El  doloroso arte de rumiar palabras
          “Mastica  el pobre pasto de tus días”.
            D.C.
          Yoandy  Cabrera Ortega
          
          Con parsimonia, el rumiante escoge el pasto a comer. Damaris  Calderón selecciona qué rumiará de lo que digiere o vive (da lo mismo), hasta  concluir escupiendo afuera, sobre el papel. Ambos mastican (hierba o palabras)  con una lentitud que permite ver la textura de la savia o el borde lacerante de  una sílaba. A veces como un buey o un cordero, Damaris mastica “el pasto  envilecido/ donde blasfema el toro de mi entraña”,  teje la historia que se  parte: una frase se le corta al finalizar un morfema; pues deglutir la vida  para que surja la historia es un imposible al que se enfrenta. De ahí que se  erija el discurso como lucha encarnada, en la que también se empeñan Juan en el Apocalipsis, Dante, Borges, Sor Juana  y todo creador que pretende nombrar lo vivido o pensado, hacer tangible lo  incorpóreo.
teje la historia que se  parte: una frase se le corta al finalizar un morfema; pues deglutir la vida  para que surja la historia es un imposible al que se enfrenta. De ahí que se  erija el discurso como lucha encarnada, en la que también se empeñan Juan en el Apocalipsis, Dante, Borges, Sor Juana  y todo creador que pretende nombrar lo vivido o pensado, hacer tangible lo  incorpóreo.
          Duro de roer(1)de Damaris Calderón es esa ordenada desesperación que se enuncia  en el texto con el epígrafe de Blanca Varela. La autora cubana “llam(a)  historia al desgarrón para distanciar(s)e”, pero este distanciamiento revela  una previa y profunda experimentación, un estudio práctico y personal que  presenta como ejercicio científico, sin vanos sentimientos que entorpezcan su  precisión y agudeza. La distancia confiere imparcialidad al sujeto lírico; ella  misma pretende para su poesía “la brutal objetividad de una bota”.
          La obra poética de Damaris Calderón refleja una trayectoria desde  la utopía o el intento de su rescate, sobre todo a partir de la infancia; hasta  el desgarramiento, el absurdo y el descenso a la cruda realidad merodeante. 
          Su primer libro publicado es Se  adivina un país(2),  premio UNEAC Ismaelillo de Poesía en 1988. Desde ese adivinar que formula el  mismo nombre del texto ya se supone una búsqueda a través de la intuición que,  después de la lectura, relacionaremos también con la fantasía, con el intento  de la autora por recobrar las vivencias de la infancia y la dificultad de  redimir la utopía. Desde la dedicatoria y el epígrafe de Fina García Marruz hay  una alusión a la niñez como algo perdido. El orden, como el atardecer, suele  durar poco. El poemario va conformando el rostro entristecido de un pueblo de  provincia. Hay una búsqueda de verticalidad en el “impulso de la rama nueva”,  en el papalote “donde se hiciera uno el horizonte y nuestro cuerpo”, en el  cielo que nos regala por pocos minutos su “rostro amado” y en las estrellas que 
          
            
              … aguardan
                a que la noche vuelva en su justeza 
                y las manos se apuren
                como imperiosas bestias a buscarse
                en la total limpieza de esa luz
                sin otra semejanza.(3) 
            
          
          La paz de la tarde, presentada como posible en un primer momento y  que puede representar el equilibrio buscado, “… cuando ya se creía que estaba  todo a punto, que iba a decir que sí, que se quedaba con nosotros, se  marchaba…”. El sujeto lírico pretende, de este modo, perpetuar lo efímero: el  atardecer, una canción.
          El deseo de trascender se evidencia en la música como motivo  recurrente dentro de Se adivina…: la  de las aves, la de los instrumentos de la banda en el parque del pueblo. Pero  como es imposible que la paz de la tarde sea un estado perpetuo, así el sujeto  lírico cree que el canto es una quimera, al expresar:
          
            
              ¿Cómo decirle al pájaro
                que reconstruye el cielo en su garganta
                que no es
                que no será nunca la música
                sino uno de tantos instrumentos?(4)
            
