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LA MIRADA DE UN CRONISTA

Desde el tejado



por CARLOS FRANZ


Jorge Edwards avista desde estas páginas el "patio de los locos chilenos", donde
incluye a escritores y musas.


Hay una escena en este conjunto de crónicas, la que da título al volumen, que no es la menor felicidad del libro. A comienzos de los años cincuenta, o sea, hace un perfecto medio siglo, Jorge Edwards y Alejandro Jodorowsky solían reunirse en una casa del centro donde Jodorowsky animaba marionetas. Y se quedaban hasta el atardecer conversando de literatura, sentados en el tejado. Un tejado con vista al Hospicio, desde cuyos patios los dementes rapados y desdentados los contemplaban, los locos "... que nos señalaban con los dedos, nos hacían morisquetas y que se reían a costa nuestra, dos locos muy jóvenes y que tenían la necesidad de subirse al tejado para conversar de sus locuras".

El libro se divide, más o menos, en tres partes, según a donde haya dirigido su mirada el escritor desde aquel tejado. La primera apunta al patio de los locos chilenos, tema frondoso en un país que comete la locura de tenerse por razonable. Escritores y musas, novelistas consumidos en vida por el propio olvido como el inolvidable Mauricio Wacquez, o poetas extraviados en la luna de la fama universal, como Neruda, que aparece y reaparece -"volotea y revolotea"- en los escritos de Edwards. No podríamos figurarnos dos temperamentos más distintos que el del poeta y el cronista, el lírico de altura, cordillerano, cósmico, escrutado desde el tejado de Edwards con interés casi entomológico, con ironía amable y a veces con exasperación. Y, sin embargo, hay una afinidad con Neruda que tiene mucho que ver con el espíritu de estas crónicas: una sensualidad, una alegría material de vivir, una desconfianza instintiva de la "metafísica cubierta de amapolas", un pragmatismo de los sentidos anterior y refractario a las ideas recibidas y autorizadas por la razón instrumental.

Otro patio, visto desde el tejado de este libro, es el de los viajes. Y en esto Edwards, diplomático una vez, escritor peripatético siempre, tiene mucho que narrar. A juzgar por el índice, todos los viajes lo han devuelto a París. Y a la gula. Sus crónicas golosas sobre restaurantes y merenderos, botillerías y queserías de la ciudad luz, abren el apetito e invitan a preguntarse una vez más por la relación entre literatura y comida, entre creación y digestión. La filiación rabelesiana se le nota a Edwards, también, en su prosa de paladar largo, masticada lenta, de sorbo prolongado que se ve bajar por la garganta.

Finalmente el tercer patio que se avista desde este tejado es el de los escritos políticos. La valentía de Edwards como cronista político le ha costado no poco. Fue un artículo criticando la dictadura de Pinochet el que le costó su salida directa de la diplomacia al exilio, hace 30 años. Y fueron algunos artículos contrarios a la posible extradición de Pinochet a España, recogidos en este libro, los que le valieron la enemistad furibunda de varios "locos", que le tiraron terrones por atreverse a disentir del cliché del escritor latinoamericano revolucionario, en lugar de re-evolucionado. Por su originalidad, también, es que uno querría algo más de esta reflexión ensayística, a trueque de algo de la pulsión anecdótica que predomina en el volumen.

Considerando la perversión periodística reciente de reemplazar al escritor cronista, ese especialista en ideas generales que quería Ortega, por el especialista con pretensiones generales de modo anglosajón, uno agradece estas crónicas. Se agradece que Edwards no se haya bajado nunca de aquel tejado, manteniendo por medio siglo este diálogo misceláneo e intenso entre literatura y culturas, cocinas y gulas, sociedades y políticas, que a los ojos de los locos ha parecido muchas veces una perfecta locura. Locura el lugar, un tejado de primer piso desde el cual no se domina el paisaje, pero se lo observa mejor, con cierta desafección, con cierto desinterés apasionado (con perdón del oximorón, cantado en este caso.) Y locura, el tono: moderado, tranquilo, irónico, muy distante a la rabieta hispanoamericana que pasa, tan a menudo, por único punto de vista intelectual entre los nuestros. Ese tejado de casa antigua chilena, bajo pero panorámico, más cerca del suelo que del cielo, y ese tono de diálogo, de escritor que ha escuchado antes de hablar, son para mi gusto los viejos rasgos más salientes, gratamente confirmados en las nuevas crónicas de Jorge Edwards.

 

 

 

 


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Jorge Edwards: Desde el tejado.
Por Carlos Franz
Fuente: Revista de Libros de El Mercurio
sábado 14 de junio de 2003.