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Invitaciones a leer

Por Diego Zuñiga
Revista Qué Pasa. 16 de abril al 2 de julio de 2014

 


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“Obras completas”, de Adolfo Couve.
Qué Pasa. Miércoles 16 de abril de 2014

Adolfo Couve (1940-1998) tenía poco más de 20 años cuando empezó a escribir Alamiro, su primer libro. Practicaba, en ese entonces, la pintura. Ésa era su vocación, su talento innegable. Pero también escribía, hacía anotaciones, pequeños bosquejos que lograban captar imágenes bellas y frágiles, como las que conforman ese primer libro, publicado en 1965.

Pero ya en esa obra se pueden rastrear algunas de sus obsesiones y casi todo su talento, también: una mirada privilegiada, una construcción de imágenes inolvidable, una escritura delicada y silenciosa, una obsesión por la infancia, por la oscuridad que se esconde en esos años: “A alguien he amarrado al poste del parrón. No estoy solo, somos varios. Su madre ha venido por él, se lo lleva y nos dice algo duro. No puedo volver sobre el asunto; lo olvido en este instante al recordarlo con tanta intensidad”.

Después vendrían más libros valiosos y en los que profundizaría en esa infancia -El picadero, El tren de cuerda, La lección de pintura- hasta llegar a su libro más ambicioso y desconcertante, La comedia del arte, pocos años antes de morir. Novelas breves, cuentos, historias  que ahora se reúnen, por fin, en Obras completas (Tajamar Editores). Aquí está todo Couve, están sus notas de artes, sus textos dispersos y esas novelas que lo transformaron en uno de los mejores secretos de la narrativa chilena. Un escritor excéntrico, autor de una obra fuera del tiempo, obsesionada con el realismo, con la luz y las sombras, con las vidas mínimas. Y que sigue escondiendo una belleza que el tiempo no ha sido capaz de opacar.

 

 

 

“Erosión”, Víctor López y “Calamina” de Gladys González
Qué Pasa, martes 29 de abril de 2014

“Tengo treinta años y hace mucho tiempo descubrí que tenía una herida”, escribe Víctor López (1982) al comienzo de Erosión (Alquimia), su nuevo libro de poesía. Así empieza esto, con una declaración que también podría calzar perfectamente para los poemas que componen Calamina (La Calabaza del Diablo), el nuevo libro de Gladys González (1981): dos poemarios en los que asistimos al recorrido de dos ciudades (Santiago, en el caso de López; Valparaíso, en el caso de González), mientras un hermano muerto recorre las páginas de Erosión y un cuerpo sin nombre agoniza en Calamina

Víctor López apuesta por una poesía de tono más reflexivo, que nos hace preguntas que no sabemos responder, pero donde se esconde una belleza innegable (“¿Acaso debo mover las cortinas de la pieza/ para que la densidad de la luz/ vuelva a crear el tiempo?”), mientras Gladys González aboga por imágenes limpias y contundentes, donde se instala un silencio conmovedor (“Un hombre/ está tirado en el suelo/ como un animal destripado/ los pantalones abajo/ sus genitales congelándose en la lluvia/ un perro sostiene su cabeza/ como si de ese hombre alcoholizado/ dependiera su mundo”).

Y así avanzan estos dos libros, a los que no sólo une la belleza de sus imágenes y un tono narrativo que subyace en ellos, sino también que son una muestra perfecta de lo que vienen haciendo López y González desde hace un tiempo (leer Guía para perderse en la ciudad y Aire quemado, respectivamente, es un goce absoluto): una poesía que no cede ante discursos ni modas. Una poesía genuina que no se cansa de trabajar con el lenguaje,  que a ratos es el único consuelo que queda: “perdóname, hermano, pero no tengo otra cosa que darte,/ que estas palabras”, escribe Víctor López.

 

 

 

“Biografía del crimen”, de Camilo Marks.
Qué Pasa, Miércoles 14 de mayo de 2014

“Me cuesta mucho escribir en primera persona y esto se debe a muchas causas (…). Hablar desde el yo (…) me cohíbe, me produce una sensación de desnudez física y psíquica, me genera malestar”, anota el crítico y narrador Camilo Marks (1948) alrededor de la mitad de Biografía del crimen. De Agatha Christie a Stieg Larsson: los maestros del asesinato (Ediciones UDP), y uno entiende, definitivamente, que este ensayo -dedicado al género policial- es uno de los libros más personales de Marks, un repaso por una de sus obsesiones, pero también el recuento involuntario de un hombre que ha dedicado gran parte de su vida a leer y a comentar esas lecturas en medios como La Época, Qué Pasa y El Mercurio.

La mirada de Marks sobre el género es desde el entusiasmo -mientras recuerda cómo cuando niño disfrutaba las novelas policiales, que también leían sus padres-, pero nunca desde la complacencia. Dice que Poe está sobrevalorado, no le gusta Patricia Cornwell, pero se ha maravillado con las novelas policiales nórdicas, que tan de moda se han puesto en los últimos años.  

Sin embargo, la mayor cualidad de Biografía del crimen reside en ese cruce que hace Marks entre crítica y autobiografía, el que le otorga al ensayo una intimidad y frescura que pocas veces se leen en un crítico chileno. Así, logra transmitir su entusiasmo y generar interés por autores como Amanda Cross, Ruth Rendell o Jo Nesbø, más allá de que uno sea o no fanático del género. Y eso, en un país donde la crítica vive desde hace rato en crisis, convierte al libro en un pequeño milagro.