          
          En este pasaje está enunciado ya, hacia una tercera persona, lo  que en otros libros de la autora se podrá constatar como vértebra temática: la  imposibilidad de la poesía, que aquí le es negada al pájaro en su canto, pero  ya en Duras aguas del trópico(5) el lenguaje y sus limitaciones serán un asunto reiterado y un inconveniente  para el sujeto lírico. Basta mirar, de modo superficial, otros títulos que  aseguran la importancia de la palabra en su obra: Sílabas: ecce homo(6) y Parloteo de sombra(7).  
          A lo largo de Se adivina… se pretende una vuelta a la inocencia, se intenta descubrir otro país tras el  cristal. El agua del pozo nos propone “un paisaje más limpio”; el mar “es el  silencio hondo azul como inventado”; el vitral proyecta una imagen imposible,  colorida y onírica; la tarde logra el ambiente perfecto y luego se va; el tren  nos lleva a lugares desconocidos. Paralelo al descubrimiento que el sujeto  lírico hace de su pueblo, hay otro espacio que crece desde el pensamiento, el  de los sueños, en contraste con la perpetua grisura y la pobreza de la  glorieta, las casas y los bancos provincianos. En textos posteriores, esta  persistente búsqueda de “otro cielo” se verá frustrada y el yo poético  reconocerá que “buscaba otra luz bajo las frondas/ nunca el cielo en migajas”;  otra evidencia del desengaño que conduce a la blasfemia la vemos cuando “canta  su agonía/ y escupe irreverente al horizonte”, al mismo horizonte que antes  quiso confundir con su cuerpo.
          La búsqueda de plenitud que hay en Se adivina… no volverá a tener otro intento semejante en la poesía  publicada por la autora, al menos hasta 2006. El pozo, el mar, el cielo tendrán  nuevas connotaciones que no son precisamente esperanzadoras, sino más  relacionadas con lo amargo y lo oscuro. Si en un primer momento la intuición  permitió a la poetisa ir desvelando el verdadero rostro de su pueblo y a la vez  el suyo propio, y constatar que el equilibrio es fugaz y pasajero; no buscará ahora  perpetuar el imposible, sino hacer la crónica cruel y anatómica de la realidad.  De la búsqueda de la plenitud y de componer un país tras el cristal,  transitamos a una segmentación paulatina y en crescendo. 
          Duras aguas del trópico no comienza con “El otro cielo” por casualidad. Este poema es  precisamente y ex profeso el último  de Se adivina…, de ahí que de una  manera explícita la autora está subrayando la continuidad que hay entre un  volumen y otro, algo que suele ser frecuente en la poetisa(8).  La primera sección de este segundo poemario se llama “Infancia y otras  ficciones”. Decir “otras” nos hace asumir la infancia como ficción también,  como fantasía. Lo que en el primer cuaderno es futuridad, esperanza,  proyección… en Duras… es solo  preludio del desengaño y la desilusión. Tránsito de la infancia a la juventud,  pérdida de la primera. Aquel cielo visto como único techo posible se ha de  fugar de los ojos de la madre y lo veremos transformado en “mentira azul”; el  mar, antes espacio de lo enigmático, definido como “el silencio hondo azul como  inventado” será calificado como “azul amargo”; el tren que en Se adivina… conducía a lugares  desconocidos y permitía el recreo de la imaginación cortará en el marco de sus  ventanillas las reses, el paisaje “impasible como un carnicero”.
          En el texto que precede a las secciones (“Que mi historia es  común…”), hay un desplazamiento hacia este nuevo sujeto lírico que reconoce que  su historia es común como el canto también común del ave en Se adivina…, por lo que la imposibilidad  de trascendencia y  perfección pasa a ser  ahora también característica del yo poético.
          Un poema que ilustra la pérdida de aquel cielo esperado como  “único techo”, es “Historia de cómo fue la luna mujer de mi abuelo”. El sentido  de verticalidad, la mirada hacia los astros y la rama que se erguía ahora  cambian hacia una percepción desde lo terrenal: el sujeto lírico no alza la  vista para observar la luna; su conocimiento de lo celeste se limita al reflejo  “sobre las nobles casas de mi patio” o a la imagen en un charco:
          
            
              También te he visto
                deshacerte en las charcas cuando las rompe  el viento
                para quedar al fin limpia y nueva
              o a través de la luz de la “luna que te reflejas/ en el manchado  espejo de las calles.” 
            
