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LA INVALIDEZ A LA QUE LLEVA LA ESCRITURA*

(desde la poética de Jorge Martillo Monserrate)

Ernesto Carrión

 


PRIMERO

Hablar de los propósitos y órdenes creativos de cualquier obra o poeta en particular ha de ser siempre labor inquisidora, esclarecedora de ciertos márgenes estéticos y morales atribuibles de manera más correcta a quien realiza el estudio o el proyecto de entender una obra, que al generador de dicho trabajo en sí. Por esto, y por muchos otros elementos que tienen que ver más con la capacidad deconstructora de un texto, al igual que con la libertad ejercida por el arte -en el ámbito de la interpretación- es que considero este oficio como necesario en el propósito de ir limpiando las vías de la poesía de juegos de abalorios o de discursos abúlicos que no intenten siquiera acercarse al enigma del mundo. Pero a su vez como un oficio de canallas, en el que siempre quedamos debiendo y donde siempre nos quedan debiendo en el mejor lugar del mundo: el poema. Espiar es un acto de por si poco amistoso. Y espiar, escudriñar, y hasta perseguir es lo que hacemos cuando estudiamos una obra en particular. Concientes de que "las teorías de un hombre sobre el lugar y la función de la poesía no son independientes de su visión de la vida en general".

Por otro lado la conquista del lenguaje (para quienes se lanzan en el ruedo de hacerla) es una capacidad que pasa de la necesidad y del destierro a la tiranía; y que ha mostrado que no ha de servir sino de receptáculo o puente por donde vagan los proyectos, afectos, deseos, memorias, mentiras, dolores y demás experiencias -accidentales o no- que nos mantienen en distancia o en cercanía con lo que llamamos mundo. Porque el lenguaje de la poesía, a pesar de tener intenciones comunicativas e intentar volcar la supuesta intimidad de quien la escribe, hacia un orden humano que maneja diversas concepciones éticas-estéticas del entorno (obviamente con el deseo de derrocarlo, abriendo las interrogantes de siempre) nos arrastra a un desamparo donde la ambigüedad es lo único que impera; ya que el lenguaje sagrado, inteligible no puede existir. Escribir es precisamente esa contradicción que hace del fracaso de la comunicación una comunicación segunda: palabra para el prójimo pero palabra sin el otro.

Sin embargo el poeta está destinado a elegir, y toda poesía vota por su existencia. Comienza entonces una meticulosa vigilancia de lo vivido, que sumada a las experiencias de lectura y a los propósitos que nacen de la íntima necesidad de narrar algo, van fabricando un particular estilo de escritura. Siempre bajo la humilde premisa de ser comprendidos o incluso, algunas veces, sólo hasta de ser leídos.

Y es en este rescate, en este escudriñamiento, en este intento desesperado del escriba por inventariarlo todo (condición más que evidente en la poética de Martillo) donde escuchamos a Hegel repetirnos: el arte sigue siendo para nosotros, por el lado de su mas alta destinación (Bestimmung) algo del pasado (ein vergangenes)" "el arte que se erige como autorreflexión propia, que puede únicamente avanzar como pasado o no avanzar del todo, callándose triunfalmente sobre su propio fracaso" . Momento que todo poeta presiente, y que de poseer la madurez necesaria, lo hace. Accediendo a ese silencio que le es impuesto por la palabra y que, en definitiva, es el único origen.

Que quede claro entonces que el artificio del que nace la escritura es lo único que puede redimirla; ya que sólo la negación del lenguaje da acceso a la ausencia de límite de lo que es, que es nada. Y que lo que les molesta del mundo, a los poetas, no es su representación, sino su falta de transparencia. Falta de transparencia que va evidenciándose más, a medida en que aparecen nuevas formas de narrar la misma angustia.

Esta es la relación constructiva y destructiva que debería atravesar todo poeta con el lenguaje. La transformación personal y ficticia de su mundo aparentemente organizado por el poema que es en si mismo la fuente de todo mal.

