El siguiente ensayo analiza el texto El Padre Mío (1989) 
            de Diamela Eltit  como 
            escritura posmoderna que subraya la agudización de la fragmentación 
            social y del sentido de comunidad en el Chile dictatorial. El referente 
            utilizado por Eltit es la figura histórica de un esquizofrénico 
            que habita un descampado a las afueras de Santiago. Su habla se convierte 
            en lenguaje (des)ocultado de la mirada pública, que arroja 
            trozos y desechos lingüísticos "sin principio ni 
            fin", encerrando al sujeto que lo enuncia en su propio delirio. 
            Para Eltit este lenguaje revela la memoria trizada de todo un país; 
            su crisis se ejemplifica en este personaje vagabundo y excluido de 
            todos los circuitos del poder, señalando el reverso de la imagen 
            oficial del país. En la capacidad de desborde total, radica 
            la cualidad barroca de un delirio informado y transgresor, que se 
            sitúa más allá de un mero caso clínico 
            y se vincula a la estética de Eltit. La escenificación 
            de los márgenes y de la precariedad de los sujetos y las verdades, 
            propias de la escritura de Eltit, aparecen también en El Padre 
            Mío en un monólogo "trágico y burlesco" 
            que nombra el poder hasta la sin razón.
como 
            escritura posmoderna que subraya la agudización de la fragmentación 
            social y del sentido de comunidad en el Chile dictatorial. El referente 
            utilizado por Eltit es la figura histórica de un esquizofrénico 
            que habita un descampado a las afueras de Santiago. Su habla se convierte 
            en lenguaje (des)ocultado de la mirada pública, que arroja 
            trozos y desechos lingüísticos "sin principio ni 
            fin", encerrando al sujeto que lo enuncia en su propio delirio. 
            Para Eltit este lenguaje revela la memoria trizada de todo un país; 
            su crisis se ejemplifica en este personaje vagabundo y excluido de 
            todos los circuitos del poder, señalando el reverso de la imagen 
            oficial del país. En la capacidad de desborde total, radica 
            la cualidad barroca de un delirio informado y transgresor, que se 
            sitúa más allá de un mero caso clínico 
            y se vincula a la estética de Eltit. La escenificación 
            de los márgenes y de la precariedad de los sujetos y las verdades, 
            propias de la escritura de Eltit, aparecen también en El Padre 
            Mío en un monólogo "trágico y burlesco" 
            que nombra el poder hasta la sin razón.
          El padre aparece despojado de toda su autoridad y masculinidad y 
            su discurso reducido a "encadenamientos silábicos" 
            traspasados por la ilegalidad, la corrupción, los avisos comerciales, 
            el discurso económico y el dictatorial. 
           La 
            producción literaria de la escritora chilena Diamela Eltit 
            (1949), inaugurada en la década de los ochenta, se ha definido 
            como una escritura neovanguardista de resistencia que cuestiona tanto 
            el poder como los sistemas oficiales de representación. (1) 
            Dentro del clima de represión y censura instaurado por la dictadura 
            en Chile tiene lugar el desarrollo de una contracultura, cuyas manifestaciones 
            artísticas y escriturales se inscriben fuera de las instancias 
            institucionales. Se genera un espacio y discurso democrático 
            alternativo, cuya propuesta es romper con el ámbito cultural 
            imperante y la tradición heredada. La escritura de Eltit es 
            de una ruptura radical en tanto que lleva a los límites la 
            posibilidad de crear nuevas significaciones sobre el otro y la alteridad 
            que radica en lo marginal, construyendo un espacio literario que confronta 
            los valores canónicos, como ha señalado Susana Santos 
            (Santos, 1992: 7).
La 
            producción literaria de la escritora chilena Diamela Eltit 
            (1949), inaugurada en la década de los ochenta, se ha definido 
            como una escritura neovanguardista de resistencia que cuestiona tanto 
            el poder como los sistemas oficiales de representación. (1) 
            Dentro del clima de represión y censura instaurado por la dictadura 
            en Chile tiene lugar el desarrollo de una contracultura, cuyas manifestaciones 
            artísticas y escriturales se inscriben fuera de las instancias 
            institucionales. Se genera un espacio y discurso democrático 
            alternativo, cuya propuesta es romper con el ámbito cultural 
            imperante y la tradición heredada. La escritura de Eltit es 
            de una ruptura radical en tanto que lleva a los límites la 
            posibilidad de crear nuevas significaciones sobre el otro y la alteridad 
            que radica en lo marginal, construyendo un espacio literario que confronta 
            los valores canónicos, como ha señalado Susana Santos 
            (Santos, 1992: 7).
