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Sara Jordán

Por Ernesto González Barnert

Sara Jordán nació en Santiago en 1982. Pero es Viñamarina. El 2007 publica el Poemario “Media Estación” (Ediciones Altazor), sin duda, una bella y cuidada edición. Y hoy tenemos la suerte de compartir acerca del oficio poético de ésta joven laurel y comentar su primer libro. Cuyos poemas –en palabras de Armando Roa Vial-  se establecen en el “instante incierto” y, por consiguiente, son escritura de mudanza. Nos adherimos a ese planteamiento. Por supuesto, falta todavía ese “touch” de los mejores, su respiración no se despega totalmente de la presencia de Uribe o de ciertas corazas emocionales y técnicas (le falta soltarse aún más, reconocerse más radicalmente). Pero sabe llegarnos al oído o al menos apuntar al oído; ahonda en planos físicos, emocionales y religiosos de la propia vida, lo que le da mayor peso escritural. Tiene arrojo y ambición, madera. Uno intuye que irá por más. Sí, es un buen primer libro aunque todavía falte más pellizco. Y claro, celebramos no se apoye a priori en contextos, discursillos, pandillas, cuoteos de mujer, sino en algo más arduo y exacto, escribir poesía.

- De tus poemas ¿Cuál es el más entrañable para ti?
- En realidad sí tengo un poema predilecto, porque siento que aún conserva su ritmo, su vitalidad… Es “El Alma en la Espalda”, no por ser un poema amoroso o de yuxtaposiciones –que son las que más me deleitan–, sino porque creo que es un poema que sigue escurriéndose,  desbordándose a sí mismo en el tiempo y tiene completa independencia de mí como sujeto. Pero suelo privilegiar la yuxtaposición entre lo real y metapoesía o metalenguaje. El objetivo es rescatar la vivencia por sobre todo. Me gustan las yuxtaposiciones de hechos, fantasías o tipos de lenguaje,  trenzados con mis humores, negros, irónicos. En “Media estación” prima el choque entre registros del lenguaje y aparecen también el humor y, con mayor gusto personal, la mezcla de la vivencia o fantasía con lo metapoético. Del poemario se desprende mi relación erótica con la palabra y la creación misma, que es anterior a este libro.

- Ahora bien, ¿Cómo entraste a la Poesía?
- Entré a la poesía de adolescente, leyendo a un poeta que nadie reconoce como yo, sino Armando Uribe. Hablo Bécquer, el precursor del Modernismo. Luego, como escribo también en prosa, pasaron varios años en los que trataba de escribir poesía, pero no lo lograba. Tuve que esperar a tener clases con Armando Roa Vial, las que, en el fondo, actuaron como taller para estimular la creatividad. Él posee un carisma sin parangón y todos volaban con sus comparaciones y con su intelecto. De ahí extrapolé “Cómo escribir poesía” y conocí la influencia de Pound. En esas clases descubrí el verso libre, cómo hacerlo, habiendo “renunciado” a escribir poesía.  Le tenía un amor-odio muy fuerte por los estados anímicos a los que supuestamente me remitía y no me percataba de que eran las ofensas y la insuficiencia de la realidad las que me llevaban a ella y no a la inversa. Me costó un mundo aprender eso.

- ¿Qué esperas planteé profundamente tu escritura poética? ¿A dónde por añadidura llegar?
- A mí no me interesa realizar ningún planteamiento. No me cuestiono un “proyecto poético” ni menos una revolución en el mundo de la poesía (salvo cuando escribo entre risas que para renegar de toda la tradición, debiera empezar a escribir en inglés). Antes de mi primera publicación, en ese momento en que uno se ve la paja en el ojo, me flagelé mucho por mi hibrides en cuanto a los registros del lenguaje, ya que estaba rodeada de amantes a la poesía imaginista y veía que mi propia poesía no tenía ninguna relación con esa estética. Después de publicar alguien tachó mi poesía de sincera. No sé si eso quiere decir que la mayoría son mentirosos o exagerados, no lo sé. Lo que sí sé claramente es que no me interesa escribir poesía política ni estéticamente comprometida. Mi único objetivo es la excelencia y para mí “Media Estación” es el hito cero. Nunca he pensado la poesía como un medio para sobrevivir… Mi único proyecto es la intención permanente de hacer de la poesía una vida, y que la poesía me la devuelva menos amarga. Si los puritanos decían “Time is Money”, yo replico:“Time is poetry”. Me encanta escribir, me desdobla, me subvierte, saca de mí mi lado más liberal… Quisiera hacer girar la poesía en mi vida como una cuchara que revuelve café. Ella me desarma y yo me desarticulo de lo convencional… La poesía es el juego de dar y quitar la vida a través de la palabra, de desbordar todo lo existente para aparecer como el único buque que me pueda llevar hacia ese lugar exótico. Así es que mi “proyecto” es escribir bien, jugar con el lenguaje y las lecturas dobles, accediendo al lector (al que sólo se da la cara cuando la creación concluye) por el desconcierto o la originalidad que cuesta tanto, con humor y desgarro.

