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Julio Espinosa Guerra

Por Ernesto González Barnert

Julio (1974, Chile) es un escritor inteligente, ambicioso, trabajador. Y que con tino y cuidado trabaja sus materiales, experiencias, lecturas, la propia escritura hasta conseguir para algunas de sus poesías una belleza y voz, un rigor y contención de alto vuelo, una fuerza que se agradece. Sobretodo en días en que muchos salen a aullar como un perro tras el primer tipo que pasa por la calzada y llaman a eso poesía y no guau, guau, guau. Sin duda, Julio Espinosa es un autor que sabe donde está y hacia donde quiere ir, que escribe para cabales y que todavía puede ir más allá dentro de lo mucho que ya nos ha dado en sus poesías sobretodo si consigue arriesgar más al oído, un poco más, aunque pierda seguridad en su resultado poético para con él y para con nosotros: sus lectores.

1.- ¿Cómo es tu inicio literario, a qué se debe, lecturas que rondaban en tu cabeza, quienes fueron parte de esos primeros acercamientos tuyos a la poesía?
- Pienso que inicialmente no hay nada literario. Se trata casi de la repetición de un gesto. Porque en mi caso, existía un medio que propiciaba la escritura. Mi padre, aunque nunca ha llegado a publicar, escribe, y en la casa de mi familia siempre existió una biblioteca bastante heterogénea, donde se podía encontrar desde la primera edición de “Venus en el pudridero” hasta libros de pintura de da Vinci o El Bosco. De esta manera, escribir algo a los once años, como lo hice, era buscar el elogio, reafirmarse en la pertenencia y el cariño.

Hay, indudablemente, un segundo comienzo, marcado más por la biografía propia que por los libros. Aunque siempre me atrajeron, lo cierto es que dejé de acercarme a ellos en los años de la enseñanza secundaria, más aún cuando me empujaron a elegir el área científica en vez de la humanista. Hay un paso por ingeniería que me ayudó a rechazar lo que no me gustaba, incluso sin saber qué era lo que quería. Fue en ese período de indefinición que volví a escribir, más por decirme que por decir a los otros. Es en ese hecho de signar la página y, al hacerlo, el mundo, mi mundo, mi visión, que comienza realmente la escritura. Otra cosa es que fuera literatura. Porque uno nunca sabe si lo que hace es literatura. Para ello sólo hay un elemento diferenciador, que es el tiempo, nada más.

Por lo demás, debo reconocer que inicialmente no fui un buen lector, especialmente de teoría. No me voy a escudar en la procedencia social en absoluto, aunque un grado de importancia tiene. Se trata más bien de la necesidad: el tiempo que otros gastaban leyendo, yo lo gastaba intentando aclararme, seguramente porque siempre he sido más lento que los demás o, quizá, porque no me gusta retroceder después de dar un paso. De esta manera, creo que lo que es literatura, y no intuición de lo literario, recién comienza con mi tercer libro de poemas, “Las metamorfosis de un animal sin paraíso”, texto comenzado en Chile y concluido en España. Los otros dos, aunque los aprecio, y mucho, son tanteos. Aunque, qué no es tanteo en el mundo de lo no dicho.

2.- ¿Qué es hoy para ti la poesía?
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Lo poético es aquello escrito que logra rozar algo imposible de decir. Quiero decir que lo poético está en el meollo del hecho lingüístico y, por lo tanto, en el centro de la relación del hombre con la realidad y lo real, que es parecido, pero no lo mismo.

Partiendo de la base de que la realidad no es más que el reflejo lingüístico de lo real y que el lenguaje es un sistema de signos convencional, todos deberíamos estar de acuerdo en que esa convención, para poder comunicar, debe alejarse de lo nombrado. Esto lleva a que cada concepto no sea más que un espejismo de lo que hay más allá de lo nombrado, que por lo demás, podría haber sido dicho de otra manera tan válida como la concertada. Cada concepto, por tanto, es una especie de ladrillo en el muro de lo real, pero hay zonas de esa muralla sin ladrillos, otras donde el ladrillo está descascarado, casi apunto de caerse, y otras donde hay concreto, pero no ladrillo. Es decir, no hay concepto. Lo negativo es que solemos olvidarnos de este hecho y llegamos a afirmar que lo que se dice es todo lo real, cuestión, por lo menos, poco exacta.

Un par de poemas que reflejan muy bien el hecho de esta palabra que al decir deja de decir es “El zoológico imaginario” de J. L. Martínez  y “Llanura” de Andrés Fisher. Ambos poemas exponen que lo dicho no es o que es, pero es otro, no necesariamente comparable o relacionable con lo que existe, con lo que está más allá de la capacidad de nombrar y conceptualizar del ser humano.

La poesía, para ser poesía, sería entonces el lenguaje quebrándose la muñeca a sí mismo, huyendo del lugar común, del tópico, entendiendo por “lugar común” y “tópico” casi todo el lenguaje normativo y academicista. Y una manera eficaz de conseguirlo, es la imagen poética, que esencialmente transgrede, tanto en su coordenada sintáctica como en la semántica, el lenguaje para decir lo que éste no puede decir. Pero no debemos olvidar que la escritura poética aun tratándose de una reconceptualización de la realidad, una reescritura de lo real, es ante todo un acercamiento más que racional o positivista, intuitivo, y su finalidad más que la mera comprensión o asimilación de un nuevo concepto, es la del desasosiego, la de la puesta en duda, del desconcierto del lector ante una realidad antes invisible, que de pronto se apodera de su mirada. Sólo después de esa sorpresa, viene la racionalización, pero es secundaria; tanto que si no existe, el poema sigue siendo un gran poema si es que logra remover, cuestionar, desasosegar las certezas de quien lo lee.

