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Antologías peruanas que incluyen textos poéticos de mujeres.

Ericka P. Ghersi


El criterio empleado en la selección de obras dentro de la historia de la literatura occidental ha cambiado radicalmente en las últimas décadas. Anteriormente, cuando de selección se trataba, solo los hombres tenían un papel protagónico, mientras que las poetas mujeres quedaban en la esfera concerniente a lo privado porque carecían de poder y por consiguiente de medios de expresión (Guillory 143). Pero, actualmente, la crítica occidental (que ahora está también compuesta por mujeres) está tratando de trascender estas limitaciones y busca desarrollar e implementar herramientas más modernas y eficientes que le permitan entender e incluir dentro del canon literario obras que pertenecen a sociedades periféricas como la nuestra.

Hablar tanto de sociedad periférica como de exclusión, en nuestro medio, puede sonar exagerado, pero, como bien señala la crítica Esther Castañeda, la poesía escrita por mujeres fue, por mucho tiempo, "ignorada y subestimada por la crítica convencional" (II). Para esta estudiosa, la única manera de evitar esa invisibilización es la participación en antologías (III); pero esto tampoco es sencillo, pues, en una primera mirada sobre las antologías publicadas, se advierte-por lo menos en una veintena de ellas-la poca presencia o total ausencia de poesía escrita por mujeres. Esta exclusión, supuestamente, obedece a lo que la crítica convencional denomina "falta de calidad estética" (III); pero, según Castañeda, se debe más bien a que esta no acepta la posibilidad de que sus criterios de selección estén errados y basados, por un lado, en "gustos y prejuicios del medio social"; y por otro, en el ejercicio de un "sexismo en los círculos literarios" (III)(1) . Lo cierto es que, no es sino hasta los años ochenta cuando se observa una radical renovación en el horizonte patriarcal de la literatura peruana, la cual responde a situaciones sociales específicas como la proliferación de grupos feministas autónomos(2) . Durante esta década, críticas sobre la literatura latinoamericana como la de Lucía Guerra-Cunningham, Percas de Ponseti y Beth Miller inician un diálogo que rescata narrativas y poéticas de escritoras del siglo XIX. Gracias a este diálogo, muchas escritoras latinoamericanas ingresan al debate en torno a la escritura de mujer, y reconocen, en algunas de ellas, valiosos aportes para la literatura latinoamericana.

El desarrollo sobre estudios de género avanzó rápidamente, permitiendo a las nuevas estudiosas trabajar sobre poetas contemporáneas. Es en ese marco que Silvia Bermúdez dedica una parte de su estudio a la literatura peruana escrita por mujeres durante los ochenta. Por un lado, ella celebra la publicación de la antología de Roland Forgues y Marco Martos, La escritura, un acto de amor (1989), porque su aparición marca la inscripción oficial de las voces femeninas en los archivos de la literatura peruana (302). Mientras que, por otro, señala que dicha antología sufre de una cierta voluntad paternalista, en la medida en que busca determinar negativamente el espacio de la escritura femenina (303). Según esta crítica, el título de la antología sesga la lectura porque induce al lector a juzgar el contenido a partir de la supuesta naturalidad de las relaciones entre los conceptos mujer-escritura-amor.

Es significativo también, que, en los primeros párrafos del prólogo, Forgues y Martos indiquen que, en la poesía de la sociedad patriarcal, "la mujer ha tenido desde siempre un lugar aparentemente privilegiado: el de musa" (9). Se desprende de allí, que la significación de la mujer dentro del espacio letrado está asociada con la función de musa inspiradora, pero no conlleva la posibilidad de que sea agente creador. Esta observación se hace más clara al final del prólogo, cuando los autores afirman que: "Las musas han descendido del Olimpo y se han mezclado con los hombres" (226). Indudablemente, esta posición es desventajosa porque enmarca la poesía escrita por mujeres dentro de las coordenadas patriarcales mujer-cuerpo-naturaleza y condiciona, no solo la lectura de los receptores, sino también la escritura de las creadoras. Así, en el caso de los receptores, se estereotipa a la mujer, y se genera la expectativa de un cierto tipo de escritura que relaciona, invariablemente, el tema del amor con el del sujeto amado y su cuerpo. Mientras que, por el lado de las creadoras, condiciona su escritura y las empuja a cumplir con los programas que la crítica convencional propone para que sean incluidas en una antología.