          El discurso de Eltit se construye a través de 
            un universo de la periferia, donde voces subalternas se erigen en 
            agencias vitales de contextos sociales y políticos marginales. 
            La preocupación que ocupa gran parte de este proyecto, se vincula 
            a la transgresión y resistencia de las "escenas del poder" 
            y sus instancias autoritarias (Ortega, 1990: 229-241 y 1993: 53). 
            La gran mayoría de sus textos han sido producidos dentro de 
            la dictadura, donde la censura y la represión fueron las formas 
            del poder bajo un progresivo proceso de desnacionalización. 
            (2)
          La resistencia de la escritura de Eltit se produce en los espacios 
            de los márgenes, ámbito social donde posiciona su estética 
            y su palabra. De aquí nace un sujeto fragmentado y descentrado, 
            en el cual el poder ha dejado cicatrices, desechos y fragmentos de 
            un mundo donde sólo subsiste la palabra rota, vacía 
            de sentido trascendente. La ambigüedad y la duda marcan este 
            lenguaje que explora las fronteras de lo excluido, de aquellas voces 
            que han sido expulsadas fuera de lo socialmente aceptado. Este universo 
            literario se constituye a partir de las voces de los indigentes y 
            de quienes habitan la marginalidad en sus diversas modalidades de 
            exclusión: pobres, locos, presos y vagabundos recorren los 
            mundos de Eltit, siendo el vagabundaje la condición que los 
            define. La crítica Nelly Richard ha definido este imaginario 
            como un "imaginario nómade" y fluctuante, marcado 
            por la itinerancia provocada por el exilio, el descentramiento del 
            sujeto, la periferia y lo femenino (Richard, 1996: 141-151; 260-269). 
            El vagabundaje es estado y atributo lingüístico del habla 
            de los sujetos indigentes y del lumpen del universo de Eltit. Los 
            significantes de las hablas deambulan y cambian de posiciones; recogen 
            registros, diversos géneros sexuales y narrativos tanto populares 
            como cultos. Sus significados chocan, colapsan y se multiplican traspasados 
            por la diversidad cultural y social que forma el mundo de la exclusión. 
          
          El discurso de Eltit recoge y asume la identidad de los elementos 
            populares y marginales latinoamericanos, usando los chilenos como 
            un conjunto y acumulación de elementos esencialmente heterogéneos 
            y desiguales, que se combinan y recombinan en un movimiento constante. 
            Eltit explora un discurso de la fragmentación que amplía 
            a través de la marginalidad, la duda, la ambigüedad, la 
            negación y los sentidos reprimidos (García-Corales, 
            1990: 72 y 1992). En el panorama actual de transculturación 
            y transexualización que vive la cultura latinoamericana, la 
            estética de Eltit evidencia el cambio y la crisis que marca 
            las identidades sociales e individuales (Valdés, 1996: 244).
          La fluidez que caracteriza este juego y choque origina una multiplicidad 
            de significados que se desencadenan e irrumpen en un mundo dinámico 
            y metafórico. De aquí su estética neobarroca 
            y la visión de la cultura como una acumulación de sustratos 
            de distinta procedencia histórica y cultural que amalgama elementos 
            pre-hispánicos y españoles en formas lingüísticas 
            orales y escriturales marcadas por su estatus colonial, y por lo tanto, 
            de copia y simulacro de la metrópolis. En el carácter 
            esencialmente híbrido y mestizo de la escritura de Eltit tiene 
            su origen precisamente la mixtura de elementos dispares y contradictorios 
            que se desbordan y descentran en un permanente encadenamiento de formas. 
            Lo constitutivo de este lenguaje y sensibilidad sería su extremo 
            travestismo verbal, el cual llega a una especie de "apoteosis" 
            de la artificialización como ha señalado Severo Sarduy. 