- ¿Eres una obsesa de la corrección?
- No, para nada. A veces creo que es un defecto mío muy grande, pero quizá se debe también a mi forma de trabajar. Escribo en cualquier parte, usualmente sobre papel, y luego arranco la hoja y la dejo en un lugar que sabré encontrar. Mi poesía pasa a “decantar”, como el Vino, alejada de mí y puede ser que incluso meses después, con un grado de inspiración, recurra a “tal” poema  y lo reescribo completo,  podo los ripios, las rimas, las imprecisiones. Junto versos, saco otros y vuelvo a reconstruir todo. Ese proceso dura al menos varias horas, en poemas que típicamente tienen a lo más dos estrofas. 

- ¿Cuál es tu mayor defecto como Poeta?
- Creo que es mi hábito de lectura. Me he engolosinado con Uribe, Lihn y Hahn, llegando a hilar fino, pero esas fijaciones no son muy fáciles de lograr. Tengo autores predilectos y voy descubriendo otros a oídas. Siempre ando averiguando y luego consigo los libros y los leo. Creo que mi peor error es exigirme al leer y no quitarme la Sotana de escritura, porque me condiciona mucho. Me auto impongo leer y a veces me tropiezo conmigo misma. No concibo la lectura como algo meramente estético, sino que cultural, como un bagaje obligado que a veces me sorprende y otras, no. Es el agua para mi fertilidad literaria. Ante una obra siempre estoy preocupada del lenguaje, de las frases con carga poética… De hecho, “El Alma en la Espalda” es una frase robada a Vargas Llosa.

- ¿Cómo ves la poesía actual chilena? ¿Y en ella a tu promoción con respecto a las anteriores?
- Creo que la poesía chilena actual esta pasando por una fase difícil. Basta publicar un libro: no hay mercado. Eso no sólo perjudica al poeta, sino que indica que hay una crisis respecto de la lectura en nuestro país. En Londres, los metros siempre están atestados, en las horas punta, con gente leyendo novelas o el diario. Eso jamás lo he visto en Santiago.

Creo que los poetas se están perdiendo con la metapoesía, porque la han llevado a lo filosófico: la poesía siempre debiera estar conectada a una situación vital y no debe pasar a ser una mera idea: “los poemas se escriben con palabras”, rumiaba Armando Uribe. Para eso está la filosofía; la metapoesía “pura”, se desborda en ideas añejas y pierde el sentido de “Ley de gravedad del lenguaje”—su potencial de inconsciente, su ritmo interior y peculiar como el modo de caminar—  arranca de sí la experiencia. También he observado que mi generación está utilizando la poesía como un vehículo para que el autor declare su tendencia sexual o para una liberación femenina. Creo que la poesía debe valerse por sí misma y no debe recurrir a situaciones límites para ser compuesta. En Europa esto no pasa porque están adelantados en todo respecto de nosotros. Son más libertinos y supuestamente tolerantes, al menos en superficie. Muchos autores brillantes han sido homosexuales y eso a nadie le importa cuando se trata de literatura. Creo que un poeta pierde el norte cuando se vuelve tan autorreferente, aunque su identidad esté quebrada. Lo que importa es la poesía en sí, el arte por el arte y no una poesía como vehículo de escándalo o polémica que pretenda “escandalizar a los burgueses”. Pero en el caso de las mujeres es distinto, porque peleamos con el canon tradicional que no nos incluye para nada. ¿Quién recomienda leer a la Mistral? Si pasa, es raro.

- ¿Cómo ves la poesía actual escrita por mujeres?
- De lo que he escuchado, porque mis amigos poetas son todos hombres, es que hay una fuerte tendencia erótica que dice “Al pan, pan, vino, vino” sobre el sexo. También leí una crítica a Teresa Calderón que me dejó helada, porque si hay tres peldaños para escribir buena poesía, creo que a ella le dijeron que se quedó fija en el segundo… Atroz. En cuanto a mis coetáneas, hay una corriente que se centra mucho en lo sexual, sin recurrir a la metáfora ante un tabú, sino más bien lo contrario. También escribo poesía sobre el amor, desamor y sexo, pero para mí siempre existe la metáfora par decir “eso” que la femineidad dice tirando palabras y escondiendo el tintero. Creo que ahora las mujeres van en la vía opuesta, buscando decir las cosas como ellas quieren, pero este tema puede llevar la poesía a un abismo, porque aún las mujeres suelen perderse del canon. Ser mujer es un plus cuando quieres entrar a la poesía si posees un atractivo especial (físico o intelectual), siempre y cuando sea muy patente. Las mujeres tenemos que aprender a usar eso a nuestro favor para que, en cierto modo, los hombres nos abran sus salones “intelectuales” y así podremos navegar hacia el mismo lado, sin ser discriminadas.

