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EL POETA COMO UN ESPEJO:
Ángel Escobar en Chile

Por Ernesto Guajardo

 

Al interior del extenso espacio de los lugares comunes que se utilizan para referirse a la literatura, el leit motiv del viaje es uno de los tópicos recurrentes. El viaje como una búsqueda, como una huída, el célebre poema de Kavafis, en fin, desde la Biblia y La odisea, hasta la más reciente poesía errática contemporánea y la producción del exilio no tan antiguo, el viaje mantiene su presencia incólume.

No indagaremos sobre ese mismo tono, sin embargo, lo que motiva estas líneas es el reconocimiento de otra búsqueda, una búsqueda que se inicia en la anécdota, la unidad mínima de las grandes historias. La anécdota: el viaje de un poeta extranjero en Chile; las unidades mínimas: los versos y poemas que el vate construye a partir de dicho encuentro.

En 1991, la Sociedad de Escritores de Chile invita al poeta cubano Ángel Escobar.

Una de las primeras señas públicas de la presencia de Escobar en Chile es la entrevista que le realiza Ramiro Rivas, en el barrio Bellavista, en octubre de ese año(1). En ella se declara conocedor de la poesía de Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Nicanor Parra, así como de parte de la obra de Raúl Zurita y Violeta Parra.

Esta estadía la ocupa en interiorizarse de la joven poesía chilena.

Al año siguiente participa en el Congreso Internacional de Escritores “Juntémonos en Chile”, que se realiza en Santiago, entre el 6 y 30 de agosto. Le consultan: ¿Sirven de algo los encuentros de escritores?
“Si hay posibilidades –señala Escobar–, pero en ellos no se puede solucionar ningún poema. No podemos escribir el poema, porque este espera la soledad de todos nosotros, pero estos congresos propician el conocimiento entre los escritores de diferentes países. El hecho de escribir propicia una especie de solidaridad, porque se padece el mismo mundo, entonces se comparte, se transforma en una especie de paliativo, de huida y descarga, de fuga de esa soledad, y una especie de descanso, de lucha por conseguir que nuestros libros se acerquen a los lectores, o aunque sea para que los escritores nos convirtamos en lectores unos de otros”(2).

Pero participar en un encuentro de escritores supone también el decir, y lo que Escobar señala en dicha ocasión es la ponencia “El imposible soñador”, escrita el 20 de julio de ese año(3):

“Tienen vigor las palabras de Elías Canetti de 1976: ‘Hoy en día nadie puede llamarse escritor si no pone seriamente en duda su derecho a serlo’. La búsqueda a toda ultranza del éxito y la mediatización de la propaganda han convertido la palabra escritor en una función de los programas de los ideólogos. El propio Canetti recababa, para quien quisiera llamarse escritor, el transformarse en ‘custodio de la metamorfosis’, el poder asumir las figuras de todos, y aún más las de ‘los que menos atención reciben’, y afirmaba: ‘El éxito como objetivo y el éxito en sí mismo tienen un efecto restrictivo’.

Los paradigmas de escritor, entendidos como modelos o cánones, los ofrece el periódico, cuando sabemos que muchas veces el valor esta allí donde no se le ve. Nuestra realidad no es unívoca, cada mirada la provoca, y ella a sí misma, sacudida como está por un permanente y levísimo o no cataclismo en su centro.

Los moldes de realidad que se nos muestran encuentran también moldes en sus representantes virtuosos de los medios masivos de comunicación. Pero sabemos que nadie sabe dónde está la realidad que puede ser tildada de heredad común alguna. Y ese es un saber que hoy nos conforta.

Hay lecturas sobre impuestas que se ven como un palimpsesto sobre un muro. También llegamos a saber, o intuimos, con Cintio Vitier, que hay ‘una absurdidad fundamental del algo’, y, ante esto se erige la conciencia como clandestinaje, como ‘extrañeza de estar’ en un mundo que constantemente nos es robado, del que no tienen participación los pobres de la tierra, aunque hablemos en su nombre.

Los expoliados de este mundo ni siquiera pueden leer los textos que asumen sus anhelos.

Las metamorfosis, cualquiera sean, engendran literatura; pero lo deseable sería que esos textos que se levantan por un mundo mejor, habitable y no absurdo y ríspido, alcanzaran a encarnar en la Historia, que su sentido se transmutara en el bien de todos, no de unos pocos.