            Eltit da un paso más al convertir este disfrazamiento lingüístico 
            en un proceso desintegrador del sujeto, cuya siquis ha sido ocupada 
            por un torrente de voces que se contradicen, mienten y desdicen hasta 
            el sinsentido. 
          La identidad del sujeto esquizofrénico en el texto que analiza 
            el presente ensayo ha quedado reducida a la trasposición de 
            fonemas cuyo único signo vital es la voluntad de convencer, 
            "de mostrar de modo indubitable" la deformación reiterativa 
            de su verdad. En este sentido, el discurso esquizoide y la escritura 
            de Eltit comparten el universo neobarroco delineado por Sarduy, en 
            tanto que surgen de "las márgenes críticas o violentas 
            de una gran superficie", de un espacio excéntrico de América, 
            marcado por la ambigüedad y la multiplicidad. La opacidad y lo 
            indescifrable de este discurso apuntan hacia el disfrazamiento de 
            la palabra bajo distintos discursos y a la pérdida de sentido. 
            (3) En esta reapropiación de los 
            márgenes, Eltit desarrolla una nueva política discursiva 
            que articula un espacio participativo y no excluyente, donde la marginalidad 
            se vuelve sitio de transgresión del orden y supone un nuevo 
            imaginario.
          La crítica contemporánea ha prestado especial atención 
            a esta cualidad transgresora de los textos de Eltit, donde la representación 
            se deconstruye a través de modos de simbolización y 
            significación de ruptura. Como Eltit misma ha afirmado en entrevistas, 
            la dictadura y el libre mercado han creado un sector social chileno 
            precario y abandonado dentro de una geografía cultural y política 
            que privilegia el consumo del lugar común y lo light. El ensayo 
            de Eltit titulado "On Literary Creation", (1992) el único 
            hasta la fecha en inglés, reitera esta visión en la 
            producción literaria y la estrecha relación con lo marginal 
            dentro de un discurso de la precariedad y la crisis del sujeto latinoamericano.
          Dentro de este espacio cultural descentrado, Eltit ha optado por 
            una escritura cuya política escritural se sitúa en los 
            bordes de lo social, espacio que explosiona los significados de aquellos 
            cuerpos desplazados de los centros del poder. Eltit se instala precisamente 
            en la omisión realizada por el discurso dominante, en el lugar 
            de la carencia y la precariedad de un cuerpo social condenado al ocultamiento 
            de la mirada pública. Su interés por lo marginal se 
            relaciona con un proyecto estético-cultural que busca "el 
            negativo, el reverso de lo propio, lo que permite ser lo que somos" 
            (16). La política de su escritura coincide con una mirada casi 
            naturalista que afirma la vida de la marginalidad como fuerza social 
            y estética, cuya potencialidad radica en trastocar el orden 
            imperante (Piña, 1983:40).
          Su escritura asume la descentralización del yo y señala 
            la tensión y desequilibrio de una subjetividad en proceso y 
            movimiento. En su apropiación del discurso sicoanalítico 
            y posfeminista, el discurso de Eltit desencaja los registros ideológico-culturales 
            hasta explosionar la unidad lingüística que une el sentido. 
            Este gesto de "desocultamiento posmoderno", como lo denomina 
            Richard, define la periferia latinoamericana como espacio de trasplantes 
            e injertos de signos disparejos y disímiles que conforman una 
            estética de la "impureza del collage" de una cultura 
            barrroca y femeninizada, marcada por la alteridad y la heterogeneidad. 
            En diversos artículos y estudios Richard (1989, 1993 y 1994) 
            discute los múltiples aspectos representacionales y la opacidad 
            que caracteriza a las producciones culturales de la posmodernidad 
            chilena durante y después de la dictadura.
          Los textos de Eltit se construyen a partir de los trozos, vocablos 
            y hablas de un cuerpo social reprimido y relegado. De este modo, recoge 
            una sensibilidad que de otra manera permanecería silenciada 
            y alejada de la producción cultural y condenada a la desaparición. 
            A partir de los márgenes sociales, Eltit ha definido su proyecto 
            como una restitución de la "estética que pertenece 
            y moviliza esos espacios y da[r] estatuto narrativo a esas voces tradicionalmente 
            oprimidas por la cultura oficial y estropeadas por una narrativa redentora". 