Y es en esta invalidez a la que lleva la escritura -que se abría primeramente al mundo como una posibilidad de comunicación-revelación para los otros- donde el poeta se arroja a la autorreflexión propia, a la evocación y transmisión más que a la comunicación. Apoyándose en el absurdo supuesto de que su tránsito personal por el mundo es o debe ser necesariamente el de los otros y, por lo tanto, universal. Apartándose, casi sin evidenciarlo, del resto de sus prójimos, mientras eleva sus poemas intimísimos en búsqueda del esclarecimiento de su sino y de su tranquilidad personal. Cabe recordar aquí la acotación de Octavio Paz sobre la condición dual y solitaria del poeta: siempre con un pie sobre la tierra y el otro a distancia de ella.

Sin embargo no todo está perdido, pues esta invalidez a la que lleva la escritura -sobre todo la autorreflexiva o perseguidora de uno mismo-, posee una fuerza creadora en el seno del poeta. En palabras de Jorge Riechman: Toda la Buena poesía es poesía didáctica. Autodidáctica, para ser mas precisos: enseña al poeta que la escribe cosas (sobre si mismo y sobre el mundo) que el desconocía. Lo peor (casi) que puede decirse de un poeta, es que ninguno de sus poemas le enseñó nunca nada.

De esta manera la poesía de Jorge Martillo Monserrate propone un transito trágico y desesperanzador donde nada es salvado ni salvable. Y donde lo único que le queda al escriba es convertirse en esa especie de detective salvaje, que va tomando apuntes de los seres y cosas que aparecen y desaparecen por sus calles y casas mientras sus pertenencias se amontonan en lugares entregados a la pesadilla. Donde las ruinas crujen alrededor de sus muertos que se van apropiando lentamente de lo poco que le queda de libertad a su memoria. Ráfaga que de por sí se encuentra ya deteriorada por la fantasía del mundo que no tuvo nunca, por los excesos del alcohol, o por la misma intención de arriesgarse a adornar su barbarie.

La obra de Martillo, a mi parecer, puede dividirse en tres etapas:
......... - La etapa que comprende exclusivamente su libro Aviso a los Navegantes.
......... - La etapa que comprenden sus libros: Fragmentarium, Confesionarium, Vida póstuma y Maremagnum.
......... - Y la etapa que comprende su último libro llamado provechosamente Últimos versos de un poeta decadente, que hace menos secreta la pérdida del poeta y del sujeto.

Y es a partir de esta clasificación que comenzaremos la lectura.


AVISO A LOS NAVEGANTES: ULISES EN LAS TABERNAS DEL PUERTO

(…) y si cayera la Ciudad y un solo hombre
escapara
llevará a la ciudad dentro de él por los caminos del exilio
él será la Ciudad

José Emilio Pacheco

Aviso a los navegantes, como bien afirmara Cristóbal Zapata en su ensayo sobre los novísimos, instaura una nueva manera de hacer poesía en Guayaquil. Forma que marcaría prácticamente la lírica de los años noventas dejando en el puerto un grupo de poemarios que intentarían sumergirse en la hazaña que realizara este libro: hacer de la ciudad una extensión orgánica en la cual se desparrama un discurso subjetivo concentrado sobre todo en el YO poético, de la mano de la pesadumbre y de elementos culturalistas y clásicos, sometidos obviamente al rigor del trópico. Así desfilan poetas como Mario Campaña y su libro Cuadernos de Godric, Marcelo Báez y su libro Puerto sin rostros, Luis Carlos Mussó y el Libro del Sosiego, Ángel Emilio Hidalgo y Beberás de estas aguas, por citar unos cuantos. Si bien, por otro lado, ya existía el establecimiento de escritores como Fernando Nieto Cadena y Paco Tobar García en la escena literaria del Puerto (quienes de por si hundían los orígenes líricos en el corazón de la ciudad), hay que recordar, sobretodo, que el coloquialismo de Nieto Cadena varía cuando cambia de residencia, y que su poesía -a pesar de que se mueve sobre la ciudad- lo hace con mayor fuerza sobre el apego a la identidad, sobre la música salsa y otros géneros marginales, sobre la jerga popular y sus apropiaciones. Al igual que Paco Tobar García, quien a pesar de afincarse en Guayaquil, debe ser considerado sobre todo un poeta cósmico, más que de cualquier país o urbe.