Ahora, esa absurdidad y esa rispidez son las que nos tocan, entenderlas, hallarles o no sentido, sería plausible; también el luchar agónico contra los sucedáneos de realidad real, con su cuota de prestidigitación y embustes con que los carga nuestro fin de siglo, con el que parece que no van a terminar el afán de funcionalismo ni la carrera de las utopías por transformarse en distopías culpables.

Porque todo ha sido expresado en función. Los escritos que mejor se expresan, condenándola, contradiciendo su azar, entran al Aula, a la Academia, se hacen función; parece que su destino fuera convertirse en orgullo del pragmatismo, ser mediatizados. De ahí la tanatología del escritor, de que habla Canetti: una y otra vez se vuelven a cometer los mismos libros contra la muerte, o ante ella, ‘la única que no deja en el hombre moderno el amargo resabio del autoengaño’.

Por otra parte, nos hemos quedado sin utopías; quizá nadie las quiera, pero en nuestro instante, donde todo es posible, la construcción urgente de una en la cual creer, que no se haya dogmatizado, banalizado; bañado en sangre o entrado al aquelarre de las depredaciones, sería anhelable.

Todos sabemos en lo que han quedado los proyectos de Bartolomé de las Casas, Vasco de Quiroga, Gerónimo de Mendieta, de las Misiones de los Jesuitas en el Paraguay, del Dorado y sus búsquedas y hasta de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos.

Para nosotros, hoy, queda, además de ese intentar la utopía, el ‘transmutar las circunstancias y las agonías en fábulas’, destino que Jorge Luis Borges atribuyó a alguien llamado Franz Kafka, mentándolo, a un tiempo, como ‘el gran escritor clásico de nuestro atormentado y extraño siglo’.

Y nos quedan, más aún, el sabor y el resabio de citar el comienzo de su novela El castillo, decir: ‘Y eso que ya era de noche cuando K. llegó’. Vano consuelo.

Quedan, infinitos, la noche y el castillo para el imposible soñador: esperar el día.

Las fábulas, alguna vez, queremos creer, harán que la Historia no nos apabulle que los poderosos no lo conviertan todo en función de sus intereses y ambiciones; y harán, así mismo, que no seamos más que pura retórica, menos palabras con un fin prefijado en sus programas que aherrojan el porvenir deseable, hurtándonos también el pasado y el presente”.

Ese mismo año, 1992, publica en Santiago su libro Abuso de confianza(4). En este libro se encuentran los poemas “El castigo”, “La novela de Oersman”, “Apuntes para una biografía de Helene Zarour”, escritos o referidos a Chile. Cabe destacar el poema “Apuntes...”, escrito a la memoria de Helene Zarour, prisionera política chilena, quien se suicida luego de salir de la cárcel:

Creía en las manos y en la boca, en los eventos
que al espejo remiten al cruzado
antes de que le astillen el cráneo contra el muro.
(...)
Nació en el siglo cuyo orden va del ciego ruido
al ruido. (Ay, quién tolera. Ay, qué te identifica.)
En él murió. (Menos le bastaría a Calímaco.)
Murió es error. Porque aún vuelven las tardes a las tardes.
(...)
Hay otra Elena, otro fue, otro allá, y otro comienzo.
Al sesgo nos miramos las ínclitas cabezas.
Con el gendarme salimos de la celda.
Al paso. Todos en uno. Al paso. Al paso. Al paso.
Al paso tu hominidad también. No hay dispensa,
fisgón, tú, puerco deshollinador de doctrinas.

Las 63 páginas de esta obra reciben la lectura crítica de Luis Ernesto Cárcamo, para quien la desestructuración del discurso poético es su rasgo más relevante. La ambigüedad en los modos de percibir y de ser; la realidad caleidoscópica; la atmósfera existencial ilógica; la sensibilidad anti aristotélica e irracionalista, son algunas de las categorizaciones que provoca en Cárcamo el Abuso de confianza.

En la poesía de Escobar, el crítico advierte “la interrogación por sí mismo, por los otros y por el entorno. La aventura del lenguaje poético se constituye en búsqueda de sí, utopía de autoconocimiento, pero también interrogación por los demás, afán de reconocerse en el otro y en las cosas. El poeta va preguntándose por su lugar en lo fugazmente cotidiano, en la memoria que nombra y olvida, en su cultura que consagra y borra”(5).

