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EDUARDO ANGUITA EN LA GENERACIÓN DEL 38


por
Cristián Warnken
Estudios Públicos, 52 (primavera 1993).



En este artículo se señala el rasgo definitorio de la olvidada Generación del 38: transformar la realidad mediante la palabra. Dentro de ese multifacético grupo de escritores, Eduardo Anguita aparece como uno de los que llevaron más lejos ese intento, primero a través de su "Manifiesto David" y luego en veinticinco años de creación literaria (poesía y ensayo). Su poesía "cognoscitiva" se propuso lo que pocos poetas de la vanguardia hispanoamericana habían hecho: dar respuesta (muchas veces práctica) a las grandes interrogantes metafísicas y particularmente a un problema esencial: el del tiempo. Eduardo Anguita, se sostiene en estas páginas, fue así más lejos que Rimbaud en su intento de hacer una poesía "funcionaria" a la verdad y la vida.

 


Introito

Amigos enloquecidos, ¡adiós! Hasta
la hora soberbia de los esqueletos.

(Pablo de Rokha)

Despedimos a Eduardo Anguita el 13 de agosto de 1992 con la ritualidad y emoción con que se despide a un mago, un hechicero o un héroe.

No fue el funeral de un "escritor" con discursos gremiales ni oficiales. Es que no despedíamos a un escritor. Su entierro se constituyó en sí mismo en un acto poético, y los que participamos en él lo hicimos en un verdadero trance.

Yo mismo dije palabras que salieron más allá de la conciencia o voluntad. El periodista de El Mercurio reconstituyó en parte lo allí dicho:

Estamos despidiendo a un gran señor de esta Tierra. Aquí está el Chile paralelo que existe y brilla bajo el lucero de la noche. Invito a dos grandes señores de esta Tierra — Volodia Teitelboim y Miguel Serrano— a dar un saludo que simbolice ese país paralelo (...).

Las palabras de Miguel Serrano — tampoco preparadas de antemano— tocaron la campana de ese otro mundo al que habíamos invocado, estremeciéndonos. El gran amigo despedía a quien fuera un buscador como él, aunque por distintos caminos.

Cuando los poetas mueren, se transforman en estrellas. En qué estrella estarás ahora, qué estrella serás, Eduardo; ya has llegado con tu poesía divina. Que tus poemas sigan descendiendo sobre nosotros como hojas o pétalos de luz del árbol de la muerte (...).

Volodia Teitelboim, al lado de Serrano, también recordó esa "otra realidad":

Anguita está todavía en la sombra porque pertenece a la literatura bajo el agua, la más profunda. Qué hermosas locuras aprendimos juntos, adolescentes que desafiaban al mundo de la poesía establecida y querían cambiarla, en desafío al cielo o al infierno, todavía no lo sé.

Todo cuajó, haciendo de ese momento un verdadero momento.

No podía haber sido de otra forma: en vida, los protagonistas de la Generación del 38 dieron sus existencias por hacer de las palabras algo más que palabras, actos. Esa generación emerge hoy como un glaciar largo tiempo sumergido, o como una montaña mágica. Estamos ante una matriz literaria radicalmente opuesta a lo que se entiende hoy por "mundo literario" en Chile. Otras vías —desde la desaparición de los heterodoxos de esa generación— han seguido la poesía y narrativa criollas. A la palabra hecha acción se opone una literatura que se autoproclama autónoma de la vida. A las infinitas "calaveradas" y locuras de ayer, los movimientos calculados de carreras político-literarias de hoy. Al exceso en la escritura, el autocontrol y perfeccionismo "flaubertiano". Al pathos y al ethos, una pálida virtú republicana. ¿Lastimera mirada de un pasado muerto, la mía? No. ¿Nostalgia? Sí, ¡Nostalgia! ¡Profunda nostalgia de una generación que asumió el riesgo en el campo ético, político y literario y que supo colocarse en la trinchera de la contradicción, necesaria a toda gran literatura! Octavio Paz —en una conferencia dictada recientemente en España— advertía sobre ese peligro, el de una modernidad autocomplaciente sin poesía que cumpla el papel de la necesaria negación.