3.- ¿Para quién escribes?
- Más que escribir para alguien, creo que escribo para algo, donde ese “algo” es la necesidad de observar de manera personal lo que me rodea, puesto que indudablemente el lenguaje cotidiano vela la mirada, obligándola a un acercamiento que predefine lo real.

Desde este punto de vista, la poesía es libertad ya no sólo expresiva, sino interior y subversiva, porque obliga a mirar y al mirar, posesionarse frente al discurso instaurado y que pretende ser totalizante, cuando obviamente no lo es.

4.- Cuando escribes necesitas algo a tu alrededor. Alguna cosa, haces algo?
- Nada. Sólo silencio y concentración, porque para mí lo poético es un ejercicio del intelecto. Hasta el sonido del ventilador del computador me molesta.

5.- ¿Cómo es tu proceso escritural?, ¿cómo trabajas hasta concretar un poema?
- Anterior a toda pulsión, está la observación y la meditación sobre lo observado. Llega un momento en que uno se da cuenta de que eso que se ha observado y que se ha meditado no es reproducible en un concepto general. Es único no porque uno, el que observa, sea único, sino porque no se puede reproducir ni en otro momento ni con otras palabras.

Para explicarlo mejor, pongamos como ejemplo “El amor”. Alguien puede pensar que este tema está agotado. Pero lo que está agotado es el punto desde el que se mira el tema, porque “amores” hay muchos. Entonces, sólo cuando el creador se posesiona y elabora ese posicionamiento por medio de su propia perspectiva, de su propio lenguaje, que una vez roto el dique del lenguaje repetitivo, deja de ser común, se puede escribir y acercarse al hecho, o mejor, al desasociego que ese hecho, ha producido. El problema es que este tema está tan escrito, que la posibilidad de miradas cada vez es menor y, por ende, menor la posibilidad de escribir algo que valga la pena al respecto.

Un ejemplo claro es el de Sharon Olds. En su poesía está muy clara su toma de posición. El libro que da partida a su mirada particular es “Santan Says” (1980), donde elige romper con sus miedos para decir a “su manera” lo que vive. Doce años más tarde, publica “The Father”, que considero es un libro de poemas de amor al padre, pero no aparece ni una sola referencia a ese amor sensiblero y plagado de tópicos que es hoy el género de “poemas de amor”. Esto sucede porque, tomado como referencia algo que dice Paz en alguna parte, Olds ha encontrado su lenguaje y trabaja sus poemas para poder expresar no lo que el lenguaje ya conceptualizado diría si le dejamos las riendas sueltas, sino lo que ella quiere decir y mostrar con las palabras.

Esto nos lleva a otra cuestión: cotidianamente el lenguaje, más que una herramienta, es un fin. Es decir, más que mostrar algo externo a él, se repite, se muestra a sí mismo y a nosotros, sus usuarios, como un pavo real, y nosotros lo aplaudimos y repetimos una y otra vez los mismos lugares (el lenguaje, sus conceptos, son lugares, indudablemente, aunque sean lingüísticos). Ejemplos sobran, tanto hablados, como escritos y también cantados. Pero el poeta, el creador, usa el lenguaje, transformándolo en una herramienta y no en una finalidad. Por tanto, todo proceso de escritura, también es un proceso de domesticación, como lo demuestra “Invocación al lenguaje”, ese excelente poema de Óscar Hahn que comienza con un “Con vos quería hablar, hijo de la grandísima”.

Es así como en mi proceso de escritura es indispensable pasar por un largo período de reflexión, un período donde intento ver lo que no se ve cuando uno rodea las cosas con la mirada de todos los días, apoderado el ojo por el automatismo del lenguaje. Entonces, para mí la escritura es previa al signo. Está en la reeducación del ojo, la puesta en duda de las definiciones y de las imágenes que acompañan la realidad parcial a la que llevan esas conceptualizaciones.

6.-¿Es necesario que el escritor sea un hombre comprometido?
- Me he sorprendido mucho leyendo las diferentes respuestas que han dado algunos de los anteriores entrevistados a esta pregunta, especialmente porque es increíble cómo gente que trabaja con el lenguaje, que lo debe tener como una herramienta y no como una finalidad, puede enredarse tanto en torno a un concepto.

Pienso, y es una reflexión muy personal, que la respuesta dependerá de qué quieres dar a entender con la palabra “comprometido”, que no has llegado a definir con exactitud en tu pregunta. Si te refieres a que el poeta tiene que ligarse a un conceptualización del mundo ajena a su mirada particular, es decir, si ésta es grupal, la respuesta es no, puesto que dicha opción le quitaría libertad y se transformaría en el “bardo” de una serie de ideas preconcebidas que más que reflejar o intentar reflejar lo real, quieren “hacer” la realidad a su conveniencia, aunque esta conveniencia esté llena de buenas intenciones.

Si al contrario, “comprometido” hace referencia al posicionamiento particular del creador, a la búsqueda de su propia mirada, de su propia lectura del texto de lo real, elajado de un discurso predeterminado y, por tanto, manejado por otros, pienso que sí, el creador debe comprometerse consigo mismo e intentar reflejar sus tanteos del mundo, cámara, pieza oscura, a la que es imposible llegar con certezas puras, mas sí con imágenes y conceptos que quiebren el esquema normativo del lenguaje.

7.- ¿Qué poetas, escritores, artistas, o experiencias han marcado tu cocina literaria y también la propia vida?
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Es difícil hacer un listado, porque responde indudablemente a esa parte de la biografía que no es reseñable en el currículum vitae de todo creador. Quizá, por eso, no me he dado tiempo para reflexionar sobre ello. Por otro lado, estos autores o experiencias no son necesariamente los que están reflejados en mi poética. Más bien se trata de quienes me abrieron las puertas para acceder a otros autores, aunque también de quienes intentaron cerrármelas, porque toda acción de este tipo conlleva en mí la reacción de la supervivencia.

