Jorge Edwards
 
 



El Museo de Cera
(1981)
(texto escogido)

 

8

..... "Me siento insatisfecho", dijo el Marqués, y estiró el labio inferior, cruzando las manos gruesas, surcadas de manchas de color tabaco, sobre la empuñadura de plata del bastón. Ella observó que se le habían caído los mofletes, que la piel de la cara se le había puesto algo fláccida, y que su mirada, que en el pasado había estado cargada de fuego, cruzada por toda clase de intenciones, se había vuelto opaca, tristona. Ella, por lo demás, tampoco era la misma de antes, y el olor a comida que invadía el salón estrecho, la necesidad de levantarse a cada rato para vigilar la olla, le producían un escozor difuso en la sangre, una sensación de rabia contenida, acompañada de ráfagas de rubor. A pesar de eso, se mantenía derecha, con el hermoso busto erguido, y su piel, con la excepción de las ojeras profundas y de unas arrugas imperceptibles que habían aparecido en la región de los ojos, continuaba intacta, incólume.
.....
"Dirigí los trabajos en persona, sin dejar que me pasaran gato por liebre, y gasté como loco, ordenando, por ejemplo, que hicieran y deshicieran la escalera cuatro veces, hasta dar con el parecido, que volvieran a confeccionar las cortinas del segundo piso, porque la luz en la que te habías paseado, de noche, no tenía nada que ver con ésa, pero no conseguí que la casa quedara idéntica, tal como me lo había propuesto... Hemos entrado de lleno en la era del plástico, de las casas prefabricadas. ¡Imagínate tú!
..... El Marqués movió la cabeza, desengañado, y se miró, por encima del bastón, que trazaba la bisectriz de sus piernas, la punta de los botines.
..... "Encargué los muebles a Europa. Pero lo que pasa", suspiró, "es que esos muebles ya no se consiguen ni en Europa. ¡Es inútil!"
..... Bebió un poco de agua, y se dijo para su capote que incluso el agua, entre aquellas paredes malolientes, adquiría un sabor dudoso.
..... "Pues bien", continuó, "fui a la casa de la ciudad, a la verdadera, y estuve recorriendo los salones, palpando las cortinas, mirando..." No se atrevió a decirle que había contemplado largamente su réplica en cera, y que había acariciado, también, sus muslos fríos, por encima de las manos huesudas del pianista, en el silencio sepulcral de la sala de música, un silencio que había tragado, hacía un tiempo, las notas de un aria de Verdi, y que había devorado, además, su repentina interrupción, y los suspiros, las palabras entrecortadas, el roce de los dedos, hasta que el leve crujido de la puerta, la sensación imperceptible de una corriente de aire, les había advertido. Le confesó, en cambio, que después de recorrer aquellos escenarios, había caminado sin rumbo alguno, por callejuelas de casas chatas, pintadas de verde y de naranja, donde había niños que jugaban con pelotas de trapo, música de organillos, y putarracas gordas, de jamones al aire, sentadas en las veredas en sillas de paja, con ánimo de escapar de la eterna tertulia del Club, y observando, con sorpresa, pero ahora, curiosamente, sin la menor alarma, con perfecta indiferencia, cómo cundían en los muros ls proclamas y las consignas de los partidos revolucionarios, y en ese momento, sumido en esas cavilaciones, la había encontrado cuando regresaba, cargada de bolsas de comida, de las compras.
.....
"¿Cómo se llama?", preguntó, señalando la niña flacuchenta, de ojos enormes, que se retorcía junto a las rodillas de su madre, como si el caballero desconocido le produjera una mezcla de fascinación y pánico.
.....
"Giuletta", dijo ella, mirando al Marqués con aire pensativo.
..... "Ven, Giuletta!", dijo el Marqués, e hizo el ademán, ligeramente inclinado hacia adelante, de llamar a un gato. Pero la niña, signo de los años que habían transcurrido, veloces, continuó restregándose contra las rodillas de su madre y mirando fijamente al Marqués, deslumbrada por su voluminosa y exótica presencia.

 

 


Jorge Edwards nos propone en El museo de cera una lúcida parábola del pensamiento reaccionario en forma de sátira implacable. Su protagonista, el supuesto marqués de Villa-Rica, exponente del sector más tradicional de la sociedad chilena, es un afrancesado que, en un mundo de televisores y helicópteros, vive anclado en el pasado : sale de su palacio en carroza, se viste con levita, usa bastón con empuñadura de plata y parece tan alejado de la electrónica japonesa como de las chinganas y picanterías coloniales de la ribera del río. Como las figuras que en un museo de cera comparten anacrónicamente el mismo espacio, en esta novela conviven tres mundos que se entrelazan en un conjunto delirante y de gran comicidad.

 

 

 

 

 
 

[ A PAGINA PRINCIPAL ] [ A ARCHIVO EDWARDS ]

mail : oso301@hotmail.com



letras.s5.com , proyecto patrimonio, JORGE EDWARDS: El Museo de Cera, (1981) (texto escogido)

proyecto patrimonio es una página chilena que busca dar a conocer el pensamiento y la creación de escritores y poetas, chilenos y extranjeros, publicados en diarios, revistas y folletos en español

 

te invitamos a enviar tus sugerencias y comentarios