
          Úrsula Starke 
          Ernesto  González Barnert
           
          Con Ático, Úrsula Starke (San Bernardo, 1983) da con una suma emocional,  física y simbólica de su vida (pasada, presente y de alguna manera futura). Y donde,  por sobretodo, se erige y reconoce, a secas, como poeta. Así hila, deshace y  vuelve a cargar con una especie de colcha escritural con momentos objetivos y  subjetivos entramados prosaicamente en la gran mayoría de sus páginas. Y que en  buena parte de éstas sorprende, alcanza verdad con belleza, fortaleza y templanza  a través del dolor; la dura lucidez del amor. Y lo que Pound entiende como el  vivir del poeta: no dejar de pensar las 24 horas del día. Ahora bien, creo sí que Ático adolece de recursos  escriturales - habilidad formal-, pero su fuerza expresiva es innegable. Y nos  revela una autora sustancial, potente, en días sospechosamente light, de  tonteras periodísticas (EstadioNacional JM, El montaje negativo contra los  mapuches comandado por las forestales de pino invasor y eucaliptus, El robo  concertacionista entre tantos). Ya lo advirtió Nietzsche: Un siglo más de  periódicos y las palabras apestaran. Contra eso, y por ser mucho más que eso,  subrayo este libro a modo de defensa contra la chatura mental y emocional de  nuestros próximos. 
           
