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"Venus en el pudridero", de Eduardo Anguita

Por Agata Gligo
Publicado en Mensaje, N°372, septiembre de 1988



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El pudridero no es otra cosa que la cámara en que se depositan los cadáveres de los reyes, en El Escorial, antes de ser trasladados a su sepultura última; una palabra cuya sugerencia auditiva domina el título del poema de Eduardo Anguita (Venus en el pudridero, Editorial Universitaria, Santiago, 1980), y ante la cual el lector difícilmente pasa indiferente.

Inicio asi esta crónica, por cuanto en la relación entre la imagen contenida en el titulo y su significado profundo se encuentra en embrión el poema entero: se sitúa a la diosa Venus, encarnación del amor, en el lugar destinado a esperar la completa destrucción sensible. Lo viviente, identificado con el amor erótico en el poema, lleva en si el germen de la muerte y el poeta jugará desde el principio con los términos opuestos podrirse y pudridero. Opuestos porque el pudridero, a pesar de su connotación sensorial, corresponde a un espacio inerme y estático y en cambio la acción de podrirse tiene como presupuesto la existencia de la vida.

¿Escucháis madurar los duraznos a la hora del estío,
a la venida del sol, mientras un príncipe danza
en vísperas de su coronación?
Yo pienso en el gusano.

¿Oís podrirse los duraznos en el granero,
al atardecer, mientras las fechas del reino
caen de tos tronos
y el viento las amontona, las dispersa y olvida?
Yo pienso en el gusano.

Si bien Eduardo Anguita reconoce cierta hermandad de procedimientos formales con el surrealismo y la paternidad poética de Vicente Huidobro, cuya voz resuena en algunos de sus versos ("Vivir, morir, ¿qué color, qué movimiento os distingue?"), la suya es una poesía esencialista y metafísica, —en cierto sentido religiosa—, centrada en el pensamiento y dirigida al conocimiento, que no se prodiga en elementos sensoriales, sino se vuelca sólo en las imágenes estrictas y cuidadas que considera necesarias para su expresión.

Estas características, que pueden atribuirse a su obra en general, aparecen más acusadas en las últimas producciones de Anguita, especialmente en su largo poema, Venus en el pudridero, que consta de aproximadamente cuarenta páginas, y se encuentra dividido en doce partes de extensión variable, sin títulos o designación.

En las primeras estrofas se refiere al momento en que el acontecer da cuenta de su propia fugacidad.

Abuelo, abuelo, nómbrame siglos sin pestañear, en un instante,
antes que el ruiseñor concluya la nota de su silbo.
. . . . . ¿Quién osa alzar el Tarot vertiginoso?
Todas las fechas están prontas, o marchitas, como nunca nacidas.
Niño y anciano: en este instante tenéis la misma edad:
Sólo un instante:
¿no habéis empezado? ¿habéis terminado?
¡A qué pensar en el gusano!

En la segunda parte, (¿o segundo canto?) el poeta descuida en cierto modo el tono filosófico —nunca completamente— y se entrega a contar lo que los amantes hacen cuando están juntos, "lo que yo hice y sentí en aquel huerto de espigas corporales", introduciendo en su descripción una estrofa completa tomada del Kama Sutra y compuesta de nueve versos. No es la única cita textual de poesía ajena contenida en el poema. El tema de fondo: "Oh vida, en qué te diferencias de la muerte, me pregunto" se enriquece con sentencias de Séneca y de Heráclito, "Una luz apagada vale lo que otra aún no encendida" y "El camino es el mismo de subida que de bajada" o con versos de Jorge Manrique "daréis lo no venido por pasado", perfectamente mimetizados con el ritmo del poema.

En las restantes partes, el poeta se muestra desconcertado y derrotado por la incapacidad de permanencia del mundo sensible, al mismo tiempo que exalta el amor como idea en el sentido platónico:


"¿Siempre ha de ser así, más fuerte el Amor que los amantes,
los actos más que ellos mismos, de modo que dormidos,
si abren de pronto los ojos, aterrados contemplan
que el Otro, el Tercero, ha huido y de ellos no quedan
sino dos cadáveres inocentes?".

Eduardo Anguita empezó su vida literaria en 1933, escribiendo sonetos de vanguardia. En 1950 publicó el libro de poemas Palabra Perpetua. Otras de sus obras son Definición y Pérdida de la Persona y Liturgia. Por todo ello, en el pasado mes de agosto obtuvo el Premio Nacional de Literatura 1988.




 



 

 

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Por Agata Gligo
Publicado en Mensaje, N°372, septiembre de 1988