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Los amores del mal, Damaris Calderón
(México, El Billar de Lucrecia, 2006)

Por Carla Faesler

 

"Los vasos de agua tienen las mismas pasiones que los océanos"
Víctor Hugo


Huecos para entrar y salir de Los amores del mal.

1. Damaris Calderón viaja a través de los huecos del tiempo.

Lo poco que se conserva de la obra de Safo, la poeta nacida en Mitilene alrededor del año 630 A.C. está plasmado en una serie de papiros casi deshechos en donde mucho del texto se ha perdido - sólo un poema está completo. Lo que queda son papiros mutilados por el tiempo.

¿Qué hacer con eso? En If not winter (Vintage, EUA, 2003) la poeta y clasicista canadiense Anne Carson ofrece una traducción de la totalidad de la obra que se conserva de la autora griega. Pero para dar la impresión de lo perdido, es decir hacer hablar a esos silencios, Carson construyó una genial estructura en donde los corchetes señalando mutilaciones y los espacios en blanco indicando lo ilegible, son, junto con los versos y las palabras, actores principales. Lo que uno ve en las páginas de ese libro, es un correr de versos y palabras tejidas entre esos espacios en blanco y esos corchetes que en todo momento nos están diciendo sobre lo irrecuperable o lo que ya no se puede leer. De esta manera, las "marcas y las faltas" resultan ser un gesto estético que otorga a la experiencia de la lectura, una experiencia visual, a la vez que imaginaria, porque esas marcas y faltas, suman a lo restado por el tiempo.

La primera vez que tuve en mis manos esta traducción de Carson, creció en mí una curiosidad inmensa por saber lo que había escrito Safo ahí en donde ya nadie podría leerla jamás. ¿Qué había en esos vacíos que parecían escribir de otra manera? La primera vez que tuve en mis manos Los amores del mal, de Damaris Calderón (México, El Billar de Lucrecia, 2006) pensé inmediatamente que lo que estaba leyendo se escuchaba como una especie de voz que salía de esos huecos abiertos por el tiempo y que decía: "En esta isla / del trópico / donde a veces llegan los ecos / de Mitilene / nos hemos amado / riéndonos de la vieja Safo, / del mirón de Pierre Louis, / nosotras, / las muchachas en flor / que un día seremos segadas". Al ir avanzando, conforme los poemas se sucedían imaginaba un banquete entre Safo, Eliot, Proust, Modigliani, a quienes la autora había invitado a la experiencia que hoy nos comparte.

Esa voz restauraba los agujeros de aquellos papiros creando una tensión entre lo que fue y lo que es ahora la pasión amorosa, tema principal de Los amores del mal: "Gozosas islas las tuyas, Bilitis, / donde Safo es la lengua común, / donde al decir de Alceo, / las muchachas de Lesbos, / compitiendo en hermosura van y vienen.". Este libro plasma un canto que no cesa, el del apetito vehemente por un otro, como experiencia literaria, pero también como registro de la más sincera y desnuda de las vivencias humanas, que no podrá jamás ser obsoleta. Porque lo mismo que dialoga con lo atemporal, Calderón entrega una pasión contemporánea. Si en las atmósferas de Safo hay amor y deseo, ropajes, manzanos y flores, coronas, miel y Ambrosía, en las de Calderón hay amor y deseo, habitaciones de hotel y dientes, gasolineras, graffiti, uñas y baños públicos. Los amores del mal es como un papiro moderno, un papiro made in china, que actualiza la pasión con una fuerza que no deja lugar a las decoraciones.

2. Damaris Calderón se arroja a los huecos del cuerpo.

"'Escucha, la belleza' - has intentado advertirme - / mientras coloco un dedo sobre tus labios / deslumbrada de espanto ante tanta belleza.". Dice Damaris.