Anguita —en uno de los manifiestos "David" que analizaré en este artículo— distinguía cuatro grados en el actuar poético: poeta, hechicero, sacerdote y héroe. Algunos exponentes de la Generación del 38 fueron poetas, otros magos, hechiceros, algunos héroes. Por eso, esa tarde de agosto, no despedimos simplemente a un "escritor". Estamos ante escritores que se transforman en leyendas —y esto no por una estrategia de marketing—. Días después moriría su amigo Humberto Díaz-Casanueva. Gonzalo Rojas —quien fuera un testigo importantísimo de esa gran pléyade— ganaría más tarde el Premio Nacional de Literatura. Signos de que una tradición profundamente arraigada en estas calles del gran olvido vuelve a hablamos, porque las grandes tradiciones nunca desaparecen para siempre. La Generación del 27 volvió a hablar con Góngora y Quevedo; Hermann Hesse conversó con el legendario Novalis del siglo XIX; los surrealistas reencendieron la llama de Lautréamont. Hay un diálogo pendiente con los "niños" del 38. Porque ahí sí hay inocencia, arrebatos, infancia: componentes que sentimos faltan hoy en una literatura chilena demasiado vieja ya antes de nacer. Es esa conversación que queremos iniciar en este artículo. En el transcurso de él citaremos artículos y documentos de Eduardo Anguita hasta hoy inéditos. Agradecemos la valiosísima colaboración de Angélica Lihn, sin la cual no habríamos podido escribir este artículo.


La Generación del 38

Toda mi vida he querido que hubiera algo
más que palabras. Sólo he vivido para eso.
Para que las palabras tuvieran un sentido,
para que fueran actos.

(Kirilov, personaje de Demonios, de Dostoievski)

La Generación del 38 no puede entenderse sin señalar un hecho fundamental para la poesía y cultura chilenas: la llegada de Vicente Huidobro a Chile en 1933. Un ángel aterrizaba en este país terrestre. (Ángel por lo de levedad, vuelo, más que por bondad, simpatía o ingenuidad). No es que la Generación del 38 haya sido un grupo de seguidores o imitadores de Huidobro, un "grupúsculo" más dentro de la "guerrilla" literaria de entonces. Eduardo Anguita ha esbozado con nitidez el grado o tipo de influencia de Huidobro en ese grupo de jóvenes escritores de entonces:

No es que el poeta creacionista los haya signado en la letra; pero sí que suscitó, casi en todos, un despenar a la propia personalidad. Huidobrista o huidobriano, en sentido estricto, puede decirse que no existió ninguno. Con todo, le debemos a aquel "anti-poeta y mago" una claridad de conciencia que difundió tanto en nuestro propio espíritu como en la tonalidad anímica chilena (...). Huidobro, pues, aunque en el reducido campo de la literatura, provocó una verdadera revolución del ánimo en Chile.(1)

Esa "revolución del ánimo" —que trascendió la esfera de la creación poética, pues irradió el campo de la filosofía, la historia, el pensar psiquiátrico, etc., (Armando Roa, Jaime Eyzaguirre, Mario Góngora, y otros)— se caracteriza principalmente por la "anti-pesantez". Este concepto, caro a Anguita y que extrapolara de un estudio de Simone Weil, se relaciona con el de "gana", acuñado por el conde Keyserling al referirse a nuestro país.

La melancolía, la tristeza, la rutina, el afán de seguridad, la pasividad, la tramitación, el fatalismo, son notas típicas de la pesantez (...). (2)

Su más formidable expresión en poesía lo constituiría el poema "Residencia en la Tierra" de Pablo Neruda, donde se manifiestan las fuerzas sombrías, telúricas, del tiempo y el espacio chilenos.