Pero volviendo a esa mezcla de experiencia vital y experiencia lectora que propones, indudablemente el tener un padre que no sólo escribe poesía, sino que también lee, y en voz alta, fue un incentivo. Recuerdo los ocho, nueve, diez años, escuchándolo cundo nos leía a Parra y su “Cueca larga” o su “Autorretrato”, algo de Neruda, algo de Teillier, algo de Lihn o trozos de “El poliedro y el mar” de Anguita. No puedo decir que me gustara ni que me disgustara. Para mí era parte de la cotidianidad, un gesto familiar, como otros tienen el rosario religioso a alguna hora de la tarde u otros se arodillan inclinando la cabeza en dirección a La Mecca. Que en casa hubiese un lector de Parra, no me llevó a leer más poesía, pero me la “inoculó”, como diría Millán.

Después hay que dar un salto significativo en el tiempo, ya a la época de universitario, en el Pedagógico, donde, junto a dos o tres más, era un bicho raro. Leí entonces a los beat's y lo de siempre, Rimbaud, Baudelaire, Verlaine, además de Vallejo, Teillier, Lihn. Como puedes observar, fui un lector bastante tardío. La mayoría de mis contemporáneos ya se había leído las obras completas de estos autores a los quince. Además, debo confesar que aunque leía, no tenía la reflexión necesaria sobre los textos. Es probable que nadie la tenga a esa edad, menos antes, pero en mi caso no existía ni siquiera un diálogo profundo con otros que buscaran algo similar. Yo escribía más por intuición que por otra cosa. Evidentemente en mis primeros poemas hay una precariedad evidente por este motivo.

En la mayoría de las ocasiones se dice que los talleres no sirven para nada. En mi caso no fue así. La experiencia de pasar por el taller de la Fundación Neruda fue rica, porque me dio ese contacto con otros poetas de mi edad que antes no había tenido. De todos los compañeros, hubo dos que me ayudaron mucho a comenzar a cambiar la mirada. Kurt Folch, que ahora es conocido, y Tomás Brito, que a pesar de tener dos libros publicados, es un desconocido, seguramente porque no estudió ninguna carrera universitaria y en nuestro país siempre será mejor poeta un académico sin nada de talento, que un camarero con genio literario. Aunque, claro, con el genio no basta.

Pero decía que tanto Tomás como Kurt se dieron el tiempo para mostrarme y demostrarme que mi escritura sólo era destellos, momentos o imágenes que se perdían en medio de adjetivos o textos mal solucionados. A través de sus críticas fui comprendiendo, entonces de manera muy precaria, lo que hoy forma parte importante de mi escritura: el despojamiento, donde menos es más.

Pero indudablemente quien marca un antes y un después en mi manera de enfocar el poema es Andrés Fisher, un poeta chileno del grupo post' 87, que en el país llegó a publicar sólo un libro, “Ocúltamente ávido” el año 1992, sin repercusión alguna en los medios, puesto que entonces ya vivía en España. Fue una de las personas que me acogieron cuando llegué a Madrid y con quien, seguramente, más horas he pasado hablando de poesía. Entonces –hablamos del año 2001– hacía poco había salido su tercer libro: “Hielo”, con el cual ganó el Premio Gabriel Celaya, un texto, y disculpa el atrevimiento, bastante superior a la de los libros de sus compañeros de generación, y que algún editor en Chile debería buscar y publicar. Puedo señalar que más que lecturas específicas, fue el diálogo, la exigencia del mismo, el que me llevó a situarme por fin en un lugar diferente desde el cual mirá al exterior, donde “exterior” no sólo es paisaje, sino también el lenguaje, entendido como un lugar que visitamos una y otra vez, y que en la mayoría de las ocasiones no se superpone a lo que hay tras él, lo que supuestamente comunicamos al usarlo.

Pero, en cuanto a influencias, hay otros autores que me interesan mucho y que de alguna manera están presentes en mi creación. Se trata de autores en los cuales es evidente la preocupación por el lenguaje, situándose en un lugar destacado Gonzalo Millán y Juan Luis Martínez. También Omar Lara es un poeta excelente, aunque muy despreciado por el medio. Ha tenido que ganar un premio en España para que hablen de él. Otro texto fundamental es “Carta de viaje” de Elvira Hernández y muchos de los textos de Cecilia Vicuña. El fraseo de Lihn, que es una forma de reflexión, me apasiona, aunque hoy huyo de él, que fue muy bien leído (mal leído, diría Bloom) por Waldo Rojas. Luego está el trabajo textual de Zurita en “Purgatorio” y “Canto a su amor desaparecido”, que es apasionante. Y la neocrónica de Maquieira, con varios seguidores que le han sacado más el jugo que el propio creador. Luego me interesa Víctor Hugo Díaz, uno de los Premios Neruda más justos del último tiempo. Seguro que alguno se me olvida, pero seguro también que los que hay están bien puestos.

Luego están las lecturas externas, donde hay un montón, pero aun así nombraré a algunos: Walcott con “La abundancia”, que es bello y desasosegante. La ya nombrada Sharon Olds. El Eliot de los “Cuatro Cuartetos”, aunque esto es redundar en lo obvio. Joseph Brodsky, Eugenio Montale, Celan, Leopardi, Charles Simic, Mark Strand, Basho. También Eduardo Scala, José María Parreño, José Luis Gallero, Carlos Piera, Chantal Maillard, Olvido García Valdés, Gamoneda y José Miguel Ullán, por nombrar algunos españoles de lectura obligada. Y Vallejo, claro, simpre Vallejo. Quizá el único indispensable.