          
          El agua como imagen suele tener cierta frecuencia en Damaris. En Se adivina…, donde parece creer que la  utopía es alcanzable, nos dice que el agua del pozo proponía “un paisaje más  limpio”. Su reflejo permite “comprobar que estuvimos allí, que ha sido nuestra  tanta maravilla”. Pero ya en Duras…siente  un “escozor de mis manos/ en posesión del agua” y, a causa de la imposibilidad  asumida e irrevocable de fundir el cuerpo y lo líquido (que viene a ser imagen  de lo puro, perfecto, imposible) reconoce desde el dolor mismo que “es tan  limpia/ tan limpia que lastima”. En su poema “Con el terror del equilibrista”,  se le suma al agua el sentido de espejo, imagen que produce terror al  reconocerse; verse reflejada ya no tiene el anterior sentido de plenitud y  complacencia, sino que la espanta, ante un rostro que ahora le parece dividido.  Desde la superficie ve lo húmedo hacia el fondo, el reflejo que no podrá  alcanzar; escribe desde el vértigo mismo que puede sentir un equilibrista,  llena de pavor por su propio intento.
          En Duras… el  enfrentamiento generacional es un subtema de cierta relevancia. Las  contradicciones entre lo viejo y lo nuevo, las tensiones en el trato con los  progenitores, la imagen del nacimiento como un disparo dan fe de un modo sui generis de tratar tales asuntos. La  sublevación de los huesos y otras partes humanas, junto a las sílabas que  alcanzan autonomía y pretenden huir sin encontrar “viaje alguno que emprender”,  dan muestra de irreverencia, búsqueda de libertad, sin sentido y separación de  la unidad a la que anteriormente se pertenecía.
          Es, precisamente, en el entorno familiar donde surgen, en un  primer momento, algunos personajes que minan los posteriores cuadernos de la  autora y que llegan a tener una connotación cosmológica: el suicida que da  prestigio con su muerte a la familia, o la abuela que, sin conocer a Heráclito,  prefirió el fuego, se ató a una estaca y ardió. Se trata siempre de seres que  están cerca de la muerte, porque la ejecutan a otros o a ellos mismos: el  asesino, el verdugo, el carnicero, el suicida etc. Es en Duro de roer donde algunos de estos personajes alcanzan su mayor  trascendencia y donde esa otra lógica construida a través de asociaciones  inesperadas adquiere su acmé o clímax, léase como ejemplo su texto “El  asesino”.
          En la obra de Damaris Calderón, lo utópico deviene frustración, lo  desconocido se transforma en angustioso, toda transgresión de los límites hacia  los espacios donde el sujeto lírico había puesto sus esperanzas, lo acerca más  al dolor y al desengaño. Tal vez por eso persiste en la poesía y la siente como  algo eternamente inalcanzable. A pesar de permanecer toda la noche intentando  minar, “cruzar la zona” que,  “como un  hijo desforme”, existe entre las palabras y las cosas, señala que son malos los  versos que escribe y “que abultan como vientre de vieja”, “jirones, palabras  escupidas y puestas a secar”. Sin embargo, en algún momento surge la poesía  como trasgresora de la muerte, de modo tal que siente el yo enunciante que al  escribir sobre el papel puede herir a la parca, a quien dice que puede “morir  de un trazo”.
          De cierta manera, ya he aludido a la importancia que alcanza el  lenguaje en la obra poética de Damaris Calderón. A pesar de reconocer que su  historia es común y de sentir que la música del ave sería una entre tantas  melodías, hay una búsqueda intensa de una voz personal, de la trascendencia a  través de la poesía. En Duras aguas… se inicia el camino, la relación entre el hombre y la palabra que parece ver de  un modo positivo en un primer momento, pero luego reconoce que “también nombré  los elementos/ que después me negaron”. Dice, además, que el hombre dio savia a  las palabras, aunque la lengua es torpe, tropieza, “no puede con todo”.
          Esta indagación en lo lírico y en el sistema de la lengua se  evidencia en la idea de segmentación, el discurso entrecortado, la historia que  se parte, las sílabas que huyen, el verso amputado, el rostro dividido, la fuga  de las rodillas, la independencia de la cabeza apartada del cuerpo, el ser  humano como un bocado en el tenedor de Dios, las insólitas analogías de la  lingüística con el verdugo, las explicaciones etimológicas; elementos que, ya  sea en el plano formal o de contenido, convergen hacia un mismo sentido de  inversión, rebeldía, desgaste, gravitación, absurdo y fraccionamiento que  recuerdan la obra de Virgilio Piñera (tanto narrativa, dramática como poética);  también el alto grado de ironía, el reconocimiento de que “como Dios estoy  ausente de todas partes” (que remite a los no-dioses de Electra Garrigó) me hacen crear analogías con el autor de “La isla en  peso”. Duras aguas del trópico intenta leer (desde el mismo título) la  insularidad como “maldita circunstancia”. Cuando la autora escribe que “el sol  rompe en migajas el país natal” uno recuerda que, según Virgilio, “un pueblo  puede morir de luz como morir de peste”. La poetisa ha reconocido esta  influencia en un texto (especie de manifiesto) que tituló precisamente  “Virgilio Piñera: una poética para los años ochenta”, donde aborda los vínculos  o diferencias entre el grupo Orígenes, Piñera y su generación, dispersa hoy,  como nos lo hace saber en su poemario Parloteo  de sombra. Sirva este fragmento como ejemplo de la segmentación en el plano  del contenido.
          