El chileno de pueblo vive sin extrañarse, con indiferencia. En él no existe tiempo, pues no se recorta su silueta contra algo, no lucha contra algo, no hay acción. Está hundido en los campos como algo que forma parte de la tierra, como otro accidente más del terreno. Lejos de ser un sujeto, es un objeto; más que hacer la existencia, la padece.(3)

Frente a ese padecer del ánimo, surge la desesperada voluntad de actuar, de transformar la realidad y la conciencia de la Generación del 38. No todos los medios para llegar a ello fueron semejantes. Estamos ante una generación muy heterogénea, donde coexisten grupos y personalidades antagónicos incluso entre sí: el grupo Mandragora, Miguel Serrano, el grupo David, Omar Cáceres, Héctor Barreto, Volodia Teitelboim, y otros.

El ejemplo más extremo de la voluntad de ir más allá de la literatura es el de Miguel Serrano, quien, con un brillante futuro literario, decide destruir su libro de cuentos, quemándolo en un cerro, para entrar en un camino iniciático más allá de la palabra.

La Generación del 38 muestra muchos casos de poetas de alto vuelo que desaparecen en la maldición o la leyenda. Tal es el caso de Jaime Rayo, el joven poeta que sufriera vitalmente el drama de la ineficacia de la palabra poética. Su suicidio borra su presencia, pero siguen resonando sus versos:

Un día final, desterrado de sus orillas, a pesar de la tierra cercana, otras órdenes guían sus sigilosos pasos de suburbio y una paz ignorada reconozca en él sus lejanos orígenes.

También está Omar Cáceres, legendario poeta que afirmaba ver ángeles dentro de las columnas, fallecido misteriosamente. Deja tras sí un solo libro, fulgurante conjunto de poemas metafísicos. No puede dejar de citarse el mejor poema sobre el desdoblamiento y el tema de la identidad que se haya escrito en nuestra poesía:

Delante de tu espejo no podrías suicidarte.
Eres igual a mí porque me amas.
Y en hábil mortaja de rabia te incorporas
a la exactitud creciente de mi espíritu.

Héctor Barreto, quien derivara en una militancia socialista, es un verdadero "contador" de historias inventadas por él mismo. El es el ejemplo de alguien que —más que por sus obras— es poeta porque vivió poéticamente.

El grupo Mandragora, expresión del surrealismo, se planteó explícitamente una "intransigencia" frente al medio y una resolución dialéctica de los opuestos del bien y del mal. Para ello dio libre curso a la parte tenebrosa, gratuita y extraordinaria del pensamiento humano. Ahí participaron Braulio Arenas, Enrique Gómez-Correa, Teófilo Cid y Jorge Cáceres.

Destaco de entre ellos a Teófilo Cid, herético dentro de la herejía (fue expulsado del grupo Mandrágora). Así lo recuerda Anguita:

Aunque duró muy poco como funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores, vivió una existencia de poeta maldito, gastó frenéticamente una fortuna que heredó gozando el instante con la mujer de sus sueños (amor y poesía) y que lo abandonó; el se sumió en un orgullo casi satánico frente a la sociedad: dejó hasta de bañarse, fue presa de una horrorosa depresión mental y, finalmente, siempre con el desprecio por todo lo que conquista el buen burgués, aceptó estoicamente la muerte en una sala común, roído por el cáncer (...). (4)


Muchos otros nombres se agregan a esta galería mítica. Su desaparición en el olvido, su ausencia en la mayoría de las antologías obedecen a un modo de operar diferente al de las generaciones posteriores, principalmente a partir de los años 50. En esos años se populariza la idea del escritor "profesional". Esa profesionalización no puede estar más lejos de esa permanente tentación de la Generación del 38 por desbordar, abandonar e incluso destruir la literatura (entendida como literatura de librería, museo o academia).

Quien mejor explica el "origen", la génesis, de esa negación es Miguel Serrano en su libro Ni por mar ni por Tierra.

