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«Solsticios» de David Villagrán

Editorial Marea Baja, 2009, 56 págs.

Por Miguel Castillo Didier

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Con mucho gusto he aceptado decir unas palabras en este acto de presentación del poemario Solsticios  de  David Villagrán (Santiago, 1984). Y me ha alegrado saber que esta obra contó con una beca del Fondo del Libro el año 2007.

Hoy, en la sociedad en que nos ha tocado vivir, pareciera que predominan sin contrapeso el culto al becerro de oro, la entrega al consumismo más desenfrenado, el afán de exhibicionismo mediático; y parece que hubieran quedado sepultados los valores del auténtico humanismo que cultivaron los grandes hijos de América Hispana: una hija de México, Sor Juana Inés de la Cruz; un hijo del Perú, el Abate Juan Pablo Vizcardo; un hijo de Chile, el Abate Juan Ignacio Molina; un hijo de Venezuela, Francisco de Miranda; el maestro de América, Andrés Bello; el apóstol de la emancipación de Cuba, José Martí. Por eso, es reconfortante ver que hay jóvenes que, superando la aplastante presión de los valores de esta sociedad del capitalismo salvaje y del mercado salvaje, creen en la poesía, en la música, en la belleza. Jóvenes que nos muestran cómo el misterio extraño y efímero que es la vida humana puede ser elevado y llenado de contenido a través del misterio igualmente extraño que es la poesía.

David Villagrán

El lenguaje, esto que nos diferencia radicalmente de los demás seres vivos, es también algo misterioso. Y lo es asimismo el hecho de que en algún momento algunos hombres comenzaron a expresar ciertos sentimientos, ciertas vivencias, ciertos anhelos, no en el lenguaje cotidiano, sino en un lenguaje organizado de modo especial, con una armonía proveniente entre otras cosas de la recurrencia sistemática de algunas realidades fónicas: la longitud o brevedad de las sílabas; más tarde, de determinados acentos. En el poemario de David Villagrán, hallamos ese amor por la palabra y por la belleza, y la expresión de ésta en aquella, que es la base y requisito esencial de toda auténtica búsqueda poética.

David explora distintos horizontes, tanto en la forma de los versos, —más estróficos unos, más versiculares otros— como en la temática. Sus poemas no son de los que entregan una sensación fácil al lector, y requieren más de una lectura atenta. Las imágenes son tomadas desde un aspecto y reaparecen desde otra faceta, entrecortada por pausas y silencios. Así, en el bello poema “Pasión por engendrar una forma en el temblor difuso de la lluvia”:

Manos:
manos vueltas cuenco en altamar
de hombres,
lamiendo de sus palmas dulce oro de los ríos.
Hombres:
postergar todo lugar y envejecer,
pronunciando un fino vaho de comercio
secos, henchidos sus dorados labios.

O en “Prodigio de nave circular (que circunda y al par circunnavega)”

“Incapaz de dominar un diluvio”
“su corazón, el arca sobre el cielo”

El hablante lírico tiene una voz lejana, como si recordara viajes en “Oído en el oleaje” y en “Consumía su corazón en los bajeles”, por ejemplo. La secuencia de imágenes se interrumpe con tonos altos en “Principalía”. Los dísticos de la triada “…Afrodita que da la vida…” son la excepción dentro de las dos líneas rítmicas aludidas anteriormente.

Nos encontramos frente a un poeta de bastante oficio, que apunta en su primer libro una variedad de objetivos, no reconocibles a simple vista y que, esperamos, serán abordados en las siguientes publicaciones.

Este poemario presenta más de un aspecto peculiar. Hemos encontrado más de un elemento que nos ha llamado la atención. Uno de ellos es la longitud de los títulos. En diecinueve poemas, no más de cuatro títulos son breves. De ellos sólo uno consta de una palabra. Las otras 15 poesías ostentan títulos extensos. Y la mayoría de ellos pueden leerse como uno o dos y hasta tres versos. “Por esta gracia disuelta en espacio” es un perfecto y hermoso dodecasílabo. “Pasión por engendrar / una forma en el temblor / difuso de la lluvia”, constituye una secuencia de un octosílabo, un heptasílabo y un octosílabo. “Prodigio de nave circular / (que circunda y al par circunnavega): aquí conviven un decasílabo y un endecasílabo. “Consumía su corazón en los bajeles”, verso de trece sílabas. De igual medida son los dos versos que conforman este título “Arreciaron las lanzas tormentas de hierro / y su juego fue vano, inocente de heridas”. Y podríamos seguir.

