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Christián Formoso | Ernesto González Barnert | Autores | 
     
     
     
    
    
    
    
          
            Christián  Formoso
            
            Por  Ernesto González Barnert
           
          
          
          Christian Formoso (1971,  Punta Arenas)  nos ha entregado en su  último trabajo poético una suma colosal, ambiciosa, de aliento épico: “El  cementerio más hermoso de Chile”. Y avanza. Coloso pies de barro avanza,  hermoso, con nosotros a sus pies. Sin duda, un poemario animado por fulminantes  epifanías y continuos escorzos. Encallado en ese territorio personal y  metaliterario 
            que es por último: Punta  Arenas. Patagonia. El cementerio más hermoso del mundo. 
          Libro dialogante,  parlante en casi todas sus líneas, tanto de la tradición poética  regional como de la Castellana (chilena  sobretodo). 
          Un Formoso volcando su  determinación humana–literaria y memorita- con tesón. Confrontándola a su  naturaleza profunda, a lo patagónico y familiar y algo más, que no podemos  verbalizar.
          Poesía que esperamos se  publique, lea y disfrute tanto como la he disfrutado yo en la vida de hoy 
            - mundo que dice sólo  pertenecer a los estúpidos, a los insensibles y a los agitados. Donde el  derecho a vivir y a triunfar se conquista con los mismos procedimientos con que  se conquista el internamiento en un manicomio: la incapacidad de pensar, la  amoralidad y la hiperexcitación- como me diría hace 10 años F.P. 
          Aquí todavía  resistencia.  
          - ¿Cómo comenzaste a escribir? ¿Qué hecho detonó  en particular la decisión de ser poeta?
            - Puedo asociar una sucesión de cosas. Me dicen que pasé etapas de mutismo y  verborrea extrema en mi infancia. Me llamaban la atención las palabras que, a  esa edad, me parecían fuera de contexto. Las letras de canciones fueron mis  primeros estímulos, y pasaba mucho tiempo traduciendo sus frases a imágenes  concretas. Luego, poemas. El primero de los Sonetos de la Muerte, que de niño  para mí fue un poema de terror, y que me daba todo lo que las cosas de terror  dan a los niños. Luego, un caligrama del Soliloquio del Individuo que el cura  Muñoz nos hizo hacer en 1ero medio en el San José de Punta Arenas. Más tarde,  el rock de los 80. Creo que lo de antipoeta y mago de Huidobro, me llegó antes  por dos grupos que escuché de muchacho. Antípodas que no me lo parecían,  recalco esa idea. Me refiero a Los Prisioneros y Soda Stereo. Y acaso en esas  bandas de raigambre tan marcada en el gusto popular de los 80 -y hasta hoy-  algunos de nosotros hayamos adivinado el verso de Altazor en su analogía muy  pop, para rebelarnos a la miseria y el horror de la época. Luego Spinetta, The  Cure y otros. Tuve un par de bandas y comencé haciendo letras de canciones,  pero detestaba tener que someter las palabras a la música o al revés. Dejé las  canciones. Al mismo tiempo casi, hubo un grupo de amigos con quienes nos  juntábamos a beber y a leer poemas en un sitio eriazo, detrás de una iglesia  evangélica. La idea era pretenciosa, hasta ridícula, pero encantadora.  Publicamos un librillo lleno de erratas y  poemillas horrendos: Escrituras. Alejandro Anabalón, Alberto Aguilar, William  Levet y yo. Algunos de esos primeros esbozos de poemas -que odio- incluso andan  dando vueltas en páginas de la red. Así me vi envuelto en esto poco a poco.  Creo que mi acercamiento definitivo a la literatura estuvo, más tarde, marcado  por tres cosas que me hicieron perder la ingenuidad: el taller de Aristóteles  España en la Universidad de Magallanes el año 92, el Premio Binacional del año  98 -situación en que conocí a Arteche, Cameron y Jaime Quezada-, y los  encuentros “El poeta Joven y su libro” de la Fundación Mistral, y “La angustia  de las influencias” de la Chile, organizado por Javier Bello, Alejandra del Río  y Verónica Jiménez, el año 99. 
          - ¿Qué es para ti la Poesía?
            - Me gusta como lo dice Borges: “Si no me preguntas lo sé; si me preguntas, ya  no”. Ahora,  si tu pregunta la acerco a  lo que escribo, diría que para mí la poesía ha sido el ejercicio de nombrar y resignificar  una angustia personal y plural y de territorio; quiero decir, a través de una  mirada -que intenta ser- profunda, a los significados que van del lenguaje  personal al lenguaje colectivo, y al lenguaje del poder. Podemos hacerlo desde  la poesía, pues es el tipo de saber que, como dice Foucault,  la ciencia no quiere ni será integrado por el  poder mismo. Pero más allá y más acá de todo está el poema. Partí de ahí antes  de pretender cualquier definición. El camino de muchos fragmentos de libro que  cubrí para resignificar el mito urbano del Cementerio más Hermoso de Chile, mi  último y primer poemario, fue el modo por el cual llegué a aproximarme a eso  que digo. Seguramente debo ser un tipo un tanto reaccionario, pues el curso de  la historia hasta hoy me parece, casi todo el tiempo, demencial. No entiendo  cómo ha sido posible juntar las palabras libre y mercado, y sobre ese lomo de  burro –con el perdón de los burros- echarlo todo a correr y a perder. Puedo  decir que esas pobres constataciones, esas pocas ideas sueltas que manejo, y  esas muchas preguntas que me surgen, me vienen de la poesía. Que poesía es  aquello por lo que me fue dado entender que no es posible construir ninguna  experiencia humana que valga la pena –lo digo sin ninguna solemnidad- sobre  conceptos que no estén semantizados por la inminencia de una carga profunda de amor.  Que toda experiencia –propia, de país, de continente, de época- debe ser  resignificada apuntando a eso. Y que aquello sólo es posible hacerlo a la luz  del poema.  
              