Si hubiera que buscar el rasgo característico de mi generación en Chile, aquello que la diferencia, habría que decir que es una generación desvinculada e invertebrada, sin lazo de unión con las generaciones anteriores (...). El pasado se nos aparecía como un museo de momias (...). Desde la niñez hemos sido impelidos a la rebelión y la soledad (...). Las generaciones anteriores a la nuestra, en Chile y en América, han sido formadas por la cultura occidental, mejor dicho por la espuma filosófica del siglo XIX, que introdujo su estilo racionalista en el liceo (...). Fueron los profesores y maestros de nuestra generación, que en la escuela nos entregaron un pan digerido ya, que se nos indigestó y nos produjo un asco indescriptible (...).(5)

Ejemplificaremos este diálogo generacional, rico en polémica y contradicciones, en la relación literaria entre Eduardo Anguita y Miguel Serrano. Eduardo Anguita, en un artículo aparecido en El Estanquero el 4 de noviembre de 1950, polemiza, con mucha virulencia, sobre las erradas nociones que Serrano tiene sobre magia y religión, particularmente sobre el cristianismo:

Tal tipo de creencias, en las que Serrano parece tener arraigadas raíces, me parecen de la peor estirpe intelectual y son, a no dudarlo, el más negro atentado al espíritu (...). (6)

Sin embargo, el mismo Anguita años más tarde, en una carta enviada a su mujer desde México, donde ejercía como Agregado Cultural, reivindica a Miguel Serrano como un gran creador. Incluso reproduce un fragmento de la carta que Serrano le enviara desde Nueva Delhi, donde era Ministro Consejero.
Le dice Serrano a Anguita:

Me preguntas de amores, sí, hay algunos, pero no tremendos y magníficos. Este clima no lo permite (...). Sólo hay aquí un grande y sublime amor: el amor a Dios y a sus manifestaciones, el amor por la propia realización (...). Me enredo, pierdo ahí la vida como siempre, en los cuerpos finos y cimbreantes, en esos ojos abiertos, negros, insondables. Al fondo de ellos estará Dios, los dioses, la eternidad, la ambigüedad de este mundo espantable y fascinante (...). A veces me acerco a mí mismo (...). Y ahí de nuevo me topo con nuestro místico Chile, el que tú también llevas en tu corazón. La patria mística está también en tus palabras, en tu letra, en tu voz, en tu alma, en todo tu cuerpo (...).

Anguita comenta la carta afirmando:

[Serrano] muestra un temperamento alto, puro y extremo [...] que mis amigos de generación no ven en su real reciedumbre (...). (7)

Así era la Generación del 38: profundas aguas subterráneas unían espiritualmente a escritores de muy diverso signo. Aquí el "religioso" Anguita dialoga con el "mago" y esotérico Serrano; ambos son los "poetas prácticos" de una misma "patria mística".



El "Manifiesto David":
Poesía y ética en la obra de Eduardo Anguita

Hombres que aman la mugre de un falso conocimiento;
sólo logran ensuciar con su aliento lo que podrían
contemplar frente afrente, en el éxtasis o en el sueño.

(Eduardo Anguita, "El conocimiento perturba")

El grupo David es un invento de Eduardo Anguita al que adhieren posteriormente algunos de sus contemporáneos, pero que no tuvo trascendencia en el mundo literario como sí ocurrió con Mandragora o el Creacionismo.

Sin embargo, en los manifiestos, artículos y revistas del grupo David está en germen uno de los intentos más originales de la vanguardia hispanoamericana.

Sin haber aún sabido del intento de Novalis (poeta romántico del siglo XIX que planteaba que la poesía podía transformar a la naturaleza) y criticando el fracaso "poético" de Rimbaud, Anguita asume el difícil desafío de transformar la poesía en acción, modificando la realidad.

El Manifiesto parte con una crítica al conocimiento "objetivo" (científico), al que califica de "poco viril". Es más, Anguita plantea que no es posible un conocimiento intelectual "objetivo" de la realidad que no incluya "la mancha", "huella" o "deseo" de la subjetividad del hombre.