A pesar de la solemnidad de esta lectura, el propio poeta enfrenta su obra desde una ontología lúdica del ser, como lo señala el propio Cárcamo. En efecto, en su libro póstumo El examen no ha terminado, Escobar escribe:

EPIGRAMA FATAL

Quién fuera Isolina Carrillo -
que compuso Dos gardenias,
un bolero que escucha toda América,
y no Ángel Escobar -
que escribió Abuso de confianza -
tuvo que pagar para que lo editaran,
y no lo lee ni su primo más cercano.

Finaliza ese año, y Jaime Valdivieso difunde, en las páginas de Punto Final, su lectura de Todavía, plaquette que contiene diecisiete poemas de Escobar. En ellos, Valdivieso reconoce “una poesía cuyo sostén es la imagen y una ruptura con los nexos lógicos (...) un discurso inquietante y ambiguo”(6).

A partir de 1993, Escobar intensifica su actividad literaria. Su libro El examen ha terminado lo comienza a escribir en Santiago, durante este año y el siguiente, para terminarlo en La Habana en 1995.

“Elegía sin rumbo”, “Motivo con dos pausas”, “La fuga”, “La guardería infantil”, “El buscado”, “Quién le teme a Franz Kafka”, “Acotación”, “Lo que borra”, “Una consulta”, “El guijarro”, “El tablón de un ahogado”, “Liberté, Égalité, Fraternité”, son poemas de este libro que se escriben en Chile.

El ejercicio del oficio poético en nuevas coordenadas geográficas y sociales no le resulta indiferente. Es así como, en algunos poemas, el hablante arriesga una visión de los chilenos:

CIERTO FORASTERO

Aquí en Chile uno se vuelve antipoeta;
pero nunca llega a ser Nicanor Parra-
y nunca, nunca, nunca
tendrá una casa en La Reina.
Ve bustos de Neruda -
pero como tiene que tomar dos buses
para llegar hasta su aburrimiento,
y no tiene dinero, no los compra;
ni tiene, ni tendrá nunca, Cien sonetos de amor
para enamorar a una estudiante,
a una sola, que tenga deficiente en Castellano -:
ella, u otra, a lo mejor no saben si Huidobro
era descendiente del Cid Campeador;
pero seguro sabrán que tenía renta -
y él, nunca, nunca, nunca, pero nunca
tendrá una cosa ni la otra,
y, además, no escribirá Altazor -
lo que no es un detalle.
No verá los piececitos fríos que vio Gabriela Mistral -
ni tendrá el Nobel;
no se comerá tres vaquillas sentado en su leyenda
como Pablo de Rokha –ni sufrirá como él–,
ni tendrá El molino y la higuera, como Jorge Teillier.
Será, y no hay desmedro en ello, será, digo,
siempre un forastero.

 

OTRO POCO DE ANTIPOESÍA EN DOS PARTES

Primera

Porque soy de otros lares -
y feo como un mandato -
los chilenos me dicen cualquier cosa.
Las chilenas no me entregan su boca;
de Las hermosas no tengo ni un bocado -
claro que yo no soy Gonzalo Rojas;
pero ellas muy bien podrían darme un poco: -
aunque yo sea más feo que un mandato.
O qué paso con aquello de:
“Y verás cómo quieren en Chile
al amigo cuando es forastero”.
Forastero no dice si hay que ser lindo o feo.
Y yo vengo, lo juro, de muy lejos.

Segunda

Entre todos los que hay,
quiero tomar un taxi:
ése, por favor, ése;
pero el chofer está dormido, es gordo, se despierta,
me mira con ojos de otro mundo, se estira,
y ni siquiera me contesta.
Qué pasa con esta democracia -
dan ganas de decir -
que uno no puede ni elegir un buen taxi:
ése, por favor, ése.