De las dos líneas en la poesía norteamericana: la que viene de Whitman (coloquial y prosaica de donde mas adelante se nutriría la generación Beat) y la que viene de Poe (esteticista y compleja de donde se nutrirían poetas como Pound, Wallace Stevens, T. S. Eliot) la que le interesaría a Martillo, para empezar su trabajo poético, seria la primera. Reconociendo entre los atributos (de esta llamada poesía de la experiencia aparecida en los sesentas) cierto hermetismo y dificultad, al igual que su carácter culturalista que va enlazando el surrealismo de la vanguardia con las técnicas del collage. Poemas en los que recurrentemente encontramos alusiones al cine, a la música jazz, al blues, al comic, etc...

Todos estos, elementos que emplearán los escritores siguientes dentro y fuera de Guayaquil, aunque dejando bien marcada la distancia con Martillo. Asi, aparecerá en escena el esteticismo hedonista de poetas como Roy Sigüenza y Franklin Ordóñez (marginales como Martillo, pero en este caso, desde su sexualidad) y no menos nutridos de una pura tradición Cernudiana. El a veces irracionalismo humorístico de Pedro Gil (quien abrazará la consigna marginal como emblema). El confesionalismo casi autobiográfico en poetas como Cristóbal Zapata. Y el ruralismo conceptual y semiológico, por así llamarlo, en el poeta Galo Alfredo Torres.

Aviso a los navegantes, deja marcadas estas pautas. De ahí se lanza a una exploración por la ciudad y sus lugares de preferencia. Se trata de una voz marginal reflexiva, que obtiene un paneo poderoso de Guayaquil en un frágil reordenamiento de su memoria:

recuerdas aquellas cervezas en la oscuridad del melba/ esas lenguas enroscándose como serpientes en el barrio las peñas/ la ropa tendida en los ventanales carcomidos por el tiempo/ el rumor de las lanchas cruzando el río entre el verde manto de lechuguines/ aquel par de borrachos abrazados y casi llorando/ acaso guardas mis palabras cuando el sol caía como naranja chupada/recuerdas qué hora marcaba el reloj del puente en la calle de la amargura/ mi índice lujurioso mostrando el camino de los polvos/ el chillar de los félidos alunados al llegar a la fortificada ciudad del amor/ acaso la grotesca figura que formó tu vestido en el piso/ mis manos sobando la porcelana de tus senos inflados/ mi entroíto de armadillo en tu hendidura de durazno/ tus piernas atadas a las mías como piola de cometa en cables eléctricos/ recuerdas mi lengua en tu pelaje húmedo como laguna donde ahogarse

Desde su primer poema -Plegaria del Navegante- la voz poética se arroja hacia una introspección bucólica, consagrada a la muerte, transparentándose en una declaración fiel de su destino, donde esta suerte de Ulises preferirá entregarse o resignarse al dolor de la escritura y del movimiento constante, reconociendo a su vez esta autodevoración fungida por la palabra que tendrá que atravesar (y que atravesará Martillo hasta el ultimo de sus libros) en la medida en que su facultad falsificadora intente ir purgando sus temores:

viento y mar podrían conducirme donde mi amada
desteje pretendientes o
a los lagos de averno y lucrino: oh el castigo es vivo y palpable
mis manuscritos tiemblan como peces bajo el agua
viento que sopla de popa/ negra nave que asciende lomos del ponto/ frigio/ sigeo mar
del sonoro canto de sirenas: cera derretida en los oídos
y amarras ciñendo al mástil mi cuerpo podrán salvarme/
mas quien de las furias de eolo y Poseidón:
cuiden mis regresos/ el azote de mis palabras en el papel/
el impulso del vino
que el amor sea un infinito batir de olas

si Virgilio exclamo: que tierra ya, que mar, puede ofrecerme refugio
que podré yo decir/ escribir/ adonde ir: oh viento/ oh mar

