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Alquimia del ocio en la fábrica de aburrimiento

Presentación de El río Sábado, de Juan Santander. Ediciones Overol, 2022, 48 pgs.
22 de diciembre 2022, librería Escorpión azul.


Por David Villagrán


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Hoy celebramos la presentación del trabajo más reciente de Juan y me complace su ofrecimiento de decir algunas palabras para la ocasión. Desde Allí estás (2009) he podido ir leyendo sus poemas antes, durante y después de que encuentran su lugar en un libro, así como también tener algunas impresiones de sus procesos creativos. Esto último, en el libro que hoy nos convoca, me parece que tiene una presencia importante. El poema “Discusión”, por ejemplo, apunta en su comienzo: “Tenemos la capacidad de sobrevolar lugares que no recordamos, solo debemos llamarnos de otra forma y encaminarnos al ocio en nuestras fábricas de aburrimiento”; de manera que esa será la entrada para la lectura que me gustaría compartir con ustedes.

 

Juan Santander Leal



El río Sábado sucede a Sed y sal, de 2020, en un corpus consistente que tiene como característica variar de un libro a otro en la forma externa del poema; aquí, del privilegio por el verso en poemas sin título de Sed y Sal, también presentes, con diferencias notables en Cuarzo (2012), Agujas (2015) y Nueve lugares (2017), pasamos a textos titulados, como en Allí estás (2009) e Hijos únicos (2016), esta vez introduciendo un trabajo con el poema en prosa genérico. Se trata de 33 textos encabezados por títulos de una sola palabra, que acaban indizados en una especie de pequeño diccionario sin orden alfabético, conformando también una especie de museo, como aparece en el poema “Jueves”, que comienza: “El museo torcía sus pasillos hacia la desembocadura el tiempo necesario para establecer un diccionario” (p. 37).

Fuera de un esquema de tema y variación, creo que el libro da cuenta, en primer lugar, de una búsqueda por afianzar el territorio en la imaginación, lugar que inventa y encuentra lugares, reconocible en la poética de Juan  por la búsqueda de imágenes nuevas en registros que oscilan su distancia con el habla. La mirada es clave y funciona como un radar para hallazgos verbales que transforman y complejizan lo sensible. Por ello no es curioso encontrar en un texto (“Jueves”) una pintura mezcla de emblema y trampantojo:

En la última pintura que vi había manchas que no eran gorriones ni caracoles, sino penumbras y líneas que parecían completar un ojo humano. (“Jueves”, p. 37).

La mirada que transforma lo percibido con palabras no le impide trabajar con registros de relato u crónica en muchos textos, como, por ejemplo, “Preludio”, donde un hablante en plural recuerda una ida al estadio y la lectura es suficientemente ambigua para dudar si se trata de hinchas, estudiantes de literatura o alquimistas:

[…] hablábamos durante 1999, sentados al sol en una gradería. Meditábamos las opciones posibles para una gota de mercurio. […] Podíamos decidir si nuestro cotidiano era o no una mercancía. No éramos insectos, no éramos estrellas, no éramos insignificantes. (p. 38)

Al mismo tiempo, la labor creativa aparece como un motivo que pliega el texto hacia la dimensión autoral funcionando como entrada metapoética. Es en este sentido que podemos comprender el título del libro: el río ‘Sábado’, que toma su nombre de la voz hebrea shabbath, “descanso”, aparece en los textos como un símbolo de todo aquello que circula cerca nuestro, en nuestro día a día, de manera indiferente para nosotros, pero siendo también indiferente con nosotros.

El poemario puede estar proponiéndonos que establecer una relación con aquella indiferencia aparece como condición para poder crear, que es necesario hacerse parte de ella, incluirse en su cauce, en algún afluente. Dicha participación, como objetivo, ofrece retos para la conciencia y la voluntad de dominio: no está en lo que podría resultar evidente sino en el horizonte de lo audible, como en el poema “Música”: “Un río es posible fuera del tiempo, pero no es posible sin música” (p. 19). El desafío apunta a conseguir una especie de fe creativa, un fuego prometeico, que no pueda ser reemplazado por ninguna herramienta, fórmula o idea: “Una encrucijada para todos, o diez mil encrucijadas para uno, es lo mismo”, como se lee en el poema “Emblemas” (p. 16). Salto de fe que depende de cuánta confianza y autoestima se tenga (“La ración de comida que gané mirándome al espejo sobrevive”, “Misión”, p. 10), en equilibrio con una dedicación en “pasar días sin expresarse” (“Puertas”, p. 7), poner límite a las ambiciones publicitadas (“Música”, p. 19) y ser responsable también de aquello que se desestima (como se observa en el poema “Composiciones”, p. 23). Por esa razón, “el orgullo [rasgo luciferino y fáustico] tropieza cuando llega al río Sábado”, como se nos dice en el poema inicial, “Puertas” (p. 7), y el libro cierra significativamente con el poema “Desembocadura”, donde se declara en retrospectiva, sopesando: “Me aferré a un lápiz […] por eso avivé mi confianza en este pedazo de planeta” (p. 39).