              - ¿Para quién escribes?
            - Para dos  que leen el poema, cada uno en su orilla de la página. Uno de esos lectores soy  yo. No se me ocurre ninguna manera menos cursi de contestar esta pregunta. 
              
              - ¿Cuándo escribes necesitas algo a tu  alrededor, alguna cosa, haces algo en particular, etc?
            - Silencio y un computador. 
              
              - ¿Cómo es tu proceso escritural? ¿Cómo  trabajas hasta concretar un poema?
            - Ha cambiado con el tiempo y puede seguir cambiando. He ido poniendo atención a  los nudos visibles del poema en todas partes, y todas partes quiere decir el  habla. Cuando siento que tengo suficiente, me siento y escribo hasta cortar el  primer impulso, es decir, hasta desatar esos nudos. Luego guardo. Después releo  en voz alta y voz baja, podo mucho, agrego, corto  y guardo. Así, hasta volver a anudarlo todo. 
          - ¿De tu obra si tuvieses que elegir un poema o  fragmento...cuál?
            - Depende de para qué tuviera que elegirlo, con qué propósito.
          - ¿Es necesario que el escritor sea un hombre  comprometido?
            - Siempre. Pero en literatura todo se resuelve finalmente en lenguaje, es lo que  quiero decir. Otros ya han dado con el subtexto de esta pregunta. Concuerdo con  la mayoría de ellos. Comprometerse con nobles propósitos no es garantía  siquiera de nobles propósitos. Cada uno sabrá con qué diablos -remarco la  palabra diablos- comprometerse más allá de la literatura, que es el primer  compromiso, que inevitablemente conduce a otros. 
          - ¿Qué poetas, escritores, artistas o  experiencias han marcado tu cocina literaria y también la propia vida?
            - Se relaciona mucho con la primera pregunta. Lo definitivo es que, de no haber  nacido en Magallanes, no hubiese escrito nada de lo que he escrito hasta ahora.  De toda la poesía escrita allí, que pudo haberme marcado, interesado en algún  momento, y de la que llegué a decir las barbaridades más grandes – de las que  no me arrepiento-, me quedo definitivamente con Mistral y Cárdenas, como  experiencias complejas, totales frente al paisaje. No dudo que mi experiencia  familiar también me haya marcado. Tampoco que amigos poetas lo hayan hecho,  aunque menos en lo escritural que en la manera de encarar el oficio: Alberto  Aguilar en la adolescencia, Aristóteles España al comienzo, luego Jaime  Quezada, Oscar Barrientos y Javier Bello, entre los más cercanos y queridos. Y,  ciertamente, los poetas en que te reconoces. En mi caso Trakl, Rilke, el Neruda  nauseabundo de las Residencias, Rosamel del Valle de La Visión Comunicable,  Teillier, Mistral, Parra más tarde -Dostoievski, Sartre, Camus y Kafka antes- y  mucha música también, y el cine de Lynch quizás, y la pintura de Munch, entre  varias otras cosas. Siento además que mi experiencia en EE UU en este mismo  momento me está marcando, sin que esté en condiciones de decir claramente aún  de qué modo.
          - ¿Qué me puedes decir del panorama poético  actual?  ¿Qué autores destacas? ¿Qué me dices de tu promoción?
