a la duda y de la creencia al agnosticismo y al misterio. El poema está elaborado en diferentes voces, como un canto y una tragedia a la vez. Pero esas voces son la misma voz, mutando, cuestionándose, jugando, criticando(se). Así no es casual que se sostenga a través de una relectura de una cita del Génesis, porque también hay un recorrido que va desde la necesidad inconciente de conocimiento y/o escritura - “vivo, pero no me doy cuenta; escribo, pero sin saber muy bien qué” - a la desnudez que provoca el tener conciencia frente a la vida y el hecho escritural, y asumir esa conciencia, que también es responsabilidad e incomprensión. Es por eso que en este libro incluso el índice es un fragmento del todo y está relacionado con el resto de la membradura del poema. Volviendo a la cita bíblica, el texto también quiere funcionar como una crítica a toda la teología católica apostólica romana, que se funda justamente en el desprecio y miedo que tiene al ser humano capaz de pararse frente al mundo críticamente, observando el mito como mito y no como verdad dogmática. Desde aquí mismo hay una intención apelativa al lector, una propuesta para que se vea al espejo en el que se ha escrito la realidad y ponga en duda ese reflejo. Dentro de todo esto, la finitud que nos impone la conciencia de la muerte es un elemento más que ayuda a activar el cuestionamiento de las ideas impuestas por la sociedad y los estamentos de control, entre ellos, la iglesia.

- La muerte siempre ha sido tema en la literatura. Quiero saber cómo recibiste la muerte de Roberto Bolaño estando en España.
- Es triste cuando alguien que está en lo mejor de su vida, muere de forma prematura. Bolaño no fue la excepción. Hacía muy poco se había hecho con un nombre en la literatura sin que nadie le hubiese regalado nada. Y su muerte claro que me dolió, porque pérdidas así siempre duelen, pero no me pilló por sorpresa. Puedo decir, inclusive, que sólo vino a confirmar lo que ya sabía, algo así como una noticia que llega a los periódicos meses después de que haya ocurrido, porque justamente tres meses atrás el mismo Bolaño me había dicho que estaba muy enfermo. Y me lo dijo la única vez que lo vi. Recuerdo que era de noche. Yo caminaba desde Sol a Atocha por una de las calles que comunica la Plaza Santa Ana con Huertas. Casi al llegar a la esquina, me lo encontré de frente. Si no hubiese sido así no lo habría saludado. Se le notaba cansado. Le dije que me había gustado mucho “Los detectives” y me lo agradeció con esa actitud de no creérselo mucho que le caracterizaba. Me hubiese gustado invitarlo a una cerveza, pero no tenía dinero; en esa época yo vivía con lo justo. No sabía lo del trasplante y le pregunté por su salud. Entonces me lo dijo, con ese mismo descreimiento que había tenido antes, al felicitarlo: “Estoy muy enfermo, con un pie y medio adentro de la tumba” y sus palabras no guardaban ningún dramatismo ni miedo, eran las de alguien que ha vivido como ha querido y ha logrado lo que se ha propuesto. Le desee suerte, que ojalá se mejorara, pero se quedó en silencio, como reafirmando que no había marcha atrás, y entonces nos despedimos. Tiempo después murió, pero para mí lo había hecho tres meses antes, esa noche de invierno en que lo había conocido, cuando él mismo me había anunciado su partida.