El oficio implicado, escribir poesía, es aludido bajo el humilde rótulo de “recolección de palabras” en el poema final. En el poema “Pasto”, sin embargo, ya se nos avisa: “nada está listo para ser parte de un verso” (p. 11), máxima que defiende la idea de que la escritura de poesía requiere bastante trabajo para conseguir algo distinto a lenguaje “diluido en instrucciones” (“Antepasados”, p. 21), en un panorama cultural donde “se beben letras y se comen cifras” (“Satisfacción”, p. 13), o bien, para salir de una encrucijada que representan la “biblioteca de proyectos desechados” (“Emblemas”, p. 16) y el “cántico obcecado en decidir por los demás” (“Traspaso”, p. 26).

El libro plantea una propuesta clara y humilde acerca de la tradición (“Viajo con alas prestadas”, se lee en el poema “Montaña”, p. 8) , tradición que también es una de las formas del río Sábado, el cauce con el cual el escritor desea hacerse parte. “Los juramentos de nuestros antepasados están al revés”, dice el texto “Antepasados” (p. 21). El tiempo del ocio, permite estudiar, a veces con nostalgia, la poesía ya hecha. El salto de fe de la creación se manifiesta en una guía analógica para alcanzar el núcleo de la corriente ahora, en el presente, de manera de: “caminar con nuestro anhelo como si supiera conducirnos hasta el río Sábado”. Escribir “como si” en la propia época –que el libro se encarga de analizar, juzgar y parodiar con bastante gracia y recursos–, uno fuera alguno de aquellos antepasados, pero in media res. Lo que requiere, por supuesto, la capacidad de encontrar la confianza suficiente para continuar creando una obra a paso de tortuga, en verso o en prosa.

En este mismo sentido, habría que notar que el poema en prosa de El río Sábado elabora sus propios materiales con distintos referentes. Uno de ellos es El cubilete de dados (1917) de Max Jacob, libro donde el género adquiere múltiples registros: apuntes de novela, parodias poéticas, diálogos, notas de prensa, polémicas literarias, crítica de arte, esbozos de tramas y aforismos. En El río Sábado, “Cuento”, por ejemplo, sorprenderá a los lectores y lectoras por el alcance ficcional de un registro donde fantasía e ironía modifican las expectativas, más miméticas, establecidas por los primeros ocho textos, donde han resonado, por ejemplo, ciclistas, series de televisión y violencia doméstica. 

Una reina floja empezó a clavar escaleras con cuidado, sus capullos de poder tenían que ser recogidos. Naipes hechos por ella misma navegaban por el río Sábado […] Se enamoró de un joyero movedizo al que había que pagarle para que dictara sus secretos. Ahora habla de paranoia, circulación de la sangre y atmósferas. (“Cuento”, p. 15).

También podrán evocar al imprevisible Henri Michaux las búsquedas para escindir los lugares de la voz y del sujeto. El tono de los textos, de la misma forma que puede apelar, crear espacios afectivos (en persona singular o plural) y escudriñar en el presente, a ratos abandona cualquier pretendida coherencia con un carácter, tornándose ajeno y analítico, como en el poema “Ritmo”:

En la región occipital se reanuda esta fábula, en la madeja donde se enreda quien se acuesta temprano. […] La osadía se extingue despacio en las mentes jóvenes y la ocasión de pasar la noche en el ritmo cardiaco de otro se suspende. A pesar de esto, han finalizado las delicias superpuestas. Para conseguir este triunfo hubo que recuperar el gusto por los colores primarios. (p. 29).

Para finalizar, entonces, puntualizo brevemente algunos rasgos de esta lectura metapoética de El río Sábado centrada en la dimensión autoral, que pone énfasis el trabajo creativo.

En el libro hay motivos recurrentes que permiten leer una suerte de operación alquímica de la voluntad en relación con la escritura. En una modalidad activa esta operación consiste en filtrar los instrumentos y trabajar en secreto, (como leemos en el poema “Gramático”, p. 36), para luego, una vez abierta la posibilidad de cocinar (como se observa en “Misión”), probar con sonidos (“Te acercas a un sonido que no quieres entender, lo esperas…”, “Miocardio”, p. 9) y colores que son parte de la mano (“Antepasados”). El interés está puesto “en lo que no posee subjetividad y resucita” (“Montaña”, p. 8) y el objetivo es volverse parte del cauce de una tradición reavivándola.

Toda esta labor es también una vía, una forma de vida equivalente a dar con un oficio, estudiar su historia, hacer, y también dar a ese trabajo “inconducente” (“Misión”) un valor, aceptando el gasto que ello implica. Sin embargo, este libro destaca especialmente la importancia de una operación pasiva que debe conciliarse con la anterior a la manera de una conjunción de opuestos. Lo cual requiere considerar como actividades igualmente creativas a las proyecciones del inconsciente, la inacción y el descanso. Dejarse llevar, dejar de desear, aprender a pasar días sin expresarse y lidiar con un tiempo que no tiene el privilegio de ser música.





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