El Manifiesto plantea también la provisionalidad de todo esquema que pretenda capturar la realidad, incluso el propio "Manifiesto David".

"David" propone vaciar las categorías mentales, para así "modificar" la realidad en sus aspectos más cotidianos:

Trastornarlo todo, usar las copas de champagne para lavarse los dientes. Levantarse a las dos de la mañana, acostarse al mediodía. El rojo como luto. Después: proyección de nuestra visión sobre los objetos, hasta el uso que realmente creemos y queremos (...).(8)

"David" asume que el hombre cree a fin de conocer. En ese sentido, la fe es creadora.

Huidobro, en el Creacionismo, había planteado el non serviam, el crear un mundo nuevo en las palabras. Anguita apunta en una dirección más radical: hacer en la práctica lo que el poeta hace en el mundo de las palabras. "No copiéis la rosa, hacedla florecer en el poema" —había dicho Huidobro—; lo de Anguita sería algo así como: "esa rosa que inventasteis en el poema llevadla ahora a la realidad". Serrano habla de una "flor inexistente" (creada por la fe del hombre), por la que bien vale dar la vida porque no existe.

Ello conlleva inevitablemente la búsqueda de una nueva moral, absolulamente exenta de mentira y de temor. Anguita se proponía un "tocar fondo" en todos los actos porque:

Sin revelar esa verdad de la naturaleza humana ¿es posible sentir lo ético, la religiosidad con autenticidad? Respondo, todavía respondo: ¡No! (9)

Anguita, quien llegaría a convertirse en un poeta católico militante, transitó una vía original que debe haber escandalizado a no pocos entonces:

Yo soy la antítesis de todo, y en cristianismo soy herético: vivo la religión como el drama entre el pecado y la purificación (...). (10)

En el año 1953, en la revista David, recuerdo nostálgico de lo que fuera el Manifiesto casi veinte años antes, Anguita rememora su singular ética poética. La revista formuló una original encuesta sobre "el paraíso". Distintos intelectuales, poetas, científicos, e incluso niños, dieron su propia visión del paraíso, o la felicidad humana Anguita, en un brillante ensayo, "Voluntad y prefiguración del Paraíso", hace memoria de su adolescencia y recuerda la libertad en el actuar, anticipo de lo que sería el grupo David.

Noches de alcohol, de despreocupado vivir, de arrogante desprecio por las conveniencias. Yo quería vivir según normas propias. Levantarse a las ocho de la noche. Acostarse a las diez de la mañana. Y las mujeres clandestinas. Todo era encantador. Todos éramos jóvenes, sin bien ni mal. Escenas que en otros ojos, que en otros cuerpos, habrían sido monstruosas: en mí, en nosotros, bella poesía. Libertad, libertad. Noches con whisky, con drogas, con prostitutas recién prostituidas, aún frescas, aún animales, aún bellas, aún dóciles (...). Buscaba la vida como quien busca un alimento (el goce, el dolor, lo que fuera) y alimentarse así sensualmente fue para mí el primer fenómeno espiritual (...).(11)

La tentación de comparar este intento con el de Rimbaud surge de inmediato. Sin embargo, el mismo Anguita, en su conferencia "Rimbaud pecador", dictada el 20 de octubre de 1954 en la Universidad de Chile, se encarga de señalar la diferencia. Rimbaud —según Anguita— fracasa vitalmente por su orgullo ante la creación. No logra traspasar el amor, la libertad y felicidad, que sí están en su obra poética, a su vida. Su alucinación con el mal le impide asumir la dialéctica Bien-Mal de la vida y, en ese sentido, es reductivo.