Como buen caribeño, la constante pesadumbre de los chilenos le incomoda:

CUESTIONES

No nos quejemos más:
todas las épocas fueron terribles,
todos los tiempos difíciles.
Ahí tenemos un consuelo.
Y, si es que necesitáramos otro -:
que todo vuelva a empezar donde termina
y vuelva a terminar en donde empieza.
Y hay más para el quejoso:
si el tiempo es lineal,
tomémonos el café con azúcar;
si es circular, y todo es el retorno de lo mismo,
tomémonos el café con sacarina,
por si acaso;
o renunciemos al café -
porque los pasos que da Dios, sigiloso,
o Ud., o cualquier otra señora, o señor,
hay quien los lee en las heces,
esos malditos trazos que quedan en las tazas,
cuando uno olvida que los cafetos son de Arabia -
donde impera el Islam, y uno se encuentra
con árabes, por supuesto, que, para peor desgracia,
toman su café bien descafeinado.
Yo no tengo dinero;
pero eso es otra cosa.

Debido a lo anterior, tampoco se siente convocado/conmovido por las celebraciones cotidianas, rituales:

LA CONSPIRACIÓN DE LOS NECIOS

Juntémonos en tu casa el sábado.
Sí; tiremos cualquier cosa a las brasas -
aunque sea un hombre:
sí: volvámonos caníbales -
eso da prestigio y fama -
eso hace que uno deje un trazo
como hace el caracol sobre la tierra -
si es que la Tierra es algo.
No todos podemos ser próceres piadosos.
Juntémonos en tu casa el sábado.
Sí; fumemos bastante; fumemos de todo;
fumémonos el todo: hasta que nos dé cáncer -
el cáncer sí que es Creacionista -:
ahora mismo está haciendo que se pudra
la rosa en este problema.

Por estos lares, Escobar también se ve enfrentado a la discusión de los grandes temas:

DISCUSIÓN SOBRE EL POSMODERNISMO

Alabanza del politeísmo de Marquad.
La pluralidad de las narraciones, Lyotard.
La apología de lo efímero, Lipovetsky.
El pensamiento débil, Vattimo.
En la ironía de Rorty.
La multiplicidad de los discursos, Barthes.
Funcionalismo de la equivalencia, Luhmann.
“Que vivamos en más de un mundo”, dice Blumenberg.

No, señor; no, señores -
a mí déjenme tomarme
tranquilo mi cerveza.

(patrocinan Innerarity,
El Mercurio de ese día,
y Óscar Galindo a través de Luis Ernesto Cárcamo).

Esas cervezas llevan a Escobar a indagar en otros ámbitos, encontrando en ellos lo que la academia suele ignorar, como la sabiduría de Gabriel Soto:

OTRO EPIGRAMA EN TRES PARTES

I

Yo soy un miserable.
Entro en un bar, y pienso
que todos cuantos ya están adentro
son más miserables que yo.
Qué me habré creído -
si hasta el último parroquiano
es un buen amigo de Teresa -
que no saldrá conmigo, aunque le ofrezca
una aceituna de Portugal
o un Mitsubishi.

II

Yo no tengo ni con quién ir al cine.

III

Todo cuanto no sé de este mundo,
o del otro, y todo cuanto sé, o creo saber,
me lo ha enseñado Gabriel Soto -
manejando una camioneta Luv,
de doble cabina, que ni siquiera es de él,
y escuchando una voz y una trompeta -:
no sé cuál de los dos quiere ser Louis Armstrong:
aquel pequeño dios entre los ángeles.
Qué podrá conmigo ahora Schopenhauer.

Hacia fines de 1993, Escobar realiza un curso intensivo sobre las tendencias actuales de la literatura y el arte en Cuba, refiriéndose en particular a la generación de Orígenes, su repercusión en la literatura de las décadas de los ochenta y noventa, para centrarse en estas últimas(7).

Al año siguiente, residiendo en Santiago, escribe parte de su libro Cuando salí de La Habana, el libro más personal de Escobar –si cabe–, según el juicio de uno de los conocedores de su obra, Efraín Rodríguez Santana(8).

En este libro, la nostalgia por Cuba comienza a manifestarse con mayor fuerza que la desarrollada en El examen no ha terminado. “Punto muerto”, es una evidencia clara de ello:

Qué ausencia la del mar en esta villa.
Falta lo que te envuelve, lo que embulla
Líquido placentero que da vida o aniquila
al deseoso. Mar mío que no soporta el límite,
se ha ido y me ha dejado a la intemperie.
Qué habré de hacer, ojo fijo al espanto.
(...)
Ve, triste mar sencillo, hasta donde dijiste;
ven y ráspame esta mugre del alma, y sopla,
porque ya sé que eres mi semejante. Vuelve.