No hay intención -en la voz poética- de salvarse o de evitar el tránsito que le ha impuesto el destino. Más bien existe una aceptación total del desarraigo. Una voz que, a diferencia de otras, no intenta ennoblecer su realidad. Diría, más bien, que hay un obstinado empeño en todo este libro por separar el arte de la vida; ya que en Martillo existe una marginalidad doble: una cifrada por las palabras que emplea, lugares que transita y costumbres que va mostrando en una cantidad considerable de poemas. Y la otra su condición marginal frente a un sistema social establecido, en el cual no puede funcionar, o no le interesa. Así aparecen también otras costumbres buenas del poeta como su apego férreo a la bebida, que le brinda compañía durante el viaje, y que no dejará de rendirle homenaje en ninguno de sus libros:

Bebed/ bebed suplica el ebrio con las manos crispadas en la copa/ es una tentación: callo y empiezo a destejer sueños/ a recuperar fantasmas en los aposentos de mi castillo/ franqueando la fosa/ el laberinto de sus escaleras/ y llegan a susurrarme historias de espejos mudos y amoríos eternos/ oh sus palabras son soplos fríos/ y al pintar al alba se marchan/ vuelvo a transcurrir en más fantasías: ríos de aguas infinitas/ y converso con amigos asesinados en días grises/ me anuncian puñaladas/ seremos vecinos digo y ríen felices (…) oh necesidad de embriagarme/ de encontrar la nave sé escondida en la neblina del mar (…) bebed/ bebed: otra vez el grito/ la tentación que intenta vencer/ callo y mientras el licor viaja por mi cuerpo/ pienso en la nave anclando en el puerto perdido

Además de ofrecer la voz de este Ulises arrojado a una ciudad despedazada por la cotidianidad y el desamor; Martillo ofrece en esta etapa una poética dueña de un pastizaje bastante peculiar donde encontramos elementos clásicos, elementos de la poesía Beat, equilibrándolas con imágenes arrancadas del más puro surrealismo.

Ante el problema moderno de su falta de pertenencia con el mundo, existe la intención oculta de ir preparando la voz de un condenado (leer los poemas de las páginas 69, 71, 75 hic novae vital porta est, terra incognita, katábasis) que ocupará la segunda etapa de su quehacer poético. Estamos ante su libro de mejor factura; libro en el que su búsqueda, a través de la escritura, se tornará su propia derrota. En el que logrará amalgamar una cantidad considerable de referentes culturales, que van dejando rastros de su sensibilidad y carácter:

(ausente la negra banda de Jazz no sollozaría un spiritual
o flee as bird to the mountains
algún compañero pensando que el caería en la guerrilla
y otro en como financiar mis funerales
a paso lento llegaríamos a la ciudad pintada a cal
y enverdecida por los ciruelos
.........

afuera alguien esta gritando locuras
las ballenas han apagado sus grifos y bostezando esperan que cambie
la luz del semáforo
pedazos de periódicos lamen el suelo como a culos en
higiénicos de cines porno
un viejo ha sembrado margaritas en la punta de su bastón y silba/
y silba hasta llegar al cielo
.......