            (Ortega, 1990:232). Su propósito se aleja de la misión 
            realista y salvadora de los sectores sociales más explotados 
            y señala una zona social oscurecida mediante una crítica 
            de la representación. 
          De acuerdo a Richard, la escritura posmoderna que critica la representación 
            mimética y realista, entiende la realidad como artificio y 
            construcción social, como un efecto de significación. 
            A partir de este supuesto la atención se centra en las técnicas 
            discursivas y en los mecanismos institucionales que fabrican y circulan 
            sentidos (Richard, 1989: 64-65). Esta actividad cultural oposicional 
            desafía el carácter ideológico de los procesos 
            de significación y los modos en que éstos constituyen 
            la subjetividad, como apunta Richard (1993:38). La escritura de Eltit 
            se inscribe dentro de este paradigma crítico y disidente que 
            erosiona los convencionalismos culturales y retóricos dominantes.
          El texto El Padre Mío (1989) puede leerse dentro de 
            esta línea posmoderna de la escritura de Eltit, la cual subraya 
            la agudización del proceso de pauperización social y 
            la dislocación del sentido de comunidad tradicional en el Chile 
            dictatorial, como ha apuntado García-Corales (1992: 209). A 
            diferencia de sus novelas, este texto tiene un referente real en la 
            figura de un esquizofrénico que vive en un descampado en los 
            alrededores de Santiago y con quien Eltit tiene tres encuentros entre 
            1983 y 1985. La búsqueda de un punto de apoyo cultural al proyecto 
            de rescatar la figura ocultada del esquizofrénico, la encuentra 
            Eltit en "La Séquestreé de Poitiers" 
            (1930) del escritor francés André Gide. El texto 
            de Gide recoge los testimonios que documentan los veinticuatro años 
            de reclusión en condiciones inhumanas de Mélanie Bastion, 
            castigo impuesto por su familia al haber quedado embarazada siendo 
            soltera. El confinamiento de por vida en la casa materna en una pequeña 
            habitación en estado de total abandono, salen a la luz en un 
            juicio que escandaliza a la opinión pública de la época 
            y que Gide sigue de cerca. La secuestrada de Poitiers y el esquizofrénico 
            de El Padre Mío comparten la condición de exclusión 
            social, indigencia y locura. Ambos permanecen ocultos a la mirada 
            pública, la secuestrada mediante el encierro y el Padre Mío 
            por su exilio social.(4)
          Eltit aparece en este texto como vehiculadora de múltiples 
            y fluidos sentidos culturales del vagabundaje urbano, al atravesar 
            la línea que divide la frontera entre la ciudad y la marginalidad 
            lumpérica. El sujeto de El Padre Mío se individualiza 
            dentro del mundo del vagabundaje que recorre Eltit, a través 
            de su lenguaje. A diferencia de las otras figuras marginales que deambulan 
            por calles y rincones de este espacio cercano al arrabal, cuyos cuerpos 
            son textos de apropiación ornamental esculpidos plásticamente, 
            el sujeto de El Padre Mío se articula discursivamente. 
            Su voluntad se manifiesta a través de un neobarroco lingüístico 
            con un relato carente de "principio y fin" que estalla en 
            cada locución, explosionando al yo que lo enuncia. Su habla 
            delirante y sicótica se transforma en discurso de lo que Kristeva 
            llama lo abyecto, de la desposesión que devuelve a lo social 
            su imagen inversa: el espectáculo de una sociedad en crisis, 
            acechada por el miedo y en ruinas. El hermetismo esquizofrénico 
            contiene lo que Silla Consoli denomina los vestigios momificados 
            de un habla que estuvo dentro del circuito de intercambio lingüístico 
            (Consoli, 1979: 38). En este discurso Eltit descubre una estética 
            común a la suya, donde el lenguaje no es vehículo para 
            hablar de algo, puesto que casi no hay historia ni anécdota, 
            sino que se convierte en protagonista (Piña, 1983: 41). Eltit 
            inscribe un significado metafórico en la Presentación 
            del texto:
           
            "Es Chile, pensé.
            Chile entero y a pedazos en la enfermedad de este 
              hombre; jirones de diarios, fragmentos de exterminio, sílabas 
              de muerte, pausas de mentira, frases comerciales, nombres de difuntos. 
