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        Intereses creados
        Diamela Eltit 
        The Clinic, 20 Diciembre, 2011
        
         
         
 
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        La democracia chilena opera como una mera fachada. Las políticas   asistencialistas de este tiempo devastador cumplen con el propósito de sostener   -mediante redes precarias- a los ciudadanos más pobres. Pero el punto más   urgente es cómo poner coto a la riqueza, establecer en ese ámbito (ferozmente   concentrado) los límites más estrictos para restituirle al aparato social la   democracia perdida.
         Se enriquecen de manera   desmedida a costa de la salud, la educación, la vivienda y cada uno de los   servicios básicos. Se enriquecen extenuando los cuerpos materiales, concretos,   contingentes de más del 90% de los ciudadanos. 
        Desde luego el binominalismo (sostenido y auspiciado por la derecha y parte   importante de la Concertación), las restricciones electorales, las insoportables   politiquerías partidistas, los conflictos de interés alojados en el Congreso   Nacional y en los altos cargos del Estado y la posición acrítica de los medios   de comunicación han sido fundamentales para aumentar las máquinas de riqueza que   resultan tan destructivas para la integridad de la ciudadanía como una máquina   de guerra. Chile sigue encabezando la lista trágica y peligrosa de la   desigualdad. La concentración de la riqueza ha sido el territorio salvaje   liberado por la política hace ya casi 40 años. 
        La desigualdad provocada por una acumulación conseguida mediante la aguda,   insoslayable y científica explotación transcurre en todas las áreas sociales. No   existe en los imaginarios políticos del gobierno y de la centroizquierda   concertacionista el deseo ni el diseño de espacios igualitarios. 
        La desigualdad recorre la realidad chilena como una peste medieval, arrasa   los sentidos, naturaliza la explotación y el silencio, rearma las dominaciones   arcaicas, legitima la constancia del abuso.
        Los ámbitos culturales y literarios experimentan idénticas formas de   desigualdad, no sólo a través del control mediático y editorial de parte de los   reconocidos grupos de poder sino también en lo más pétreo de la desigualdad,   como es la “cuestión” de género. 
        Aunque la desigualdad en materia de género es planetaria, me voy a referir   someramente al intenso “caso” chileno desde la especificidad del espacio   literario. Pienso en las literaturas que trabajan la exploración y proliferación   de signos sin incluir a los bestsellers y su pacto con las leyes del   mercado.
         Basta recorrer los medios impresos, los blogs literarios (cuál de   todos más alucinante, incluyendo la literalidad del de la Sociedad de   Escritores, SECH) los espacios críticos mediáticos, los ránquines, para percibir   que la trama literaria está pensada en Chile, desde todos los ángulos, como un   reducto masculino. Espacio perfecto para profundizar la dominación masculina   (como diría Bourdieu).
        El canon literario nacional se funda en escritores, salvo la presencia   siempre polémica de Gabriela Mistral. Esa lista se repite robóticamente en parte   importante de las escuelas y las universidades. Así se sigue inoculando la   exclusión y la noción de una literatura como patrimonio masculino desde una   estructura política fundada en la violencia. 
        Más aún, algunas veces las propias mujeres escritoras que comprenden que los   espacios para ellas son irrisorios, se alían (contra las mujeres) a estos   masculinos literarios pensando (mediante un oportunismo ingenuo) sobrevivir y   acaso vivir en el sistema. Lo que no comprenden (o no quieren comprender) es que   ellas ocupan un espacio meramente cosmético (subordinado) en estos grupos de   “chicos” y le dan el aura democrática que necesitan para seguir cautivos en un   imaginario completamente anacrónico y rígido. Porque a la hora de las grandes   disputas, de las discusiones, de la negociación o la guerra por el espacio, la   batalla es “entre hombres”. Nada ha evolucionado en Chile desde la primeras   décadas del siglo XX cuando Neruda, De Rokha y Huidobro se despedazaban por ser   “el mejor de todos”. 
        Pero estamos en el siglo XXI. Las izquierdas chilenas, continúan tan   conservadoras como la derecha en materia de género, más conservadoras aún las   izquierdas en materias artísticas y literarias. Los escritores, más allá de sus   declaraciones de modernidad, de su globalización, de sus viajes por el mundo,   del uso de nuevos soportes tecnológicos, continúan absortos en una forma de   tribalismo, profundizan las prácticas antidemocráticas literarias y así   colaboran, desde el frente cultural, a la profundización de la desigualdad.
        Las mujeres en Chile ganan escandalosamente menos que los hombres y las   escritoras también ganan mucho menos que los escritores porque su presencia   pública es ultra restringida en: viajes literarios, jurados de concursos,   columnistas, participaciones en congresos y eventos literarios, traducciones, en   fin, una abierta asimetría en toda las áreas de actividades remuneradas y   productivas. Lo que quiero señalar aquí es que el ámbito literario chileno se   sostiene y pervive desde una forma de totalitarismo gracias a la infra   representación pública de las escritoras.
        Desde luego hay gestores culturales, escritores, críticos literarios y   lugares que apuestan a modificar este “estado de cosas” y buscan “producir”   democracia, lo que es muy positivo, pero son gestos y lugares minoritarios   aunque memorables porque están insertos en la épica de lo que Rancière   conceptualiza como “emancipación”. 
        El neoliberalismo traza mercados, ordena sumisiones, genera cánones. Las   editoriales y los diversos espacios de producción literaria no están fuera de   este proyecto, piden la generación de escrituras que les sean funcionales como,   por ejemplo, el culto acrítico, desmesurado, y cómodo de las literaturas del yo,   muy parecidas al yo-yo que el sistema necesita para fragmentar el aparato   social. Eso es no es casual ni menos inocente, es un programa político   antificcional para así controlar el desborde de la imaginación y acaso prevenir   el desorden. 
        Y no puedo dejar de pensar ahora, como una anécdota liviana de nuestra fértil   provincia, en el sorprendente y posiblemente necesario poema que nuestro   escritor y amigo Antonio Skármeta le escribió a la inteligente Camila Vallejo.   Como me imagino que el poema era para resaltar el movimiento estudiantil y no   por un mero gesto machista alojado en el reducto ambiguo de la galantería a una   “musa” o a una “dama” (como diría el presidente Piñera) espero ahora con interés   el poema que le escribirá -ojalá lo antes posible- a Gabriel Boric, el nuevo   presidente de la Fech.