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A PROPÓSITO DE HIGIENE, DE ERNESTO GONZÁLEZ BARNET

Por Damaris Calderón
(Palabras leídas en la presentación de "Higiene")

¿Qué se dice cuando se habla, cuando se escribe, qué se dice?

¿Un decir la poesía, un balbuceo? El texto, ¿un cadáver que se lava con esmero?¿ La imposibilidad del canto, del discurso “mayor”?

Conocí a Ernesto González Barnet por lo que uno debería conocer a los poetas: por sus poemas, por su trabajo, por las entrevistas que viene publicando en Letras, ejerciendo una loable difusión de la poesía contemporánea. Mi primer encuentro con él, ha sido la presentación de este libro, que tuvo la osadía (o la generosidad, o tal vez ambas cosas) de confiar a una extraña. Quiero decir, a alguien no involucrado con el autor por nexos afectivos, generacionales o de otra índole. Alguien que pudiera leerlo sin más compromiso que el que se estableciera con el texto mismo.

Así, entré en el poemario, desconcertándome lo primero el título “antipoético”, minimalista, del mismo, que parecería pedir o establecer una asepsia  dentro de la fauna poética actual y su profusión de lenguajes. Desconcertante pues, Higiene se abre en dos parcas y estrictas secciones: Higiene I y A los riñones II, que, por su título, me recordó el soneto A tus vísceras, de Baldomero Fernández Moreno, cuando revoluciona la poesía modernista y hace cantar “la linfa azul de (los) pulmones”. Pero en Higiene no hay canto, parquedad, sí, concisión, poesía despojada de todo lo superflúo, cercana, a mi juicio, a la poética del imaginismo y a cierta zona de la poesía norteamericana e hispanoamericana, derivadas de ella. Cercana también a la concisión visceral, ósea, de la poesía italiana de poetas como Saba, Ungaretti, Montale, moviéndose también entre el tono del haiku y el destello epigramático.

Higiene se adentra en la reflexión metapoética, con poemas de extrema lucidez, en sus mejores momentos, alejados de toda efusión lírica, (de la desgarrada , reiterada y a veces muy machacada primera persona del singular) y alejada también de todo énfasis declamatorio:

 “Hay exageración en nuestra vidas como adornos en el árbol de navidad”, advierte el autor. De esta manera, Ernesto González  Barnet y su poesía ( y su poética), se distancian del pathos trágico, de la exageración, de la impostura.

“Escribir es buscar en el tumulto de los quemados, el hueso del brazo que corresponda al hueso de la pierna. Miserable mixtura”, nos advertía Pizarnik y Enrique Lihn se había adentrado ya en la zona muda donde, señalaba “nada tiene que ver el dolor (la palabra dolor) con el dolor”, (su enunciado).

“El canto no tiene lengua y se escribe herido de muerte/ como si fuera la cola de una lagartija que arrancamos de un tirón”, escribe Barnet, en su poesía visceral, dura, donde duro es el pan, ordinario el vino y la grafía, incisión, “rayado sobre la carne”.

Dentro de la coherencia del poemario, que apuesta por lo minimal, por un tono menor, alejado del barroco, neobarroco y neobarroso, con una economía de recursos donde parecería que se trabaja más por supresión que por añadidura, destacan, a mi juicio, los poemas “El loro del muladar” que “no se posa en tu hombro y no canta”, cuyo chillido (no canto) “ha de ser de reparo y no de adorno”, alejado de lo decorativo, de lo pulido de la forma, del brillo de superficie, para cavar en lo hondo, en lo oscuro, también el poema “Fuki naghasi”, donde el hablante constata el arte del bonsái, a partir de sí mismo y de su espacio mínimo, “Óseo”, poema que revela la inextricable juntura entre la escritura-nudillos-puño cerrado-al hueso, “frotando en tinta los nudillos hasta perder la sensibilidad”, cavando con Franz Kafka, deviniendo insecto, careándose con lo horrible, cerrando con las uñas lo que se cava.

Poesía que asume el dejo, el fracaso, que se desplaza sitiada por líneas cerradas, que se permite fallar y sin embargo sigue “No desiste porque no, porque no desiste/ y vuelve sobre la hoja”, con ironía, con autoironía, con comentarios críticos a las citas que emplea.

Queda entonces saludar a Ediciones El temple  por la apuesta por los autores de su catálogo, saludar la salida y edición de este libro de Ernesto González Barnet, donde, entre tanta palabrería y parloteo contemporáneo, destaca por su rigurosidad, donde las palabras recuperan su poder ígneo, incisivo: “Desolación y páramo de una vida construida sin bautismo./ Pude cortarme, pero basta con las palabras”, nos dice el hablante en el poema final del libro.

Poemario que como todo caballo golpea a oscuras su propia cerca, creando imágenes que a la vez que postulan por un “borramiento”, van escribiendo su antiépica, de la hechura del vacío “en botellas vacías, de latas rendidas de lluvia”.

Poemario que fija, límpida y sobria, la imagen de “un caballo enfermo que husmea el prado/ buscando un rincón limpio donde morir”. Rincón limpio, desolado, (higiene) que le procura este libro.


 

 

 

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