              Es una honda crisis del lenguaje, una infección de la memoria, 
              [...]" (17).
          
          El Padre Mío nos devuelve la imagen de un sujeto estallado 
            por la locura, en estado delirante y autorreferente. Es el mensaje 
            de un iluminado, un orador que se sabe escuchado y que, por lo tanto, 
            procede a revelar la verdad de su palabra. Esta se construye, como 
            apunta Consoli, a través de la desviación delirante 
            o de la incoherencia lógica para efectuar el desprendimiento 
            simbólico de la madre, cuyo precio es la exclusión de 
            la comunidad. La tentativa de configuración del imaginario 
            sicótico se presenta, según Consoli, como un conjunto 
            de paradojas y hermetismos de la verdad a la que el sujeto aspira. 
            Su búsqueda es casi mística en cuanto al deseo de acceder 
            a un saber total de sí mismo y del universo (Consoli, 1979: 
            42, 51-52).
          El aspecto más político de este proyecto radica en 
            su intento de realizar una geografía del discurso esquizoide, 
            actualizando la verdad de un sujeto anónimo que vive a la intemperie 
            del sistema social, habitando desde un largo tiempo un eriazo. Su 
            físico subraya las condiciones en las que ha sobrevivido: "enjuto, 
            rigurosamente limpio y estragado por las condiciones climáticas 
            a las que se ha sometido" (15). Lejos de toda comunidad, sobrevive 
            y se individualiza por un relato que revela "la detención 
            de su mente en un punto fijo": el terror al Padre/Ley, que es 
            "el señor Colvin que es el señor Luengo, el señor 
            Pinochet, el Padre Mío [..] " (30). Se ha desprendido 
            incluso de su nombre por el terror. Como ha apuntado Ivette Malverde, 
            desde el título la denominación "Padre Mío" 
            adquiere múltiples sentidos, al aludir por una parte al nombre 
            que Eltit le otorga en la Presentación al esquizofrénico; 
            por designar a la figura donde confluyen todos los poderes, y por 
            establecer una relación filial-literaria entre la hija —Eltit— 
            y el padre —el ezquizofrénico— (Malverde, 1993:155-158). 
          La voz del Padre Mío nombra circularmente palabras y grafemas 
            inconexos que se encadenan en una sintaxis fracturada y poliforme. 
            El lenguaje escenifica la "existencia rigurosamente real de los 
            márgenes en la ciudad", a través de palabras vaciadas 
            de sentido y lógica, entregadas a la "persecución 
            silábica", al "eco encadenatorio de las rimas", 
            a "la situación vital del sujeto que habla " (16). 
            El habla está al borde del vacío y su verdad proviene 
            precisamente de esta posición. De esta manera, la relación 
            entre espacio social y universo simbólico se estrecha, ya que 
            el excluido se apropia de la palabra y se vacía en cada enunciación, 
            haciendo un paralelo lingüístico con el lugar que habita 
            (Malverde, 1993: 161). Así lo reconoce la hija hablante de 
            la Presentación al decir que "el mérito de su habla 
            radica, precisamente, en su estrecha relación con el lugar, 
            proyectándolo más lejos que un simple caso clínico" 
            (18). Es esta capacidad de desborde lo que signa la cualidad barroca 
            de un delirio informado y transgresor, vinculada estrechamente a la 
            práctica literaria de Eltit y su posmodernidad. La escenificación 
            lingüística del delirio de un esquizofrénico en 
            los márgenes de la sociedad chilena, revela una realidad que 
            en palabras de Frederic Jameson no puede desconocerse: los bordes 
            de lo real, de la necesidad, o lo que Eltit denomina la precariedad, 
            apuntando a la incertidumbre, la inestabilidad y provisionalidad de 
            las verdades y los sujetos (Williams, 1995: 74).
          La fragmentación absoluta del sujeto que toma del pasado y 
            del presente pedazos heterogéneos de saber e información, 
            se combina con lo oral, los medios de comunicación y la producción 
            escrita en una especie de collage. El Padre Mío pone de manifiesto 
            la crisis cultural y social que atraviesa la sociedad posmoderna y 
            las especificidades que esta condición adquiere en la periferia. 