            
              Yo vi perderse una generación.
                […]
                barridos con las hojas
                de un otoño feroz en un país sin estaciones.
                Y no hubo guerra grande ni chiquita.
                Ni pelotón de fusilamiento.
                Cinco
                como los cinco dedos
                de una mano
                amputada.(9)
            
          
          La subversión de pasajes bíblicos es otra de las zonas temáticas  que más llama la atención en los libros de Calderón. Reconoce que su pecho está  más desierto que el Getsemaní; la negación de Pedro es uno de las referencias más frecuente; es más verosímil que  entren el camello y hasta el rico por el hueco de una aguja, antes que el  sujeto emisor logre escribir con la fluidez que teje su madre, pues la historia  se le parte; Dios mismo se erige como un ser carnívoro, que deglute al mundo.  En Duras aguas… hay un poema que  recrea el sacrificio de Isaac por su padre Abraham.  El título nos informa que el yo poemático es  un eunuco. Hay en la primera parte del texto una exaltación de lo carnal, del  goce erótico, de sentido fáctico que, puesto en boca de un ministro de Dios,  roza con la blasfemia. Toda la trascendencia es puesta en las tetas de la amada  que, haciendo un guiño al Cantar de los  cantares, se dice que son “más imponentes que las yeguas del faraón”.  Reaparece también aquí la negación de Pedro, ahora relacionada con lo  lujurioso: “tres veces fui llamado hasta tu vientre/ y otras tres veces fui  negado”. Por último, este nuevo Isaac se mueve entre la agonía y el placer; el  campo de lo erótico se imbrica con el del sacrificio. La daga deviene elemento  fálico, que no pierde su connotación inicial. En un primer y más externo plano  tenemos a una autora que utiliza un sujeto lírico masculino, el cual habla  desde el patriarca del Antiguo Testamento mientras parece tener relaciones  incestuosas con su hijo sobre la piedra del sacrificio y, si no fuera poco ya  el intercambio de sexos, termina contemplando, en otro giro de travestismo ya  dentro del texto mismo, las tetas del nuevo Isaac. 
          También tocamos con lo antes expuesto el tema amoroso en la obra  de la poetisa. Como la vida, la poesía, la relación con los padres, también el  amor es visto semejante a un agón, a un enfrentamiento. En Duro de roer, los senos de la amada son comparados con “la opresión  de una bala en la boca”, por lo que la relación sexual es estado límite y  cercano a la muerte, y otra vez, como antes el cuchillo, la bala o el arma toma  connotación de elemento fálico sin perder la significación primaria. En Los amores del mal, como en otros  poemarios, suele enunciar desde un sujeto masculino que en ocasiones puede  travestir su voz desde la suposición:
          
            
              Cuando te quedas,
                Rita,
                más desnuda que estas paredes
                yo siento miedo
                de ser una mujer.
            