Una proporción importante del contenido de este poemario está vertida en los moldes de las medidas tradicionales. Combinadas estas libremente. Así, por ejemplo, el poema que abre la colección. Ya hemos recordado el dodecasílabo que constituye su título: “Por esta gracia disuelta en espacio”. El primer grupo de versos combina un endecasílabo, dos decatrisílabos, un endecasílabo y un alejandrino. Mientras que en el segundo grupo de cuatro versos, encontramos uno de doce sílabas, dos de diez y un endecasílabo:

Lo que los ojos negando hayan visto:
la trama imperceptible sobre el seno quieto
o el rostro eterno que la mujer conduce,
todo lo eleva el corazón, oscuro
junto a la luz que tensa por una idea que ama.

En los otros cuatro grupos de versos, hallamos parecidas combinaciones de ritmos, leemos el segundo y el quinto de estos grupos:

Así confunde cielo claro y lecho abierto
ambos con el viento en su principio,
y habla de una amante joven siempre,
de una diosa que oye con el pulso.
Pero es inútil que interprete su deseo,
lo que ella ofrece siendo muy lejano;
así contestan los ojos bien despiertos,
pacientes de la espera como el tiempo
del mundo que en la mente se imagina:

Dos versos de trece sílabas constituyen el título de este poema: “Arreciaron las lanzas tormentas de hierro, / y su juego fue vano, inocente de heridas”. Valdría la pena leerlo completo y compartirlo así con ustedes. Al menos recordemos dos estrofas de belleza clásica:

Pon tu corazón en la balanza
que nadie mida el púrpura de la tierra
una estación entre estaciones cava
el surco que otro surco canta.

Hambre nueva, ceniza entre los dedos,
siembra y siega útil como tumba
cuando el jardín es un olor que sobrecoge,
y viste monte claro, día tibio.

Más de alguna reminiscencia clásica logramos percibir en ciertos poemas, y decimos “logramos” porque las referencias intertextuales se presentan muy contenidas. Por excepción, nos llega un claro eco homérico hermosamente incrustado en el poema siguiente, cuyo título es notable y nos coloca desde la partida en un clima inquietante y que se confirma desde el primer verso. Este es el título: “Tierra dura para las impacientes plantas del pie, tierra hecha para el vértigo”. Y estos son los dos primeros versos:

En el yermo los hombres se cortan en pedazos,
caballos sin jinete cocean los cielos…

Y al final del poema, surge la dura verdad homérica:

Porque no hay un ser más desgraciado que el hombre
entre cuantos se mueven sobre la tierra,
ni aras para contener el hambre
a cuya espalda la codicia se remonta.

Ecos clásicos resuenan asimismo en este poema cuyo título también anticipa el clima del texto que sigue. Éste es el título “Gimen los fantasmas nuevos, los viejos lloran. / Se les oye llorar los días oscuros y lluviosos” Y este es el comienzo:

Pueblo, nuestro pueblo está en ruinas
¡Y cómo brillan sus monumentos!

Lluvia trajeron los astros derramando violencia,
jamás pensó el exilio volvernos a las costas
sobre nuestra tierra naufragamos,
en nuestro propio campo somos sangre
grano y plaga de langostas.

Los invitamos a conocer esta poesía y auguramos a su autor, el poeta David Villagrán, un sólido trabajo poético creador. Desde la ausencia física obligada, agradecemos a David el que nos haya invitado a decir unas palabras en este acto de presentación, y al amigo Miguel Saldías, poeta también él, que ha tenido la gentileza de leerlas.

Santiago, La Chascona, 27/11/2009





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