            (5) Eltit concibe al sujeto latinoamericano 
            en alto riesgo, un sujeto amenazado por un crónico estado de 
            pobreza, marcado por las colonizaciones y dependencias (Ortega, 1990: 
            233).
          El desnudamiento y las gesticulaciones marcan un monólogo 
            "trágico y burlesco" que nombra el poder hasta la 
            sinrazón, a través de la angustia y "dolorosa prisa 
            de comunicar" su propia y verdadera historia, reiterada continua 
            y fugazmente en la circularidad. Foucault define el lenguaje de la 
            locura como el de la razón, pero envuelta en la imagen, limitada 
            al espacio de la apariencia que la imagen define, formando, fuera 
            de la totalidad de la imagen y de la universalidad del discurso, una 
            organización abusiva, singular e insistente. El lenguaje es 
            la primera y última estructura de la locura, su forma constitutiva. 
            En él se basan todos los ciclos en los cuales la locura articula 
            su naturaleza. Como consecuencia, el discurso delirante revela una 
            pasión desprovista de todos sus límites para afirmarse 
            y adherirse a la imagen que lo libera (Foucault, 1965: 95 y 100). 
            El discurso de la locura puede entenderse como otra zona de la negatividad 
            posmoderna que muestra el decaimiento de los ideales de la razón 
            absoluta y la crisis por la que atraviesa la cultura latinoamericana, 
            como lo ha demostrado Richard (1993: 79).
          El discurso delirante es irrefutable y, por lo tanto, no acepta ni 
            concibe la duda frente a una verdad incuestionable. Las tres hablas 
            de El Padre Mío convierten la autorreferencialidad en 
            realidad exclusiva y única, cuyos contenidos se reciclan a 
            través de residuos culturales provenientes de titulares de 
            periódicos, nombres de jugadores de fútbol, cantantes 
            de tango, figuras políticas, fragmentos informativos y noticiosos 
            que la memoria esquizoide devuelve como jirones en desorden. Conforman 
            un collage a base de retazos y sobras de un orden trastocado, cuyos 
            sentidos se pluralizan fragmentaria y espectacularmente. A modo de 
            espejo cóncavo este sujeto, como otros rostros marginales del 
            mundo de Eltit, pone en duda las evidencias, las diferenciaciones 
            y los roles supuestos, como los modos aceptados de la representación 
            (Ortega, 1993: 80). La sicosis, el delirio de persecución y 
            las identidades fluctuantes bosquejan un sujeto atrapado en la circularidad 
            de formas lingüísticas que lo sitúan como centro 
            y margen simultáneamente de un mundo móvil. La deslegitimización 
            de un saber y verdad absoluta se realiza mediante la desestabilización 
            permanente del sentido y la imposibilidad de fijar significaciones 
            (Richard, 1989: 43). Es precisamente en el discurso delirante donde 
            Foucault sitúa la verdad última de la locura, al ser 
            ésta el principio organizador de la forma y de todas sus manifestaciones 
            corporales y espirituales (1965: 97). Los quiebres lingüísticos 
            sucesivos y reiterativos constituyen una especie de nueva elegía 
            del padre desposeído, quien delirante se asume en diversas 
            máscaras públicas y prestigiosas, simulándose 
            en otros hasta el vaciamiento:
           
            "Si yo hubiera ejercido mi trabajo desde el 
              tiempo que estoy planeado con los entrenamientos, yo habría 
              desarrollado mi físico, sería un hombre perfeccionado: 
              un facultativo, un hombre de ciencia. Mi ayudante fue elegido el 
              señor Eduardo Frei." (39).