Intentó abolir la moral y sólo logró reemplazar la del Bien por la del Mal (...). Es la tentación de orgullo propio de la poesía (...). Su terrible peligro reside en su misma virtud: un salto hacia el Bien perdido; pero, no colocando en realidad al hombre, al poeta, fuera del pecado original, pero haciendo, sin embargo, como si estuviera eximido de toda culpabilidad, viene como a inhibir, a paralogizar en uno la obra de la Redención, cuyo camino de sufrimiento consentido es el único camino del hombre (...).(12)

Anguita, de alguna manera, completa el itinerario de Rimbaud, tal como lo hubiese quizás hecho él de haber seguido vivo. (La visión de Rimbaud buscando, finalmente, la "santidad" la plantea también Henry Miller en su ensayo "El tiempo de los asesinos").



La "poesía funcionaría" de Anguita

Amor, belleza, vida, la palabra,
nunca deshechos, nunca capturados...

(E. Anguita, "Venus en el pudridero")

Andrei Tarkovski, cineasta ruso contemporáneo, fallecido recientemente (y en cuya estética y creación cinematográfica he encontrado interesantes coincidencias con planteamientos estéticos y éticos de Anguita), afirma:

Para mí no hay duda de que el objeto de cualquier arte que no quiera ser consumido como una mercancía consiste en explicar por sí mismo y a su entorno el sentido de la vida y la existencia humana. Es decir: explicarle al hombre cuál es el motivo y el objetivo de su existencia en nuestro planeta. O quizá no explicárselo, sino tan sólo enfrentarlo a esa interrogante. (...). La función indiscutible del arte está entrelazada con la idea del conocimiento (...). (13)

No otro fue el objeto, el fin de veinticinco años de la poesía de Eduardo Anguila: convertir a la poesía en un instrumento de conocimiento frente a las grandes interrogantes del hombre. Hay allí una voluntad clarísima y que demarca a Anguita de otros poetas, incluso de su misma generación. Esa visión de una poesía que "conoce" está íntimamente enlazada con la idea de una poesía —enunciada en "David"— que Transforma la realidad.

Si bien la poesía de Humberto Díaz-Casanueva —la más emparentada con la de Anguita por el entrecruce poesía-metafísica— se inicia con una voluntad de "conocer" y "responder", pronto evoluciona a un desesperado testimonio de un caos fragmentario, que deriva en un lenguaje críptico. Algo similar había ocurrido con Rosamel del Valle y algunos poetas del grupo Mandragora. En Gonzalo Rojas el lenguaje pasa a ser más importante que la realidad enunciada, y sus poemas muestran más a un intuitivo del ritmo, que funciona mejor con el "oído" (como el mismo lo señala en una entrevista) que con el intelecto.

En Anguita, en cambio, el intento de "responder" a las preguntas del misterio de ser predomina por sobre cualquier otra consideración de tipo estético o poético. Atravesó las aguas turbulentas del surrealismo y de la poesía pura para afirmar cada vez más el control de la inteligencia y lucidez por sobre los materiales del inconsciente (que siempre lo acosaron hasta en forma de experiencias psíquicas límites, tales como el desdoblamiento, la neurosis etc.). Su primer libro de relatos —Inseguridad del hombre— es un texto donde Anguita es, todavía, víctima del inconsciente.

De Huidobro heredó la levedad intelectual, la capacidad de producir una poesía de brillantes imágenes; pero Anguita supera a Huidobro en su incursión en las profundidades de la conciencia y en la expresión de vivencias afectivas. Anguita fuerza los límites del género poético: en sus poemas de mayor madurez logra un difícil e inestable equilibrio entre un polo de imágenes y visiones y otro polo en que lo discursivo e intelectual (lenguaje filosófico y teológico) dominan. Pocos como él navegaron tan bien por esas aguas subterráneas y aéreas.

Por ello, junto con ser un genuino poeta, Anguita es también un brillante ensayista. Poesía y ensayo corren como dos vertientes de un mismo río. Muchos "temas" y "problemas" planteados en sus ensayos resuenan en sus poemas. A veces, sus poemas toman la forma de un ensayo filosófico; otras, sus ensayos bordean momentos de intensidad poética.

