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Presentación Hebras Viudas, de David Bustos

Federico Galende
9 de noviembre del 2011

 

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Aquellos días, me dijo, habían peleado por todo lo que no lo hicieron durante el resto de sus vidas. Supongamos que se sentaban en un bar, pedían té, dos tés; si uno de los dos optaba por levantarse y marcharse, el otro, como he visto que sucede en muchas relaciones de amor, lo seguía a unos pocos metros de distancia y le pedía que volviera, que el té se estaba enfriando, que había quedado la cuenta sin pagar y las tazas a medio terminar. En realidad se trata de un dispositivo con el que ciertas parejas se encargan de perpetuar, para que no se diluya, la pesadilla que las unió un día, una pesadilla consistente en que en realidad falta un tercero y en que ninguna de las dos partes puede, como leí una vez que decía un psiquiatra, ni irse ni quedarse. La afirmación del psiquiatra era rara o paradójica: decía que el amor era un fracaso constitutivo que las partes sólo podían sobrellevar si aceptaban una tercera figura. Esta tercera figura, decía el psiquiatra, era la de la amistad. El té debía ser para tres, el té debía ser para tres porque, como dice un viejo poema de Gelman, uno no debe ni irse ni quedarse, debe resistir. Eso Gelman dijo que lo había escrito en una silla desfondada, una silla en la que se había sentado a escribir versos previamente llorados por la ciudad donde nació. Y resistir es atrapar lo que está en el medio, ni aquí ni allá, en el medio. Una mujer llora una ciudad, un hombre una casa: en realidad lo que lloran es un hábito, una costumbre menor repentinamente alejada. Lloran o se alejan, descuidan lo que está en el medio: la taza de té, una taza de té a medias que se enfría. ¿Cuántas veces se piensa que David Bustos cita esta taza de té en su fabuloso Hebras Viudas? Bien, ahí quería llegar: la cita tres veces. La cita primero en el poema Sedimentos, donde escribe lo siguiente: Tiras por el desvío los escombros sentimentales/trabajas de tiempo completo en la basura/hurgas en la porquería: una taza de té frío consumida hasta la mitad. Después vuelve a anotar el mismo verso en el poema Descalzo sobre piedras calientes: El cenicero atestado de colillas, un panal/de abejas muertas, el té frío en la mesa de centro/Volvemos a los viejos problemas. Anota ese mismo verso por último en el poema que da título al libro, Hebras Viudas: Una taza de té frío consumida hasta la mitad/y el computador encendido toda la noche./Un aro junto al espejo del baño/y ropa desperdigada por el piso. En Hebras Viudas hay tres tazas de té y un té para tres. “Té para tres” es una conocida canción de Cerati, una canción que Cerati grabó en el que probablemente sea su mejor disco o su único disco: Confort y música para volar. De “Té para tres” se dijo siempre que era una canción sobre un lamentable triángulo amoroso, una canción sobre un hombre que ve a una mujer llorar por otro hombre, conjetura que nace de este pasaje extremadamente sencillo: Te vi que llorabas/te vi que llorabas/por él. En el poema titulado Costra, David epiloga con un fragmento de esta canción: Las tazas sobre el mantel/la lluvias derramada. Una evidente referencia al té, a las tres tazas de té que es nada más que un té para tres. Pero lo curioso es que Cerati, al igual que David, no estaba pensando en ningún triángulo amoroso, estaba pensando en otro triángulo: a su padre le habían diagnosticado un cáncer terminal, se sentaron con su madre a tomar una taza de té, el padre no llegó, en cambio llegó alguien a avisarles que el padre acababa de morir: la madre lloró. Es todo. Había té. Un té para tres, pero faltó el tercero. De ahí Las tazas sobre el mantel/la lluvia derramada: hebras viudas. Las hebras viudas son en este excelente libro de David las tazas de té sin terminar, a medias, donde la infusión, que no colma cada una de esas tazas, tampoco está en el fondo. Está en el medio, en medio de la taza. Pero las tazas están a la vez en medio de los poemas; están frías, sirven para señalar que alguien las ha abandonado, pero no las ha abandonado tanto como para que no aparezcan