Este desasosiego está presente también en “El otro”:

En esta ciudad sucia no nos espera nadie.
(...)
Esta ciudad me expulsa.
(...)
En esta ciudad sucia no nos despedirá nadie.
(...)
Y no hay vergel ni cielo ni figura en qué aguantar -
allí ya están: los bárbaros son ellos legislando
sobre la recesión y el crimen, entre nuestros despojos.

En este libro no sólo destaca la nostalgia del poeta, también vuelve a estar presente nuestra historia reciente, como en el poema “Un cuarto de hora”, dedicado a Juan Carlos Cancino:

Cruzó la cordillera clandestino -
como mi soledad, mi bulla y mi silencio.
Estuvo en la ciudad, en el mar y el desierto -
entró a un bar, vio una esquina, clandestino.
Tal como yo cometo estas palabras, hizo él
el acto que duró (a)penas veinte años. Luego,
su manera de aguantar él cree que es la función.
Le hago una anécdota apócrifa de Lenin escuchando a Beethoven:
“Qué música”, dijo, “dan ganas de acariciar cabezas;
pero antes de acariciarlas habrá que cortalas.”
Le gusta o no le gusta. Me pregunta sobre
el posmodernismo. “Yo no soy un autor”, le digo,
“sólo postulo mi alma.” Y le repito que Goldmann dice
que Derrida elabora una filosofía de la escritura
aún negando al sujeto. Él está sujeto a que no lo nieguen
en el acto; y no está triste, su compromiso por hoy
es la nostalgia. Ah, que un alumno escribió en una pizarra
de la Sorbona: “Las estructuras no se echan a la calle” -
mayo, 1968, París (también) con él se fue a la call.
Fue una crítica evidente al estructuralismo no genético -
con posestructuralismo. (Seguimos) junto a un vaso
de cerveza, él, Marx, y yo que no Althusser de Marx;
pero prefiero a los Ibeyis, y él es hijo de Osain
–le recuerdo–
Cruzo la cordillera clandestino.

El regreso puede tener múltiples formas: están los que vuelven al país, invisibles; están quienes fueron autorizados a volver. Ambas situaciones son dignas de convertirse en poesía:

UN POCO DE PACIENCIA

.. .. .. .. .. .. .. .. .. . .. . . Para Juan Carlos Maire

Al hijo de un Jorge, su abuelo por parte
materna que recorrió todos los mares, todos
los continentes, y ahora recorre la muerte,
ese otro mapa, le dijo que en su país,
un sur donde comulgan la cordillera y el desierto,
el puerto que bien podría ser un verso,
una mujer, y diez o doce y hasta veinte supersticiones,
le dijo –te repito en mi angustia– que allí,
en su país, patria, nación, alma o desamparo,
o fuego, se podía tocar la luna con la mano.
Ahora ese niño está bajo la luna aquella, está
donde no está su abuelo. La lejanía, el frío
ahora le hacen preguntarle a la madre,
de parte de la omisión que aumenta el desconsuelo,
si es que él mentía en el exilio, lejos. Ella, ella
acerca su cara, calla; pero uno ve lo que dice su silencio:
la nostalgia, si no corrige la realidad, la inventa.

Otros poemas de este libro que fueron escritos en Chile son: “El rapto en la lejanía”, “Canción recién antigua”, “No me permiten un acorde”, “Contigo”, “Así y aquí”, “Ritornello”, “En su cumpleaños”, “Consideraciones (respondiendo a un comentario racista”, “Pieza” y “Cuando salí de La Habana”.

En 1994, Ángel Escobar llega al Centro Gráfico Printext, en Santiago. Lleva un original con él: El jardín de símbolos: (poetas nacidos a partir de 1959)(9), una antología de jóvenes poetas cubanos, preparada por el poeta Ricardo Alberto Oérez, y el crítico literario José Rafael Vilar. De esta manera, Escobar continúa desarrollando una activa difusión de las nuevas expresiones poéticas cubanas, en particular, de la Generación de los ’80. Poetas como Almelio Calderón Fornaris, Pedro Márquez de Armas, Antonio José Ponte, junto a otros quince poetas, se encuentran en este libro, el cual se presenta ese mismo año en el Centro Cultural de España, en Santiago.