Anguita no quiso ser simplemente un "testigo", un "vidente" del enigma del ser. Aspiró a convertirse en un "funcionario" de la verdad y la vida. El mismo reivindica el carácter positivo de esa condición de "funcionario", a diferencia de Rimbaud.

El poeta llega en su poesía a convertirse en un oficiante, un sacerdote, como ocurre en su poema "Misa breve". Es el que tiene la palabra, la verdad y el que la predica. Ya en "Venus en el pudridero" el hablante es alguien que "sabe" y que usa la poesía como medio para mostrarles a los amantes-lectores las verdades del eros, la muerte, el tiempo, el amor:

Os contaré, amantes, qué hacéis cuando estáis juntos (...)
Observad... (...).
Yo sé: venimos de la palabra:
nuestro destino es regresar (...).(14)

Hay extrañeza, asombro, reconocimiento del misterio en su poesía; pero también hay certezas, respuestas, afirmaciones rotundas. El título de uno de sus poemas, "Definición y pérdida de la persona", expresa el intento de poder dar definiciones como las que hacen la ciencia y la filosofía. Lo que otro poeta, entusiasmado por la gracia verbal, hubiese abandonado como objeto de conocimiento, Anguita lo aprehende, investiga y muchas veces resuelve en su misma poesía. Ahí reside la valentía y originalidad de su forma de poetizar.

Más de 600 artículos y ensayos, publicados en diarios y revistas de diversos países, muestran a un autodidacto, no academicista, obsesionado por grandes temas: la apropiación de lo bello, la obsesión del doble, la naturaleza de lo cómico, la extrañeza de ser...

Pero hay un "problema" que se transforma en la pregunta definitoria de la poesía de Anguita: la del qué y el por qué del tiempo. Imágenes estremecedoras revelan hasta qué grado el problema del tiempo acosó a Anguita.

De "Venus en el pudridero":

(...) y se siente el beso de los amantes como una hoja seca que el pie
del tiempo aplasta crepitando (...).

(...) todas las fechas están prontas, o marchitas, como nunca nacidas (...).

o del poema "El verdadero rostro":

Ya el amor no es posible, ni la vida. Como en el fondo de
estanque seco,
en tu fondo quedará pegado, semejante a huesos o inscripción,
el tiempo que es mi aureola, mi nicho: tiempo fiel! (...).

Las imágenes sobre la vivencia del tiempo se amontonan en la poesía de Anguita. Pero él no se limita a dar testimonio, sino que se propone, incluso, enfrentar al tiempo. Así, por ejemplo, su poema "Negocios ardientes" llegó a proponer una conducía frente al tiempo. Estamos ante un curioso ejemplo de "receta metafísica":

Cómo vencer al tiempo. Se habla del agua y sus ventajas sobre los
demás elementos (...).

Luego invita a:

Tocad todos los límites, hombres que sois agua (...).

Anguita llegó incluso a proponer un proyecto de investigación interdisciplinario con el propósito de "conocer" a fondo el problema del tiempo... ¡y solucionarlo! En efecto, en 1971 postula a la beca Guggenheim con un osado trabajo que se titula "Tiempo: Menoscabo y plenitud". Allí pretendía sobrepasar los límites de la poesía para acercarse a la matemática, la física, filosofía, religión y a las experiencias de la psiquiatría.

Cito uno de los párrafos de este sorprendente y bello intento:

Aprovecharé, también, lo que puedan suministrar los filósofos en algunas obras pertinentes y con incidencia en el sentimiento temporal en la música, cine, pintura, novela, teatro, chiste, estados anímicos: espera, esperanza, comunicación, soledad, silencio, euforia, ocio, dolor, júbilo, sensaciones diversas frente a la naturaleza, el mar, la montaña, trabajo, sueño, ensueño; todo, a encontrar líneas de conducta y su posible manejo frente al más importante problema: el correr del tiempo hacia un término inevitable: la muerte (...). (15)

Subrayo "encontrar líneas de conducta". Estamos frente no sólo a una poesía cognoscitiva, sino también "práctica".