Martillo se sirve de la ciudad, como mencione antes, a manera de una extensión orgánica de su propia voz. Discurso ambicioso no solamente por tocar los temas comunes de la lírica: la muerte, el amor (en la figura de una niñamujer que el autor nombra constantemente), el tiempo, el sentido de la existencia, etc. Sino por lograr que su discurso cohabite en su entorno real y poético, con sus vicios y obsesiones. En fin poemas donde ubica sirenas en las esquinas, hace ballenas de los buses, y de los buses navíos, hace de la cerveza su mar de oro liquido, donde no solamente arrastra a hippies o a músicos negros en su travesía, si no que también lleva a escritores como Faulkner o Malcom Lowry (uno de los grandes bebedores de la historia) hacia las tabernas del puerto. Poemas donde Ulises navega día tras día, en este mismo mar de alcohol, sin importarle verdaderamente ninguna Itaca, consciente de que su destino esta en ninguna parte y de que su condena, lejos de ningún sino, el mismo la ha ido cocinando a través de este viaje. Fortaleciendo ese verso que reza que el poeta si se pierde es por sus propias manos.


LOS REGISTROS DE UN CONDENADO

Pero la maldición vivía para él
en el ojo de los muertos.

Malcom Lowry


De la segunda etapa poética de Martillo formada por sus poemarios Fragmentarium, Confesionarium, Vida Póstuma y Maremagnum (este formalmente dentro de su libro Ultimos versos de un poeta decadente) se desprende una voz confesionaria, atormentada y cotidiana que hace uso de una simplicidad oral, y de una brevedad, que si bien tiene logros positivos en Fragmentarium (por no existir quiebre alguno en todos sus cantos) en otros casos como el de Confesionarium o Maremágnum, cae en una simplicidad que, si bien podría ser intencional, no aporta mayormente al discurso lírico; si no que propone una peregrinación por la sombra, que muchas veces conduce a su lector hasta las orillas del tedio.

En Fragmentarium, que da inicio a todo este registro del Condenado, aparece una construcción verbal que, en completa y devota confesión, no busca únicamente redimirse sino también encontrarse a través de la elaboración de un discurso, intentando alejarse de su propia voz que es quien esgrime el castigo que no ha de ser otro que el estar en el mundo. Entendiendo que sólo lo fragmentario, cuya integridad reside expresamente en la mutilación, en la ausencia de punto final, puede ser inmune a la luz:

Se evidencia, desde un canto no numerado, que abre el libro, un desdoblamiento, realizado por el poeta, que nos remite a aquella propuesta occidental que inscribe la escritura como posible, únicamente, desde el espacio virtual de la auto representación y de la duplicación. Alternancia dialéctica de presencia y ausencia que termina en un interjuego metaléptico entre lo precursor y lo tardío. Voz que, más que atormentada, fragmentada, lucha por ser en la medida en que rehúsa ser eso que la puede definir:. Cito:

Podría decir que era un pecador
Que sus confesiones lo conducían al infierno.
Creía en ángeles como en demonios.
Señor, sus extravíos inquietaban mis horas.
Todo confesor es cómplice, un catador de faltas.
Si no expresamos el infierno la oscuridad nos condena.

Tránsito por el infierno personal de Martillo, autoexorcismo que no logra rescatarlo del abismo por el que nos guía: un mundo que se desvanece a medida de que se lo nombra o mundo que se desvanece se lo nombre o no.

La poética de esta segunda etapa de Martillo, gravita, como mencione anteriormente, alrededor de una brevedad excesiva, ya no aparecen referentes clásicos, ni la ciudad emergiendo de cada poema, ni ese pastizaje beat del que hiciera uso en Aviso a los Navegantes. Sin embargo, a pesar del desdoblamiento realizado por Martillo, estos cuatro libros están inmersos todavía en el discurso subjetivo del YO poético. Discurso que en Confesionarium encuentra su mayor debilidad; ya que la voz (que intenta sigamos constatando su itinerario doloroso) se llena de una simplicidad que obedece a su completa oposición hacia formas más refinadas o elaboradas, sin alcanzar esa tenacidad en la economía del lenguaje de la que hablaba Cicerón.