          - ¿Cómo comenzaste a escribir? ¿Qué hecho detonó en  particular la decisión de ser poeta?
            - Aunque suene cliché,  siempre he escrito, es verdad. No sé bien porqué. Cuando una tiene nueve años  –de esa edad es el poema más antiguo que conservo- no te cuestionas grandes  problemas estéticos, solo escribes porque tienes un bichito en la cabeza que te  lo exige. Cuando luego esta larvita se convierte en una gran infección dentro  de tu cuerpo entero, te das cuenta que no te queda otra que dedicarte por  completo a escribir. Pero considero que el hecho, el gran hecho que me hizo  tomar indefinidamente este camino fue cuando a los diecisiete entré al taller  de literatura de la casa de la cultura de San Bernardo. Ahí me di cuenta que  esto llamado poesía era lo mío y que al fin y al cabo algo de pasta tenía para  el asunto.
          - ¿Qué es para ti la Poesía? 
            - La poesía es un modus  vivendi, un modus operandi. Es un oficio con el cual te casas. Es un concepto  que uno puede transformar en materia. Es una necesidad propia y una necesidad  social. Un trabajo duro y a veces incoherente, pero es el trabajo más bello que  puede existir.
          - ¿Para quién escribes?
            - Primero escribo para  mí, para exorcizarme. Después de ello me doy cuenta de que escribo también para  el resto, para exorcizar a quien quiera leerme. Por último, escribo por la  poesía misma, porque necesita que alguien la escriba y le de forma, sea del  tipo que sea. Es una responsabilidad con uno mismo y con el otro.
          - ¿Cuándo escribes necesitas algo a tu alrededor,  alguna cosa, haces algo en particular, etc.?
           - No, ya dejé de tener  fetiches inspiracionales, si es que alguna vez los tuve. Ahora cuando escribo  solo necesito que algo me remueva las vísceras sinceramente y me largo, dónde  sea, cómo sea.
          - ¿Cómo es tu proceso escritural? ¿Cómo trabajas hasta  concretar un poema?
          - Primero, redacto el  chorro virgen, tal como me sale del cerebro. Este es un proceso relativamente  corto. Luego viene el trabajo de poeta como tal, es decir, el pulir, el armar  el texto. Revisarlo hasta el aburrimiento para que quede perfecto. En esto me  puedo demorar años, tal como pasó con la mayoría de los poemas de Ático, donde  hay textos que trabajé en los últimos siete años para darles su forma final. Es  difícil y duro, pero hay que hacerlo así.
          - Qué diferencias por ejemplo observas en lo que fue  escribir Obertura con respecto a Atico?
            - Obertura fue un libro  de aprontes, un libro casi experimental, un libro de una adolescente que  empezaba a enfrentarse a la poesía. Ático, en cambio, es un libro mucho más  duro y maduro, porque ya van más de siete años filosofando con la poesía,  teorizando con la poesía, dándole vueltas al asunto de escribir, cómo escribir,  cómo no escribir.
          - ¿De tu obra si tuvieses que elegir un poema o  fragmento...cuál?
          - Qué difícil. Tiene  que ser algo de Ático, que me es más cercano. Definitivamente este fragmento  del Lamento VIII “Mi escritura es el poder genotípico con el cual me iré a la  tumba, gruesa y sonrojada, pues mi vida momentánea circula en la tristeza de  nacer bajo la lluvia poética, principio y fin de mi amargo pulso vital”. Creo  que no necesita mayores justificaciones.
          - ¿Es  necesario que el escritor sea un hombre- mujer comprometido (a)? 
            - Si hablamos de la  poesía, el escritor debe estar comprometido con su escritura en sí, con la  defensa de sus valores estéticos y con la belleza y perfección de la poesía,  independiente de la traducción que pueda darle a estos conceptos. Y, por  supuesto, con su sociedad, con su gente, su entorno, de la manera como cada  escritor lo estime necesario. Porque el poeta, quiérase o no, es un personaje  social y debe cumplir con este compromiso, debe ser responsable con las  personas a quienes pertenece. Cada cual lo interpreta a su manera, es parte de  la libertad personal, pero si uno se va a meter en este mundo debe saber cargar  con otros también, con los que depositan en uno la responsabilidad de escribir,  de decir.
          - ¿Qué poetas, escritores, artistas o experiencias han  marcado tu cocina literaria y también la propia vida?
            - Primero, cuando era  una niña pequeña, me enamoré de la poesía de Bécquer y de la Mistral más  mediática. Ahí radica el primer soponcio inspirador que tuve y que se nota en  mis textos más primigenios. Luego, conocer la obra de Van Gogh, no solo sus  cuadros, también sus extensas cartas que son indiscutibles tratados de estética  y de ética artística. Pablo de Rokha y Chopin se metieron en el baile.  Schiller, Hauser y el romanticismo pictórico alemán me encandilaron en la  universidad, al mismo tiempo que escuchaba discos de Placebo y Depeche Mode. La  depresión, el clonazepam y el invierno capitalino son experiencias decidoras en  mi poesía. Conocer a otros poetas vivos. Descubrir a Capote. Viajar a otras  ciudades de Chile. Como se ve, es una sopa bien surtida.
          - ¿Qué me puedes decir del panorama poético  actual?              ¿Qué me dices de tu promoción?