          
          Atraída, entrampada por la fuerza de su voz, Eltit la recoge 
            y transcribe fidedignamente. Como acertadamenta ha observado Malverde, 
            Eltit pacta con el habla y se convierte en la hija cómplice 
            del padre desprovisto y abandonado, y por lo tanto, igualado a ella 
            en la territorialización del poder (Malverde, 1993: 160). En 
            este sentido, el texto continúa la preocupación de Eltit 
            con lo femenino y su posibilidad como nuevo punto de origen simbólico 
            y liberador. El sujeto masculino (el padre) se verbaliza y textualiza 
            mediante el re-conocimiento de la hija, portadora del habla residual, 
            por su propia diferencia señalada en su no-lugar en los códigos 
            normativos. Lo femenino en Eltit es un contradiscurso como ha afirmado 
            Ortega, que se materializa en la transgresión de códigos 
            estéticos y morales al textualizar imaginarios bien reprimidos 
            o desplazados culturalmente (Ortega, 1993: 76 y 91). La hija libera 
            el delirio del padre de sus referentes clínicos a través 
            del "juego literario" entre delirio, realidad e imaginación, 
            contribuyendo a que el discurso se constituya en signo de una experiencia 
            marcada por la exclusión (Malverde, 1993:160). El discurso 
            delirante afirma la verdad del inconsciente, verdad que rompe las 
            reglas del buen sentido, de la buena conciencia, de la lógica 
            y de la moral (Consoli, 1979: 65).
          El padre ha sido despojado de su autoridad patriarcal por el poder 
            autoritario que lo ha reducido al torrente silábico como único 
            signo de autoafirmación vital. Su discurso muestra "la 
            erosión de la masculinidad como arquetipo de la representación", 
            la cual aparece sustituida por una cultura femeninizada (Richard, 
            1989: 67 y 1993: 41). La hija se compromete en un pacto discursivo 
            con el relato paternal al percibir la urgencia de que su voz se escuche 
            y no se diluya.
          Las identidades, lugares y acontecimientos que el discurso del padre 
            va nombrando aparecen estallados, intercambiables y consumibles, traspasados 
            por el discurso económico y dictatorial, por la ilegalidad 
            y la corrupción:
          
            "[...] porque el Padre Mío subsiste 
              de ingresos ilegales bancarios de concesiones y de solicitud personal 
              de la Administración. [...] El da las órdenes generales 
              de las Fuerzas Armadas aquí en el país. [...] El Pisa-Huevo 
              que había en la Quinta Bella me conoce desde hace muchos 
              años, me llevó a la propiedad de don Omar, que tiene 
              una industria cerca de Pedro Donoso, me estuve ganando ocho, quince, 
              dieciséis millones de pesos cuando salí de ahí." 
              (49 y 50).
          
          La ruptura sintáctica coincide con la ausencia de un sentido 
            único y totalizante que abarque todos los discursos y todos 
            los planos de lo real. En el corte/vacío que ha quedado en 
            el habla esquizofrénica, se inscriben las jerarquías, 
            desigualdades sociales y culturales de la violencia y terror que recorre 
            todo un sistema social (Brito, 1990: 172). Entre los rasgos posmodernos 
            aparece el valor incierto de los sujetos como mercancías o 
            como "productos comerciales" dentro de una sociedad de consumo 
            de relaciones alienadas (Williams, 1995: 74). En esta cultura la marginalidad 
            representa un espacio y fuerza de resistencia a partir del cual se 
            originan formas de significación que transgreden los discursos 
            establecidos y tienen el potencial de "reventar el sistema" 
            (Piña, 1983: 40). 
          Este texto, al igual que otros de Eltit, señala el desvarío 
            y las relaciones de poder como parte integral de la cotidianidad. 
            La ruptura se manifiesta como subversión del discurso del poder, 
            llevando la experiencia del margen al centro de la indagación 
            estructural y semántica. Son estas expresiones de resistencia 
            las que poseen un carácter transformador y transgresor del 
            orden social y de la linealidad causal del relato tradicional. El 
            lenguaje desorganizado e irracional del esquizofrénico encuentra 
            paralelos en la modalidad estética de Eltit, en su reiteración 
            de la fragmentación, las proyecciones concéntricas y 
            la mutiplicidad sin dirección de una memoria trizada por la 
            mixtura y revoltura de signos (García-Corales, 1992: 202 y 
            218). Sobre este aspecto, Richard ha teorizado haciendo hincapié 
            en la exacerbación translineal de la posmodernidad latinoamericana 
            contenida en su "multitemporalidad abigarrada de referencias 
            disconexas y memorias segmentadas", por su condición periférica, 
            subordinada e imitativa (Richard, 1994: 217). Estos rasgos son parte 
            del repertorio marginal de Eltit y convierten su escritura en un radical 
            cuestionamiento de los sistemas de poder y sus formas de representación 
            del sujeto y el sentido. El Padre Mío reitera la fragmentación 
            de la memoria y la pérdida de sentidos comunitarios y colectivos 
            de cohesión. Sólo quedan significantes dispares y momificados 
            tras la territorialización de un poder que ha fracturado tanto 
            la identidad como los arquetipos representacionales de la nación.