Siguen dentro de su universo poético, la ausencia del amor, la ebriedad permanente, las pesadillas de ángeles y demonios (posiblemente alumbradas en deliriums tremens), en definitiva su confesión absoluta como un ente marginal que sólo puede violar buenas costumbres y avanzar hacia el pasado en búsqueda de su fracaso, de su silencio. Entonces sigue registrándolo todo. Cito:

Los domingos apestan a cerveza rancia/ toda alegría se detiene/ la espuma resbala al vacío/ me siento atrapado en pozos que habito para morir/ nada cambia, la muerte es cada esquina, en cada pesadilla/ Sólo sé que la cerveza me colma como una mujer que ríe/ sólo sé que el domingo avanza como una luna apedreada por los amantes

En Vida Póstuma sus anotaciones se vuelven más palpables, más concientes. Se realiza una descripción detallada de las pertenencias del poeta, una observación rigurosa de su entorno, constituido fundamentalmente por la necesidad de huir o desvanecerse.

Se sostiene el discurso elevado desde Fragmentarium, con su ya conocido: Yo pecador me confieso, emblema de Jorge Martillo que pretende mostrar su sinceridad absoluta, incluso, hasta consigo mismo; en una sociedad llena de patrañeros y de abusadores, los unos de los otros.

El lenguaje de este libro, sigue sumido en el arte de la brevedad; pero a diferencia de lo sucedido en Confesionarium, aquí gana fuerza en ese despliegue comprometedor de su caos y en esa completa vigilia por la que nos introduce la voz poética.

Vida Póstuma es, sin duda, un recuento casi puntual de un poeta, sobre ese desierto tiránico que lo rodea y sobre esos bienes terrenales que ha ido apilando en su morada. Sobre ese intento de orientarse, que engendra en sí toda escritura, ese saber donde se está, para entender hacia dónde se dirige.

Aquí el hombre, como afirmara Cayrol no nace de la mirada ajena sino primeramente de su propia mirada a una pluralidad de objetos:

Mis prendas quedarán colgadas detrás de una hoja de puerta/ les caerá láminas de polvo/ les caerá el vacío/ les caerá mi ausencia/ mis camisas colgadas del cuello atrapadas por el anzuelo del cáncamo/ los hombros derrotados como puchos de cigarrillos/ las mangas simulando al espantapájaros que regaló los sembríos a las aves/ los cuellos lascados como cuerda de suicida/ los botones sin los abrazos de los ojales/ los bolsillos repletos de nada/ mis camisas sucias tendrán grabados mis últimos días/ el olor de las mañanas/ el hedor de las tardes/ el carmín de la amante que dijo hasta luego y no dijo adiós

La constante alusión a la muerte ( a su muerte ) es el detonante que mueve toda esta experiencia. Un poeta que , como anuncia a través del libro, ya despojado de la máscara atreve a extirparse la memoria, con estos ejercicios. Con esta labor detectivesca de Martillo con su propia vida; haciendo de la escritura, ese movimiento y acontecimiento. Esa intención de encontrar dirección posible.

Voz poética llena de vacilaciones que denota el deseo del desvanecimiento del sujeto y del poeta. Pienso, una voz más clara, llena de prosaísmos, que a su vez propone el final de esta etapa, más concretamente en Maremágnum donde Dios sigue siendo ruin, donde el poeta saluda todavía a esas formas oscuras que son sus únicas compañeras y sigue bebiendo las 17 cervezas del domingo, religiosamente.

La escritura empieza a menguar de la mano de Martillo, y ante este acontecimiento que el poeta presiente, surgen sobre él incógnitas que van cuajándose en una constante contradicción. Nos anuncia o se nombra vivo, luego muerto y feliz, a ratos triste, conforme, para luego tornarse disidente. Desplazamiento de incógnitas, donde lo único que busca el poeta es definirse. Cito:

Uno busca trampas para caer/ para sentir insano o sano placer/ eso no importa/ vivir es la consigna/ caminar por la cuerda floja
……….