Al año siguiente, las páginas de Pluma & Pincel incluyen un artículo de Escobar, el cual reitera su voluntad divulgadora. Bajo el título de “La silueta en el muro”, el poeta se refiere a la Generación de los ’80, sus orígenes y principales características, al mismo tiempo que presenta textos de Reina María Rodríguez, Raúl Fernández Novás y Efraín Rodríguez Santana(10).

* * *

Hacia fines de 1998, en la Sala Ercilla de la Biblioteca Nacional, en Santiago, se exhibe un video sobre Ángel Escobar; lo ha preparado la poetisa Lila Calderón y académicos del Instituto Arcos. En esa ocasión, entre los que hacen uso de la palabra, se encuentra el poeta chileno Tomás Harris:

“Hay espíritus –escribió Antonin Artaud, hacia el final de su desgarrador y hermoso libro Van Gogh o el suicidado de la sociedad–, que en ciertos días se matarían a causa de una simple contradicción y no es imprescindible para ello estar loco, loco registrado o catalogado; todo lo contrario, basta gozar de buena salud y contar con la razón de su parte”.

El poeta Ángel Escobar, cubano de sangre y poesía, optó por el suicidio un 14 de febrero, el año 1997. Tenía entonces sólo cuarenta años y gozaba de esa buena salud de la que habla Artaud y contaba, como siempre los poetas, con la razón de su parte. Un año después de su muerte, con el motivo de asistir como jurado al premio Casa de las Américas, estuve en el que fue su departamento, compartiendo con Ana María, su mujer, y algunos de sus amigos: recuerdo a unos trovadores, una actriz, poetas. El departamento respiraba por los poros del poeta, estaba lleno de la presencia de Ángel: entre el deseo y una esperanza que se niega a morir, había en los objetos, los afiches, los muebles, más que el recuerdo, el hálito casi corpóreo de una poesía no abstracta, sino que viva y no sólo sufriente –los poetas ahora y siempre sufren, han sufrido– sino también sonriente.

El canto de los trovadores me hizo retroceder a los años 70, fines de los 70, cuando Silvio Rodríguez y Pablo Milanés nos salvaban un poco la vida. Estaba en un cuarto piso, en una atmósfera cargada de añoranzas, poesía y trópico, en El Vedado, La Habana y no tenía deseos –y creo–, motivos para evocar la muerte; pero un cuarto piso no puede dejarme inmune emocionalmente. Y no podía dejar de pensar que Ángel, el poeta, se había defenestrado desde allí. ¿Por qué se suicidan los poetas?

‘De mi muerte no se culpe a nadie, y por favor, sin comentarios. Al difunto le molestaban enormemente (...) Como se dice/ el incidente ha terminado/ La barca del amor/ se estrelló contra la vida cotidiana’, escribió Maiakovski el 12 de abril de 1930, dos días antes de matarse.

No se culpe a nadie... ¿No se culpe a nadie? Artaud culpó a la sociedad toda por el suicidio de Van Gogh; Maiakovski, por su parte, se sentía a mano con la vida y no quería ya recordar dolores y desgracias: ‘Sigan felices’, fue lo último que escribió.

Ángel Escobar, en su último poema, un texto dedicado al pintor Nelson Villalobos, y fechado el 13 de febrero de 1997, escribió: ‘Cada uno tiene un modo de entenderse a sí mismo/ y él estaba buscando o ya encontró esa manera/ se mira y se ve/ y eso es un privilegio/ ser su propio espejo, que tu obra te refracte/ y que nunca te repita como se repite a diario el juego de las decapitaciones.’ Creo, y el verbo creer denota una certeza basada en la fe, que el poeta, hable de lo que hable, siempre habla de sí mismo: es decir, leo en estos versos de Ángel, que Ángel Escobar tenía su propio modo de entenderse a sí mismo, y por lo tanto, al mundo, dado que es sino a través de nosotros que entendemos el mundo, y Ángel estaba buscando o ya había encontrado esa manera, que era el privilegio –y el atroz riesgo, la desgarradura inminente, que su propia obra lo refractara, que su escritura fuera el propio espejo, el de Narciso o el del País de las Maravillas; los abominables de Borges o el de la Reina de las nievas, que se trizó en mil pedazos y nos hace, a los hombres, pero sobre todo a los poetas, ver el mundo de otra, de la Otra manera.