            - Supongo que te refieres al panorama chileno. Voy a asumir que es así. El maestro  Carlos Trujillo dice que con Parra y Rojas vivos, todavía podemos sentirnos  poetas jóvenes. El panorama actual me entusiasma. Veo autores vivos y muertos,  todos juntos: Huidobro, Rojas, Parra, Neruda, Mistral, Zurita, Lara, Cameron,  Silva Acevedo,  Jaime Quezada, Floridor  Pérez, Óscar Hahn, Waldo Rojas, Gonzalo Millán, el mismo Trujillo, Clemente Riedemann,  Tomás Harris, Rossabety Muñoz, Víctor Hugo Díaz, Jaime Huenún, Pepe Cuevas,  formando capas de tejido tremendamente vitales. Y de mi promoción, qué te  podría decir. Entiendo el planteamiento metodológico cuando dices tu promoción,  aunque no me interesa. Quizás yo sea un lejano primo magallánico de l@s  muchach@s de los 90. Si lo abordamos así -y más allá de cómo lo abordemos- sí  que me importa mucho el trabajo poético de Javier Bello, Germán Carrasco,  Armando Roa, Damsy Figueroa, Verónica Jiménez, Cristián Cruz, Rafael Rubio,  Jaime Bristilo, Yuri Pérez, Cristián Gómez, Leonardo Sanhueza, Pedro  Montealegre, Julio Carrasco, Camilo Muró y algunos más que no recuerdo o no  conozco. Y entre los más jóvenes, Pablo Paredes, cuyos poemas antologados por  Zurita me parecen totales. Después,   Paula Ilabaca, Héctor Hernández, Tamym Maulen, Claudio Gaete, Enrique  Winter, Marcelo Guajardo, Rodrigo Palominos, Rosario Concha, Carmen García,  Rodrigo Verdugo, y algunos más. 
            En general,  la lista de autores que me interesan es larga –la variedad de voces tanto como  la flexibilidad de registro en los poetas, me provoca un gran goce lector -  aunque mi visión de ciertas zonas sea parcial. 
   
            - ¿Qué me dices de la poesía magallánica actual?
            - Siempre he tratado de leer la poesía magallánica en relación con lo que,  simplifiquemos aquí, se llama poesía chilena, y no de otro modo. La  superabundancia de versificadores, la ausencia de poetas verdaderos –a  excepción de Marino Muñoz Lagos- viviendo en la Región, y la falta de crítica y  de universidad, pintaron un panorama que antes de los 90 –salvo excepciones- fue  desastroso. Toda la poesía magallánica es reciente y actual. Lo que rastreo y  me interesa es la Mistral con Desolación, lanzando el primer piedrazo. Y luego Rolando  Cárdenas completando el mapa, dotando a la Patagonia de tomo y lomo. Más tarde  Marino Muñoz Lagos, la notable Astrid Fugellie, Juan Pablo Riveros, María  Cristina Ursic, Aristóteles España -poeta magallánico nacido en Chiloé-, Pavel  Oyarzún –que cumplió un rol sociológico importante como poeta a nivel local, pero  que prefiero en su faceta de novelista-, Pedro Paredes con dos libros  sorprendentes, Hugo Vera Miranda con bastante de mito urbano (casi rural) y algunos  poemas también, Oscar Barrientos cuya poesía no sólo está en la Égloga sino y  por sobre todo en su fabulosa trilogía de Puerto Peregrino, y Jaime Bristilo,  con un trabajo de honda y preciosa factura. Bueno, el árbol siempre torcido por  el viento de la tierra que no tiene primavera, también reverdece con Raimundo  Nenén, Rodrigo Urzúa, Mark Strauss,  y  muchachos más jóvenes como Robinson Vega o Tomas Matheson que, me parece, están  en buen camino de algo propio y personal. Aún así, creo que la falta de crítica  es uno de los grandes problemas que, aún sin ser problema de la poesía  magallánica misma, permanece y es una de sus carencias. 
            