          
          En este último poemario publicado en 2006 dedica varios textos a  las víctimas del Vesubio, a la destrucción de Pompeya y de todo lo que esta  pudo significar en el plano de lo sexual, por lo que la muerte sigue siendo un  tema medular en su obra, así como la descripción pretendidamente neutral, fría,  realista de los acontecimientos.
          En Se adivina…, la  autora da continuidad a la tarde y a la música en su interior, hacia adentro.  Pasan así a ser parte del recuerdo y luego regresan por medio de la escritura,  en el poema. Su propósito de recuperar el pueblo natal, la patria lo vemos  también en Parloteo de sombra con  tono más lóbrego y desesperanzado. El poemario comienza haciendo una analogía  entre el Cementerio de Colón, Jagüey Grande y Spoon River. El sujeto poemático  reconoce la dificultad de “nombrar (si nombras) tu ciudad, las ciudades”.  Damaris rescata su Jaguey de la infancia, el mismo que nos describe en su  primer libro. Hace converger al río San Juan de Matanzas con el Mapocho, el  Nilo, el Sena, el Almendares; al igual que Santiago puede ser de Chile, de  Cuba, de Compostela, símbolo del peregrinaje eterno, camino hacia un Santiago  imposible que “nos ha tomado toda la vida”. En estos ejemplos aparecen dos  núcleos temáticos de la obra de Calderón: en primer lugar, el éxodo como fatum, la vida como una peregrinación  incesante vista también como caída o katábasis en que no sabe
          
            
              a qué profundidades, a qué abismos
                bajo desposeído de mí mismo.
                en qué otra margen sin saber me hallé
                duro y solo 
                rodando como un leño. (10)
            
          
          En segundo lugar, la connotación cósmica y universal de ciertos  elementos relacionados con el movimiento perpetuo que se percibe, además, en Guijarros donde el agua es “la sucesión  de todo lo creado”, o al decir que “cuando una piedra cae al pozo al fondo y  traza en la caída círculos momentáneos, el ojo que desde arriba mira, acaso se  pregunta, si no repite el ciclo de todo lo creado.”
          Sobre el poeta como alguien que reinventa o recupera la ciudad en  su obra, se puede agregar que en Duras  aguas…es presentado como quien “cuenta una y otra vez su ciudad” y “la crea  constantemente”, pero a la vez siente que es una condena escribir “ahora y otra  vez la fábula, la amarga cancioncilla hasta el final”.
          La nieve, de la que se podría hacer un estudio en la poesía  cubana, se ubica también en la zona de lo desconocido.  En Duras  aguas del trópico, que desde el título nos enfrenta a lo áspero de vivir en  esta franja geográfica; ante la sequedad y miseria, el sujeto lírico dice que  no ha visto la primera nieve. Ya en Sílabas.  Ecce homo, el lenguaje y la nieve se fusionan: “palear nieve (como  palabras) es un gasto inútil”. La escritura como peregrinación o testimonio del  viaje, la vida y la poesía como éxodos indetenibles dejan su eco en “el que  camina solo por la sintaxis de la nieve”. Sin embargo, todavía el sujeto lírico  no ha podido descifrar “el dudoso mensaje de la escarcha” y siente que “la  nieve es una invención de los trópicos”, lo que la relaciona, de algún modo,  con la utopía. Es en Duro de roer donde la nieve no es ya esperanza sino metáfora interior; imagen de la nada, el  vacío y el desarraigo de un ser que ha perdido su país y su lengua. Está ya en  el campo semántico de la muerte y el suicidio. Respecto a la relación con la  escritura, recordemos el poema introductorio de Casal en Nieve:al poeta le  parecían sus textos semejantes a copos que descendían sobre la tierra.
          Para hablar de las referencias  grecolatinas en la obra de Damaris, tenemos que remitirnos también a su primer  poemario, donde se siente el eco del sáfico amante que se dobla como un junco  cuando la autora escribe: 
          
            
              Las espigas
              ¿Quién va a atreverse
                a recogerlas
                cuando se curvan
                dóciles o se empinan,
                derechas?
            