Ni pienso, ni existo, ni nada/ bebo religiosamente todas las noches
………

Estoy feliz/libre de preocupaciones/ no tengo que pagar la renta/ ni cuidarme del sida/ ni saludar a nadie/ he muerto/ qué felicidad/ lo mejor de la vida ha sido morirse
………

No queda más que irse a casa/ hundirse en la oscuridad del lecho/ en las líneas de un verso que desea expresar lo imposible
………

soy un pecador/ soy una mierda/ soy humano y me duele serlo
………

La franqueza que exhibe Maremágnum, toma matices cada vez más banales creando simultáneamente un deslizamiento hacia sus obras anteriores, pero llegando a la vez, a ese lugar de cielos sombríos -que es la tierra- habitado por muy pocos hombres meritorios de los que pueda hablarse; lugar que alguna vez mencionó Celan, donde existirían -de igual manera- poquísimos poemas.

La imagen de la ciudad (tan bien trabajada en Aviso a los navegantes por Martillo) es rescatada, en este libro, y con mayor fuerza hacia el final, a través de la acumulación de los días y las rutinas que emplea la voz. Rutinas tan ordinarias, aquí citadas con desparpajo, como ir a comprar el periódico o el desayuno. Bordeando con frecuencia la simplicidad que intenta por momentos ganar rigor, a fuerza de reflexiones sicológicas y filosóficas, que salvo pocos casos, logra su cometido.

Maremágnum
no realiza detenidamente, como su libro anterior, un inventario de sus pertenencias, despojadas del poeta; sino que mas bien, fluye en su contradicción de ser y no ser, de mano de un lenguaje despojado de artificios y de imágenes elaboradas con esa paciencia extrema que emplean otros poetas; donde, a mi parecer, gana únicamente en honestidad de la más cruda:

Fui un hijo de puta/ mentí/ fingí/ hurté/ nunca dije basta/ ni ya es hora de parar/ viví en moteles amarrado a sábanas y sudores/ escribiendo en las paredes "aquí desnudos fuimos felices"/ fui un hijo de puta


LA INVALIDEZ DEFINITIVA: CLARIDAD DE UN POETA DECADENTE

Pero, ¡qué sucede cuando el poeta llega a lo desconocido?
Acaba por perder la noción de sus visiones.

Arthur Rimbaud


Últimos versos de un poeta decadente , como el título anuncia, es el tomar conciencia de Martillo hacia su voz extenuada. La Poesía le ha mostrado sus derroteros y lo ha llevado, a secas, por el laberinto de su cotidianidad en el deseo de extirparle algunos poemas. Esta última etapa de Martillo está cifrada por su regreso a la ciudad, que le ha indicado que nada pudo hacer para acabar con ella. Voz que llena de desaires y rudezas, e incluso de enfermedad y hastío permanece inquebrantable en cada canto donde conjuga su deseo de venganza con la continuidad de su fracaso absoluto.

Se mantiene la intención poética de enunciar con descaro sus ruinas, cada vez con mayor vulgaridad y simpleza, que no tienen otra función que la de propagar su condición marginal. Cito:

Ojalá que en tus baches se inyecte el sida/ porque el fuego/ las pestes/ los piratas/ tampoco los políticos y financistas/ lograrán destruirte
……..
Demonia/ si no puedes darme de beber/ aráñame la cara/ es noche y hace calor/ las ratas del estero han invadido mi casa/ saltan como putas antes de venirse

Poesía libre de relieves donde Martillo, desterrado tanto de la palabra como de la vida, no posee más discursos que decir, ni ánimo alguno para continuar su viaje a través de la palabra.

Presumiblemente inconsciente, el texto se torna lento, casi estático; a pesar de que en " A Bordo de mí mismo" cite algunos lugares por los que ha transitado. Diría más bien, excusa, para volver a la ciudad que él mismo llamo Maldita y en la que sabe, debe acabar.