Prefiguran un automuerto estos versos y el Conocimiento que ellos encierran, estos versos tan sencillamente lúcidos, tan prístinos y profundos a la vez. Lección, de todos modos, claridad y lucidez para nosotros, los poetas de la oscuridad y el enrevesamiento.

Yo no sé la respuesta. Creo que no sé nada realmente respecto al suicidio, y a la muerte sea cual sea su forma, y me repito con Camus eso de que ‘no hay más que un problema filosófico serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no vale la pena que se la vida’.

Las respuestas que nos pudo dar Ángel están en su poesía; sólo allí habría que buscarlas si es que hay respuestas a algo en la poesía, la forma de filosofía más profunda que veo por estos días medio nublados, presagiantes, ostentosos de interrogaciones y teorías vanas que corren.

Pero, sobre todo, Ángel Escobar quería reunirse finalmente con ese infinito para el que se dice que uno se embarca como en un tren hacia una estrella.
Se lo dice Artaud”.

Pero no todo fue habitar en la casa de las palabras. Ángel Escobar vivió en Chile, con todos sus amores y sus desamores, con calles transitadas y cigarros estirándose en la noche, junto a las cervezas que se acumulaban. Dice Rodrigo Leyton: “recuerdo que aquella vez un vecino que había vivido en Cuba desde niño, me invitó a la casa de un poeta cubano, amigo de él, un tipo de gente que –según él– me encantaría. Bajamos hacia el paradero 14 de Avenida La Florida; en Walker Martínez bajamos de la micro y entramos por un pasaje por el lado poniente de la avenida. A mitad de pasaje había una casa a mano derecha, desde la cual se escuchaba alguna que otra rumba, alguna que otra trova. Eran casi pasadas las nueve de la noche, si no me equivoco un día domingo, en invierno. Echamos para allá, entramos y nos recibió Juanqui. En la casa estaba un hermano de Ana María, había un vino Casillero del Diablo o Miguel Torres, Ángel tocaba la guitarra y cantaba. Luego recitó algunos poemas...”.

Por mi parte, recuerdo su risa y su desplazamiento de oso, pero, sobre todo, la generosidad extendida en la palabra.

 

NOTAS

(1) José Miguel Vilar; Ricardo Alberto Pérez, El jardín de símbolos: (poetas nacidos a partir de 1959), Santiago, Printext, 1994, 89 p. (Colección Rosa Blanca).

(2) Ángel Escobar, “La silueta en el muro: la generación de los ’80 en Cuba”, Pluma & Pincel, número 172, pp. 34-35, 1995.

(3) “Charlas sobre literatura y arte en Cuba hoy, realizará poeta cubano”, El Siglo, 21 de septiembre de 1993, p. 9. Esta serie de cuatro charlas se inicia el día jueves 30 de septiembre, a las 19.00 horas, en la librería Milnovecientos, de Santiago.

(4) Jaime Valdivieso, “Poesía cubana joven”, Punto Final, número 277, noviembre de 1992, p. 17.

(5) Ramiro Rivas, “Un poeta en vacaciones”, Punto Final, año 26, número 249, del 7 al 20 de octubre de 1991, p. 18.

(6) Víctor Fuentes, “Poeta, pobre y negro… pero cubano”, La Época, “Literatura & Libros”, año 5, número 231, 13 de septiembre de 1992, pp. 4-5.

(7) Ángel Escobar, “El imposible soñador”, La Gaceta de Cuba, año 35, número 3, p. 9.

(8) Ángel Escobar, Abuso de confianza, Santiago, Kipus 21 Editora, 1992, 63 p.
Este libro fue posteriormente editado también en La Habana, Cuba, en 1994, por Ediciones Unión, en un volumen de 77 páginas, incluido en la colección Manjuarí de poesía. Los poemas se citan aquí según esta última edición.

(9) Luis Alberto Cárcamo, “Un poeta cubano”, La Época, “Literatura & Libros”, año 6, número 295, 5 de diciembre de 1993, p. 6.

 

 

 

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El Poeta como un espejo: Angel Escobar en Chile.
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