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El Padre Mío
(Diamela Eltit. Francisco Zegers Editor, Santiago, 1989, 70 páginas.)


Por César Ojeda Figueroa
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio,
22 de julio 1990



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Mi padre escribió un día: "...la poesía está íntimamente ligada con la música, y más propiamente con el canto. Por eso exige al lector que le entregue su voz, a diferencia de la prosa, en la que basta que le preste sus ojos. ¿Y podría alguien imaginarse el canto sin ritmo ni armonía o con notas disgregadas...? ".

Intenté leer Lumpérica, la primera obra publicada de Diamela Eltit, un verano de hace varios años. No lo logré. Me sentí excluido en medio de un filudo torrente de frases crípticas. Hace unos meses, El Cuarto Mundo, la tercera novela de la autora, se me arrojó desde la estantería de la librería Altamira. Esta vez, una prosa irritantemente perfecta transformaba las palabras en roces, temperaturas y sabores, todos enclavados en las zonas de transición entre lo orgánico y el significado y entre el terror y el amor.

Hace unos días busqué afanosamente El Padre Mío, el cuarto libro público de Diamela Eltit. Escucharía una Conferencia sobre «Bilógica y Literatura» en la Asociación Psicoanalítica Chilena, basada en dicha obra. Recorrí los lugares habituales sin éxito: la obra no estaba (o estaba agotada).

Asistí a la conferencia de Eleonora Casaula, y hoy el libro está sobre mi escritorio. Sorprendente: El Padre Mío es el registro del habla de una persona que vive en la marginalidad social, y al mismo tiempo, en la marginalidad psíquica que significa la esquizofrenia crónica. Resultaba algo incómodo encontrar impreso y con olor a tinta fresca un lenguaje disgregado, neológico, inundada por bloqueos, iteraciones, verbigeraciones y literalización de las metáforas. Sin embargo, esto era, en su familiaridad, diferente. El Padre Mío no estaba allí, frente a mí, como ocurre en la realidad clínica. Ahora, lo mismo, estaba suspendido tan sólo de su ritmo, sonoridad y circularidad.

¿Qué era esto? ¿Literatura? La transcripción parecía ser fiel, y aparte de un prólogo, el libro es sólo el discurso del Padre Mío.

Parecía una fotografía del ángulo verbal de una realidad que desborda muchos límites a la vez.

Durante la conferencia, Eleonora Casaula leyó algunos trozos. Creo que en ese momento comprendí que había partido descarrilado en la lectura de Diamela Eltit. Con un criterio de intelección, ella me resultaba exasperante. No bastan los ojos: además, hay que prestarle la voz.

Entonces, ¿poesía?

Puedo adivinar el impacto de un lenguaje cadencioso surgiendo de la miseria corporal y el abandono social, para quien —como la autora— parece tener la poesía entretejida en la piel de la prosa.

Y esto no parece estar relacionado con el significado aparentemente insinuado en el discurso psicótico. Allí posiblemente nada signifique, y aún así, es todavía posible hablar.

Las significaciones parecen explotar como esquirlas de una granada en todas direcciones, pero queda algo (o mucho): significantes anudados en acordes, secuencias y contrastes, que valen sólo por su peso, forma o textura. Entonces ¿música?

Mi padre tiene razón: la poesía está íntimamente ligada con la música, y en este caso y quizá si en toda su obra Diamela Eltit demuestra una vocación hacia la cosa sonora y fluyente: ignoro si a eso se puede denominar poesía concreta.




 



 

 

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El Padre Mío
(Diamela Eltit. Francisco Zegers Editor, Santiago, 1989, 70 páginas.)
Por César Ojeda Figueroa
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 22 de julio 1990