8.- ¿Qué me puedes decir de la poesía  chilena actual? ¿Qué autores destacas?
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Pareciera que siete años y medio son pocos, pero en realidad son muchos y cuando hoy se dice “actual” casi siempre se hace referencia a autores que aún están en pañales, aunque sus nombres suenen en los medios o salgan del país invitados a algunos festivales.

A mí, en realidad, me gusta hablar de autores de más de treinta, porque son los que ya han persistido en la escritura, cuestión nada fácil. Los demás ya se verá qué hacen, qué siguen haciendo.

Lo que me gusta del panorama chileno, por lo menos desde los cincuenta hasta los noventa es la tremenda variedad de voces que coexisten en un mismo espacio. Eso es estupendo, porque ningún grupo intenta hacer primar un lenguaje determinado. Es un bien a favor de la libertad. Porque, al fin de cuentas, cada grupo que acapara el espacio de lo poético, lo jibariza, ya que no hace más que instaurar otro discurso, otra conceptualización, otra norma sobre la norma. Y ya sabemos: lo poético es lo que supera la norma. Transgresión, la llamaba Barthes. Y esto es algo que se da plenamente en el período indicado. No hay “dueños” del discurso y eso es tremendamente positivo, es un punto a favor de la tradición poética chilena.
Te doy un solo ejemplo de lo contrario. Acá en España existe un grupo identificado como “Poesía de la experiencia”. Lo malo de éste no es, necesariamente, lo que escribe, sino que los treinta o cuarenta o cincuenta poetas que lo conforman escriben de una manera bastante mimética. Entonces, más que un discurso poético, han instaurado una ideología, otro sistema lingüístico, y además rechazan cualquiera que sea diferente al que ellos pregonan. Esto anquilosa el lenguaje y, por sobre todo, la mirada. Y al suceder, el ser humano pierde la libertad que le da la creación, entendida como arte, pero también como interelación con lo real, con lo externo. Para decirlo más brevemente, le quita conciencia.

En el Chile que yo conozco pueden existir otras razones para criticar el medio, pero éstas nunca son de este tipo. Es más, considero que la única forma en que esta virtud se puede perder, es que de pronto surja un grupo que más que intenciones poéticas, tenga intenciones políticas, es decir, copar el medio público de lo poético con sus creación, empujando al resto de los creadores, a aquellos que no comparten su discurso, más hacia el margen de lo que están, si se puede. Pero para ello, además de escribir, tienen que tener poder y contar con ayudas directas del poder. Cuestión que por las diferencias y convivencia de los diferentes grupos existentes, es casi imposible.

De esta manera, sólo puedo hablar de lo que conozco y bien precariamente. Es así como considero que si no el mejor, uno de los autores fundamentales de la última promoción ya solidificada en el medio nacional, que es la de los noventa, es Andrés Anwandter, porque es único y ha logrado entrar al terreno poético que a mí, particularmente, me interesa, que es nombrar esos resquicios sin voz en su poética. Todo un asunto de lenguaje, claro. Luego está David Bustos, que proviniendo de un área excéntrica al de los poetas más institucionalizados, ha logrado abrirse un hueco con libros excelente, donde para mí el mejor es “Zen para peatones”, libro difícil y sin concesiones, como suele ser la poesía más seria. Esto no quiere decir que “Peces de colores” esté mal; al contrario, también es excelente en su producto final. Germán Carrasco es totalmente imprescindible. Debo aclarar que prácticamente no tengo relación con él y sé que es un creador tremendamente controvertido. Al mismo tiempo pienso que en sus textos siempre sobra un tercio de libro, aunque él se proteja de críticas señalando que la suya es una poética donde sería necesaria la existencia de esos textos inacabados, cuestión que pongo en duda. Pero lo cierto es que hay bastantes discursos posteriores que no hubiesen cuajado sin la existencia de Carrasco en el panorama. Y no se trata de copiones, sino de una perspectiva que él abrió y que antes de él no existía en el panorama chileno. También me interesa mucho la obra de Cristián Gómez, que al estar lejos del país pareciera ser un autor inexistente, pero indudablemente es de los de más enjundia; Armando Roa, por su seriedad y erudición, e indudablemente Martín Gubbins, cuya búsqueda es significativa y casi única en el panorama chileno, puesto que ha tomado las tres vertientes de lo poético (ojo, voz y escritura, que también es lectura), intentando reunirlas en un solo cuerpo. Tiene un acervo de lecturas envidiable y si no se entra en su propuesta, no es por la debilidad de la misma, sino por la falta de ojo de quien lee, escucha, mira.

Me dirán que faltan nombres. Claro, es natural. Estos creadores que he nombrado son pocos, lo sé, pero también son suficientes. Con una buena lectura de sus obras, tan diferentes entre sí, tendremos una buena muestra de lo que es la poesía chilena, sus inquietudes, su evolución en el último período. Después hay un grupo numeroso que pone el listón muy alto. O gente como Gustavo Barrera, que me dicen que es muy bueno, pero cuando busqué su libro, la última vez que fui a Chile, no lo encontré. Entonces no puedo opinar.

Lamentablemente también hay gente repitiendo el mismo discurso de algunos miembros del grupo post, pero seguramente se trata de los ciclos, aunque lógicamente es incomparable la vivencia de un Víctor Hugo Díaz o una Malú Urriola y la de un jovencito o jovencita de comienzos del 2000.

