El otorgamiento del Premio Nacional de Literatura a Ramón Díaz Eterovic
viene a reforzar la consideración de la novela policial como una narrativa
capaz de alcanzar la calidad y complejidad de otros géneros literarios.
Además, permite lecturas que se sitúan más allá del acertijo convencional de
descubrir la identidad del asesino antes de que lo revele el propio autor.
Pablo Neruda fue un gran lector de la novela negra. Y no leía solo para
entretenerse: el poeta fue uno de esos lectores maliciosos, capaces de buscar
los contenidos ocultos de este y otros géneros.
Al hablar sobre la novela negra en una entrevista con Rita Guibert, en enero
de 1970, Neruda declaró que el libro del género negro que más lo conmovía
era Un ataúd para Dimitrios, de Eric Ambler (pdf), al que calificó como uno de los
exponentes más elevados de la literatura de suspenso. Pero las lecturas del
poeta iban más allá del crimen develado.
Entre otros autores de este género, Neruda mencionó a James Hadley Chase,
de quien opinaba que “en algunos de sus libros supera en terror, en horror y en
espíritu destructivo a cuanto se ha escrito”. Como ejemplo citó la novela No
hay orquídeas para Miss Blandish, de H. Chase, a la que encontró una extraña
semejanza con Santuario, de Faulkner.
En manos del poeta, la novela policial indagaba en temas tan hondos como el
mal en el mundo.
Neruda opinó que los autores norteamericanos de novelas policiales eran “los
más severos críticos del desmoronamiento de la sociedad norteamericana en la
época del capitalismo”. Agregó que la novela policial de esos tiempos era la
denuncia más eficaz de la corrupción de políticos, policías y del gran dinero
en la megalópolis moderna.
En una entrevista, al comentar estas opiniones de Neruda, el escritor Ricardo
Piglia señaló: “… me parece que ellos (los autores de thrillers) buscaban una
forma de hacer literatura social, denunciando la corrupción del poder, del gran
dinero, de las relaciones y complicidades del mundo político con el de los
negocios y ese tipo de dinámicas de lo social.” Como con el macartismo se
habían establecido fuertes censuras a la cultura, se buscaron formas de
camuflar la denuncia.
En 1987, por las calles de Santiago y de otras ciudades, empezó a pasearse el
triste detective Heredia, protagonista de las novelas negras de Díaz Eterovic.
Tiempo después, en Chile, se destapaban colusiones del gran dinero con la
política y con policías y mafias; cada destape generaba varios más. Parecía
que aquella cadena no terminaría nunca… y ahí estaba otra vez, como símbolo
de la época, el desencantado y eficaz Heredia.