tres veces. Esto quiere decir que las tazas de té a las que refiere David no se han ido ni tampoco se han quedado; resisten, como en aquel poema de Gelman: son mudos testigos que a la vez hablan y se pronuncian como imágenes. Si Bustos las hereda es porque son, como los peces de colores o los ejercicios de enlace, hebras viudas que convocan al lector en una situación de igualdad. Un lector de Bustos, se sabe, sólo puede recibir imágenes sin continuidad, fibras o filamentos, hebras que está invitado a tejer nuevamente a su manera, en parte porque Bustos tiene la particularidad inusual de producir imágenes redondas que suelta al aire como si fuesen las bocanadas de humo de un fumador, cabritas de humo a punto de dispersarse. Este es el triángulo que Hebras Viudas nos propone: un triángulo forjado por una expresión sin forma, un poeta que la traduce a una imagen autosuficiente y un lector que teje con esas imágenes flotantes tapices atribulados o piezas jubilosas. Este triángulo implica que lo suyo, lo de David, no es rigurosamente hablando ni una fijación con la pérdida ni una celebración vacua que la sustituye sino más bien una figura transitoria en la que esos dos regímenes se entrecruzan. Lo voy a decir de otro modo: el duelo o la melancolía, formas clásicas de relación con la pérdida, no son una posibilidad en sí mismos: son hebras viudas, puntos sueltos entre las imágenes de los que el lector tira para desarmar o rearmar un tejido. Este me parece el motivo por el que casi en la mitad exacta del libro, en el apaisado formado entre la página 38 y 39, se contraponen dos poemas que son dos lados del triángulo respecto del cual el lector es la parte faltante, el lado que lo completa. Estos dos poemas son inversos, son un té para tres o tazas de té a las que le falta la tercera. El primero de esos dos poemas remite a la cuestión del domicilio, remite a la cuestión de ese lugar del que alguien no puede separarse, presionado por la ruina familiar o la ruina de ser lo que se es, materia de una identidad descompuesta en las garras del tiempo. Resumo ese poema de seis versos en tres: Nadie mira por el retrovisor. No sabes cicatrizar. Alguien envejece frente al televisor. Se trata de un poema sobre la regresión melancólica, sobre la clásica complacencia del hombre triste en su propia ruina. Ahora voy al otro, al que está en su contracara, se titula Música para Aeropuertos. También lo resumo: Miras por la ventanilla ovalada/el paisaje pasa raudo. Las rueditas del avión entran en su abdomen/giras como un pasajero más sobre la ciudad. Es de noche en Santiago. Cierras los ojos para despertar en otra parte. En este caso, como se ve, se trata de todo lo contrario, se trata de una ruina que queda atrás, de un mundo que cambia con un abrir y cerrar de ojos. En el primer poema se perece en las manos del tedio; en el segundo se traiciona todo y se traza una línea en cualquier dirección hacia adelante. En el primer poema resuena este pasaje melancólico de Kafka: el objeto está al lado, pero no hay camino; en el segundo, en cambio, resuena esta canción de Bob Dylan que tanto gustaba al filósofo Deleuze: llaves al viento, para que mi pensamiento vuele. Estas son puntas o extremos de estas hebras, pero si se señala que son “viudas” es porque se le supone al lector la capacidad para entrecruzarlas como cabos o salientes de un hilo desajustado, puntas de un detalle, remolinos en el curso liso de las imágenes. El poeta, el escritor, que da a esas imágenes el estatuto de anguilas eléctricas rozándose en el agua de su expresión, tiene su propio punto de partida, que acierta en señalar al final: dice que este maravilloso libro lo dedica a la sonrisa de una niña, dice que este libro se inició al calor del sonido de las huinchas de embalaje, dice que es un libro dedicado a la sonrisa del ser con quien por fin se encontrará gracias a la distancia que le recuerdan esos sonidos, dice que esos sonidos son el indicio amargo de que uno tendrá por fin tiempo para escribir felizmente sus libros.


 

 

 

 

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Presentación de "Hebras Viudas", de David Bustos.
Por Federico Galende.
9 de noviembre del 2011