9.- ¿Cuál es tu relación con los poetas de tu promoción?
- Casi nula. Soy amigo –mucho más allá del hecho poético– de David Bustos y siento un aprecio enorme por Cristián Gómez, que es un gran ser humano. Siempre que vuelvo, intento encontrarme con Tomás Brito, ese poeta que nadie conoce y que, a pesar de tener la ética de un pirata, quiero mucho. Después, todo es tangencial, con gente excelente, como Jaime Pinos y el mismo Martín Gubbins, o inexistente, porque evidentemente tanto tiempo fuera del país evapora las relación de grupo, que no de amistad, más aun cuando ya antes de irme eran casi inexistentes.

Saltando a uno y otro lado de ese supuesto grupo, está el aprecio que le tengo a Héctor Hernández Montecinos, especialmente porque siendo un tipo tan sensible sabe aparentar muy bien que tiene la piel de un cocodrilo, y directamente soy amigo de Sergio Rodríguez Saavedra y Alexis Figueroa. Además estimo a Francisco Véjar, porque inclusive siendo denigrado constantemente, mantiene una coherencia en su obra, cuya calidad puede ser matizada, pero que, tomándola como un universo cerrado, libro a libro siempre va al alza. Y esto lo digo aunque nunca llegaría a escribir como él ni comparto su lectura de mundo.

Por último, señalar al grupo de los poetas mayores, donde Zurita, Manuel Silva, Millán y Elvira Hernández ha sido grandes amigos en la distancia.

10.- ¿Cómo ves la poesía española actual? ¿Qué escritores nos recomiendas leer?
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Esta pregunta ya más o menos la he respondido en una pregunta anterior, por eso ahora me voy a centrar en los más jóvenes. Pero para hablar de los jóvenes primero hay que hablar de qué parámetros se manejaban antes de esta última promoción que yo he tenido la suerte de conocer.

Lo más importante es saber que durante los años noventa, la poesía o el grupo poético que copó el espacio tanto institucionalizado como no institucionalizado, fue la llamada “Poesía de la experiencia”, liderada por un Luis García Montero todavía joven, pero que era el más virtuoso de los poetas que la practicaban, además de su ideólogo.

Para nosotros la reacción lógica al hablar de “Poesía de la experiencia” es hablar de algo un poquito mejor que lo que hace Benedetti, es decir, directamente lo infravaloramos. Pero en realidad, dándonos cuenta del momento histórico en que nace “La nueva sentimentalidad”, que es como se autodenomina el grupo de tres poetas que comienza con esta tendencia a fines de los setenta en Granada (Egea, Salvador, García), se trataba de una poesía, de un posicionamiento necesario, ya que lo que identifica a su discurso es una relectura de Machado, que los lleva a volver a mirar la realidad para quebrar el discurso más culteralista de lo que se entiende por poesía, para de esta manera acercarla a la gente de a pie.

Hoy en día podemos pensar que suena bastante propagandístico y casi panfletario esto de acercar la poesía a la gente de a pie, pero sucede que España venía saliendo de una dictadura, donde los códigos de lo poético y los poetas mismos eran algo raro, ajeno a los ciudadanos, y la poesía de la experiencia lo que hace es llenar ese espacio vacío, acercándose al lector con códigos y signos que éste reconoce. Hablamos, entonces, de la misma función que realizó la poesía panfletaria o los grupos musicales de protesta en el Chile de la dictadura, cuya labor hoy en día se menosprecia, pero que fue fundamental ya no sólo para mantener a la gente activa contra el régimen, sino también para que no se olvidara de que la cultura existía y que estaba al alcance de todos.

Lo que sucede es que el discurso es efectivo durante un tiempo, el necesario para que la gente “llegue a” y de ahí busque otras alternativas. Señalándolo a través de una imagen, “la poesía de la experiencia” sería como el barco de juguete que le regalan al niño que de adulto se transforma en marinero, o el karting que conduce para de adulto pilotar un fórmula uno. Pero eso no llega a suceder en la geografía poética española. Al contrario, el discurso de la experiencia es totalmente asimilable al mundo del consumo (poesía de usar y tirar, poesía fat food, poesía fácil para gente que no desea escuchar cosas nuevas, sino lo mismo de siempre, poesía publicidad, poesía marketing) y, por lo tanto, se vende y bien. Además, comienzan a ganar poder político, hasta copar el espacio mediático. Y de pronto, hacia comienzos, mediados de los noventa, desaparece del campo visual inmediato la otra poesía y pareciera que en España no hay nada más.
Es ese el momento en que Chile comienza a conocer, poco a poco, la creación poética española. Por eso, por puro desconocimiento, la tratamos de mala. Pero sucede que no se está leyendo la poesía española interesante, sino sólo la popular, en la peor definición del término, claro.

Lo negativo es que esta poesía al haberse transformado en la norma, es la que muchos jóvenes comienzan a seguir, y hoy en día hay una serie de poetas entre treinta y cuarenta y cinco a años –suelen ser los que tienen más fama, pero no más calidad– que sólo hacen un refrito de esta escritura. Lo bueno es que otros se dieron cuenta y cambiaron el discurso. Eso sí, se mueven en el margen, es muy difícil llegar a ellos, no suelen publicar en las editoriales más conocidas.