            - Uy, entramos en  terrenos que pueden ser tóxicos. A ver, el panorama poético actual no creo que  sea tan diferente de lo que se ha vivido siempre en los panoramas poéticos en  cuanto a tipos y  comportamientos, salvo  porque ahora las mujeres estamos consideradas dentro del lote como creadoras y  no solo musas inspiradoras. Esto es algo histórico. Con respecto a mi  promoción, por lo que entiendo te refieres a los poetas nacidos en los mismos  años,  principios de los ochenta, bueno,  hay mucha tela que cortar, de todo en la viña del Señor. La verdad es que no sé  muy bien por dónde empezar a contestar tu pregunta. 
          - ¿Cómo ves la poesía escrita por mujeres, qué autoras  destacas? ¿Es bueno o malo –crees- está distinción para la  poesía con mayúsculas, cerco que muchas veces la academia propicia junto a  algunas autoras que les conviene para justificar por el contexto el propio  texto? 
           - Este es un mundo  manipulado por hombres, eso es obvio. Y ellos son quienes definen, quienes  tipifican la poesía y la poesía escrita por mujeres, porque hasta ahora no he  leído nada que se refiera a la “poesía escrita por hombres”. Pero poco me  interesa entrar en discusiones de género, porque cuando la poesía es buena se  sostiene por sí sola, sea de hombres o mujeres. Yo no sé casi nada de poesía  escrita por mujeres en la actualidad, trato de mantenerme al margen para no  contagiarme, para no saber de encasillamientos. Estoy convencida de que después  de la Mistral no hay muchas mujeres que valga la pena nombrar, hay que ser  francos. Para ella el cuento femenino fue trascendental en su poesía, pero  nunca se escudó en ello, nunca justificó su verso, solo escribía a partir de su  condición de mujer. Una debe estar orgullosa de su condición, así como un  hombre, pero no hay que pedir disculpas, no hay que decir “escribo así porque  soy mujer”. Un buen poeta se mantendrá, sea mujer u hombre.
          - ¿Qué  piensas de los talleres literarios?
            - A partir de mi  experiencia, los talleres literarios son muy necesarios cuando uno está  partiendo, porque conoces, encuentras, discutes, aprendes. A medida que creces  puedes discriminar, puedes elegir con qué te quedas, qué es lo que te sirvió de  tal o cual taller. Los talleres también te sirven para insertarte en el mundo,  para dar a conocer tu trabajo y para saber qué está haciendo el de al lado.  Después te convences de que eso no importa en el trabajo personal, pero es  necesario pasar por esa etapa.
          - ¿Qué libros nunca has podido terminar de leer?
            - El Retorno del Rey,  de Tolkien. Nunca he podido terminar de leer las últimas diez páginas después  de que vi la película. Pero de verdad, creo que hay libros nunca se terminan de  leer, pues cada vez que los vuelves a tomar descubres que existe un montón de  cosas nuevas que no habías notado antes, en especial en la poesía. Hay libros  que deberé retomar el resto de mi vida, porque nunca estarán terminados de  leer.
          - ¿Cuál es para ti el gran libro olvidado de la poesía  chilena?
            - De lo que conozco  hasta ahora, Inquietudes Sentimentales de la Teresa Wilms Montt. Es un libro  magnífico. La poesía de la Teresa se ha tomado muy a la ligera, como poemitas  tristones de una señorita cuica que se suicidó, pero no es así, es potente y  presenta una calidad aún no explorada a concho. Y Ritmos de Pedro Antonio  González, un libro que todos los que pretenden ser poetas deben leer antes que  a cualquier autor extranjero, porque él ya escribía a principios de siglo como  recién venimos nosotros a escribir ahora. Resulta alucinante darte cuenta de  eso. González es el real padre de la poesía chilena, y no lo digo yo.
          - ¿Cuál fue el último poemario que leíste?
            - Elegías, antología de  Gómez Rojas, poeta chileno ácrata y evangélico que murió asesinado. Una vida  impresionante.
          - ¿Qué libro estás leyendo ahora?
            - Una antología de José  Antonio Ramos Sucre, poeta venezolano de los años veinte que me tiene en real  éxtasis. Es un genio de la adjetivación, un perfecto constructor de imágenes.  Gracias a las ediciones súper económicas de la Biblioteca Ayacucho.
          - ¿Cómo  ves hoy por hoy la industria editorial? ¿Como autor qué soluciones le daría a  este problema?
            - La veo como siempre, injusta, lejana,  mal planteada para los escritores y los lectores. La solución pasa primero por  eliminar el iva al libro o reducirlo, porque quienes pierden con los  elevadísimos precios de los libros son los lectores, porque no pueden acceder a  ellos con la holgura que deberían. Ya ves, por ejemplo, el mismo libro de Ramos  Sucre, que acá costó mil quinientos pesos y que en el slogan dice la palabra  más importante a considerar en este problema “El libro popular latinoamericano,  clave para la integración”. Y por  supuesto, también perdemos nosotros, los escritores, que no vemos nada en este  negocio. Ser uno de los países con el impuesto al libro más alto solo hace que  las diferencias e iniquidades sociales se acentúen donde más duele, en el  acceso al conocimiento. Una vergüenza.