- Antes de preguntarte por tus últimos proyectos, quisiera saber si te llegan hasta allá noticias de lo que se está haciendo hoy en poesía en Chile. ¿Cuál es tu opinión?
- Todo me llega a cuentagotas. Ahora último un poco más, no por contactos directos, sino gracias a las revistas por internet. Lamentablemente sólo puedo decir que me he leído unos pocos libros desde que llegué a Madrid: “Calas” de Carrasco, “Especies intencionales” de Anwandter, “Pie quebrado” de Christian Gómez y “Tres bóvedas” de Sanhueza. Me hubiese gustado leer más, porque en casi cuatro años de ausencia han pasado muchas cosas, pero acá no llegan los libros chilenos y cuando estuve en Santiago sólo encontré “Especies..” en la librería de FCE; una pena, especialmente al pensar que lo que más se edita en nuestro país es poesía. A parte de eso, por mi experiencia previa y lo que dejan ver las revistas virtuales, lo que prima es la heterogeneidad de los/las poetas. Evitamos mucho copiarnos los unos a los otros y eso es bueno, porque no se crea un grupo estético que dicte la norma a seguir, como en España. La diversidad oxigena el ambiente y obliga al lector y al propio poeta a estar atento; además propicia el cambio, el arriesgarse en las búsquedas. Uno en Chile puede pelearse con todo el mundo, pero eso no incide en que de puertas para adentro valores lo que escriben los otros. Por ejemplo, yo nunca podré ser amigo de Zambra, pero siempre he creído que su trabajo es interesante; tampoco llegaré a serlo de Sanhueza, pero escribe bien y ganó con derecho el Rafael Alberti. Ambos escriben de manera distinta entre sí, dos formas que yo no adoptaré nunca, pero eso no significa que al leerlos no los disfrute. Y esa vida de la poesía chilena me fascina. Sí tengo miedo a que el mundo académico sea el que empiece a decir qué es bueno y qué es malo, y termine por provocar lo mismo que en España: una academia poética -en el sentido más modernista- que sólo anquilose la diversidad y desvirtúe la diferencia. Esperemos que esos señores entiendan que -a pesar de su inteligencia y conocimientos- la teoría, al igual que el diccionario, siempre va a la saga de la creación poética, que es creación de lenguaje.

- Ahora sí: ¿cuáles son tus próximos proyectos y de qué tratan?
- Una vez que salga publicado el libro, la idea es difundirlo lo máximo posible. Paralelamente seguiré trabajando en un nuevo libro de poemas, con título provisorio “La arquitectura del desastre”. La base es la idea de que la misma arquitectura social y cultural que el ser humano se ha ido fabricando a través de los siglos lo está destruyendo, como si se tratase del constructor que está fabricando mal la casa, lo sabe, pero sigue adelante de todas formas. El libro intenta abordar esto a través de la constatación de lo pequeño. Para ello me estoy apoyando en otro texto mitológico - que no es la Biblia cristiana - para irlo estructurando. Este sería el proyecto principal. Pero por otro lado, junto a Concepción, mi compañera, estamos trabajando para sacar adelante una revista de poesía que muestre en España lo que se hace fuera. Se trata de una especie de cuña que ayude a que entiendan de una vez que la poesía latinoamericana no existe, sino que se trata de poesía argentina, chilena, peruana, mexicana, etcétera, y que ni siquiera se trata de eso, sino de una serie de búsquedas individuales, imbricadas o no entre sí. También con la voluntad de mostrar lo que no se muestra, aquellos poetas que de tan diferentes o minoritarios, no han llegado a publicar en la península. Sería pequeña - 12 ó 16 páginas -, de tirada pequeña - 300 a 400 ejemplares - y se repartiría entre aquellos a los que les puede interesar, o sea, los poetas que comienzan, los más jóvenes, y que pueden dar una vuelta radical a lo que hoy en España triunfa como poesía. Pero esencialmente el proyecto es uno solo: poesía, poesía y más poesía. Todo lo que venga, estará ligada a ella.

 




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Julio Espinosa Guerra
(1974) reside en Madrid, España, desde 2001. Profesor de Castellano y Licenciado en Educación por la UMCE, en la actualidad colabora para la revista de poesía de Casa de América “La Estafeta del Viento” (Madrid), realiza reseñas para la revista por internet literaturas.com y dirige el taller de poesía de la página escueladeescritores.com. El año 1996 publicó Cuando la rosa aún no existía, una plaquette de diecinueve poemas. El año 1998 obtuvo la beca del taller de poesía de la Fundación Pablo Neruda. El año 1999 la Editorial Mosquito publicó su libro de poemas “La soledad del encuentro”. El año 2000 obtuvo la beca de creación del Consejo Nacional del Libro y la Lectura con Las metamorfosis de un animal sin paraíso: poema en dos actos, recientemente galardonado con el premio de poesía “Villa de Leganés” (España, 2004) y de próxima publicación; este mismo libro estuvo entre los once finalistas del Premio Adonais de poesía 2003. Acaba de ser incluido en la antología Todo es poesía menos la poesía: 22 poetas desde Madrid, de la Editorial Eneida (Madrid, España).


 

 

 

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