Hablo de gente como Benito del Pliego, un poeta nacido a comienzos de los setenta, que ha vivido en Estados Unidos la última década, y que está mucho más cerca del discurso latinoamericano que del predominante en España. Luis Luna, que sólo con su primer libro, “Cuaderno del guardabosque”, mantiene una preocupación por el signo lingüístico que recuerda, en algún momento, al primer Anwandter, el del “Árbol del lenguaje en otoño”. Luego está Patricia Esteban, que desarrolla su discurso en el equilibrio de la búsqueda formal y el humor; Julio Reija, que incursiona con fuerza en la poesía visual, Sandra Santana, que junto con la vertiente más tradicional de lo poético, está creando una mixtura del mismo con su búsqueda en torno a la oralidad. O Francisco Sevilla, cuya búsqueda es mucho más lúcida y transgresora de lo que parece él mismo como creador, como persona. Está Nacho Miranda, que aún inédito, transita entre la lucidez y el hallazgo de una manera difícil de igualar, donde el genio es equiparado por la humildad frente a la palabra. Y Jesús Arellano, que además de ser escencial es visual y no hace la más mínima concesión al plasmar su discurso, ni siquiera a sí mismo, así que ni hablar del otro lector.

Pero sucede que todos son poetas excéntricos, que no han publicado, o lo han hecho con editoriales pequeñas. Esto quiere decir que para llegar a ellos hay que buscar aun más que para encontrar a los poetas españoles mayores nombrados más arriba, como Chatal Maillard o Carlos Piera, también fuera del canon; canon que en el último tiempo por fin comienza a desmoronase, a dar paso a otras voces. Tanto, que hoy en día incluso los poetas jóvenes y no tan jóvenes que comenzaron escribiendo poemas de la experiencia y algunos que aún lo hacen, reniegan de esa identificación. Tanto que acaban de darle el Premio Nacional de Poesía a Olvido García Valdés, algo impensable hace siete años atrás.

Así que mi visión de la poesía española actual es tremendamente positiva. Estoy seguro de que es mucho más rica de lo que se conoce en nuestro país y que pronto podremos establecer un diálogo fluido, creativo y dinámico, porque en realidad estamos mucho más cerca de lo que imaginamos... Claro, eso resultará en el caso de que en nuestro país la cosa siga igual, es decir, mientras ningún grupo cope la escena poética haciendo de su discurso el único discurso.

11.- ¿Qué opinión te merecen los talleres literarios?
- Llevo dictando talleres desde hace seis años. Estoy seguro de que sirven, pero no sirve cualquiera, puesto que depende de quien lo dicte. Algunos no sirven para nada o sólo para echarse un dinero al bolsillo cada mes y crecer como creador a la hora de la cerveza, en la fuente de soda, donde son tus compañeros los que te dictan las verdaderas lecciones. En otros, la hora de la cerveza es eso, hora de la cerveza y de relajación, porque quien dirige el taller te da la lección en las horas que éste dura, o sea, sabe trasmitir en uno, dos años, aquello que ha demorado en aprender toda una vida creativa.

Pero, indudablemente, si no se tiene dedos para el piano, un taller no sirve ni a la hora de la cerveza ni de la clase. Cuando esto sucede, no es problema del taller: es problema del que quiere escribir.

12.- ¿De tu obra si tuviese que elegir un poema o fragmento, cuál?
- No me gusta citarme, pero ya puesto en la coyuntura, citaré el fragmento final de NN, mi último libro, que creo compendia ese trabajo entre el decir y el no decir, entre el conceptualizar y el no conceptualizar, de la obra poética. Te lo anoto.

Soñé que no decía nada.

13.- ¿Qué libros no has podido nunca terminar de leer?
- “El almuerzo desnudo”, de W. B.

14.- ¿Cuál es para ti el gran libro olvidado de la poesía chilena?
- Aunque hay muchos, quiero rescatar la creación de los vivos más que la de los muertos. Por eso nombraré la obra de Andrés Fisher (“Ocultamente ávido”, “Composiciones, escenas y estructuras”, “Hielo” y “Relación”, éste último, aún inédito y de próxima aparición en Bartleby, una editorial madrileña), que aun haciéndose en estos precisos momentos y siendo de una extraordinaria rigurosidad, nadie conoce en el país. Por alguna vez en sus vidas, los investigadores y críticos literarios del país deberían ponerse a buscar y leer textos de este poeta chileno de fines de los ochenta, que de entre todos los de su promoción, para mí es el más destacado, por la profundidad, enfoque, novedad y dificultad de su obra.

15.- ¿Cuál fue el último libro de poesía chilena que leíste?
- El primer libro de poemas, aún inédito y sin título, de Eduardo Fariña, que saldrá publicado pronto por una editorial de Zaragoza.

16.-  ¿Qué libro estás leyendo ahora?
- “Cabeza de ébano”, de Rodolfo Häsler, “Resistir”, de Eduardo Milán y la obra completa de Elias Canetti. Además, para divertirme, “¡Ajá! Paradojas que hacen pensar”, de Martín Gardner.

17.- ¿Cómo ves hoy por hoy la industria editorial? ¿Como autor qué soluciones le darías a este problema?
- La industria es una empresa. Por eso, hoy en día hay pocos editores que no busquen ganancias. Además, para sobrevivir tienen que encontrar un coto, es decir, un sector del mercado que los compre. Eso es el libre mercado: si hay beneficios, sobrevivies; sino, quiebras. El ejemplo de que esta ley se cumple, es la editorial Mosquito, que lamentablemente hace poco tiempo atrás quebró, aún habiendo sido la que impulsó los primeros trabajos de muchos autores de este país, y eso que llevó a cabo un trabajo editorial ejemplar en el ámbito de la producción, cuestión no extrapolable a la pre y postproducción. El ejemplo contrario es RIL, que desde el comienzo puso especial relevancia en la venta de su “producto”, fuera o no bueno. No sólo sobreviven, sino que los dueños ahora son millonarios.

Entendiendo esto, me cuesta criticar a las editoriales y, al hacerlo, también pasar a llevar a los editores, debido a que trabajan con un producto que en nuestro país casi no tiene salida. Así que se trata de sobrevivientes y a los sobrevivientes no se les critica, se les felicita.