          - ¿Qué piensas de los Premios literarios?
            - Que son necesarios,  pues a veces son la única fuente de ingreso de los autores, si no, la más  importante. Es un asunto netamente económico, porque si de calidad de los  ganadores se habla, el juicio es tan subjetivo como relativo. Y muchas veces  corrupto, porqué no decirlo.
          - ¿Quién te gustaría que recibiera el Premio Nacional  de Literatura?
            - No me la juego por  nadie que esté con vida. Confío solo en los muertos.
          - ¿Qué te parece este Chile ad portas del  Bicentenario? ¿Su política cultural para con la Poesía?
            - El Chile del  Bicentenario es un Chile contradictorio. Un Chile con dos caras. Para mí  nuestro país bicentenario es un país un poquito más amigable, pero pregúntale a  un cabro que viva en una toma ilegal, no creo que piense lo mismo. De igual  modo en la cultura; las políticas culturales de los gobiernos de la concertación  son menos excluyentes, pero eso no significa que para todos sean iguales. La  igualdad es una ilusión que nunca se ha hecho realidad como debiera.
          - ¿Qué palabras le dirías a alguien que está  comenzando en esto de la poesía o escritura, 
              alguien que ha decidido ser poeta?
            - Que no se crea nada  de lo que dicen los poetas sacralizados. Que no lea a Parra como si fuera un  dios, porque es la peor influencia que ha tenido mi generación. Que antes que  cualquier cosa lea a todos los poetas chilenos, porque es una obligación saber  qué se ha escrito antes en esta tierra. Que tome a la poesía como un médico  toma a la medicina y que la estudie de la misma manera, como una ciencia que si  se practica mal puede matar a alguien. Que, en definitiva, se juegue la vida en  esto, en escribir bien, que es lo único que importa.
          - ¿Cuáles  son los 10 libros que recomiendas leer? 
            - Primero, toda la  Mistral, durante toda la vida. Ritmos, de Pedro Antonio González. Los Gemidos,  de de Rokha. La Selva Lírica de Julio Molina y Juan Araya. Alma Chilena de  Carlos Pezoa Véliz. A Sangre Fría de Capote, porque con ese libro se aprende a  escribir. Drácula de Bram Stoker, porque sí. La vida simplemente de Oscar  Castro e Hijo de Ladrón de Manuel Rojas, esenciales en la historia de la literatura  chilena. El Ideal de un Calavera de Alberto Blest Gana, por cursi y romántico.  Y por último, un buen diccionario de la Lengua Española. Entero. 
          - ¿Qué  opinas de las nuevas formas de difusión literaria por Internet como revistas  literarias, blogs, páginas sobre literatura? 
            - En Punta Arenas  Germán Carrasco me dijo algo muy cierto: el internet es democrático. Y en gran  parte es verdad, porque ahora cualquiera publica, cualquiera lee y se puede  acceder a libros y autores imposibles de encontrar en las librerías (o  imposibles de comprar). Ahora los medios de comunicación no tienen el completo  poder y eso es maravilloso, porque en el internet todos los que quieran tienen  su espacio. Yo me lo tomo como algo muy serio, porque tampoco hay que publicar tonteras.  La verdad es esa: el internet es para todos (los que puedan acceder a un  computador, claro está).
          - ¿Qué cosa últimamente te quita el sueño?
          - Poder elaborar una  poética que sea sólida y que trascienda. Establecer una estética personal  contundente. Y encontrar trabajo para poder terminar mis estudios.
          - ¿Qué te escandaliza?
            - La corrupción morbosa  en la Sech. Me da vómitos explosivos. De todas maneras, nihil nuovo sub sole,  lamentablemente.
          - Me gustaría que a ti mismo te hicieses una pregunta  – que nadie más te ha hecho- y te la respondieras. Una que nadie ha tenido la gentileza de hacerla.
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            Úrsula, ¿Porqué  escribes de la manera cómo lo haces? Porque me gusta escribir extenso,  adornado, verborreicamente. Detesto la pulcritud crónica extrema, que le quita  el espíritu a los textos para terminar en versitos minimalistas sin sabor. La  estética del barroco puede resultar extenuante, pero si la transfieres a la  poesía se logran textos interesantes y bien decorados. Ahora,  la decoración per se es vacía, tiene que  tener la profundidad de de Rokha, esa profundidad que te da veinte vueltas  antes de golpearte. Escribo como escribo porque ahí está la víscera casi sin  procesar, la poesía puesta con la suciedad necesaria para absorberla. Los  alimentos muy procesados hacen mal para el organismo. Escribo como quien se  lanza de un veinteavo piso: lo que queda después abajo en el suelo no es sutil,  no es ameno, no es elemental; es la cruda y amarga verdad. Imagínatelo.
          - Y por último ¿A qué le tienes miedo?
            - A  que nunca se haga justicia con la gente que asesinaron durante la dictadura. A  que todo lo que ocurrió no se sepa y siga en la semi oscuridad como ahora. Y a  pasarme la vida escribiendo lo mismo, a no evolucionar ni mejorar. A ser una  poeta del montón.
           