Hablar de exclusión no parece, entonces, exagerado, sobre todo si tenemos en cuenta que, en un recuento de las principales antologías y estudios importantes, nos tropezamos con un número limitado de publicaciones que incluyen la producción de mujeres. Pero la situación se agrava, si partimos de que la función de las antologías es dar a conocer nuevas y diferentes poéticas-y, a partir de allí, tienen la finalidad de esbozar la historia literaria-. Este vacío se observa en trabajos como la Antología de la poesía peruana (1965), de Alberto Escobar, o en la Antología general de la poesía peruana (1957), de Alejandro Romualdo y Sebastián Salazar Bondy, que bajo los criterios de "a) significación histórica y estética de los autores y sus obras, y b) repercusión universal o nacional de ellos" (7) registra en su libro solo a tres poetas mujeres, y ello a pesar de moverse en un marco tan amplio que se extiende desde la literatura oral andina hasta la escrita castellana. Los autores contemplan en su libro solo a Amarilis, que es vista como la única mujer representante de la poesía escrita durante la conquista y la colonia; a Blanca Varela; y a Cecilia Bustamante. Las dos últimas consideradas dos casos excepcionales dentro de la poesía peruana contemporánea. Una cosa semejante ocurre en la compilación de Alberto Escobar, Antología de la poesía peruana, donde la presencia de mujeres es igual de escasa. La antología sólo señala a cuatro autoras dentro de una lista bastante larga de poetas hombres, me refiero a Blanca Varela (1926), Lola Thorne (1931), Cecilia Bustamante (1932) y María Emilia Cornejo (1940-1972). Además de las dos compilaciones señaladas, tenemos la antología Poesía (1963), de Javier Sologuren, que es la que consigna la mayor cantidad de poetas mujeres de la primera mitad del siglo XX. La lista se ensancha en este libro y se pueden leer los textos de poetas como Lola Thorne, Sarina Helfgott, Carmen Luz Bejarano, Raquel Jodorowsky, y también, de Cecilia Bustamante y Blanca Varela.

A pesar de estas grandes omisiones, la labor de estos intelectuales merece reconocimiento, ya que después de estas, la mayor parte de las nuevas antologías incluye únicamente poesía escrita por hombres; esos son los casos de Vuelta a la otra margen (1970), de Mirko Lauer y Abelardo Oquendo; Estos trece (1973), de José Miguel Oviedo; y la Antología de la poesía peruana del siglo XX: (años 60/70) (1978) de César Toro Montalvo, quienes ni siquiera consideraron a Cecilia Bustamante, a pesar de que ganó el Premio Nacional de Poesía en 1965. En todo caso, lo cuestionable en relación con las dos últimas antologías mencionadas, es que tenían un precedente en la publicación de Presencia de la mujer peruana en la poesía (1971), libro editado por el Consejo Nacional de Mujeres del Perú con la intención fue reunir nombres de escritoras desde la colonia hasta la república (reunió 120 nombres) para demostrar la existencia de la escritura de mujer en el Perú. Este arduo trabajo no motivó ni a Oviedo ni a Toro Montalvo, y ambos se concentraron solamente en la poesía escrita por hombres.