            - ¿Qué opinión te merecen los talleres?
            - Me interesan. Dan señales de ruta, atajos para llegar a buenas lecturas, afinan  el ojo crítico, ejercitan la oreja, ponen tensión, duda, estimulan, hacen darse  cuenta que sí, que no, lo que es bueno siempre. Ahora, eso en el mejor de los  casos. Por citar dos ejemplos paradigmáticos, creo que Aumen y los talleres de  la Fundación Neruda, han sido un punto de encuentro de autores importantes en  diferentes momentos de la literatura chilena. Y eso es un proceso que debe  leerse alguna vez. 
            
            - ¿Qué libros nunca has podido terminar de  leer?
            - Los libros que he dejado a medias son los que ya terminé de leer, y hay una  lista considerable sobre la que no vale la pena perder el tiempo. Los que de  verdad nunca he podido terminar son aquellos sobre los que vuelvo. Los libros  de Trakl, Cardenas, Neruda, Mistral, Del Valle, Díaz Casanueva, Parra, Rilke,  Teillier, Cardenal, etc.  
            
            - ¿Cuál es para ti el gran libro olvidado  de la poesía chilena?
            - Podríamos preguntar para quién, pero prefiero decir que creo que la poesía  chilena –volvamos a aceptar que se puede decir en singular- es un libro  fragmentado, mal leído, con grandes capítulos o zonas olvidadas. La poesía  chilena es un libro que no se ha terminado de leer en los dos sentidos que  puede tener esa frase. Sigo notando que hay ciertas zonas, podríamos llamarlas subalternas  si tú quieres, aunque exageremos un poco. No hay espacios plurales de  enunciación, no hay una lectura plural sino un canon centralizado y su correspondiente  periferia marcada por un “exotismo” –poesía del sur, literatura pampina, poesía  mapuche, magallánica si es que se dice, etc..- del que incluso podría agregar,  hasta es posible sacar algún tipo de provecho mal entendido.  El libro olvidado de la poesía chilena es el  libro del territorio. Y falta que se generen, reitero, múltiples espacios  cruzados de lectura y enunciación. Urge dispersar y multiplicar los centros de  lectura. Me interesa, como contrapartida a lo sucedido hasta ahora en la  capital de las provincias, lo que surgió en la Universidad de Concepción con  Gonzalo Rojas y los encuentros del 60 y luego, en la Austral de Valdivia, con  los excelentes trabajos de Iván Carrasco y algunos de sus discípulos más  aventajados y brillantes, como David Miralles, Oscar Galindo y José Mansilla.  De alguna manera fue lo que tratamos de hacer con Oscar Barrientos al inventar  Patagonia Escrita.
   
            - ¿Cuál fue el último poemario que leíste?
            - Varios. Espacio, de Juan Ramón Jiménez. Nostalgia de la Muerte,  de Xavier Villaurrutia. Voces, de Porchia. El inédito y excelente La  Palabra y su Perro, de Carlos Trujillo.  
            
            - ¿Qué libro estás leyendo ahora?
            - El Creacionismo de Vicente Huidobro y sus relaciones con el Cubismo, un  libro completísimo, notable, de Estrella Ogden, la musa del poema Darío y más  Darío de Gonzalo Rojas. La Desesperanza, de Donoso. Y El Carillón de  los Muertos, de José Kozer.
            
              - ¿Cómo ves hoy por hoy la industria editorial? ¿Como autor qué soluciones le  daría a este problema?
            - Cómo la  veo. Veo con interés, con curiosidad también, a las editoriales que corren  riesgos. Cuarto Propio, Calabaza, Temple, hay otras. Veo sin ningún interés a  las grandes editoriales y sus concursos con cantidades inmorales de dinero. Veo  también con curiosidad cómo el tema editorial genera distorsión en la lectura crítica  de ciertas obras. Veo también una desesperación por el mismo tema –sobre todo  en algunos ranadores- que resulta francamente grotesca. 
            