          
           
          EL ROJO AMANECER DE LAS VIDAS (De Obertura)
           
          Somos  generación de almas sin vida.
                                  Hijos no deseados
            De Dios.
            Ni siquiera  tuvimos olor a leche
            Nacimos siendo  obreros
            Con el color  del cansancio en la boca.
          Pobres  vástagos
            Buscando lo  imbuscable.
            Lo escondido  en la escoria
            Del  sentimiento paterno.
          Porque hubo  que ser padres,
            y tuvimos que ser hijos. 
           
           
          SÁBADO
          Qué triste es  sentir los pies como estropajos
            Recién a los  diecisiete
            Ver mis  piernas astilladas
            Mis manos sin  dedos.
          Se me fue  desgarrando el alma
            Y me duele el  pecho profundo.
            Estoy  suspendida en el tiempo
            Seca
            Tengo una  placa de aluminio endeble
            Con números encima. 
           
           
          LAS TARDES NO PERDONAN
          Fuimos felices
            de la manera  más limpia
            bajo las olas  de Albatros
            que arrastran  monstruos marinos
            y botellas no  retornables.
          El verano  exquisito
            entre arena  fina
            que aún  llevamos pegada en los ojos
            cuando  queremos llorar.
           
           
          VEINTICUATRO
          Nací una  madrugada de otoño
            con las rosas  póstumas
            del jardín;
            fría oscuridad  de tumba. 
            Los muertos 
            del cementerio  cercano agradecen
            estar bajo  tierra.
           
           
          Discurso II  (De Ático)
          
            
              Una en mí maté
  
                Yo  no la amaba
              Gabriela  Mistral
            
          
          Tengo el  sexo abrumado, me falta un brazo en la conciencia, la danza lúgubre de la  demencia esconde su pelusa dentro de mi ojo, enfría la saliva hasta el témpano.  No soy la fémina de meneo azucarado, tengo el llanto de hombre bajo los pelos,  ando tenébrica y fea entre el gentío de bocas secas, me sobran metáforas  cadavéricas cuando lavo mis dientes. No soy la hembra fecunda, mi útero  quebradizo alberga el tejido mohoso de las arañas, me sale en medio de las  piernas un tulipán de estiércol. Se me resbala el perfume de la oreja, los  cabellos fermentan caramelo en mi cráneo, las uñas me germinan como alquitrán y  no puedo hacer espejos. Y, cuando nací, todos coronaron mi nombre de rocío, me  vistieron de princesita sempiterna, labraron en mi pecho las velas católicas de  Jesucristo. Era una muñeca de porcelana rellena de rosas secas. Ellos, todos,  todos ellos, pensaron que cruzaría el océano en su barquito de papel lustre  para ser la dama de sus cuentos de hadas, pero yo nunca creí en sus cuentos de  hadas, sabía desde el vientre que traía un pedazo podrido de alma en las venas,  sabía que andaría mortecina por las acequias del barrio, que comería hongos  azules en invierno y escribiría poemas turbios cuando nadie me viera. No fui la  niña de seda, no soy la niña de seda y me duelen estos versos de tanto no ser  mujer.
           
          Epitafio  XIV
          Escapemos  juntos, en un eclipse instantáneo, palpando lo mortecino del músculo, hacia la  fantasía del ático, para beber sangre de arañas verdes, para llorar eso que nos  enfría el cráneo. El infierno de Dios es un espectáculo simple y burdo. Este  ático fascina en el vaivén del hongo y la ropa vieja, aquí podemos seducir a  las polillas, invitarlas a nuestra cacería sexual, probar conceptos errados del  lenguaje, hacer el amor inconcluso sobre el baúl de la tía loca, eyaculando la  substancia poética y silvestre entre los calzones de encaje y las pieles de  zorro. Sube baja a mi ático, el pequeño espacio donde conservo la aberración  intacta para ti, para que la toques y hagas palpitar su médula, donde quiero,  donde quieres, donde más duele, porque nos convierte en deshechos víboros de  nosotros mismos. Nunca habías escuchado los estertores  melódicos de mi religión. Nunca habías  regurgitado la amarga esencia de un órgano cristiano. Es ahora cuando puedes  hacerte cristal y crucificar tus versos, verles la llaga insondable de su  necesaria estrategia de muerte, clavarles su elocuente calamidad traicionada.  Es ahora cuando debes entrar en el ático, mi placer extremo de la locura, la  insana presencia de esas arañas que temes con ternura dionisíaca. No me digas  que no quieres, que no conoces la macabra circunvalación del cerebro, su tifón  farmacológico, la foto desgajada de mi falsa niñez, porque tú has visto la  sangre negra que botan mis ojos cuando repto por el ático llamando a Jesús,  llamando a la madre, llamando al padre que inventó mi sacrificio mental y  golpeó la dureza superflua de la pequeña flaca que no sabía nada de la vida. Tú  has visto esta hemorragia de llantos y no has dicho nada, nada consolable. Ven,  entonces, a este ático, es una petición vulgar pero bella, como te gustan las  peticiones, vulgares y bellas. Ven y encarámate hasta la carencia de mi  penuria, aquí verás el martirio cíclico de mis sonrisas. Busca entre los  accesorios herrumbrosos aquél abrecartas del que te hablé cierto día y corta  mis párpados para que veas como chorreo alelíes, como me extingo entre los  escarabajos y la lluvia eclesiástica. No te arrepientas de morirme, porque yo  quiero culparte de mis tristezas eternables. Amor, déjame fallecer tranquila,  que mañana vuelves y yo estaré esperándote virgen entre sedas y algodón, para  que veas lo bien que luce en mis facciones la muerte.
           