A pesar de la aparición del debate sobre género en América Latina, durante los ochenta, y de los continuos reclamos de las estudiosas ante la ausencia de la poesía escrita por mujeres dentro del canon, en Perú no aparecen antologías que reúnan exclusivamente textos poéticos de escritoras, o antologías generales en las que se pondere adecuadamente el trabajo literario de mujeres, salvo por la compilación de Roland Forgues y Marco Martos, La escritura, un acto de amor (1989), que se convirtió en la primera antología oficial de poesía de mujeres. De hecho, antes de la publicación de este libro, en los ochenta, los únicos en elaborar una suerte de antología de la poesía escrita por mujeres fueron los de las revistas literarias La casa de cartón (1986) y Lienzo (1988). Si bien ambas revistas recogen un buen número de autoras, tanto narradoras como poetas, sus esfuerzos por reunir y comprender la poesía escrita por mujeres no alcanzan el nivel de representatividad que estos estudios lograron en otros lugares de Latinoamérica, donde ya había surgido, dentro de la crítica literaria feminista, el debate sobre la escritura de mujer, la búsqueda de un espacio propio y las relaciones de poder que se presentan dentro y fuera del texto.

Posteriormente, a mediados de los noventa, se observa un cambio radical en el criterio de selección, y las antologías presentan tanto a escritores como a escritoras. Muestra de ello son los trabajos de José Beltrán Peña, Antología de la poesía peruana: Generación del 70 (3) y el de Miguel Ángel Zapata y José Antonio Mazzotti, El bosque de los huesos: Antología de la nueva poesía peruana 1963-1993, ambas publicadas en 1995. Este mismo año y con la intención de reunir toda la poesía escrita por mujeres durante el siglo XX, el Consejo Nacional de Mujeres del Perú publica Antología poética: peruanas del siglo XX. Este trabajo se convierte en un documento que registra toda la poesía escrita por aquellas mujeres que participaron en actividades culturales y publicaron en revistas y pequeñas plaquetas salidas durante los ochenta. Pero, no es sino hasta mediados de los noventa, y gracias al incremento en los índices de la recepción, que se hace posible la publicación continua de libros. Esta oportunidad es aprovechada para hacer varias publicaciones, entre las que se cuentan dos importantes antologías dirigidas por Lady Rojas Trempe y Ricardo González Vigil. La primera, Alumbramiento verbal en los 90. Escritoras peruanas: signos y pláticas (1999), se caracteriza por compilar "voces femeninas" del siglo XX, y en ella, Rojas Trempe historia, en su prólogo, parte del proceso que atraviesa la literatura escrita por mujeres hasta nuestros días. La segunda antología a la que me refiero, la de González Vigil, Poesía peruana siglo XX (1999), es una compilación de escritores que encierra la producción de mujeres, incluso, hasta los últimos años de los noventa.

Si bien el panorama general de recepción y producción de textos escritos por mujeres ha mejorado notablemente, no se trata, como se ha visto hasta ahora, en ningún caso, de un proceso consumado, y es necesario llamar la atención sobre un problema fundamental que recorren las antologías, sobre todo las que son exclusivamente de mujeres. Me refiero a que la mayoría de estas presenta alguna marca de género, es decir un rótulo que identifica la poesía de los ochenta y noventa, preferentemente como "poesía erótica", "poesía femenina", o "poesía intimista"; y cuando la autora trata de escapar del molde, corre el riesgo de ser invisibilizada. Esta presión externa produce, a veces, el condicionamiento de la escritura, es decir, se empieza a escribir "poesía erótica" para estar dentro de una antología ya que-como Castañeda ha señalado-es el único medio de ser aceptada por los críticos y de ser incluida en el espacio literario.

 

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Notas

(1) Véase la introducción de Catañeda en la antología editada por Cecilia Barcellos de Zarria, Beatriz Hart de Fernández, entre otras. Antología poética: peruanas del siglo XX (Lima: Ediciones GAP, 1995): III-VIII.

(2) Se refiere principalmente a los centros Manuela Ramos y Flora Tristán; aunque ya en 1973 existía una pequeña organización de mujeres llamada Acción para la liberación de la mujer Peruana (ALIMUPER).

(3) El compilador sólo reconoce a Carmen Ollé (1947) y María Emilia Cornejo (1949-1972) dentro de esta promoción.

 

 


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