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Sobre Demonia Factory de Ernesto Carrión

Por Juan José Rodríguez


Hace algunos meses el poeta Ernesto Carrión me pidió que escribiera un prólogo para su libro recopitario titulado La Muerte de Caín. Tras una lectura acuciosa de esos materiales –algunos de los cuales yo había conocido previamente en la colección cuencana La Honda de David- emprendí la escritura de un texto que, por razones más bien circunstanciales, no vio la luz. Sin embargo, algunas ideas respecto a la poesía de Ernesto Carrión quedaron relativamente claras en mi mente. El poeta se había planteado escribir una especie de disangelio –como decía Nietzche- a partir de su Libro de la Desobediencia, mediante una escritura que, por su poderío imaginístico, llamaba vigorosamente la atención. El empleo del monólogo dramático (herencia de Browning, mediante el cual Carrión habla como Dylan Thomas o el bandolero Billy The Kid), el cambio de registro estilístico que avanza desde el surrealismo hasta el neobarroco (donde la imagen surrealista no se ha perdido sino que pasa a formar parte de un registro más aglutinador) que caracteriza a La Bestia Vencida y a Demonia Factory son algunos de los elementos compositivos más evidentes en su escritura. Sin embargo, lo que me hace apreciar de modo más insistente su trabajo como poeta es el hecho de que Carrión se ha desmarcado de dos tópicos presentes en la joven poesía ecuatoriana: un aburrido coloquialismo y una poesía del silencio que ha llegado, al menos a ratos, se ha vuelto un poco estéril y tópica. En esto coincide con David G. Barreto. Ambos autores, Barreto por un saludable exilio geográfico y Carrión por un exilio menos adjetivable, han hecho propuestas renovadoras y lúcidas. Sin embargo, no es único punto en que Carrión y Barreto están enlazados. El inédito Diálogo de los gentiles de Barreto como el premiado Demonia Factory coinciden en que sus autores los crearon como libros proféticos, alucinatorios y raramente emotivos.

Algo que llama la atención en Demonia Factory de Ernesto Carrión es que, a diferencia de sus libros anteriores, “La máquina de las demonias” está concebida como un artefacto. Es decir, el libro se convierte en un soporte visual, maniobrable. Esta concepción del libro es nueva entre nosotros, aunque tiene precedentes en otras tradiciones poéticas (un ejemplo es Manchas nombradas del español José Miguel Ullán). El tema de este libro es lo femenino como una apelación romántica y demonológica. El inventor ha creado un artefacto para sacudirnos de nuestro sopor mostrándonos lo que el psicoanálisis lacaniano denomina “lo real”. La imagen de la mujer (rizoma con rostros) aparece en este libro de Carrión como lo amado-abyecto, como el reverso romántico y misógino de ciertas esculturas de Cindy Sherman. El libro-máquina Demonia Factory produce muchas veces el efecto NO deseado: la anagnórisis, el reconocimiento de uno mismo en lo leído. La historia personal ha sido traducida a una contra-escritura posmoderna, cubista y “neobarrrosa” del remedia amoris, donde el amor es una experiencia vívida de lo apocalíptico. Evidentemente, por esa razón no son escasas las cronotopías de la intimidad, con un acento curiosísimo, a veces como una profecía en tiempo pasado: “Leíamos muy juntos e intercambiábamos ideas sobre una nueva pareja que lograría invadirse tanto que no importaría el orden de sus genitales”. Juan Luis Martínez, autor de un libro de culto llamado La Nueva Novela, ha dicho, parafraseando a Wallace Stevens que la “realidad sólo es la base, pero es la base”. La realidad aparece en Carrión como el espacio donde la máquina visual y textual llamada Demonia Factory reinventa la biografía.

Demonia Factory es un libro cuyas características no sólo están marcadas por la impronta del monólogo dramático, sino por el teatro mismo. Las prosas poéticas intercaladas funcionan a la manera de las estrofas, antistrofas y epodos del teatro griego. Sin embargo, no funcionan sólo como elementos de exaltación dramática, sino también de epifanía poética. La segunda voz, por ejemplo, se destaca en negritas, como los coros, como el pie dramático de los acontecimientos.

Sin embargo, no debemos pensar que Demonia Factory es sólo una recreación del teatro, desde la poesía. Aunque Carrión se refiere -en una secuencia de citas misóginas- a una obra de Esquilo, la propuesta cubista y “neobarrosa” del poeta hace que su texto no se agote bajo la noción de poema dramático. Como dije, “la máquina de las demonias” es parte de una cierta sensibilidad de la poesía contemporánea que pretende crear textos autotélicos y, en cierto modo, totalizantes. La experiencia biográfica está planteada como experiencia visual, como un esfuerzo por totalizar, por hacer absoluta la experiencia del lector. Mediante un trabajo para-escultórico –cubista- sobre las palabras, el poeta aísla sobre la página los sintagmas, los versos, encabalgándolos, cortándolos. Así, destacando y diferenciando, procura recrear visualmente la tensión dramática que produciría la lectura en voz alta de dicho texto.

Si la composición visual y espacial del poema y la disposición de sus voces internas son eminentemente cubistas, el fraseo y el ethos imputable al planteamiento poético es barroco (“neobarroso”, en realidad). La abolición –bajo el arbitrio de la pluralidad- del yo romántico es objeto de una interpelación psicoanalítica (“¿estamos todos en esto?”) de cualquier sujetalidad estable y prefigurada. Además de esta noción de una sujetalidad excedentaria, lo barroco se aprecia en el hecho de que el texto parecería dar cabida a toda clase de registros textuales: desde el pastiche misógino a la cita shakesperiana, desde la referencia a los Beatles hasta las alusiones a la novela gótica. De todos modos, el poema de Carrión no se agota en la mera propuesta conceptual: es un trabajo emotivo, vivaz. El lector más sencillo podrá acceder a este texto porque las apelaciones emocionales son como esas punzadas que queremos evitar a toda costa, a veces expuestas como salmodia (“cuando hay fornicación”) como cronotopías de la intimidad (“en casa bebíamos el vino del Caribe”) o como glosa de una canción de trova (“y un manojillo de escarcha”). Por allí, Carrión evita caer en la mera exhibición de destrezas técnicas y evidencia una profunda capacidad de evocación. Este tratado sobre la demonología, aunque en muchos aspectos es también un testimonio de la abolición del yo, es también una balada visual sobre el amor y su arruinamiento, sobre la mujer y la polución de su presencia. Libro profético y emotivo –chorreo de iluminaciones- que, si se lo permitimos, puede hacernos recordar demasiado. Y una cosa adicional: el poeta Carrión no teme nombrar. Allí su radical aporte. Y nombra bien. Y estremece.


 

 

 

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