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Diamela Eltit: "Mi filiación es con lo más vulnerable"

Por Roberto Careaga C.
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 3 de junio de 2018


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A mediados de 2016, el movimiento #NiUnaMenos contra la violencia a la mujer se expandía por el mundo. Llegó incluso a Nueva York, donde en una multitudinaria marcha Diamela Eltit sostuvo una pancarta en la que se leía en inglés: "Tenemos el derecho a caminar sin miedo". Fue la última vez que Eltit estuvo en una movilización callejera, pero en su biografía abundan las marchas. "Yo fui marchera", asegura recordando todas las veces que en los 80 protestó en la calle contra la dictadura. Con el tiempo dejó de participar en manifestaciones callejeras, dice que ya hizo todas las "tareas sociales", pero en los últimos tres años la escritora estuvo involucrada en una marcha profunda y sin tiempo: estuvo escribiendo la historia de una marcha incesante en que trabajadores de todos los rubros y condiciones caminarán por 370 días y 12.500 kilómetros, hasta "acceder a la moneda y torcer el tiempo para disponernos a vivir". Su punto de vista, está en el final de la multitud marchante: los vendedores ambulantes.

La novela se llama Sumar, acaba de llegar a librerías y es otro capítulo de la exploración que Eltit viene haciendo sobre los efectos y defectos de las lógicas de mercado en la sociedad: si en Mano de obra hizo de un supermercado el espacio de opresión de los trabajadores, en Sumar sigue a un grupo de vendedores ambulantes que se unen a la mayor marcha imaginable. Cargan con una histórica explotación, están cansados de tanto caminar, las autoridades los amenazan, son millones y avanzan en una tensión paradójica: "Migrar de la moneda. Quisiera irme, abandonarla, aunque hacerlo me empuje a mi propia disolución. Pero migrar de la moneda es imposible, porque allí está ella, monolítica, esquiva abstracta y malévola, sobreviviendo a las últimas llamas, a las perforaciones de las bombas, con su inigualable habilidad camaleónica, gracias a la usura descarada de sus convenciones rentables que atraviesan los siglos y los milenios. Aspiramos a tocar la moneda para retorcerla", dice Aurora Rojas, la narradora.

Alegórica, a ratos casi distópica y esquiva del realismo, Sumar es, dice Eltit, como toda su obra, un eco de lo que sucede en el mundo real. Así lo ha sido, cree, desde que publicó Lumpérica en 1983: "Siento que lo que yo hago es realista, más revuelto quizás. Menos pedagógico. Pero todo lo que cuento está ahí. Es cosa de mirar la calle", asegura. Quizás sea cierto: pocos libros de estos días dialogan tan directamente como Sumar con la nueva ola de marchas que han marcado la política chileno desde el 2011 hasta hoy. La trayectoria de izquierda de Eltit diluye cualquier oportunismo y, es más, su historia en los estudios de género y como feminista la convierten en, quizás, la narradora chilena más autorizada para hablar en los días que corren. ¿Será su hora para ganar el Premio Nacional de Literatura, que este año -según su alternancia tácita- distingue a la narración?

"No había pensado en estas neomarchas chilenas, porque mi marcha es más loca", dice Eltit, descartando una inspiración en la contingencia. "Yo trabajo con la historia. Me pregunté cuál fue la primera marcha a La Moneda en la historia de Chile y encontré la Marcha del Hambre, a principios del siglo XX. Se reunieron en ella distintos movimientos sociales que estaban en una situación crítica. De ahí, tomé nombres de dirigentes de ese tiempo, dirigentes menores que fueron dejados de lado por la historia: Casimiro Barrios, Aurora Rojas, Ángela Muñoz Arancibia, y los hice protagónicos. También me interesaba la gran marcha china de Mao, de ahí saqué la distancia 12.500 kilómetros. Robé de la historia hitos para pensar un movimiento", asegura.

¿Y así hacer una novela sin tiempo?
—Es un tiempo imbricado. Sin marcas, ni principio ni fin. La marcha es algo que fluye. Pensé en que las marchas son movimientos casi eléctricos, son electrizantes, tiene que ver con una energía, con una decisión, con una esperanza, con una ética. Fundamentalmente aluden a derechos muy básicos pero que sin ellos el sujeto no está cumplido como sujeto y menos como ciudadano. Pensé también en el viejo topo de Marx: esas fuerzas que van bajo tierra siempre moviéndose sin que necesariamente emerjan. Que están en movimiento permanente. También son los marchadores cerebrales, cada uno de nosotros.

¿Por qué centrar la narración en los vendedores ambulantes, los agentes menos protagónicos del mercado?
— Me parece interesante la ocupación de lo público de los ambulantes, esa tensión que representan entre lo estructurado y lo desestructurado, entre la mercancía original y la copia. Me interesa esta producción que viene de lo que llaman la globalización desde abajo, que es toda la maquinaria extraordinaria de la falsificación de las marcas. Es paródico: alguien anda con su cartera Louis Vuitton y otra persona, en un espacio social totalmente distinto, anda con una cartera exactamente igual pero falsificada. Es como una carcajada. Detrás de toda esa producción, hay grandes empresas también. Otro empresariado. Y su mercancía está en las ferias libres, las veredas. Los ambulantes representan un mercado otro, de subsistencia, necesario por lo demás.

¿A qué moneda se dirigen? Es imposible no cruzar el significado comercial de la palabra con la resonancia política que tiene en Chile.
— Siempre me ha parecido muy estrambótico que la casa de gobierno se llame La Moneda. Sé que ahí estuvo históricamente la Casa de Moneda, hay un relato que permite ese nombre. Pero aun así, el peso cultural y económico que tiene la palabra "moneda" es muy significativo. Y por otra parte, el bombardeo a La Moneda en 1973 lo que atacó también fue a la moneda; es decir, al sistema económico que ese proyecto político había planteado. Más allá de derrocar a un gobierno, el bombardeo era un decir no a una economía otra. En ese sentido, juego en la novela con esta idea de la moneda, como sustento y lugar político.