- ¿Por qué crees que acá tantos escritores ponderan la poesía como el género de los géneros?
- La poesía es el género más difícil de escribir. He escrito en prosa, he hecho muchos ensayos y creo que la poesía responde a otra musculatura.  La prosa es una teatralidad permanente, implica controlar varias variables simultáneamente, es como el fútbol. Por otro lado, la poesía funciona como una polaroid de un instante vivencial, como el tiro al blanco, ya sea emotivo, visual o lo que fuere, con una idea única y responde a eso con un dominio del lenguaje y del ritmo de forma muy especial, de modo que el poema vuelva a sí mismo, que la lectura del poema remita a ese poema, a recordarlo como lo hicieron los antiguos con la sabiduría que se trasmitía de generación en generación, llegando a la musicalidad.

La poesía requiere de un lenguaje preciso, de un dominio idiomático mucho mayor, porque es sintética en imágenes o conceptos y tiene que ser una bomba que el lector detone al leer el texto. Para mí,  la poesía es capacidad de síntesis, de emotividad y de intelecto (cuando se corrige) y concuerdo mucho con Uribe en cuanto viene de las profundidades del inconsciente. Cuando uno escribe, entra en un juego narcisista con lo hecho, ese mirarse al espejo que a veces te ahoga en tu propia imagen y no te deja salir. Además, guarda relación con el juego, con el ánimo lúdico. De hecho, he escrito poemas premonitorios un par de veces y creo mucho en el poder del inconsciente a través de la escritura. Cosas que a veces no sopeso, aparecen claramente en mis escritos.

- ¿Cuáles son los 10 libros que recomiendas leer?
- Recomendaría leer… Las flores del Mal, sin duda, La pieza Oscura de Enrique Lihn, El Fantasma de la Sinrazón de Armando Uribe, El Apocalipsis de las Palabras / Le dicha de enmudecer, de Armando Roa Vial, Versos de Salón de Parra... El Pantaleón y las Visitadoras, de Vargas Llosa,  los cuentos de Cortázar, como Carta a una Señorita en París, el período trágico de Shakespeare, Ezra Pound, y La Tierra Baldía de T.S. Eliot, Residencia en la Tierra de Neruda, Don QuijoteEl Túnel de Sábato y Los hermanos Karamasov. Me pasé, dije ¿once? Bueno, al quien escribe no se le exige la aritmética salvo para contar sílabas…

- ¿Cuál es el gran libro de poesía chilena olvidado?
- País Blanco y negro de  Rosamel del Valle, aunque en propiedad es mejor pensar en la generación del ’38, salvo Anguita, como una generación opacada por la gran figura de Neruda que avasallaba todo al pasar.

- ¿Qué lees hoy?
- Leo a Uribe y Lihn para mi tesis y estoy intentando terminar “Dublineses” de James Joyce. Hace poco leí a Alfonsina Storni y me gustó mucho. 

- ¿Qué libro no terminaste de leer?
- La Odisea, de Homero y todos los poemas épicos por un trauma infantil. O sea, quien no queda traumado si lee La Araucana entera para historia en quinto básico…

- ¿En qué línea van tus próximos proyectos?
- Mis proyectos siempre se han basado en mi quehacer literario. Elegí estudiar literatura para no desentenderme de mis estudios, y ahora busco hacer un magíster en lo mismo, para dedicarme siempre a la literatura, esté escribiendo o no. Siempre del lado de los libros…

- ¿Qué me puedes decir de los Talleres de Poesía? ¿Cuál ha sido tu experiencia?
- Mi experiencia fue completamente distinta. Quise un taller literario con Roa Vial y él nunca quiso hacer uno, porque es de los escépticos respecto de los resultados de los talleres. Justo en esa época conocí a Armando Uribe y a los meses después le pedí que fuera mi maestro. Lo que él me enseñó para poder escribir no tiene relación con los talleres literarios. Descifraba sus comentarios en la medida que leía los textos, pero me enseñó, más bien, que en la poesía me puedo mostrar y exhibir –porque toda la escritura tiene algo de exhibicionismo-, mientras que en la vida hay que intentar ser sencillo y criterioso. Me enseñó dónde está el límite de soltarse las trenzas en la vida poética, y, que al regresar de la poesía, hay que andar con un moño bien apretado.