Claro que existen diferentes tipos de sobrevivientes: están los que lo hacen a pulso, como Marcelo Montecinos, de La Calabaza del Diablo o Cociña y Winter de Ediciones del Temple, que no sólo hacen magia para sobrevivir, sino que son rigurosos a la hora de elegir y editar los textos de su catálogo. LOM sería el caso contrario, aunque un ejemplo de planificación empresarial. Eligió no sólo editar los libros que les gustaban, sino también aquellos que pensaban se podrían vender. Además invirtió en su propia imprenta y en hacer trabajos para otros, pensando en que en un país sin editoriales como el nuestro, la autoedición más que tender a desaparecer, aumentaría. No se equivocaron. Hoy son los principales proveedores del país o, por lo menos, de Santiago y la V Región, es decir, de la mitad del país. Para terminar tenemos a los editores que más que editores son impresores, es decir, los que le cobran al autor por publicar. Es otra manera de sobrevivir. Es otra manera, válida por lo demás, de satisfacer las exigencias del mercado.

Ahora bien, si pensamos en estas empresas como estructuras culturales, son pocas las editoriales que se salvan. Pero no le podemos pedir a nuestro mercado que haga algo que ni siquiera Alfaguara o Anagrama hacen, es decir, editar solo a los buenos, a los genios literarios, porque si así fuere, ni siquiera existirían, ya todas habrían quebrado.

Entonces, lo único que podemos hacer es persisitir escribiendo y mandando una y otra vez nuestros textos a las editoriales existentes. Un muy buen ejemplo a seguir es David Bustos. Fue su calidad la que le abrió puertas y ha sacado libros en Mosquito, El Temple, LOM y ahora, próximamente, en Cuarto Propio. Claro, a la calidad hay que sumarle algo de suerte. Pero la segunda suele acompañar a la primera, no al contrario. Al final, si se escribe con constancia, alguna puerta se abrirá. Mejor, por tanto, trabajar en vez de quejarse.

En España el fenómeno es otro. Las editoriales más grandes (Hiperión, Visor, Tusquets) quieren vender sus libros, porque acá sí que existen un mercado y existen compradores. Claro, son compradores, no lectores. Y, por tanto, importa lo que dicen las figuras mediáticas para seguir sus pasos a la hora de elegir. Fue así como cuando el ex presidente Aznar, señaló que su poeta favorito era Luis García Montero, la gente agotó el libro del autor y la editorial vendió quince mil ejemplares. O cuando Visor publicó el libro de sonetos de Joaquín Sabina, del cual no conozco las cifras, pero creo quedarme corto si señalo cien mil libros vendidos.
Y es que en la península se da un fenómeno que no se ha dado en Chile y que es casi imposible que suceda. Así como existe narrativa de best-seller y narrativa más bien literaria o “de culto”, también existe una poesía de best-seller y una poesía-poesía. Esa poesía de best-seller responde a los parámetros de grupos musicales como Maná. Es decir, se trata de autores que escriben miméticamente, siempre repitiendo la misma musiquilla, sin identidad propia, sin búsqueda alguna. Textos sentimentales, que más que hacer poesía, reflejan historias, pequeños cuentos llenos de una dudosa sentimentalidad, donde el yo romántico, el yo lírico campea a sus anchas. Son autores que tienen un trabajo precario con el lenguaje y más les interesa que la gente “los entienda”, que profundizar en la hecho poético. Por otro lado están los poetas más difícil, todos diferentes, todos con su particular búsqueda. Llevados a elegir, los editores siempre darán preferencia a los primeros, porque sus “letras” son tan pegadizas y fáciles como las de Alejandro Sanz o Keko Yunge, es decir, con ellos tienes muchas más posibilidades de vender. Los otros se las tienen que arreglar, mover por las editoriales excéntricas.

Lo bueno es que cada vez hay más editoriales pequeñas, que se arriesgan a editar a autores poco o nada mediáticos, poco o nada comerciales. Lo malo es que suelen editar en imprenta digital, con los consabidos tirajes para la risa y, además, casi no tienen distribución. Pero por lo menos hoy sí que existen posibilidades de editar. Más que hace diez años, por lo menos. Y las soluciones no dependen del autor. A no ser que estés dispuesto a pactar con el diablo y te pongas a escribir para la galería, claro.

18.- ¿Qué piensas de los premios literarios?
- Pues, qué voy a responder que ya no haya dicho. El noventa por ciento de ellos está arreglado. Esto quiere decir que se lo dan entre amigos. Queda un diez por ciento donde los demás nos jugamos la creación de uno, dos, tres años. Lo lamentable es que para editar cada vez se depende más de los premios. Imagínate cómo será la cosa en España, que para ganarme un premio importante, tuve que mandar mi último libro a Costa Rica.

Lamentablemente, más que de poesía se trata de dinero, o sea, de poder y cuando hablamos de poder, hablamos de corrupción, es decir, de un terreno que no tiene nada que ver con la poesía. Por lo tanto, lo mejor es no prestarle la más mínima atención al problema, puesto que si se escribe medianamente bien, siempre existirá la posibilidad real de que alguien quiera editarte. Ahora, lo que es en Chile, no sé cómo funciona el asunto. Será, supongo, como en todos lados. Pero quizá la cosa haya cambiado últimamente.

19.-¿Quién te gustaría que recibiera el premio Nacional de Literatura?
- Efraín Barquero tiene una obra lo suficientemente amplia, contrastada y seria como para dárselo. Habrá, como siempre, más gente que pueda optar a él. Pero creo que es su tiempo. No dárselo sería un error, repetir lo que sucedió con Lihn, Teillier o Millán.