En todo caso, el profesor que debió informar sobre el proyecto de Anguita respondería negativamente, usando para ello un alambicado lenguaje académico. ¡Un académico negó al mayor poeta del tiempo de nuestra poesía (nuestro Quevedo de la vanguardia) la posibilidad de investigar sobre el tiempo! Un signo coherente con esa virulencia anti-academicista que caracterizó a la Generación del 38.

Eduardo Anguita es, quizás, el último sobreviviente de ese intento, en literatura, de abarcar la vida en todas sus dimensiones. Hoy, cuando domina la escena el escritor-especialista, la propuesto de Anguita aparece como un "retroceso" a los tiempos en que poesía y ciencia caminaban juntos. A partir de Hegel, comenzó a romperse ese "matrimonio sagrado". Y, desde entonces, la poesía pasó a ser un género cada vez más marginal en relación al saber.

Los poetas de la Generación del 38, y Anguita especialmente, parecen hablarnos de un tiempo en que nuevamente realidad y poesía, verdad y arte, volverán a encontrarse. Entonces, los poetas muertos de nuestro país paralelo —que ahora son estrellas— volverán a resplandecer sobre las ciudades reconquistadas.

Tú, como yo, tal vez, por fin, seremos.
¿Recobraremos el Verdadero Rostro?
¿Rescataremos la Realidad perdida?
Te lo prometo: Sí.
¡Pero no volveremos!(16)




* * * *** * * *

 

CRISTIAN WARNKEN. Escritor, Profesor de literatura y editor del periódico
poético Noreste. Autor de literatura infantil.


Notas:

(1) Eduardo Anguita, "Significación de Huidobro", en La belleza de pensar (Santiago de Chile; Editorial Universitaria, 1987), pp. 47 y 48.
(2) Eduardo Anguita, "Significación de Huidobro", en La belleza de pensar, op. cit., pp. 48 y 49.
(3) Eduardo Anguita, "El chileno en su espacio", artículo aparecido en El Estanquero, Santiago de Chile, 21 de octubre de 1950, p. 21.
(4) Eduardo Anguita, "Páginas de la memoria", en revista Plan Nº 95, 22 de marzo de 1973, Santiago de Chile, p. 19.
(5) Miguel Serrano, Ni por mar ni por Tierra (Santiago de Chile: Editorial Nascimento, 1ª edición 1974), pp. 32-33.
(6) Eduardo Anguita, "El sonido y la Furia", El Estanquero, 4 de noviembre de 1950, p. 23.
(
7) Carta inédita de Eduardo Anguita, Ciudad de México, 1955.
(8) Eduardo Anguita, "Manifiesto David", manuscrito, 1933.
(9) Eduardo Anguita, "Manifiesto David", manuscrito, 1933.
(10) Eduardo Anguita, "Manifiesto David", manuscrito, 1933.
(11) Eduardo Anguita, "Voluntad y prefiguración del Paraíso", en revista David, Nº 1, 4º trimestre, 1953, p. 26.
(12) Eduardo Anguita, "Rimbaud pecador" (conferencia), revista Atenea, Nº 398, p. 86 (separata).
(13) Andrei Tarkovski, "El arte como ansia de lo ideal", en Esculpir en el
tiempo (Madrid: Ediciones Rialp S. A., 1991), p. 59.
(14) Eduardo Anguita, "Venus en el pudridero", en Poesía entera (Santiago de
Chile: Editorial Universitaria, 1970), pp. 78-91.
(
15) Eduardo Anguita, carta a la Fundación Guggenheim (inédita), 1971.
(16) Eduardo Anguita, "El poliedro y el mar", en Poesía entera, op. cit., p. 78.

 

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Eduardo Anguita: Eduardo Anguita en la Generación del 38,
por Cristián Warnken,
Fuente: Revista de Estudios Públicos, 52.
(primavera de 1993)