La segunda sección se llama "En el viento y en el agua rápida" palabras tomadas de Catulo. En esta parte el libro se abre al abismo de la pasión más encendida, y nos traga. En el primer poema, Pequeña oración Calderón, antes de arrojarse, pide: "guárdame Dios entonces / de la implacable boca de tu rostro. / Como un odre vacío, / nada puedo ofrecer. / Golpéame los ojos para que yo no vea / sino la noche espesa." A partir de aquí, el vértigo en ese viento y en esa agua rápida, se apodera de nosotros.

Roger Caillois, en su libro Instintos y sociedad, (Seix Barral, Barcelona 1969) dice que "debe llamarse vértigo toda atracción cuyo primer efecto sorprende y abruma el instinto de conservación. Ese ser se haya arrastrado a su pérdida y como convencido, por la visión misma de su propio anonadamiento, de no resistir la potente persuasión que le seduce." Porque ahí donde la reflexión reconoce a la vez el fundamento del pensamiento inteligente y el de la decisión libre, esta fuerza arrebata el poder de decir no. "Flebas, / el fenicio, / olvidó el grito de las gaviotas. / y vio su juventud pasar. / No le importaron / el llanto de su madre / los olores de su tierra natal / ni las ganancias ni las pérdidas / mientras se hundía en las aguas. / Así yo, / Rita / en tu vientre.", dice Damaris cayendo.

Porque el vértigo primero que nada, destruye la autonomía del ser. Así, el ser no es ya centro ni punto de partida, origen de movimiento o fuente de energía, "sino como una limadura dócil al llamado de un extraño imán. Se deja aspirar por el abismo". Un abismo que en uno de los poemas del libro lleva a Rabí Mattia a sacarse los ojos, y en otro convierte al objeto amoroso en un objeto sagrado, aunque el apasionado no advierta que la divinidad de su ídolo está hecha únicamente del exceso de sacrificios a que él se aviene y que mide su grandeza por la profundidad del abismo donde él rueda. "Tus piernas se encendían / como neón como astros. / Yo me inclinaba / lamía tu resplandor / esa pequeña / luz votiva."

3. Damaris Calderón, escarba en los huecos de la porosa piedra volcánica.

"Que hasta la piedra, en su deseo de durar, desaparece" se titula la última sección de Los amores del mal. Es un "cuento con figuras para Rita" quien es la destinataria de los poemas más apasionados y en vértigo del libro. Aquí entramos al terreno poroso de la piedra volcánica, porque se trata de una serie poemas que hablan de distintos personajes de la ciudad de Pompeya - emblema de la depravación - que conservadas como esculturas, nos narran el momento mismo de su muerte, sorprendidos por la lluvia de ceniza, piedras y lava del Vesubio. Un conductor de mulas, un mendigo, un hombre, un perro, todos fulminados por la furia divina, nos vuelven curiosamente, a la vida real. Porque extrañamente, en los gestos de estos muertos pompeyanos, su vida se deja ver por entre los huecos de su disfraz de piedra, como nos cuenta el poema Cuerpos: "Después de 19 siglos / sus gestos, sus posturas, / los pliegues de sus ropas, son claramente visibles." Así, estas esculturas dejan escapar un halo de vida que trasmina por entre sus poros y las hace más tibias. Entonces, este cuento con figuras para Rita, funciona como anticuento fantástico, porque nos hace volver a la realidad, tocar tierra, o tocar piedra, esa piedra que como la pasión, tal y como nos dice Damaris, en su deseo de durar desaparece.

Los amores del mal en fin, navega a través de los huecos del tiempo, del cuerpo y de lo material, dejando la estela agridulce y descarnada de quien por vivir paga gozosa un alto precio. Eso nos recuerda lo que apunta Phillippe Sollers: "los obsesos de la muerte son los fracasados del amor físico.". O también nos advierte cuando crudamente la autora declara: "Yo te amaba / y no te dabas cuenta. / Como crece la yerba / en la boca de un muerto."


 



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(México, El Billar de Lucrecia, 2006).
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