          
          Había hecho alusión también a las explicaciones etimológicas de  algunas palabras de raíz griega (como “sarcófago”) que por su significado se  relacionan con la muerte y el sentido de deglución universal que formula la  poetisa; además, suele utilizar palabras como rododáctilos, epíteto  homérico referido a la Aurora (“de  rosáceos dedos”), que se vincula en este caso con lo sangriento y no con la  imagen cándida de los poemas épicos que alude  al nacimiento de la mañana. Las palabras que aparecen escritas en griego en Sílabas… dan fe de esa búsqueda y  experimentación incesante en el lenguaje y del propósito de asir los términos  en su sentido más genuino y exacto; otra vez, además, los une al contexto  mortuorio. “(C)omo una yugada” que “mastica el pobre pasto de (s)us días”, el  poeta “escribe/ –ara-”, es lo mismo, como los antiguos, en forma bustrófeda. La  ceguera como consuelo, y por tanto Edipo podría ser el referente cuando la autora escribe: “para la inmersión total,  para ese descenso revelador, bastaría entonces con sacármelos”. 
          Pero son “Hábitos I” (en Guijarros)  y  “Fiebre de caballos” (en Los amores del mal) los textos que  considero de mayor trascendencia dentro de esta temática, por proponer una  reverencia desde la negación. En el primero, el sujeto lírico se compara con  Prometeo, pero, a diferencia de este dios, él se tiende por voluntad ante el  ave que le roe las entrañas; la figura mítica deviene antítesis y reflejo, y la  autora expresa el acto irracional del ser humano que soporta golpe tras golpe y  no reacciona ni se  defiende. En el segundo,  también es la negación de Safo lo que nos remite a la poetisa griega; el yo  poemático asume como propia la vivencia que ha leído en los textos de la hija  de Lesbos; su experiencia, por ser suya, deviene genuina e insuperable, de ahí  que “cuando veo un sauce que se agita no me acuerdo de Safo, pienso en  mí.”     
          Algunas otras obsesiones en la poesía de Damaris, además de las ya  apuntadas, son: las analogías entre hombres y animales; el perro, desde Guijarros suele ser un símbolo que  encontramos también en Duro de roer;  la paloma y la vieja son un ejemplo de la inversión a la que asistimos en los  poemas de Calderón: el ave llega a superar al ser humano en inteligencia y en  sentido práctico; léase “Fauna” como muestra de la animalización del hombre. Además, en volúmenes como Sílabas. Ecce homo y sobre todo en Parloteo de sombra, el ser mesoamericano  cobra gran importancia y en ocasiones se enuncia desde un sujeto lírico  indígena. Escritores suicidas como Hemingway y Tsvietaieva suelen ser motivos a  tratar en sus poemas. La verticalidad y el enclaustramiento son metáforas de la  soledad en poemarios como Duro de roer y dialogan, desde una ironía ácida, con el absurdo y con la supuesta y  cuestionada superioridad del hombre ante los demás seres vivos; incluso, se  suele animar a una alcantarilla o a un bastón que guía al ciego, o un hombre  muerto es descrito como naturaleza muerta, análogo al florero o las frutas,  pues nada en él evidencia una vida anterior o alguna de sus acciones.  Al final de Sílabas… y de Duro de roer podemos leer dos textos que dialogan con el teatro o mejor, con el impedimento  de la representación.
          También yo he padecido la imposibilidad perenne de explicar la  poesía. A veces siento que el verso de la autora expone mejor que cualquier  exégesis posible. Como en un gimnasio, las palabras, desnudas, entrenan sus  cuerpos sudorosos y vitales. Yo me abstengo del agón. Espero el gesto preciso. El lenguaje nos supera o “las  palabras no comunican”. No sé. Hubiera querido que la poesía tuviera un cuerpo  cercenable como un cisne o una vieja. Pero no. Mastico palabras. La obra de  Damaris es resultado de un enfrentamiento plural y constante, su verso, como un  trozo de lata o escarcha, podría “cortar el corazón de un hombre”. Atónitos,  distanciados, seguiremos leyéndola. Es preciso atender todo paso que emprenda  esta mujer que “pudiera escribir el Popol  Vuh o el Génesis si la mano no  (l)e temblara”.
           
          NOTAS
          
            
              (1)               Damaris  Calderón. Duro de roer. Ed. Letras  Cubanas, La Habana, 2005.
             
            
              (2)               Damaris  Calderón. Se adivina un país. Ed  Unión. La Habana, 1999.
             
            
              (3)              “Las  estrellas”, Ibidem, p. 52
             
            
            
              (5)               Damaris Calderón. Duras aguas del trópico. Ed. Matanzas, Matanzas, 1992.
             
            
              (6)               Damaris  Calderón. Sílabas Ecce homo. Ed.  Letras Cubanas. La Habana. 2001.
             
            
              (7)               Damaris  Calderón. Parloteo de sombra. Ed. Vigía,  Matanzas, 2004.
             
            
              (8)               También “Duro de roer” es un poema que  aparece en su cuaderno Guijarros y  que luego dará nombre a su libro publicado en 1999 por primera vez. “Guijarros”  es, además, el nombre de un texto de Duras  aguas del trópico.
             
            
              (9)               En: Parloteo  de sombra. op. cit., pp. 35 y 36. 
             
            
              (10)              En: Duras  aguas del trópico. op. cit., p. 49.