Al escribir ficción, ¿tiene una intención política de intervenir en la sociedad?
— No hay literatura que no sea política. Ahora, uno se ciñe a una escritura y no a otra, y yo sería más política con la letra. Yo tengo una filiación con lo más vulnerable, lo más lateral. Personalmente, me gustaría un escenario social más justo. Pero lo interesante es explorar espacios: si bien la literatura no cambia el mundo, puede poner ciertos espacios sociales en relevancia. Un libro es público. La literatura chilena ha explorado largamente eso. Donoso en El lugar sin límites, donde pone a la Manuela, la travesti; Patas de perro, donde Droguett pone el castigo a la diferencia, o Marta Brunet, cuando habla de la mujer trabajadora independiente que es expulsada del pueblo en María nadie. Hay una tradición de dar cuenta de los nuevos sujetos laterales y creo que eso es lo que puede hacer la literatura.

¿Usted entiende sus novelas como un proyecto encadenado? ¿Hay una conexión entre "Mano de obra", "Impuesto a la carne", "Fuerzas especiales" y "Sumar" para dar una visión sobre nuestra sociedad?
— Ojalá fuera así, me gustaría que mi trabajo hubiera caminado por una línea. Pero la verdad es que es algo menos controlable. Lo que escribo es lo que no puedo evitar que surja. En Fuerzas especiales era definir a una mujer joven que no soy yo, entrar en su susceptibilidad. Y la verdad es que entré y fui esa niña por años, durante las horas que escribía. Me deshice de mí, por decirlo así. Y en esta novela, marché. Si no marchas, no puedes escribir. Marché, marché, desde principios del siglo XX, con la Marcha del Hambre, hasta el XXI. Estuve marchando tres años, lo que duró la escritura.

Las marchas volvieron a nuestro país. Y hoy las movilizaciones son por los derechos de las mujeres. ¿Le parece un momento de inflexión para el feminismo?
— Sí, fundamental. Son mujeres jóvenes que están pidiendo algo completamente necesario, que también tiene que ver con la igualdad: educación no sexista. Igualdad contemplando las diferencias. Me parece muy interesante el petitorio de las estudiantes de la Universidad Católica que, más allá de sus demandas de género, consiguieron beneficios para los trabajadores tercerizados de su universidad. Pero esto va a ser extenso. Lo más difícil son los salarios. Esa es una matriz: si una mujer y un hombre tienen el mismo trabajo, la mujer podría ganar menos. Estudiaron lo mismo, pero la mujer podría ganar menos. Eso tiene una sola explicación y es que para el sistema las mujeres valen menos. Ahora, ¿cuánto falta para que ganen lo mismo? En ninguna parte ganan lo mismo aún. Pero el movimiento está instalado, algo se puso en marcha.

Usted está ligada hace décadas al feminismo. ¿Ha visto cambios significativos?
— Yo trabajé con un grupo de escritoras hace 30 años, hicimos el primer congreso de literatura femenina. En 1987. Yo particularmente llevo muchos años trabajando el género, pero también hay muchas personas antes que yo. La reivindicación feminista chilena viene del siglo XIX. Yo pensaba en los 80 que se inauguraba algo nuevo, pero en realidad no han cambiado las cosas. Elena Caffarena, a la cabeza del Movimiento de Emancipación de la Mujer Chilena, en 1935 ya pedía el aborto y el divorcio. Va a pasar un siglo de eso ya.

¿El sistema literario sigue siendo muy machista?
— Sí. Creo que se mantienen hilos masculinos. La trama literaria chilena es débil, está castigada por muchos lados. Todos los sujetos literarios son frágiles, en su economía, en su transcurso, hombres y mujeres, en eso no hago diferencia. Pero el campo literario es masculino, de manera muy férrea, con una gran disciplina, medio militar, incluso. Piensan lo mismo, hablan lo mismo, van a los mismos lugares.

¿Va a postular al Premio Nacional de Literatura?
— El Premio Nacional de Literatura se ha transformado en un concurso en el que una serie de escritores ingresan en una suerte de campo de humillaciones. Postulantes y ganadores, todos terminan humillados. Pero también entiendo que es un momento apasionado para el campo literario. Vive con sus candidatos. Tampoco se puede satanizar ese fuego cruzado que se establece. Aunque lo que yo más rescato es que la gente sale muy mal herida. Por supuesto, es un premio importante, nadie negaría eso. Como le decía, el sistema literario es muy frágil y no está mal que halla al menos una instancia en que se le dé una jubilación, o como se llame, a un escritor o escritora. Pero el costo de todo eso es muy alto.

Entonces, ¿no va a postular?
— Yo me postulé una sola vez y sobre todo para hablar de la situación de la mujer en la literatura chilena. Francamente, nunca pensé que lo iba a ganar. Me pasó algo insólito: el día que anunciaron al ganador me llamaron del Ministerio de Educación y me dijeron que el taxi me estaba esperando. Se equivocaron. Hubo un error. Lo ganó José Miguel Varas. Yo altiro me di cuenta de que se habían equivocado, eso sí. Sentí alivio de que se terminaba una cosa intensa para mí. Y después no me presenté porque me di cuenta de que era muy hostil. Una cosa es que te insulten porque a alguien se le antojó, eso lo puedo aceptar; pero ponerse para que la insulten me da un poco de nervio. Yo no me voy a presentar.



 

 

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