            Por último,  veo que el problema de las editoriales como tú lo llamas –aunque para algunas  no representa problema- es que están en un mercado, y deben atenerse a la ley  (del mercado, se entiende). Soluciones posibles, aunque esté tentado por decir  imposibles: dos, al mismo tiempo. Cambiar la ley. Y educar eso que llaman  mercado. 
          - ¿Qué piensas de los Premios literarios?
            - No pienso nada nuevo, nada que no se haya dicho en otras entrevistas respecto  de ellos. Se han establecido como convenciones, por lo que es posible decir que  se necesitan y que puede prescindirse absolutamente de ellos. Ambas posiciones  me parecen erróneas. Todos hemos leído libros premiados y no premiados y eso no  quita ni pone a la hora de terminar de leer. Dinero para el autor, lo que está  bien dentro de ciertos márgenes. El premio que de veras importa es el que se  lleva el lector. Si es que hay lector, y si es que hay premio alguno en la  obra.    
  
  - ¿Quién te gustaría que recibiera el  Premio Nacional de Literatura?
            - Decir que quisiera que lo entregaran a alguien significaría aceptar tácitamente  la forma en que el premio está definido y se otorga. Mi respuesta sería nadie antes  que no cambien las actuales condiciones. Me parece que ciertos autores que lo  han recibido lo dignifican, José Miguel Varas, el último de ellos. Pero aún así,  con la generosa tradición de autores disponibles, y la lista de los que no lo  tuvieron, y la lista de los que no lo van a tener, me parece insultivo  sostenerlo tal cual. Resulta un despropósito que el gobierno cree un premio como  el Iberoamericano Pablo Neruda, anual para el resto de los poetas de Iberoamérica,  y para poetas chilenos mantenga uno cada 4 años. 
          - ¿Qué te parece este Chile ad portas del  Bicentenario? ¿Su política cultural para con la Poesía?
            - Mi respuesta anterior tiene también que ver con esta. La política cultural del  país la considera dentro del contexto de la política del Libro y la Lectura. La  institucionalidad de esa política es el Consejo. Y todos hemos visto qué ha  pasado con el Consejo. Tengo la impresión que la actividad artística y cultural  se financia tal como se financia, porque resulta -entre otras cosas- políticamente  correcto hacerlo. Como pieza, funciona. Hay cada vez más dinero, pero no hay  propuesta más allá del proyectismo como variante legitimada de un también  legitimado “el mercado se autorregula” -aunque todos conocemos cómo operan los  hilos del mercado-. Así, ni pensar en un proyecto editorial público de ningún  otro orden fuera del propiciado por el proyectismo. El IVA sigue gravando los  productos culturales, y la piratería preocupa en tanto afecta los intereses económicos  de las grandes empresas. Hay confusión respecto de cómo se define trabajo  cultural. Y tal como ellos parecen entenderlo, ese trabajo, excepto para  quienes acceden a cargos de confianza, resulta meramente decorativo. Son otras  las funciones que, por serias, son pagadas. A los consejeros, miembros de los  partidos políticos que sesionan en los gobiernos regionales, se les paga por  sesión. Los consejeros de los Consejos Regionales de Cultura, sesionan ad-honorem. Qué más podría agregar. 
   
  - ¿Qué palabras le dirías a alguien que  está comenzando en esto de la poesía o escritura, alguien que ha decidido ser  poeta?
            - Nada. Le  recomendaría algunos libros o lecturas: Rilke, Carta a un Joven Poeta; Lihn,  Porque Escribí; Mistral, Decálogo del Artista. 
          - ¿Cuáles son los 10 libros que recomiendas leer?   
            - Es difícil  recomendar si no sabes qué interesa a quién. No me atrevo a hacerlo sin eso.  Aún así, creo que he dado respuesta a esta pregunta, de manera menos estrecha,  con los nombres de los muchos autores que me interesan.
  