           
           
           
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          NOTAS
          (1) Una primera versión de este trabajo fue presentada en 
            la Conferencia Anual de la Midwest Language Association en Minneapolis, 
            Minnesota el 7 de noviembre de 1996.
          (2) Este proceso de desnacionalización al que se refiere Santos 
            se desarrolla mediante la implementación de una economía 
            de mercado basada en la rápida privatización de los 
            recursos y las empresas nacionales. Dicho proceso continuará 
            acelerándose a través de un sistema económico 
            que privilegia la libre inversión y la atracción de 
            capitales extranjeros en detrimento de los derechos laborales y sociales.
          (3) De especial interés es la coincidencia que se observa 
            en la noción de Barroco utilizada por Eltit en la Presentación 
            al Padre Mío y la teorización que del estilo y género 
            realiza Severo Sarduy en sus Ensayos Generales del Barroco y Neobarroco, 
            en su ensayo "El Barroco y el NeoBarroco". Sus categorías 
            sobre la artificialización, la simulación y la impostura 
            como características de la teatralización barroca y 
            su travestismo son análogas a las que maneja Eltit. Consultar 
            particularmente las págs. 60, 68, 69 y 102 del libro y las 
            págs. 168-169 del artículo.
          (4) Estos antecedentes los obtuve en una entrevista con Diamela Eltit 
            en Santiago en enero de 1996. El texto de Gide es significativo y 
            está estrechamente vinculado al de Eltit, pues en ambos la 
            función del escritor es posibilitar otro sentido a la existencia 
            y situación del recluso/desposeído. Su discurso se plantea 
            de forma oposicional al discurso legal y al médico. 
          (5) El libro de Cornel West Prophetic Reflections: Notes on Race 
            and Power in America (1993) analiza la dimensión social y política 
            que adquiere la posmodernidad en las sociedades periféricas 
            y los puntos en común que tiene con la situación de 
            las minorías de los Estados Unidos
          
            * * * ***** * * * 
          
          
           *Bernardita 
            Llanos Mardones, es profesora 
            Asociada de Literatura Latinoamericana y Estudios de la Mujer en Denison 
            University en el estado de Ohio. Ha publicado una serie de artículos 
            en el área de literatura latinoamericana colonial y contemporánea 
            con énfasis en la diferencia de género y la constitución 
            de identidades marginales. Entre sus recientes ensayos se encuentran 
            "El ensayo y la mujer pública: Rosario Castellanos como 
            intelectual,", "Franciscan Utopia and Mestizo Discourse 
            in New Spain", "Tradición e historia en la narrativa 
            femenina en Chile: Petit y Valdivieso frente a la Quintrala" 
            y "Autobiografía y escritura conventual femenina en la 
            colonia."
*Bernardita 
            Llanos Mardones, es profesora 
            Asociada de Literatura Latinoamericana y Estudios de la Mujer en Denison 
            University en el estado de Ohio. Ha publicado una serie de artículos 
            en el área de literatura latinoamericana colonial y contemporánea 
            con énfasis en la diferencia de género y la constitución 
            de identidades marginales. Entre sus recientes ensayos se encuentran 
            "El ensayo y la mujer pública: Rosario Castellanos como 
            intelectual,", "Franciscan Utopia and Mestizo Discourse 
            in New Spain", "Tradición e historia en la narrativa 
            femenina en Chile: Petit y Valdivieso frente a la Quintrala" 
            y "Autobiografía y escritura conventual femenina en la 
            colonia." 
            También ha publicado 
            un libro titulado (Re)descubrimiento y (Re)conquista de América 
            en la ilustración española (1994), donde discute la 
            mitificación de América dentro del discurso imperial 
            español. 
            Actualmente trabaja en su próximo libro dedicado a la novela 
            chilena femenina titulado Gendering Nature and Nation: The Narratives 
            of Marta Brunet and María Luisa Bombal.