- Qué reflexión te merece los medios electrónicos de difusión literaria?
- Creo que lamentablemente la literatura tiene que adaptarse a algunos fenómenos históricos y tecnológicos, pero para mí siempre vale más el consejo de alguien que me recomienda un autor después de haberlo leído; prefiero la antigua usanza.

- Quién te gustaría obtenga el premio nacional? ¿Te parece que debiere ser dado cada año y no cada dos? Así creo se reduce un poco más la posibilidad de dárselo a los que realmente lo merecen, lo necesitan.
- Creo que Óscar Hahn debiera ser el siguiente. Tiene muy buenos poemas, aunque no es muy prolífico (creo que dice escribir cuatro poemas anuales). Me parece mejor así, porque creo que hay que premiar a los poetas que realmente lo merecen y estos concursos no debieran ser tan mediáticos. Por ejemplo, una vez leí un poema de Zurita “Bruno se dobla, cae”. Era un poema de una alucinación, pero pese a saberlo, me pareció pésimo. Dicen que tuvo un libro muy bueno, pero que después no volvió a alcanzar esa calidad. Premiarlo, creo yo, fue un error y una jugada política. La poesía debe premiarse en cualquier color, pero por su calidad.

- ¿A qué le temes?
- Le temo a la soledad, al abismo, al silencio… Siempre me ha costado entender la postura de Armando Roa respecto de él, no creo que sea un instante de “redención”, si lo extremo. Lo veo a la inversa: el silencio se da cuando ya no hay qué decir, o cuando el momento en sí mismo es tan intenso que nos hace falta una directriz para poder escribirlo o nombrar lo imposible. A mí, el silencio me abisma, por esa relación erótica que tengo con el lenguaje. No escribir es andar viuda.

- Y por último ¿Cuál es el mejor consejo que has recibido para escribir?
- De Diego Maquieira, cuando hablaba de su propio oficio, que hay que dejar que pasen eso de seis meses antes de volver a ver el texto escrito. Eso me ayudó mucho en un momento en que parecía torbellino escribiendo y no podía soltar la mano. Hay que dejar que los poemas jueguen a solas como los niños en el barro, porque el poeta es precisamente un niño como decía Hölderlin. En propiedad, esa es el único consejo que retengo, porque soy hija de la maestría de Uribe, buena o mala, pero parte de su legado al fin. Él es, más bien, mi “padre poético”. A él le debo mucho de lo que entiendo por poesía y, según dicen, se lee su influencia en mi primer libro; yo sé que su fantasma está en ese poemario, pero no soy capaz de verlo aún.

 

 

P O E S Í A

 

De Media Estación
Altazor Ediciones,  2007

 

El Alma en la Espalda

He escuchado versos funestos, funerales,
y elegías llorando la muerte
o a un amor no correspondido
mientras tu mano me busca insegura.

Decir adiós no es tan difícil
cuando aún no hemos probado un bocado de los frutos
del árbol centenario que nos vio descansar
mientras las vides se abrían paso junto a la hiedra,
palpando su corteza como a un lugar propicio.

No es tan difícil salir del parque,
olvidar el desconsuelo del Galope Muerto nerudiano,
pero sí lo es dejar de recordar la fatídica voz de T.S. Eliot
cuando me pregunto “Should I dare disturb the universe?”
ahora, cuando el camino se bifurca
para adentrarme en un laberinto solitario.

Lo cierto es que los poetas nunca supimos ser razonables
sino tan sólo frágiles muros
en cuyos cimientos terremotean las memorias,
invitándonos a la desesperación.

La sensibilidad es un bien preciado
o un presidio si la fortaleza se derrumba.
Por eso mismo me he echado el alma a la espalda,
cargando esta maleta llena de libros amargos,
por tener el maldito oficio melancólico de recordarte.

 

 

Gata

Esta casa está colmada de gatos
todo es bodrio, excepto la pata de la gata
que se adelanta y enrolla su cola en mis canillas
hasta dejarme desgajada, muda,
para coger del habla el verbo menos malo,
aunque me pida otros ejercicios, carnales,
de enrollar la lengua a otra lengua
desde el primer peldaño del pórtico
voy cayendo escalonada
derrapando el cemento, hacia abajo,
camino a cuatro patas negras
engrifándome al amanecer.


 

 

 

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