  - ¿Qué opinas de las nuevas formas de  difusión literaria por Internet como revistas literarias, blogs, páginas sobre  literatura?
            - Más allá de todo lo que se ha dicho aquí en otras entrevistas, y que comparto  plenamente, para los escritores de provincias distintas de la provincia  capital, ha sido una herramienta de lectura y difusión importante. García Márquez  dice en sus memorias que para los aborígenes de las provincias colombianas,  Bogotá era la capital del país pero, por sobre todo, era la ciudad donde vivían  los poetas. Prácticamente todos nuestros autores dejaron sus ciudades natales,  no hay para qué dar ejemplos. En Magallanes, Rolando Cárdenas y Ramón Díaz  Eterovic también tuvieron que hacerlo. Afortunadamente eso poco a poco está  cambiando -en cuanto a motivo difusión y acceso a información se refiere- y en  eso la red ha ayudado y creo que seguirá haciéndolo.  
   
  - ¿Qué cosa últimamente te quita el sueño?
            - Mi esposa e hijos quedaron en Chile. La distancia con ellos, literalmente. 
  
  - ¿Qué te escandaliza?
            - Me provoca ira, usaría eso. Porque me molesta la connotación de espectáculo en  que ha devenido la palabra escándalo. Diría, por ejemplo, que el panorama  político chileno me da ira. Desde los partidos o conglomerados, léase  Concertación, derecha pinochetista, renovada, izquierda dura -el halo  santificador de la palabra revolución-, hasta la manipulación sistémica, mediática  y económica de la angustia de las personas. Pero no sé, la lista de cosas que  me indignan es muy larga. En parte por eso aún escribo y me río cuando lo hago  sin alegría. No creo que sabio sea aquel que se contenta con el espectáculo del  mundo. Al menos no es un tipo de sabiduría que me interese cultivar. Podría  responderte citando Los vicios del mundo moderno, pero anotaré lo que hace  algún tiempo me dijo Nicolás, mi hijo mayor, cuando corríamos, jugando en la  plaza de Punta Arenas: Christian, sentémonos aquí y riámonos del mundo. 
   
  - ¿Me gustaría que a ti mismo te hicieses una  pregunta – que nadie más te ha hecho- y te la respondieras. Una que nadie ha  tenido la gentileza de hacerla?
            - Es un gesto  delicado el tuyo. Te agradezco, pero han sido suficientes preguntas.
          - Y por último ¿A qué le tienes miedo?
            - Por mucho  tiempo, en las noches, sentía un pánico terrible. Creía que la tierra, echada a  rodar como una bola cualquiera, se detendría en algún momento. Y entonces  caeríamos todos, todo; primero hacia arriba, y luego, en caída libre, hacia  abajo, hacia lo oscuro como dice el poema. Literalmente, me aferraba al borde  de la cama de puro vértigo. Después de algunos años, leí la misma escena en Crónica  del Niño Lobo, la notable novela de Cristián Vila. Entonces empezaron a  darme miedo otras cosas: la muerte de mis hijos, de mi mujer, de mi perro.  Verlos ver mi muerte me parecía y me sigue pareciendo horroroso. Iba a decir  que, que Dios exista, tal como son y han sido y seguirán siendo las cosas,  también. Pero da miedo responder preguntas como esta, aunque depende del día.
           
           
          DOS POEMAS INEDITOS DE “EL CEMENTERIO MÁS  HERMOSO DE CHILE”
          Ch. F.
  †20/06/1995
          Hijitos, míos perdonen/que me lo  haya hecho, que/ ustedes sabían que el papá estaba/ viejito, ustedes/ mismos  decían Christian/ estás viejito, tienes/ 35 y estás viejito/ y no crean que no/  los amé, es más, es/ porque los amo aún, más/ que mi sangre que/ se escapa,  más/ que la sangre que/ lo hice, no/ quise gritar ayer/ pero quise ser/ otro  cada mañana/ a ver si salgo/ en otra planta ahora hijos, a ver/ si alcanzan esa  planta antes/ de nacer / y la cortan.
           
          Ch. F. 
  †23/10/2006
          Óyeme Señor, en este mundo  contaminado de pecados y radiactividad, Tú no culparás tan solo a un  poetucho  provinciano, que como todo poetucho  provinciano soñó volarse la cabeza, y bla, bla, bla