 

 

 

“Ensayos”, de George Orwell. bookdepository.com
Qué Pasa. Jueves 05 de junio de 2014

En un comienzo pueden amedrentar sus casi mil páginas, pero la verdad es que Ensayos (Debate), de George Orwell -la recopilación más grande que se ha hecho hasta ahora de su trabajo ensayístico-, resulta ser uno de los libros más estimulantes que se han publicado en el último tiempo. Apareció a fines de 2013 y aún no llega a librerías chilenas, pero vale la pena encargarlo, pues en sus páginas descubrimos cómo el autor de 1984 y Rebelión en la granja siempre fue mucho más que sus dos libros clásicos: más versátil, más talentoso, más arriesgado. Lo fue desde la excelente Vagabundo en París y Londres -su primera novela-, y lo continuó siendo en los ensayos que escribió durante toda su vida: desde sus recuerdos como librero hasta textos sobre T.S. Eliot, Henry Miller, Ezra Pound o esa defensa brillante que hace del escritor P.G. Wodehouse, acusado de colaborar con el régimen nazi. Es, justamente, en sus textos políticos donde vemos al Orwell más combativo e intenso: ese que odiaba los totalitarismos, el que era capaz de encontrar matices cuando todo era blanco o negro, el que logró plasmar la miseria del hombre en varias crónicas autobiográficas, como “Marrakech” y “Matar a un elefante”, escritas con una prosa cercana y urgente. Textos vivos, a pesar de haber sido escritos hace más de 50 años.

 

 

 

"Lucía McCartney", de Rubem Fonseca
Qué Pasa, Miércoles 11 de junio de 2014

Sí: yo sé que deben estar aburridos de que les recomienden libros de fútbol en estos días de Mundial, pero de pronto surgen pequeñas luces que nos devuelven la fe. Eso ocurre con Lucía McCartney (Tajamar Editores), del brasileño Rubem Fonseca. No es un libro sobre fútbol ni tampoco se publicó ahora porque fuera la época del Mundial, pero calza perfecto con estos días en los que sólo queremos que el fútbol nos sorprenda. Estos cuentos de Fonseca, escritos a fines de los 60 y que conformarían lo que iba a ser su tercer libro publicado, no dejan de sorprender en ningún momento. 

El libro empieza con un relato sobre una pelea de todo vale y la intensidad feroz de esos golpes no decae en ningún momento. Fonseca ya era en su tercer libro un narrador excepcional, y no sólo porque fue capaz de retratar la violencia desbordada de Río de Janeiro -que se parece tanto a la violencia que sigue desbordando a Río-, sino porque en estos relatos ya se vislumbraban sus búsquedas formales, los modos de torcer ese género tan difícil que es el del cuento. Más encima, aquí aparece por primera vez ese personaje entrañable que es Mandrake, en medio de asesinatos, prostitutas, fiestas y una noche interminable. La misma noche que viene reconstruyendo Fonseca -con talento y desmesura- desde hace tantos años.

 

 


“Conversaciones con  Enrique Lihn”, de Pedro Lastra. 
Qué Pasa. Miércoles 02 de julio de 2014

Al final de la nueva edición de Conversaciones con Enrique Lihn, de Pedro Lastra -publicada por la Editorial Universidad de Valparaíso-, encontramos una serie de fotografías del poeta. La imagen que cierra esas páginas es una que fue tomada en 1975, probablemente en París, en la que Enrique Lihn está junto a varios escritores latinoamericanos, ningún miembro del Boom, sino aquellos que trabajaron desde la orilla. Al lado de él está Julio Ramón Ribeyro, Augusto Monterroso, Sergio Pitol, Bryce Echenique y un tímido Juan Rulfo, que mira fijo a la cámara. En ese pequeño canon latinoamericano, el nombre de Lihn resplandece: no sólo por haber escrito una obra genial e inclasificable, sino también por haber sido un lector único, como lo demuestran  las conversaciones que sostuvo con Lastra entre los 50 y fines de los 70. El libro registra estos diálogos, en los que vemos a un Pedro Lastra muy atento y generoso preguntando, y a un Enrique Lihn contestando con una lucidez rotunda: ya sea hablando del género de la crítica o de su rechazo a la poesía de Borges; dando una cátedra sobre el soneto o analizando su propio trabajo: los poemas de La pieza oscura o ese cuento impresionante que es “Huacho y Pochocha”. En cualquiera de esos momentos apreciamos cómo Lihn era un lector superlativo, el mejor comentarista de su propia obra, un poeta lúcido como pocos, un lujo inmerecido, como lo llamó Bolaño. Eso nos recuerda este libro: que Enrique Lihn fue siempre un lujo que no merecimos.





 

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“Obras completas”, Adolfo Couve; “Erosión” Víctor López ; “Calamina” Gladys González; “Biografía del crimen”, Camilo Marks; “Ensayos”, George Orwell; "Lucía McCartney", Rubem Fonseca; “Conversaciones con  Enrique Lihn”, de Pedro Lastra. 
Por Diego Zuñiga.
Revista Qué Pasa. 16 de abril al 2 de julio de 2014