          Lamento VIII
          Desarmo esta prosa de andamiaje  precario y encuentro la falta absoluta del picoteo sustentable. He escrito unos  cánticos de feria libre, templados en el emprendimiento, pero sórdidos e  inconsecuentes en su tuétano, un esqueleto poroso de otros libros, plagio  tremendista de quienes supieron estructurar la desgracia.
            
            Pero no tengo miedo de la factible  caducidad de estas hojas. Ya se dispersaron en la abulia sangrona de mi cortejo  verborreico, ya se multiplicaron sus palabrones en la escasa liturgia de mi  discreta posición artesanal, ya no importa el enigma artificial del sustantivo  penoso, del adjetivo pustuliento, de anáforas y sincretismos fuleros, porque me  vengo hasta aquí, hasta esta lumbre de trucos gramaticales para relacionar la poesía  tangible con estos infames coloquios de indigente subterránea, repleta de  modismos ampulosos y adverbios de peste corriente. Es lo único que aprendí de  esta patria. Mi escritura es el poder genotípico con el cual me iré a la tumba,  gruesa y sonrojada, pues mi vida momentánea circula en la tristeza de nacer  bajo la lluvia poética, principio y fin de mi amargo pulso vital.
            
            Confesar a esta hora los pecados  íntimos de mi tragedia, sería cortar las raíces de esta penumbra lírica, sería  encarar a las momias familiares de punta en negro, vistiendo la sotana de chica  obsesa y clínica que oculta el verdadero croar de ranita imbécil que tanto he  querido plastificar para embellecerme en suicidios y ansiedades. Es por esta  vergüenza de lazarilla ciega que no deseo confesar a esta hora mi ciclo  menstrual de engaños.
            
            Porque hubo una vez una mantenida, una  achocolatada virgencita de voz quejumbrosa, una infeliz fumadora de robos  paternos – aunque fue su sangre rucia la que me contagió el vicio – que no  sabía escribir cartas navideñas, que no soportaba horas laborales, que no  terminaba sus combates básicos, porque había sido parida en un hospital oscuro,  con la cobardía de los zorzales cuando ejecutan sus asesinatos primaverales.  Esa mantenida, esa inútil de puño y letra, soy yo con insignia y código, pues  nadie puede confundir mi sopor artístico con el tedio de las doncellas  sistemáticas, porque ya he pactado las reglas subestimadas del  oficio nulo y melodramático de la poética, aunque  todavía no logre darle metáfora a la metáfora.
            
            Desarmo  esta prosa de andamiaje precario, guardo mi identidad de polilla en el cofre  que me regaló mi hermano, para que el resto siga creyendo que camino sobre el  agua, que represento en cuerpo vivo la encarnación de la diva dantesca, para  que vean en esta cortísima estatura, los deseos húmedos de su inspiración  gótica y siga yo espolvoreando purpurina sobre el vidrio sucio de la leva  literaria. 
           
          Oración  resignante (Inédito)
          Oh, virtud imperecedera,
            Que has escapado a mis designios tormentosos
            Y te has negado a ser fragmento primordial
            De mi figura,
            Aléjate entonces para siempre
            De mi fortuna
            Y concédeme la gracia
            De las atriciones subyugantes
            Que he nacido princesa
            En un reino asnos.