Además, ya que me haces la pregunta, me gustaría señalar que sería bueno que las autoridades del país instauraran un Premio Nacional de Poesía de periodicidad anual, puesto que es la única disciplina que le ha dado satisfacciones al país de manera constante en el tiempo, junto con algo de fama internacional. Por lo demás, el dinero que deberían desembolsar sería una ridiculez; a un país con una balanza comercial tan positiva como el nuestro, no le afectaría en absoluto hacer esta concesión; es más, a estas alturas sólo le daría prestigio al gobierno, y más específicamente, al presidente que decidiera llevarlo a cabo.

20.- ¿Qué te parece este Chile ad portas del Bicentenario?, ¿su política cultural para con la poesía?
- Mira, me tiene sin cuidado el Chile del Bicentenario. Indudablemente me alegro de que seamos una república añeja, aún con todos los males de este sistema político, puesto que está demostrado que se trata del mejor modelo de convivencia desde los parámetros actuales, que nos tienen bastante encadenados y nos tratan más que como ciudadanos, como meras piezas del sistema de producción.

En cuanto a la política cultural, disiento de la opinión de la mayoría de los actores culturales del país, puesto que no creo que el Estado deba subvencionar la creación, ya que se crea el serio riesgo del mercadeo y el pago de favores (hoy ya existentes), además de la pérdida de libertad que conlleva todo mecenazgo.

Una punto a favor que tiene el poeta, es que sus herramientas de trabajo son un bolígrafo y un papel. Es decir, es barato ser poeta. Además, todo el que comienza un día a escribir, sabe que será pobre el resto de sus días. Así que después no vale ponerse a llorar porque no le llega la leche de la teta de papá Estado.

21.- ¿Cuáles son los 10 libros que recomiendas leer?
- Yo no tengo entidad para decirle a nadie lo que debe o no debe leer. Las reflexiones y movimientos internos que los textos le provocan al lector son experiencias particulares, no extrapolables a los demás. Además no creo en el canon. Lo que para mí fue un buen libro, para otro puede que no lo sea. Cada lectura es una recreación de la visión del entorno que tiene el creador o el pensador, y por tanto, novedosa e irrepetible. Por ello, sólo puedo sugerir que lean todo aquello que les parezca y poco a poco vayan configurando su propio criterio, nada más.

22.- ¿Qué opinas de las nuevas formas de difusión literaria por Internet como revistas literarias, blogs, páginas sobre literatura?
-
Hay de todo, como en todo. Pero siempre será bueno que existan estas plataformas. La difusión, en sí misma, siempre es buena. Yo mismo mantengo “Heterogénea”, un blog con ansias de revista de poesía. Lo malo es que mucha cantidad, sin criterio, puede perjudicar la muestra de los trabajos valiosos. Allí está el dicho: tanto árbol no deja ver el bosque. Pero si esta difusión se hace con criterio, bienvenida sea.

23.- ¿Qué cosa te quita últimamente el sueño?
-
Tengo un dolor recurrente en el hombro derecho. Es lo único que alguna noche no me deja dormir.

24.- ¿Qué te escandaliza?
- No creo que esta pregunta sea importante. Por lo demás, mientras más experiencias tienes en el cuerpo, menos cosas escandalizan, seguramente porque uno va comprendiendo que el escándalo parte de la hipocresía, es connatural a ella, y el ser humano es lamentablemente un hipócrita esencial, así que una cosa lleva a la otra. Así, escandalizarse por algo no es otra cosa que darle una vuelta de tuerca más a la propia hipocresía.

25.-Me gustaría que a ti mismo te hicieses una pregunta –que nadie más te ha hecho- y te la respondieras.
- Aquí va la pregunta:
- ¿Julio, que piensas de que el énfasis de las entrevistas se ponga en el autor y no en su obra, su aporte creativo o la crítica a la carencia de éste?
- Partiendo desde el principio de que toda entrevista puede ser positiva, considero que este hecho tiene que ver con la falta de seriedad y de crítica consistente que existe tanto en Chile como en el extranjero. Generalmente quien te entrevista no ha leído tu obra y de todas maneras te pide que profundices en ella. Faltan preguntas inteligentes, que descubran vetas en la obra del autor y así, capten el interés del lector. Además hay un error de enfoque a la hora de analizar en el hecho poético. Se pone el interés en el poeta y no en su obra, siendo que sólo la obra es lo importante o, más allá, aquello que el creador intenta decir y casi nunca alcanza. En tiempo de tanta inmediatez y velocidad en el flujo de la información, falta que nos sentemos tranquilamente a hablar sobre la latencia que lleva a la escritura específica de un texto o de una imagen poética/artística. Pero no, se busca lo de siempre y se sigue mirando al creador como en esos dibujos románticos donde el “yo” ocupaba el centro del espejo. Sería bueno recordar que el creador es un túmulo oscuro e intrascendente en un rincón del discurso y que sólo lo que éste nombra –y sólo a veces, muy pocas veces– es significativo. Este error de perspectiva en el lente de los entrevistadores me provoca una pena enorme y al mismo tiempo, la espectativa creciente frente a esa utópica entrevista donde el centro no lo ocupe quien intenta hacer poesía, sino la poesía misma, los textos, que es lo único que, acaso, pueda valer la pena en algún instante, lo único que al lector debería interesar.

26.- ¿A qué le tienes miedo?
- Creo que esta pregunta nada tiene que ver con la poesía o lo que la rodea. Disculpa que no la conteste, pero pienso que a nadie le puede interesar a qué tengo o dejo de tener miedo.

 

 

 

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Julio Espinosa Guerra.
Entrevista de Ernesto González Barnert.