Me alegra profundamente el éxito de 31 minutos —el reciente Tiny Desk lo confirma—.
          Ese programa, encabezado por el delirante y lúcido Tulio Triviño, irradia una inteligencia
          que muy pocas veces ha tenido lugar en la televisión chilena: humor con doble lectura,
          crítica social disfrazada de inocencia, música extraordinaria, belleza artesanal. Algo infantil
          y a la vez feroz, un espejo deformante que los niños celebran y los adultos reconocerán,
          con pudor, como una caricatura certera del país, el mundo actual.      
         Y sin embargo, esa alegría convive con una tristeza: la televisión chilena de hoy es su
          contraparte más oscura. Lo que domina la pantalla abierta es farándula sin ética,
          personajes improvisados, moral disuelta, cero horizonte formativo. No hay voluntad de
          elevar, de complejizar, de nutrir. Es televisión diseñada para embrutecer. Y ese
          embrutecimiento no es inocente.        
        Como niño criado en dictadura —lo cual parece una paradoja— recuerdo que había
          mejores películas, mejores programas, una ambición cultural que hoy es impensable. Hoy,
          quien no puede pagar cable ni plataformas, queda secuestrado por una televisión que
          celebra la mediocridad como norma y el dinero como única medida de valor humano. Es
          un proyecto político: no informar, sino formatear. No emancipar, sino anestesiar.          
        Por eso duele ver cómo el cine chileno, tan fecundo en las últimas décadas, sigue ausente
          en la televisión abierta. Debería estar allí, al menos en un 50%. Y en las escuelas
          deberíamos aprender cine como lenguaje, volver a enseñar historia, filosofía, educación
          cívica. Sin eso no hay cultura democrática posible.          
        Hoy, 2 de noviembre —día en que recordamos a Pier Paolo Pasolini, asesinado en 1975—
          sus advertencias resuenan no como pasado, sino como urgencia. En sus Escritos corsarios          (pdf) de 1975—textos piratas, escritos a contramano del poder— denunció el verdadero rostro
          del nuevo fascismo, ya no militar, sino cultural, mediático:          
        
          
            “La responsabilidad de la televisión, en todo esto, es enorme... No es sólo un lugar a
              través del cual pasan los mensajes, sino que es un centro elaborador de mensajes...
              Mediante el espíritu de la televisión se manifiesta en concreto el espíritu del nuevo poder.
              No hay duda —se ve por los resultados— que la televisión es autoritaria y represiva como
              ningún medio de información en el mundo lo ha sido nunca.”
          
        
        La frase sigue ardiendo a 50 años. Y ese fuego —como 31 Minutos, como todo arte
          verdadero— sigue siendo la única forma de contrabando que no podrán domesticar.