Koheleth decía que"Todas las palabras trabajan hasta el agotamiento", precio considerable sentido en este poemario, donde no existe otra angustia que la del poeta que va perdiendo sus facultades. Cito:

Eso sí la poesía me abandono/ la poesía me abandono/ daría lo que me resta de existencia por un solo verso/ podría describir más travesías/ pero sé que será inútil

Y es esta anunciación que realiza Martillo, sobre su futuro como poeta, que muestra su conciencia como creador. Que arroja luz sobre todos estos años de escritura en los que, a pesar de hacernos partícipe de una voz fragmentada, bucólica, maldita- por momentos-; ha trabajado con paciencia y en pleno conocimiento de su fin. Esto es lo que hace, finalmente de su obra, un trabajo global y un testimonio visible de esa relación constructiva-destructiva que sucede entre el poeta y la palabra.

PARA TERMINAR

Muchos han sido los poetas que, a través de los tiempos, han abandonado la escritura, o la vida sin la escritura. No sólo porque la escritura demuestra su fracaso comunicativo, o hace de gala de ello; sino también porque el escritor que, obligatoriamente debe padecer esa dualidad mencionada por Paz, no puede ver la realidad ubicada frente a él, como el resto de sus semejantes. Esto evidentemente debe conllevar a desplazamientos en el campo social y sicológico de un hombre. No intento acudir a algún precepto de Heiddegger, si no aclarar que, a mi parecer, es oficio o condena de todo poeta el escudriñar como un animal en acecho; el ahondar como un sicólogo-filósofo- antropólogo, siendo algunas veces, incluso él su sujeto de estudio; y el burilar con las propias manos las vísceras de la realidad. Allí donde los demás sólo se concentran y conviven sin cuestionarse. Siempre con la posibilidad de extraviarse en el asco o en la locura.

No creo de ninguna manera en la poesía como refugio, creo más bien en la poesía como destierro, como tiranía. La pienso un súcubo enorme que ha absorbido -a través de los años- a poetas como Hölderlin, Rimbaud, Pavese, Celan, Artaud, Pessoa, por nombrar algunos, para luego abandonarlos destrozados. Y entre esa vasta galería de poetas que existe -obviamente no la que he citado- (esto lo realizo por placer personal, más que ilustrativo) hay quienes se dejan absorber por ella hasta perecer plácidamente, posiblemente publicando poemas de calidad limitada o acampando temporadas en el alcohol, para volver al infierno. También hay quienes logran abandonarla antes de que ella los abandone exangües. Y obviamente, también existen los últimos, aquellos que, avizorando la futilidad y el extravío (o ya perfectamente extraviados de la vida común), y cerca de que ella los ultime, deciden darse muerte por mano propia.

La poesía que los invalidó -aquella que hasta nuestros días no nos atrevemos a definir, pero que intuimos existe- siempre se entiende mejor en palabras del propio Pavese:

Y acordarse sobre todo de que hacer poesías es como hacer el amor: nunca se sabrá si el propio gozo es compartido.

Vacío de no significar que nos significa. Atisbamiento del horror más puro, haciéndose palpable, mientras el escritor ejerce su trabajo. No hablo, obviamente, de la narrativa que puede funcionar ficcionando, si desea o no, y que tiene alcances sociales superiores al igual que una comunidad mayor de lectores. No del teatro, que desde sus inicios reconoce su origen en el reclamo social. Hablo de la poesía, que no puede ser de ninguna forma de orden político, moral o religioso (sin dejar de serlo). Que no es objeto de deleites mayores. Hablo de la poesía que nace de la disidencia y de la contemplación pura. Que debe provocar la pregunta que nos conlleve al entendimiento de nuestra condición de errantes (quizás). O al menos a la irritación necesaria para cuestionar nuestras formas de vida y nuestra razón de vida, siempre sin motivos.


*Texto leído en el marco del Encuentro de Literatura Ecuatoriana "Alfonso Carrasco Vintimilla", durante el mes de noviembre del año 2005.


 



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(Desde la poética de Jorge Martillo Monserrate).
Por Ernesto Carrión.